Las mejores firmas madridistas del planeta

Hoy el Real Madrid y el madridismo han despedido a otro de sus héroes de los años 50 y 60 que ayudó a engrandecer el palmarés y la historia del club blanco. También fue un hombre importante en el fútbol español con su periplo en otros equipos como entrenador y por haber acudido al Mundial de Chile’62 con la selección.

Enrique Pérez Díaz, nació en Torrelavega el 28 de diciembre de 1938. Su apodo de ‘Pachín’ como él mismo reconoció en MARCA en 1960 “venía de familia”. En su Cantabria natal dio los primeros pasos como futbolista en el Besaya, el Vicintor y el juvenil del Sniace hasta que aterriza en las filas de la Real Sociedad Gimnástica de Torrelavega en 1956. Tras una cesión al primer equipo del Snice pasa al Burgos de Tercera división en 1957 y más tarde al Osasuna. Es en el club rojillo donde se da a conocer y debuta en la Primera división en un choque ante el Real Betis. Un cuadro pamplonica que cuenta con varios ilustres como el portero Ignacio Eizaguirre, Adolfo Pérez Marañón o Félix Ruiz, que también será merengue años después. Todos ellos entrenados por Sabino Barinaga, una antigua estrella blanca de la década de los 40.

Pachín

Las grandes intervenciones de Pachín en la defensa llaman la atención del Real Madrid que se hace con sus servicios en el verano de 1959. Lo hace tras aprovechar una sanción al torrelaveguense por parte de la Federación después de una reclamación del Celta por sus derechos a Osasuna que le hizo tener ficha a la vez con ambas escuadras. Como admitió años después en ABC “llegar entonces al Real Madrid era un sueño para mí y me parecía increíble poder sentarme en el vestuario al lado de jugadores como Gento, Puskas o Di Stéfano, futbolistas que me parecían intocables en un primer momento y que luego fueron compañeros míos”.

Sus primeros meses en la capital Fleitas Solich solo le puede utilizar para partidos amistosos o en trofeos veraniegos como el Carranza por la sanción de un año que arrastra que le impide disputar la Liga. En una entrevista en MARCA Pachín se presenta para los que no le han visto jugar e indica que “desde mis comienzos actué como defensa izquierdo, aunque también ocupé el centro de la defensa y la línea media. Pero mi puesto es defensa izquierdo. Allí empecé de pequeño y creo que es el que mejor me va”. Con esa versatilidad y polivalencia se convertiría en una pieza clave del equipo los años venideros. Y es que el cántabro era un futbolista rapidísimo, poderoso físicamente, sobrio, noble, duro y luchador.

Pachín

Los hechos en su carrera deportiva se precipitan en abril de 1960 con la llegada de Miguel Muñoz al banquillo madridista. Pachín, recientemente internacional con la sub21 española debuta como blanco de forma oficial en la ida de las semifinales de la Copa de Europa. El rival, nada más y nada menos que el Barcelona de HH. En el Bernabéu ocupando el defensa izquierdo tiene que lidiar principalmente con Coll por su costado pero cumple con nota y además el Real Madrid se impone por 3-1. Una semana después repite en el Camp Nou con otro miura enfrente como Eulogio Martínez. Los blancos dan una exhibición en Barcelona y con otro 1-3 se clasifican a la final donde espera el Eintracht de Frankfurt. Una final legendaria en la historia del fútbol que supuso la ‘Quinta’ Copa de Europa consecutiva con un fútbol de altos kilates en Glasgow. Un 7-3 memorable. Como premio, el cántabro había debutado tres días antes con la selección frente a Inglaterra en Madrid.

La carrera de Pachín despegaba y el siguiente lustro fue un gran comodín para Muñoz que lo ubicaba indistintamente como defensa o como medio cierre. Y es que como declaró en una ocasión solo tenía “una táctica preferida, y que, además, es la que conforman las tres ‘ces’: comportamiento, casta y calidad”. La Intercontinental ante Peñarol y la Liga de 1961 son sus siguientes entorchados en una campaña donde se desempeña más en la media con gran compenetración con Vidal.

La renovación del glorioso equipo de los 50 al ‘ye-yé’ de los 60 se va confirmando paulatinamente y Pachín en 1962 renueva su contrato (tras un periodo en rebeldía al recibir una oferta más baja de lo que esperaba), después de otra Liga, su única Copa del Generalísimo y de su primer tanto oficial frente a la Real Sociedad. La espina: caer en la final de la Copa de Europa contra el Benfica de Eusebio. En las tres siguientes temporadas prosigue como pieza importante para el equipo alternando la media con Isidro o Müller como pareja hasta 1963 o la defensa junto a Isidro/Miera y Santamaría hasta 1965. Y llega el año 1966, la temporada de la ‘Sexta’ donde el cántabro actúa en cinco encuentros. Su desempeño es notable en la vuelta de cuartos contra el Anderlecht y en la ida de las semifinales ante el Inter. Pero es en la vuelta contra los nerazzurri cuando probablemente completa su mejor partido como merengue y el equipo se venga la derrota de la final en 1964. Los blancos se adelantan con gol de Amancio y durante 70 minutos tienen que aguantar las embestidas de un ataque demoledor formado por Bedin, Peiró, Domenghini, Mazzola y Jair. Ahí emerge Pachín junto a De Felipe y Sanchis para sostener al Real Madrid y tras un empate a uno llegar a la final de Bruselas. En Heysel se vuelve a repetir la zaga y con dianas de Amancio y Serena tras remontar el gol de Vasovic la ‘Sexta’ Copa de Europa cae en manos de su principal huésped.

La temporada posterior de 1966-1967 pierde la titularidad aunque siempre que sale cumple y el cuadro merengue levanta la Liga tras aventajar en cinco puntos al Barcelona. La última campaña de Pachín en la entidad será la de 1967-1968 donde una hernia discalen la espalda apenas le permite jugar dos encuentros oficiales, el último de la Liga y el primero de la Copa ante el Calvo Sotelo. Por esa razón no se le renueva y con 30 años se marcha al Real Betis que milita en Segunda donde no consigue el ascenso. Más tarde también jugaría en el modesto CD Toluca cántabro junto a algunos exmadridistas como Marquitos, Atienza, Mateos o Pantaleón y allí colgaría las botas.

Retirado, decide no abandonar el fútbol y se convierte en entrenador. Primero pasa por la casa blanca en categorías juveniles y luego continúa su camino por el Pegaso, el Getafe, el Osasuna o el Ceuta hasta que da el salto a la Segunda división en las filas del Valladolid. En 1979 ficha por el Levante donde entrena a Johan Cruyff y después se mantiene en la categoría de plata entrenando a otros conjuntos como la AD Almería, el Hércules o el Albacete. En otras dos etapas vuelve al Levante y también toma las riendas del Granada o de nuevo el Pegaso antes de finalizar su periplo como técnico. Más tarde, monta una zapatería con su nombre en las inmediaciones del estadio Santiago Bernabéu, fue miembro directivo de la Asociación de Veteranos del Real Madrid y era habitual verle representando al club en distintos actos con las peñas.

