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Madridistas egregios: Mozart

Madridistas egregios: Mozart

Escrito por: Federico Garcia "Lurker"15 septiembre, 2019
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Acababa de abrir la segunda lata cuando sonó el teléfono. Lo cogí en cuanto me acabé la cerveza y el plato de aceitunas; era el editor de la galerna, algo impaciente:
-Podías tener el móvil más a mano, digo yo.
Sin hacer caso de la excusa que aduje, continuó en el tono de quien no piensa hacer caso de lo que pueda decir su interlocutor:
-Tienes que escribir una de esas chorradas de madridistas egregios. Resulta que a mi suegra le gustan (las suegras son así), y me ha encargado una.
-Los deseos de tu suegra son órdenes, respondí. Al menos, para ti. En un par de semanas te mando algo.
-El caso es que no se trata de una historieta cualquiera. Tiene que ser sobre Mozart. Cosas de la madre que parió a mi mujer.
-No te he oído bien. ¿Quién has dicho?
-Mozart. Wolfgang Amadeus Mozart.
-Me suena, mentí.
-Esmérate, que tengo que quedar bien. No sabes tú qué postres hace mi suegra.
-Descuida, ¿acaso te he fallado alguna vez? Vale, no contestes. Pero tú tranquilo, que en esta ocasión voy a sacar lo mejor de mí.

Me revienta lo que no está escrito que se ponga en duda mi capacidad para rematar un trabajo, así que me puse a la tarea con ahínco y me dejé guiar por el impulso de mi olfato infalible. El nombre lo dejaba bien claro: Wolfgang Amadeus Mozart tenía que haber jugado en algún equipo de la Bundesliga, seguramente en el Borussia de Moenchengladbach, y me atrevería a apostar que hacia el año 1970, lustro arriba o abajo, lo que acotaba la tarea notablemente. Seguramente bastaría con una inspección de mis viejos álbumes de cromos para encontrar todas las claves del personaje.

Tras varias horas de búsqueda infructuosa, en las que revolví todo lo que tenía archivado de varios decenios de fútbol alemán, tuve que rendirme, aceptar el fracaso y pedir ayuda a mi ángel de la guarda:

-Kalinda, por favor, échame una mano, que me estoy jugando mi porvenir en La Galerna. Dame algo de un tal Wolfgang Amadeus Mozart.

Pocas horas después. Kalinda me entregaba un paquete sorprendente, que contenía varios discos en los que junto al nombre que yo le había dado podían leerse otros como Herbert von Karajan o Wilhelm Furtwängler, lo que no hizo más que reafirmar mi primera intuición de que se trataba de futbolistas alemanes, quizá más antiguos de lo que yo había creído inicialmente. En el paquete venía también una película, de un tal Milos Forman.

Procedí metódicamente, como suelo: lo primero, ver la película; después habría tiempo para escuchar los discos. Tengo que decir que la primera parte de la investigación no aportó gran cosa; al parecer, el tal Amadeus era un niñato histérico y chillón, dotado (eso sí) de un notable don para la música y para amargar la vida a un avinagrado Salieri. No parecía que se pudiera sacarle mucho partido para la cuestión madridista; quizá podría decir algo contraponiendo el talento de los jugadores madridistas/Mozart a la torpeza envidiosa de nuestros frustrados rivales/Salieri, pero ahí no había más jugo que extraer.

Se imponía un descanso, unas almendritas y una cerveza antes de proceder a la audición de los microsurcos.

La colección era tan grande que dudaba por dónde empezar; elegí Eine Kleine Nachtmusik, porque me gustó el nombre. No estaba mal: alegre, chispeante, ligero; podría compararse a una buena cerveza belga, bávara o checa: refrescante y sabrosa pero algo falta de cuerpo.

Seducido por los títulos en italiano, acometí la escucha de Don Giovanni, Le nozze di Figaro y Così fan tutte. Tres óperas de una tacada. ¡La virgen! Lo más cerca que yo había estado de una ópera fue una tarde que anduve paseando cerca del palacio real, y la sesión triple me dejó grogui, pero encantado. Puedo compararlo a una noche investigando la producción de las abadías flamencas: Grimbergen, La Trappe, Chimay. Altísima calidad.