Pachín en la selección española fue internacional en ocho ocasiones. Se estrenó gracias a la convocatoria del trío formado por Costa, Lasplazas y Gabilondo en 1960 frente a la Inglaterra de Charlton que se fue del Bernabéu con un 3-0. Ese mismo año estuvo en la gira por Sudamérica de la selección y jugó los choques ante Perú y Chile. Su cuarto encuentro con España fue un amistoso ante Francia en 1961 y en el verano de 1962 estuvo en la lista para el Mundial de Chile confeccionada por el dúo Hernández Coronado y Helenio Herrera. En el torneo solo actuó contra Brasil en el último encuentro del grupo donde España cayó pero zarandeó a la campeona del mundo. Unos meses más tarde sumó dos partido más en la clasificación para la Eurocopa de 1964. El primero contra Rumania en noviembre de 1962 y el segundo en su despedida de la selección contra Irlanda del Norte en San Mamés.

En unas declaraciones a ABC Pachín dijo que “para jugar en el Madrid se precisa una personalidad fuerte, de nacimiento y consustancial al individuo” y eso “lo transmitían muy bien Santiago Bernabéu y Antonio Calderón que sabían inculcarnos el estilo de los campeones”. Ese rasgo de su carácter junto a su polivalencia (jugó de lateral derecho, izquierdo, central, líbero y centrocampista) fueron las razones principales para su larga y exitosa carrera como merengue.

 

DEP

 

 

 

Mi Real Madrid favorito

El Real Madrid Ye-yé

 

Yo que nací con la década no fui consciente del año en que vivía hasta 1966. Desde luego, tengo muchos recuerdos anteriores, pero esa es la primera fecha que recuerdo haber escrito en el encabezamiento de los dictados escolares, probablemente porque fue entonces cuando comencé a escribir con la soltura suficiente como para someterme a ellos. No es un dato cualquiera, es la primera señal de conciencia de que uno vive en un tiempo determinado, antes del cual todo es pasado y después del que todo es horizonte. Así que puede decirse que mis tiempos empezaron cuando el Madrid ganó la que durante la mayor parte de mi vida hasta hoy fue su última Copa de Europa.

Yo quedaría muy bien ahora desgranando mis recuerdos infantiles de la noche del miércoles 11 de mayo en el estadio Heysel de Bruselas, a la vera de aquel Atomium ultramoderno que hoy nadie recuerda y entonces era un icono del optimismo tecnológico y pop, pero no los tengo. Supongo que aquellos dictados a lápiz que yo empecé a datar -entonces a los niños se nos vedaba el bolígrafo en la escuela, porque todo lo que escribíamos era provisional y estaba sometido a corrección- corresponden al principio del curso 66-67, así que en mayo yo aún no sabía en qué año vivía ni a mi casa había llegado la televisión. En mi conciencia, el Madrid no era el campeón de Europa de 1966, sino el inalcanzable hexacampeón de Europa. Inalcanzable porque nadie parecía capaz de desafiar el récord -el Milan no completó esa cifra hasta 2002, y el Liverpool hasta este mismo año-, pero también porque durante muchos años pareció que nunca llegaría el momento en que el Madrid volviera a ganar otra.

Portada del pase a la final, tras eliminar al vigente campeón, el Inter de Milán

En la temporada 65-66 llegó a la plantilla Manuel Velázquez después de tres años cedido en el Rayo y el Málaga. Con él se cerró el ciclo de renovación del equipo áureo de Di Stéfano y Puskas y compareció al completo la generación del Madrid yeyé. Yeyés eran entonces los chicos modernos dentro de un orden, Los Brincos, Karina y Camilo Sesto -entonces Camilo Blanes- en Los chicos del Preu y así. En realidad, nada que no estuviera dentro de un orden era visible entonces en España. Los yeyés se ponían un poco piripis en los guateques y decían mover el esqueleto por bailar. A los papás maduros de clase media que empezaban a salir de penas por entonces tanta alegría les parecía poco viril, aunque detectaban que era el fruto de una despreocupación que ellos no habían podido permitirse y de algún modo les tranquilizaba. A veces se desmandaban un poco, como cuando tocaron los Beatles en Las Ventas en el 64 o en las matinales del Price, y los grises tiraban de porra, pero más valía el niño en un conjunto -los grupos de los sesenta eran conjuntos, como los de la clase de matemáticas- y la niña con el pelo alborotado y las medias de color que en una célula. En la España de los Planes de Desarrollo se vivía mucho mejor que en la posguerra, pero repartir octavillas te podía llevar a morir defenestrado por la Brigada Político Social desde un sexto piso de la calle General Mola, como le pasó a Enrique Ruano en 1969. La misma temporada de la final de Heysel se estrenó Historias de la televisión, de José Luis Sáenz de Heredia, una película de episodios cuyo primer tramo, con Toni Leblanc y López Vázquez, es una comedia magistral que podrían haber firmado un Germi o un Monicelli. En ella Conchita Velasco cantaba La chica yeyé, de Augusto Algueró, el himno que atornilló el término al léxico cotidiano.

Betancort, Pirri, Zoco, De Felipe y Sanchís con pelucas, rodeando a Gento.

Salvo la edad, ni Pirri ni Zoco ni Amancio ni Grosso tenían mucho de yeyés. Quizá un poco Velázquez, al que los trajes le quedaban como el guante que tenía en la bota y que no se arredraba incluso si se trataba de discutir con Bernabéu. Y eso que Pirri se casó con Sonia Bruno, genuina chica yeyé del cine de la época que no hubiera desmerecido con calzas color parchís en el reparto de Blow-Up de Antonioni (cosecha del 66, asimismo), y Zoco con María Ostiz, que venía a ser como Judy Collins en una javierada. Lo del Madrid yeyé lo acuñó también esa temporada el periodista Ramón Melcón en El Alcázar y, para ilustrarlo, el periódico mandó al reportero Félix Lázaro y al fotógrafo Luis Ollero a la concentración habitual en el Arcipreste de Hita, en Navacerrada, pertrechados de unas pelucas como de cotillón. En aquellos tiempos los periodistas subían a las habitaciones como si tal cosa y a los chicos recién levantados de la siesta lo de las fotos les hizo gracia. Betancort, Pirri, Zoco, De Felipe y Sanchís se pusieron las pelucas y posaron con un Gento sonriente aunque destocado, un respeto oiga. Pero Bernabéu no estaba para bromas, el equipo no iba bien en la Liga por primera vez en la década y, cuando se enteró, los jugadores fueron severamente reprendidos. Como de costumbre, el marrón le cayó a Saporta, nuestro Señor Lobo, que estableció laboriosas negociaciones con José Luis Cebrián, director del periódico, del que obtuvo posponer la publicación a cambio de otros reportajes. Solo el triunfo final de Heysel acabó dando vía libre a la pieza y carta de naturaleza a la denominación.

Miguel Muñoz, Gento y Pirri.

La obtención de la Sexta en 1966 fue el eje de aquella generación paradójica. Amancio y Zoco fueron los primeros en llegar, en 1962, cuando todavía reinaba Di Stéfano. Pirri y Grosso llegaron en el 64, y Velázquez y Sanchís padre al año siguiente. Del equipo mítico de los cincuenta, Puskas y Santamaría aguantaron hasta Heysel, aunque ya de suplentes. Gento completó toda la década sin soltar el once -entonces los once primeros dorsales los lucían siempre los titulares-, aunque muchos creyeron ver su decadencia cuando lo perdió en la selección a manos de Collar y Lapetra durante unos años, pero la llegada de Velázquez volvió a desatar a la Galerna con sus aperturas clarividentes y siguió siendo imprescindible hasta su retirada en 1971, sin dar opción a Manuel Bueno como Anquetil no se la dio a Poulidor. El ocaso del equipo de Di Stéfano cuando perdió la hegemonía europea a manos de italianos y portugueses dio de sí lo suficiente como para establecerla en la competición nacional, donde en la década anterior se había repartido el pastel con culés y colchoneros. Los yeyés no bajaron el pistón y los sesenta del seiscientos, las suecas y las bombas de Palomares son un monólogo liguero blanco que solo cedió al Atleti la Liga del 66 y la del 70. Hoy resulta difícil apreciar lo que pesaba aquella púrpura y la extraordinaria dignidad con que la llevaron.

Betancort, Miera, de Felipe, Sanchis, Pirri y Zoco; Serena, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento

Los niños imitábamos el regate portentoso de Amancio, que no se arrugaba aunque le cosían a patadas en aquel fútbol mucho más violento que el de hoy y que el de sus mayores, donde no había tarjetas y era casi imposible que expulsaran a un jugador si no había una agresión o un insulto al árbitro. Admirábamos el aticismo y la clase de Velázquez, la electricidad de Pirri, incluso los destellos fantasistas de Sebastián Fleitas, un oriundo paraguayo que llegó en el 69 y que no se asentó como titular, pero que aparecía con frecuencia en la delantera y por el que yo sentía cierta predilección. Pero a cada muestra de devoción infantil correspondía la media sonrisa condescendiente de un adulto que te explicaba cómo Di Stéfano reunía todas esas virtudes en un solo cuerpo, qué sabrás tú lo que es fútbol de verdad, pobre mocoso. Yo creo que a los jugadores les pasaba algo parecido. “Yo heredé el diez de Puskas. ¿Iba yo a hacer olvidar a Puskas? No nos quedaba otra que correr como posesos”, replicaba un Velázquez ya retirado a un periodista que le hacía notar cuánto hablaba de entrega y sacrificio evocando aquellos años un jugón como él.

Miguel Pérez, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento

Los mayores, como siempre, tenían razón. El fútbol en España se había empequeñecido. El mal papel de la selección en el Mundial de Chile en el 62 provocó una reacción nacionalista en las autoridades, que cerraron el mercado a los jugadores extranjeros. Ese Régimen que según la leyenda mimaba al Madrid sacrificó en el altar de la patria los vuelos cosmopolitas de un Bernabéu que se trajo a lo mejor de dos mundos y estuvo en la primera línea de la creación de la Copa de Europa. El país, a pesar de los pesares, se abría trabajosamente al mundo mientras su fútbol se calaba la boina y se volvía autárquico y cermeño. Nos hicieron la pascua, pero aquel grupo ganaba esforzadamente la Liga año tras año para volver a citarse obstinadamente con su destino continental como un duelista de Conrad. Hasta 1970, el Real Madrid y don Paco Gento no faltaron a una sola edición de la Copa de Europa desde su fundación cuando para estar allí solo valía ser campeón de Liga o del continente. Y a base de intentarlo como quien pica piedra, la orejona cayó aquel año en que yo empecé a ponerle fecha a los dictados. En su evocación para La Galerna de la final de Heysel, Pirri decía que en realidad no se acordaba tanto de ese partido como de la semifinal que le ganaron al Inter de Sandro Mazzola, Facchetti y Luis Suárez. Se ve que ganarle al Partizan le sabía a poco. Eso es madridismo, maldita sea. Luego he visto y he disfrutado otras siete y seguro que todavía me esperan otras tantas, pero por muchas que ganemos para mí Modric siempre será un Velázquez croata, en el fuelle de Valverde atisbaré siempre vislumbres de Grosso y todavía estoy por ver un centrocampista con la polivalencia, la energía y la capacidad de cauterizar cualquier reproche vinagre de José Martínez Pirri. Ellos fueron los que dejaron en mi retina infantil la impronta de ese Madrid que no sabe rendirse.

Mi Real Madrid favorito

1-El Real Madrid de Capello

2-El Real Madrid de Di Stéfano (años 50)

3-El Real Madrid de Mourinho

4-El Real Madrid de Zamora

5-El Real Madrid de la Quinta del Buitre

6-El Real Madrid de los Galácticos

7-El Real Madrid de Miljanić

8-El Real Madrid de la Quinta del Ferrari

9-El Real Madrid de la posguerra (años 40)

10-El Real Madrid de los García

11-El Real Madrid de Valdano

12-El Real Madrid Ye-yé

13-El Real Madrid primigenio (1902-1924)

14-El Real Madrid del "4 de 5"

 

 

Pirri. Artículo, de mayo de 2019, reflotado con motivo del 75 aniversario de Pirri.

 

Cuando mencionamos el nombre de Pirri hablamos de entrega, de sacrificio, de un jugador que se dejó los huesos y el alma por el Real Madrid, de un hombre con ADN merengue. Hablamos de una persona que estuvo más de 30 años ligado al club. Toda una leyenda y una institución. Pirri es el Real Madrid.

Nacido en Ceuta el 7 de marzo de 1945 (aunque su padre lo inscribió en el registro el día 11),  ya en el colegio era inseparable del balón, donde, además, empezó a ser conocido como Pepirri. Con 15 años entró a formar parte del Atlético Ceuta y con 19, con ficha de aficionado, se marcha al Granada. En apenas un año llama la atención de varios clubes como el Español, que no lo firma porque no convence a Kubala. En el club blanco el hombre clave es Antonio Martínez Ruiz, un ojeador  que queda prendado de las virtudes del ceutí y convence a su padre para que cambie de residencia por razón de estudios y se marche a Madrid. Aun así, y para evitar problemas, el equipo madrileño paga 200.000 pesetas al Ceuta, que es quien cuenta con los derechos de Pirri.

En el verano de 1964 aterriza en la capital uno de los mejores centrocampistas que ha vestido la elástica merengue. Un centrocampista todo sacrificio, esfuerzo, voluntad, brega y nobleza. Pero también un medio polivalente, con calidad, poderío, agilidad, dinamismo, recorrido y con gran eficacia goleadora por su llegada desde segunda línea.

Su debut oficial no puede tener más significado: el Barcelona en el Bernabéu. Varias lesiones diezman al cuadro de Muñoz que tira del ceutí para un partido que se resuelve por goleada (4-1), y con Pirri dando un gran rendimiento. Los siguientes tres lustros será habitual y una constante ver al centrocampista como titular, mandando desde la medular o la defensa y portando el brazalete de capitán desde 1976 hasta 1980.