Dejé para el día siguiente “La flauta mágica”, que prometía fáciles juegos de palabras con la suerte que siempre tiene el Real Madrid, al que le suena la flauta por casualidad y gana copas de Europa sin querer (y sin merecerlo, claro está), además de dar cabida a una “reina de la noche” que permitiría parodiar la afición (real o inventada) de algunos jugadores madridistas a ciertos locales festivos del Madrid nocturno. Créanme: después de escuchar esa maravilla, no me quedaron ganas de hacer chistecillos sobre nada. Acababa de beberme media botella de un Vega Sicilia o un Château d’Yquem. Les recomiendo que se sometan a la experiencia (de la audición, que es barata; la del château, sólo si pueden permitírselo).

En ese punto de mi investigación, yo ya estaba entregado. Oír esos discos había sido una epifanía, el descubrimiento de un territorio insospechado y bellísimo. La comparación con el Real Madrid se imponía imaginando que alguien alejado del fútbol asiste inesperadamente a la final de la copa de Europa contra el Eintracht de Frankfurt, o a la segunda parte de la final de Cardiff (o al Brasil-Italia de Méjico en 1970, que el Real Madrid no lo es todo).

Quedaban aún muchos discos por sacar de la funda y poner a girar, así que programé una sesión doble para esa tarde: las sinfonías 40 y 41. Placer para saborear despacio, como un buen güisqui con sabor a turba, un Lagavulin o un Talisker, sin hielo, desde luego. O un gran coñac, si usted se inclina en esa dirección.

La obra de Mozart es tan amplia que no queda más remedio que seleccionar y dejar fuera muchas piezas excelentes. Lo mismo le sucede al Real Madrid: es forzoso descartar muchos partidos y muchos trofeos para poder acercarnos a su exitosa historia, que es inabarcable. De modo que reservé dos composiciones para terminar mi tarea investigadora, escribir el artículo y cumplir con mi compromiso y mi deber para con la galerna.

Se trataba de dos obras religiosas, “Ave Verum Corpus” y el “Requiem”.  ¿Con qué puedo compararlas? No hay licor que lo describa. Si me permiten la osadía (sin asomo de irreverencia en ello), diré que debe de ser como beber la sangre de Cristo en la Eucaristía. Son obras sencillamente sublimes. El Requiem tiene un único defecto, y es que dan ganas de morirte para que suene en tu funeral. Parece ser que el propio Mozart decidió no sobrevivirlo. No me extraña.

Hay que ir cerrando estas reflexiones. Permítanme citar una frase atribuida a Oscar Wilde: “La belleza es muy superior al genio: no necesita explicación”. De la música de Mozart puede decirse que es pura belleza y es la obra de un genio; no sé explicarlo ni lo veo necesario.

Tras mi sesuda investigación sobre el encargo que me llovió, he llegado a la conclusión de que Mozart es tan grande que el título de madridista egregio pudiera no cuadrarle por escaso: acaso el músico esté en un nivel superior incluso al del Real Madrid (que me perdonen en la galerna esta blasfemia). Siempre he sospechado que en el cielo suena a diario la música de Bach. Sigo creyéndolo. Pero ahora creo también que los días de fiesta ponen a Mozart.

 

 

Madridistas egregios:

Capítulo 1: Carlos I de España

Capítulo 2: Isaac Newton

Capítulo 3: San Pedro

Capítulo 4: Julio César

Capítulo 5: Alejandro Magno

Capítulo 6: Moisés

Capítulo 7: Agustina de Aragón

Capítulo 8: Mozart

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Yo en el siglo me llamaba Dionisio, como todo el mundo. Fue al abrazar la fe madridista y profesar en la orden de los hermanos galernautas, cuando adopté el nombre de Federico García Lurker. Me gusta ver el fútbol en el bar. Sobre todo, los días de partido.

2 comentarios en: Madridistas egregios: Mozart

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Se pasó ocho años @antoniohualde despotricando de Bale porque no hablaba español. Ahora le parece que Bellingham en cambio bien... aunque tampoco habla español.

Sin embargo, creo que le entiendo, aunque no comparta su texto.

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