Su palmarés es una majestuosidad que crece cada temporada, quedándose el ceutí a cero únicamente durante los cursos de 1970-1971, 1972-1973 y 1976-1977. Un total de diez Ligas, cuatro Copas y la Copa de Europa de 1966 son el extraordinario bagaje de Pirri en su etapa madridista, en la que en un principio es conocido como Martínez por expreso deseo de Bernabéu (no le gustaba el mote de Pirri).

El olfato de goleador de Pirri fue junto con su espíritu indomable uno de los baluartes de su carrera. Sus números eran extraordinarios para un centrocampista y ayudaron a que el Real Madrid lograse una hegemonía en el panorama nacional. En su primera temporada ya firmó 10 entre todas las competiciones, pero hubo tres cursos en los que rondó los 15, concretamente 16 en la temporada 1970-1971 y 1975-1976 y 15 en 1971-1972. Su mejor choque en este aspecto fue en la séptima jornada de Liga del curso 1974-1975, en el que marcó un hat-trick al Celta de Vigo.

Compañeros y rivales se rindieron a su calidad futbolística y humana. Para Víctor Muñoz “fue mi ídolo”, mientras que Marcos Alonso indicó  que "fue un fuera de serie tanto en el Real Madrid como en la selección”. Arconada, portero legendario de la Real Sociedad y de la Selección, declaró “Pirri fue un gran jugador, que siempre se entregó y dio cuanto poseía. De ahí todos sus triunfos”.

En la carrera de Pirri también hay que destacar que las lesiones jamás le frenaron. Debido a su fogosidad y atrevimiento, sufrió numerosas lesiones, pero siempre se sobrepuso a ellas. Una rotura del radio en la final de la Recopa ante el Chelsea, o aquella mandíbula partida una final de Copa ante el Atleti, o aquel Clásico con 40 de fiebre y la clavícula rota en 1968, son las más conocidas, pero también sufrió una rotura de peroné, una fractura de un dedo del pie o un desgarro muscular. Por todo ello Santiago Bernabéu le premió con la Laureada del club en julio de 1968.

En 1980 dejó la casa blanca con 34 años, 561 partidos oficiales, 172 dianas (noveno en el ranking histórico) y con un doblete de Liga y Copa bajo el brazo. Su destino fue México y Puebla.

Un año más tarde regresó a la capital para un merecido homenaje del Real Madrid, con España como rival. Una selección española a la que entregó todo lo que tenía durante 41 partidos y en dos Mundiales, el primero en Inglaterra en 1966 y el segundo en Argentina doce años más tarde.

Al marcharse a tierras mexicanas el ceutí declaró: "Mi corazón es madridista”. También declaró que después de su retirada le gustaría “poder trabajar en el club como médico”. Dicho y hecho. En 1982 volvió a las filas merengues como galeno, puesto en el que se mantuvo hasta 1996 cuando se convirtió durante cuatro temporadas en secretario técnico. En septiembre de 2000, y tras 32 años perteneciendo al Real Madrid, se marchó del club de su vida.

¡Felicidades, Pirri!

 

 

José Araquistáin es uno de los grandes guardametas de la historia del Real Madrid que lograron conquistar el Trofeo Zamora. Además continuó con la estirpe de porteros vascos en el club tras Calleja, Juanito Alonso o Berasaluce.

Originario de Azcoitia perteneciente a Guipúzcoa (4 de marzo de 1937), su buen desempeño en la Real Sociedad le valió para fichar por el Real Madrid en 1961, en una operación en la que los madrileños pagaron seis millones y cedieron a Eguskiza, Villa, Raba y el sueco Simonsson a los guipuzcoanos. En el cuadro txuri-urdin hizo gala de unas condiciones magníficas siendo la agilidad, su dominio del área pequeña y su excelente despeje de puños las principales virtudes.

La competencia en el marco capitalino era feroz a su llegada, y tuvo que competir con dos monstruos de la talla de Vicente y Betancort, si bien es cierto que también él atesoraba gran calidad. En sus siete temporadas no gozó de excesiva continuidad, y únicamente se sintió indiscutible una campaña. En su bagaje hay un total de 97 partidos oficiales que le llevó a adornar su palmarés con siete títulos: cinco Ligas, una Copa y la Copa de Europa de 1966, de la que hoy nos habla en La Galerna.

El curso de su estreno fue el mejor en cuanto a rendimiento y resultados. Miguel Muñoz le confió la portería en detrimento de Vicente y con grandes actuaciones, como ante el Atlético o el Zaragoza en casa, y el Athletic Club a domicilio, ayudó al equipo a ganar la Liga. La zaga formada por Casado, Santamaría y Miera brilló por su solidez y el arquero vasco con su fenomenal papel alcanzó el Trofeo Zamora al recibir 19 goles en 25 partidos (una media de 0,76 por encuentro). En esa misma campaña jugó la final de Copa con éxito al vencer los blancos al Sevilla por 2-1, y la de Europa ante el Benfica en la que se cayó por 5-3.

Sin embargo, en las temporadas venideras fue relegado a la suplencia primero por Vicente y luego por Betancort. En el curso 1963-1964 actuó en 14 partidos de  Liga por la rotación en el puesto planteada por Muñoz junto al cancerbero catalán. Pero en la campaña posterior una lesión en el mes de octubre cortó de cuajo toda posibilidad de continuidad, y Betancort se hizo el amo y señor del puesto en los siguientes cuatro años. Disputó eso sí, pasando así a la Historia con letras de oro, la vuelta de la semifinal ante el Inter de la Copa de Europa de 1966, así como la Final cuyo aniversario celebramos hoy.

Con 30 años puso punto final a su carrera como madridista, y en el verano de 1968 se marchó traspasado al Elche.

En su trayectoria como internacional español sumó seis partidos, los cuatro últimos cuando ya militaba en la entidad de Chamartín. En 1962 entró en la lista de Hernández Coronado y Helenio Herrera para el Mundial de Chile, donde disputó el decisivo encuentro ante Brasil que mandó a casa a los españoles después de perder por 2-1.

 

El Real Madrid, tras su lustro mágico en Europa a finales de los 50, comenzó con un proceso de renovación en el equipo en los albores de la siguiente década. El club blanco se fijó en Osasuna, que militaba en Segunda División, y de allí firmó a Ignacio Zoco y a Félix Ruiz, que anotó 21 tantos en la categoría de plata. Bastó una llamada de Raimundo Saporta a ambos para saber de primera mano si querían vestir la zamarra merengue.

Félix Ruiz nació en Olite un 14 de septiembre de 1940 y pronto entró a formar parte de la cantera de Osasuna. En el cuadro rojillo le dio la alternativa el técnico Sabino Barinaga, antiguo jugador madridista en los años 40. Se desempeñaba como interior y entre sus cualidades destacaban su gran resistencia, la fortaleza física, la entrega, la lucha, una enorme personalidad y una notable habilidad con el balón en los pies. De casta le venía al galgo puesto que su padre también fue jugador de Osasuna y uno de los integrantes del primer ascenso del cuadro navarro a la élite del balompié español en el curso 1934-1935.

El olitense se incorporó a la disciplina blanca en la temporada 1961-1962, un año antes que Zoco que se quedó cedido en su club de origen para continuar fogueándose. Aún se encontraba en la plantilla Luis del Sol con el que coincidió una campaña y que le cerraba el paso en el once titular. Sin embargo fue el jugador número doce para Miguel Muñoz y disputó un total de 17 partidos de Liga, dos de Copa y tres de Copa de Europa. Debutó de forma oficial ante el Elche en la primera jornada de Liga y sumó cuatro dianas entre todas las competiciones, estrenando además su palmarés con el Campeonato liguero que conquistó el Real Madrid por delante del F.C. Barcelona y con la Copa conseguida ante el Sevilla.

En el curso posterior Del Sol fue vendido por 22 millones de pesetas de la época a la Juventus y Bernabéu no puso demasiados reparos en su marcha ya que confiaba en las enormes posibilidades del interior navarro. Muñoz le asignó un puesto en la delantera y los aficionados blancos empezaron a recitar de carrerilla una gran línea ofensiva formada por Amancio, Félix Ruiz, Di Stéfano, Puskas y Gento. El navarro cuajó su mejor actuación anotadora con 13 tantos en Liga y algunos fantásticos partidos ante el Zaragoza, el Valladolid o el Atlético de Madrid el día del alirón donde hizo el definitivo 4-3 a falta de cinco minutos para el final.

En la campaña 1963-1964 siguió siendo una pieza básica hasta el día en el que comenzó su mala fortuna en forma de lesión. En cuartos de la Copa de Europa el Madrid se midió al Milan y en el Bernabéu en la ida le apabulló por 4-1, sin embargo tras una zancadilla de Gianni Rivera cayó mal al césped y se produjo una rotura de clavícula que le tuvo parado varios meses. Desde ese momento y hasta su retirada sufriría otra fractura de clavícula, dos roturas del menisco, una del ligamento cruzado e innumerables lesiones fibrilares.

Muñoz era un enamorado de su juego y cuando estaba sano le ponía sin dudar en el once, pero el año de la sexta Copa de Europa aunque disputó la sensacional semi contra el Inter no formó en la alineación inicial de la final al ocupar Serena su lugar. Tras las Ligas que conquistó el Madrid en 1964 y 1965 donde jugó 17 y 11 choques respectivamente su siguiente gran año llegó en 1967, cuando disputó 20 partidos ligueros y anotó ante el Zaragoza, el Valencia, el Pontevedra, el Español y el Hércules en otra temporada donde los merengues se alzaron con la competición doméstica.

Su última campaña en el Real Madrid tuvo lugar entre 1967 y 1968 pero con una aportación testimonial en tres duelos de Liga de un torneo que se anotaron por delante del Barça. En verano sin llegar a cumplir 29 años tomó la decisión de retirarse harto de las lesiones que le impedían competir con regularidad. Fumador empedernido, en una ocasión incluso llegó a perder un vuelo de Copa de Europa al esconderse en el aeropuerto para encender un cigarrillo. En sus ocho temporadas en el club de Chamartín jugó 144 encuentros oficiales y logró un bagaje personal de 44 dianas, seis Ligas, una Copa y una Copa de Europa. En 1970 se calzó de nuevo las botas junto a otros excompañeros blancos como Marquitos, Pachín, Pantaleón, Casado, Mateos o Atienza en una breve experiencia en el Toluca cántabro que militaba en Tercera División.

Con la selección española también tuvo protagonismo a principios de los 60. Internacional con la sub18 y participante en los Juegos del Mediterráneo de Barcelona del año 1955 jugó con España B ante Francia en Grenoble en un amistoso en abril de 1961. Su debut con el primer combinado fue en diciembre del mismo año y contra idéntico rival, esta vez en un choque celebrado en Colombes y que terminó empate a uno con un gol suyo tras gran asistencia de Gento. Tuvo que esperar hasta 1963 para volver a enfundarse la elástica roja ya con Villalonga al mando de la selección. España comenzaba la clasificación para la Eurocopa del año siguiente y el navarro fue titular en la eliminatoria de octavos contra Irlanda del Norte. En Bilbao se firmaron tablas pero en Windsor Park un tanto de Gento dio el pase al equipo hispano. Ruiz disputaría su último encuentro internacional en diciembre contra una Bélgica que se llevó la victoria de Mestalla. Su célebre lesión de clavícula le hizo perderse la fase final del torneo que levantó España y su posible inclusión en la lista del seleccionador.

Después de colgar las botas tan joven rehizo su vida y en primer lugar fue vendedor de electrodomésticos y también de carteras. Pero el trabajo que más satisfacciones le dio fue la fábrica de pan de molde que montó junto a su ex compañero José Emilio Santamaría y el cantante Miguel Ríos.

Falleció de un infarto el 11 de febrero de 1993 a los 52 años.

Pedro de Felipe no fue un dechado de virtudes técnicas pero suplió sus deficiencias con esfuerzo, pasión, entrega y amor a unos colores. Nacido en la capital de España el 18 de julio de 1944, fue un defensa central sobrio, eficiente, contundente, con un buen juego aéreo y gran sentido de la anticipación.

Su llegada al club se produce con apenas 16 años. Pedro es un chaval que vive cerca del estadio Metropolitano donde juega el Atleti pero por sus venas corre sangre blanca. Entra a formar parte del equipo aficionado y allí el técnico Pedro Eguíluz se queda prendado de sus condiciones, informando a la parcela técnica del club de que tiene en su plantel al posible sustituto de Santamaría para la primera plantilla.

Tras una cesión al Rayo Vallecano con el que juega en Segunda División, debuta con el Real Madrid a principios de la campaña 1964-1965, en un duelo liguero en el Santiago Bernabéu con victoria frente al Real Oviedo. Unos días después también disputa sus primeros minutos en la Copa de Europa contra los daneses del B1909, aunque su presencia esa temporada sólo se extiende en tres choques más de la competición doméstica que acaba conquistando el Madrid con cuatro puntos de ventaja sobre el Atlético de Madrid.

Al año siguiente el declive de Santamaría era evidente y Muñoz le dio la alternativa en la zaga titular. Un curso que fue histórico al cosechar la sexta Copa de Europa con un equipo repleto de jugadores españoles en la final y buenos momentos en las eliminatorias previas de Puskas y el central uruguayo. De Felipe jugó en el choque de ida de dieciseisavos ante el Feyenoord y en el de vuelta de octavos frente al Kilmanock escocés para no dejar el once en el resto del torneo.

Pedro De Felipe

En cuartos tocó remontar contra el Anderlecht en el Bernabéu al caer 1-0 en Bruselas, y en semis llegó el rival más duro, el Inter de Milán de Helenio Herrera. El primer partido acabó con una victoria mínima de los blancos gracias a un tanto de Pirri que hubo que defender en el Giuseppe Meazza. Allí emergió Pedro de Felipe junto a Pachín y Sanchís para detener a los Peiró, Mazzola, Jair, Luis Suárez y compañía. Con un empate a uno, el Madrid accedió a la final. En Heysel y con mucho emigrante hispano en la grada, el Partizan se adelantó por medio de Vasovic pero dos tantos en pocos minutos de Amancio y Serena dieron el título continental a los merengues.

En el trienio siguiente, que abarca desde la temporada 1966-1967 al curso 1968-1969, el Real Madrid fue imbatible en el Campeonato de Liga. De Felipe fue el cacique de la defensa en el primer y el tercer título formando pareja ya con Zoco mientras que en el segundo entorchado obtenido en 1968 apenas jugó seis partidos. La razón fue que en su primera convocatoria con la selección española, en el homenaje a Ricardo Zamora, se rompió el menisco contra un combinado mundial, lesión que le tuvo apartado de los terrenos de juego durante varios meses. Años después se quitó la espina al ser internacional en un duelo contra Turquía, pero su mejor recuerdo con el equipo nacional fue el triunfo en el Mundial de selecciones militares de 1965.

Con la llegada de la década de los 70 añadió a su palmarés el único trofeo que le restaba, la Copa. Sólo tuvo participación en el estreno de la competición frente al Castellón y desde el banquillo observó la victoria madridista en la final contra el Valencia por 3-1 en el Camp Nou. Había comenzado el curso como titular, pero la aparición fulgurante de Goyo Benito le iba a ir apartando del once paulatinamente.

En su última temporada (1971-1972) apenas disfrutó de continuidad, pero si ayudó en once encuentros de Liga a que el equipo superase al Valencia y el Barça en la lucha por el Campeonato Nacional. La relación que mantenía con Miguel Muñoz no era la misma desde hacía un año cuando criticó al técnico por su suplencia, y en el verano del 72 Bernabéu le concedió la carta de libertad. Acababa de esa forma una etapa en la entidad de Chamartín que duró ocho temporadas y en las que no marcó ningún tanto en 169 partidos oficiales.

Por entonces tenía 28 años y aún le quedaba fútbol en sus piernas. Firmó por el Español donde fue clave por su experiencia en la defensa perica. Tuvo como socios en la zaga a Ochoa, Ortiz Aquino, ‘Pepito’ Ramos o Verdugo y completó seis años a buen nivel hasta que colgó las botas en 1978.

En su vida posterior al balompié, ejerció como secretario técnico del Espanyol o secretario general del Almería, y en los últimos tiempos fue muy conocido además por ser el representante de Vicente Del Bosque.

Pedro de Felipe ha muerto a los 71 años, rubricando una negra racha de fallecimientos de leyendas del Madrid yeyé.  Betancort, Zoco y Velázquez le han precedido reciente y tristemente.

 

 

 

 

 

Unos meses después de la pérdida primero del arquero Betancort y posteriormente de Zoco, se ha marchado otro héroe de la sexta Copa de Europa del Real Madrid, Manolo Velázquez. Un artista del balón, uno de los jugadores con más clase de la historia del club merengue, un número diez que deleitó muchas tardes a los presentes en el estadio Santiago Bernabéu.

Nacido en el castizo barrio de Chamartín, tuvo como ídolos a Rial y Law, y su relación con el balompié comenzó en dos conjuntos modestos, el Ibarrondo y el Ipona. Con 15 años entró a formar parte del club de su vida, el Real Madrid, del que era socio desde pequeño. Pasó por los juveniles y por el equipo aficionado hasta que en 1962 se marchó cedido al Rayo Vallecano, que por entonces estaba en Tercera División. Un año más tarde hizo las maletas con destino al CD Málaga. Sus dos temporadas en el club blanquiazul fueron magníficas, ayudando a los malacitanos a conseguir el ascenso a Primera División en 1965, tras una promoción ante el Levante donde anotó un gol en la ida. En el equipo andaluz estuvo a las órdenes de Domingo Balmanya y tuvo como compañeros al mítico Abdallah Ben Barek, Chuzo, Pepillo o Benítez.

Delantera ye-yé

Su gran rendimiento le llevó de vuelta a un Madrid campeón de Liga ya sin Di Stéfano y en el que leyendas como Santamaría o Puskas habían pasado de los 35 años. Muñoz le colocó como interior izquierda para dotar al equipo de mayor inteligencia y clarividencia en el juego. Su finura, elegancia, exquisita técnica y talento encandilaron a aficionados y compañeros, que le bautizaron como el “cerebro”. Aún así en ocasiones y cuando no tenía su mejor día desesperaba a los asistentes al coliseo blanco que le dedicaban sonoras pitadas.

Su debut en Liga tardó en llegar y no se produjo hasta la jornada 15. Fue en Mallorca y aquel día logró dos goles en una clara victoria por 2-5. Por su parte, el estreno en la Copa de Europa fue ya en 1966, en la ida de los cuartos de final, donde el Madrid cayó en Bruselas frente al Anderlecht por la mínima. A partir de ese momento el técnico sentó a Puskas para dar galones a Velázquez en un frente de ataque en el que formó con Serena, Amancio, Grosso y Gento. Su gran entendimiento con el cántabro, al que servía balones en largo con el exterior de su pie izquierdo, fue una de las claves para remontar al Anderlecht en el Bernabéu y luego eliminar al Inter en semifinales. En la gran final contra el Partizán realizó una fabulosa labor en la media con Pirri y llevó la batuta de los merengues, que remontaron el gol inicial yugoslavo y se alzaron con el máximo trofeo continental por sexta vez.

Manuel Velázquez Villaverde

Insustituible en las siguientes temporadas dio clases magistrales de su fútbol en un trienio en el que el Madrid conquistó tres campeonatos de Liga consecutivos. En el curso 1967-1968, Velázquez tuvo su campaña más eficaz de cara a puerta, logrando diez tantos ligueros, tres de ellos en un recordado hat-trick frente a la Real Sociedad. Sin embargo, en Europa no consiguió repetir la gesta de Heysel y el Madrid cayó eliminado por grandes clubes como el Inter, el Manchester United o el Rapid de Viena.

Con la llegada de los años 70, Velázquez estrenó su palmarés copero con un título ante el Valencia, lo que llevó al cuadro blanco a disputar la Recopa, donde caería en la final tras un replay frente al Chelsea. Precisamente antes de ese duelo, Velázquez tuvo una discusión con el presidente Bernabéu. Por defender a su compañero y amigo De Felipe, que no fue convocado para el primer partido, contestó al mandatario blanco en una de sus habituales “santiaguinas”. El interior no era un jugador rebelde, pero tenía un fuerte carácter y gran personalidad y siempre decía lo que pensaba. Bernabéu, al que no le sentó bien el desplante, amenazó con ofrecer la carta de libertad a Velázquez y De Felipe tras la final, pero todo se tranquilizó y continuaron en el club.

En 1973 y tras la incorporación del teutón Netzer se barruntaba el final de la trayectoria de Velázquez en la casa blanca. A los problemas con la directiva se sumó alguna lesión que le impidió tener continuidad. Comenzó a llevar el dorsal 6 en lugar del 10, que fue para Netzer, y aunque competían por el puesto también jugaron mucho juntos. Esa temporada se alcanzó la Copa, competición que no jugaban extranjeros y donde Velázquez cumplió con nota. Además, en la final se vengaron del Barcelona, que había vencido en duelo liguero por 0-5 en el Bernabéu.

Sus dos últimas Ligas como blanco fueron en 1975 (hubo doblete con la Copa) y 1976, con Miljanic en el banquillo, entrenador con el que nunca llegó a entenderse del todo. Del Bosque, Breitner y Netzer formaron el centro del campo madridista y Velázquez era habitual suplente, disputando 17 y 22 partidos respectivamente. En el verano del 76 Netzer se marchó del club y el madrileño volvió a enfundarse la camiseta número 10 el curso posterior. Pero ya había superado la treintena y en su posición apretaban el argentino Guerini y Vitoria.

Manuel Velázquez Villaverde

El club decidió no renovarle en junio y le hizo un homenaje en agosto de 1977, pese a que existieron algunas tiranteces entre jugador y directiva. El día 24 se despidió de la parroquia blanca con un Bernabéu lleno en un choque ante el Eintracht Braunschweig, donde su hijo mayor hizo el saque de honor. Tras 12 temporadas y más de 400 partidos oficiales se marchó a Estados Unidos para jugar una temporada en el Toronto Metos-Croatia de la NASL, teniendo que colgar las botas en 1978 tras una grave lesión de rodilla.

Con la selección española tuvo enorme competencia en su puesto con hombres como Luis Suárez o Claramunt y apenas jugó diez encuentros. Su antiguo entrenador en el Málaga, Balmanya, le dio la alternativa en 1967 en un duelo de clasificación para la Euro’ 68 contra Turquía. Con el gerundense también participó en dos choques frente a Suecia e Inglaterra y posteriormente, con el triunvirato Muñoz, Artigas, Molowny, se vistió de corto en cuatro partidos. El último de ellos supuso uno de los días más negros del equipo nacional al perder con un cuadro aficionado como el de Finlandia por 2-0. Semanas más tarde, Kubala se hizo cargo de la selección y contó con él para el encuentro ante Finlandia en casa. En esa contienda Velázquez marcó y España aplastó a los finlandeses por 6-0. Pero el interior desapareció de las convocatorias. Sólo volvió ya en 1975 para un duelo ante Rumania en el Bernabéu en el que empataron a uno con una diana suya.

El pasado día 15 de enero falleció en Fuengirola un exquisito del balón, un jugador en el que primaba la calidad por encima de la fuerza y un madridista de pro.

Ignacio Zoco es una de las grandes leyendas del Real Madrid. Un hombre que defendió con tesón el escudo blanco y que estuvo ligado a la entidad de Chamartín durante media vida. Navarro de nacimiento (31 de julio de 1939), creció en la posguerra en la pequeña localidad de Garde. Futbolista espigado, con grandes cualidades físicas y muy sólido en su juego, destacaba por su trabajo defensivo, poderío aéreo, brega y carácter. Su primer equipo fue el Esperanza de San Francisco Javier y a continuación jugó dos temporadas en el Oberena en Tercera División. El gran rendimiento mostrado en el conjunto blanquiverde llamó la atención del C.A. Osasuna que en 1959 lo contrató.

En el cuadro rojillo debutó en Primera División de la mano de Ignacio Eizaguirre ante el Real Oviedo en el curso 59-60. Esa campaña actuó en 13 partidos más, aunque los pamploneses acabaron descendiendo. Un año más tarde el Osasuna regresaría a la máxima categoría tras liderar con claridad la división de plata, siendo Zoco uno de los grandes baluartes para conseguirlo. Su última temporada como rojillo fue en 1961-1962 compartiendo centro del campo con Fusté y teniendo como compañeros a otros exmadridistas como Miche y Serena. El Osasuna se salvó por los pelos y Zoco demostró estar listo para dar un salto en su carrera.

El F.C. Barcelona le tentó a él y a Félix Ruiz, magnífico interior, pero quien se hizo con los dos jugadores finalmente fue el Real Madrid. Raimundo Saporta llamó a ambos por teléfono y semanas más tarde el gerente Antonio Calderón se presentó en la sede de Osasuna, les sacó del cine y les mostró los contratos redactados. En la capital y antes de conocer a su futura esposa Zoco compartió vivienda con Glaría, un futbolista del Atleti, también navarro y que ocupaba su misma demarcación.

Ignacio Zoco

Con la zamarra blanca debutó con gol en un amistoso ante el Black Stars en Accra en agosto de 1962, aunque su primera temporada en el equipo blanco fue de adaptación. Disputó 13 partidos de Liga y pudo colaborar en el título logrado por los hombres de Miguel Muñoz. Ya en su segundo curso fue cuando se hizo con la titularidad y guardó las espaldas al galo Muller en el mediocampo. El Real Madrid revalidó el título de Liga pero el final de campaña fue amargo al perder la final de Copa de Europa frente al Inter.

Otro entorchado liguero llegó en 1965 previo paso a la gran conquista de la Sexta Copa de Europa para las vitrinas madridistas en 1966. Esa temporada se inició la sociedad legendaria formada por Pirri y Zoco acompañada de otros nueve futbolistas blancos en el once inicial y jugadores como Puskas, Santamaría o Aguero en la recámara. Se elimina consecutivamente en la competición continental a Feyenoord, Kilmarnock, Anderlecht e Inter de Milán y en la final en Bruselas se derrota al Partizan de Belgrado con los célebres tantos de Amancio y Serena.

En el siguiente trienio sigue siendo parte fundamental de los triunfos de la institución capitalina, sobre todo en Liga cuyo dominio recuperan tras quedar en segunda posición en el curso 1965-1966 por detrás del Atleti. A partir de 1967 Zoco retrasó su posición y empezó a ser habitual verle en la zona central de la defensa. En primer lugar tuvo como pareja a Zunzunegui, luego a De Felipe y por último ya en los 70 su socio fue Gregorio Benito.

Ignacio Zoco

Hasta su retirada pasaron cuatro años en los que siguió ampliando su palmarés con dos Copas y una séptima Liga en la temporada 1971-1972, justo un año después de caer en la final de la Recopa pese a un gol suyo salvador en el primer choque. La decisión de colgar las botas la tomó una tarde invernal de 1974 en la que el F.C. Barcelona de Cruyff, Sotil o Asensi les apabulló en casa por 0-5. Bernabéu instó a Zoco a que se lo pensara pero el navarro no cambió su decisión. Su despedida, eso si, tuvo un final feliz. Merengues y culés se encontraron en la final de Copa y el Real Madrid se vengó con una goleada por 4-0. Zoco entró por Grosso a poco del final y fue el encargado de recoger el trofeo y alzarlo al cielo madrileño. Unos meses más tarde el club le rindió un merecido homenaje con un partido contra el Panathinaikos, donde el espigado jugador fue condecorado con la Medalla de Caballero de la Orden de Isabel La Católica.

Con la selección española fue internacional en 25 ocasiones, buena cifra puesto que era una época en la que había menos partidos que en la actualidad. Se estrenó ante Gales en Cardiff en la fase de clasificación para el Mundial de Chile 1962 y también jugó en la vuelta en el Bernabéu y frente a Marruecos en la siguiente eliminatoria. España logró el billete pero Zoco no entró en la lista definitiva. El dúo Hernández Coronado y Helenio Herrera no confiaron en el navarro, a diferencia del anterior seleccionador Pedro Escartín, que además en su famoso informe que salió a la luz meses antes del Mundial le dedicaba magníficas críticas.

A mediados de 1963 regresó al combinado nacional, ya con Villalonga en el cargo, y se hizo un fijo en el equipo. Su gran compenetración con Fusté en el medio fue clave para que España superase a Irlanda del Norte en cuartos de la Eurocopa de 1964 y llegase a la fase final celebrada en casa. En Madrid primero se deshicieron de Hungría tras una dura prórroga y a continuación en la final se levantó el título después de derrotar a la URSS con el famoso gol de Marcelino. Zoco entraba de esta forma en la historia al ser uno de los protagonistas del primer gran trofeo de la selección.

Ignacio Zoco

Su carrera internacional continuó un lustro más en el que tuvo la oportunidad de disputar un Mundial, el de Inglaterra de 1966. Titular en los tres choques de la fase de grupos ante Argentina, Suiza y Alemania Occidental, los hispanos acumularon dos derrotas y un triunfo ante los centroeuropeos y tuvieron que despedirse del torneo en la primera fase. Tras dos años de ausencia Domingo Balmanya le reclutó para la eliminatoria de cuartos de final de la Euro 1968 contra los ingleses que acabó en eliminación y su último partido lo jugó en 1969. En Lieja la selección se vio las caras con Bélgica, en un duelo a vida o muerte para el Mundial de 1970 que finalizó con derrota y con una tangana entre jugadores españoles y la policía belga.

Tras colgar las botas fue delegado de deportes de la Comunidad foral de Navarra hasta que en 1982 retornó al Real Madrid. Luis de Carlos le nombró directivo del Castilla y a partir de 1996 fue delegado del primer equipo durante dos años y medio. Su última labor en el club blanco y que ha desempeñado hasta la fecha fue la de presidente de la Asociación de Veteranos, puesto al que accedió tras el fallecimiento de Alfredo Di Stéfano.

Estaba casado con la cantautora María Ostiz, con la que tenía tres hijos. Uno de ellos, Jorge, fue futbolista y militó entre otros equipos en el Getafe, Motril, Manchego o Badajoz.

De él dijo Bernabéu tras su partido homenaje que “había sido un ejemplo de honradez, entusiasmo, lealtad y entrega incondicional a los colores del Real Madrid”.

El canterano Fernando Serena inscribió su nombre con letras de oro en la historia merengue un 11 de mayo de 1966. El Real Madrid empataba a uno con el Partizan de Belgrado en la final de la Copa de Europa y a poco más de catorce minutos para el final un formidable chut suyo dio el título a los blancos. Un tanto muy meritorio, teniendo en cuenta que entre sus mejores virtudes no estaba el olfato de gol.

Madrileño de nacimiento, ingresó en las categorías inferiores del Real Madrid en infantiles jugando siempre cerca de la cal. Extremo derecho hábil, de buena punta de velocidad y elegancia en el regate, tenía una enorme facilidad para poner centros precisos con rosca con su pierna diestra.

Fernando Serena Real Madrid

A principios de los 60 jugó en el Plus Ultra en Segunda (filial blanco por entonces,) y poco después se marchó cedido al Osasuna para foguearse en la Primera División. Con los navarros destacó en las temporadas 61-62 y 62-63 al lado de hombres como Zoco y Fusté. Marcó seis y tres goles en la competición doméstica aunque no pudo evitar el descenso de categoría de los rojillos en 1963.

Los dirigentes blancos aprobaron su regreso y tras el verano del 63 fue a todos los efectos futbolista de la primera plantilla dirigida por Miguel Muñoz. Por aquella época Amancio y Félix Ruiz le apartaban del once inicial, y apenas disputó una docena de encuentros entre Liga y Copa. Lo más positivo es que formó parte de un plantel campeón liguero por cuarta vez consecutiva tras superar al F.C. Barcelona en la tabla por cuatro puntos.

Su participación el curso posterior creció al aprovechar las ausencias por lesión de Félix Ruiz. Amancio pasó a la posición del navarro y Serena entró en la alineación base del cuadro blanco en la banda derecha. Firmó seis dianas en Liga, con un recordado doblete frente al Betis, y amplió su palmarés con otro título liguero, el quinto de una etapa hegemónica blanca en el torneo nacional.

Su gran año llegó en la temporada 65-66. En la competición doméstica se repartió los partidos y los minutos con Ruiz y saltó al terreno de juego en 12 ocasiones, logrando un total de dos dianas ante Mallorca y Real Zaragoza. En la Copa de Europa sí disfrutó de más continuidad y, tras jugar ante el Feyenoord en la vuelta de dieciseisavos y el Anderlecht en la ida de cuartos, fue fijo en las semifinales contra el Inter y en la finalísima frente al Partizan. Después de derrotar a los nerazzurri los merengues levantaron el trofeo continental en Bruselas gracias a Serena. El partido iba 1-1 hasta que el madrileño controló un envío de Pachín y soltó un latigazo con la derecha que sobrepasó al arquero plavi Soskic.

Fernando Serena Real Madrid

Sin embargo ese tanto no le sirvió para consolidarse en las alineaciones blancas y, aunque permaneció dos campañas más en las que el Real Madrid alzó la Liga, lo hizo ayudando mayoritariamente desde el banquillo. En la temporada 66-67 jugó once duelos de Liga y fue titular en la Copa Intercontinental que el equipo merengue no pudo llevar a sus vitrinas tras perder por un global de 4-0 frente a Peñarol. Un año más tarde su papel fue menor aún y únicamente tuvo minutos en seis partidos del torneo de la regularidad. Además su despedida no fue la más alegre al disputar su último partido en la final de Copa del año 68, choque que se llevó el Barcelona tras el célebre autogol de Zunzunegui y un arbitraje horrible de Rigo.

Tras su salida de la entidad blanca fichó por el Elche, con el que disputó un par de temporadas en la élite del balompié español, para posteriormente terminar su carrera en el Sant Andreu. Con el cuadro barcelonés fue un fijo durante seis campañas en Segunda División marcando un total de 18 dianas. Pese a que en un par de cursos estuvieron cerca de ascender, en su último año ayudó al Sant Andreu a mantenerse tras doblegar en la eliminatoria por la permanencia al Huesca. Era 1976, momento en el que Serena colgaba las botas con 35 años.

La gran competencia en aquella época en el flanco derecho le impidió ser un habitual de la selección española. Únicamente José Villalonga contó con él para un partido amistoso y por entonces militaba en el Osasuna. Suplente de inicio, salió en la segunda mitad sustituyendo a Collar en un duelo frente a Francia en el Camp Nou que concluyó sin goles.

Posteriormente fijó su residencia en Pamplona y, aunque trabajó en una empresa farmacéutica, no se alejó del balompié al formar parte activa de la Asociación de Veteranos del Club Atlético Osasuna.

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