Las mejores firmas madridistas del planeta

Era un día como otro cualquiera en Valdebebas. Los jugadores del Real Madrid acudían como cada mañana al entrenamiento a la hora prevista. En el vestuario había buen ambiente. Se hablaba de la lluvia y del italiano académico de Luis Suárez. Algunos buscaban el gol por los rincones. Nada. Ni rastro, de momento, aunque Hazard y Benzema sonreían. Jovic y Mariano silbaban y Mayoral tocaba el cajón. Toni Kroos miraba la escena pintoresca con sus ojos alemanes y movía la cabeza de un lado a otro mientras se atusaba el flequillo. Ramos tocaba las palmas, pero no eran flamencas sino de capitán, de espabile.

Hubo un poco de remoloneo. Isco se levantó del asiento con un ¡ay! susurrante. Vinícius y Rodrygo movían las caderas al son de una samba silenciosa, pero compartida. Marcelo les daba pescozones y Modric se reía con su timbre de mayordomo de Drácula. Al salir del vestuario se encontraron sorpresivamente con el sargento Highway, que les dijo:

Sergio Ramos.

—Soy el sargento Highway. He bebido más agua, he sudado más sangre, he marcado más goles y he despejado más balones que todos vosotros, capullos. Estoy aquí para comunicaros que la vida en el día de hoy, por deseo de vuestro entrenador, tal y como la habéis conocido, ha terminado.

—Yo como delanteros y cabeceo napalm, sargento —dijo Sergio Ramos.

—¡Así me gustan los futbolistas!

—El Real Madrid siempre busca hombres de verdad. La derrota no forma parte de nuestro credo. ¡Vamos, repetidlo!

—¡La derrota no forma parte de nuestro credo!

—¡Más fuerte o la próxima vez que tengáis permiso estaréis jugando en China!

—La derrota no forma parte de nuestro credo!

—¡¡Más fuerte!!

—¡¡La derrota no forma parte de nuestro credo!!

—Hurra…

Sergio Ramos.

—¡Quitaos las camisetas!

—Pero, cómo…!

—¡He dicho que os quitéis las camisetas, o llevamos todos la misma o no llevamos ninguna!

—¿Cómo te llamas, soldado?

—¿Yo? Mariano Díaz, señor.

—¿Y tú?

—Luka Jovic.

—¿Y tú?

—Francisco Alarcón, Isco, señor.

—Muy bien, Marrano, Choni, Cisco… sois guapísimos. Parecéis unos maniquíes, nenas. Quiero ver todas esas cabezas sin mechitas mañana. A vosotros tres, ¿qué os pasa? Me han dicho que Hazard ya se está poniendo a tono, pero, ¿y vosotros? ¿tenéis la regla?

Mariano Díaz.

—A mí me duele la rodilla, sargento —dijo Mariano.

—¿Así que la rodilla, eh? Vamos a correr un poco para ver si se arregla. Diez vueltas al campo. A paso ligero.

—Pero, sargento, es que me duele…

—Ponte a correr ahora mismo o te van a doler las dos.

—¿Y a ti, Luka? ¿Qué te ocurre, hijo?

—A mí nada, sargento.

—He oído que te gusta un poco el espantajo y la mamarrachería, ¿no?

—No entiendo, señor…

—Diez vueltas.

—Sí, señor.

Isco.

—Isco, ¿Y a ti qué te pasa?

—Nada. Yo estoy bien.

—Sí. Ya te veo. Pero hay que reducir un poco esa cintura. ¿No crees?

—¿Sí? Nah… Esto en dos partidos se me ha bajado, sargento.

—Dos partidos son los que vas a jugar tú en la MLS cuando te mande yo allí de una patada. Diez vueltas…

Llega Zidane al entrenamiento.

—¿Qué tal, sargento Highway? ¿Cómo se están portando los chicos?

—Muy bien, Zinedine, estamos conociéndonos. He puesto a esos tres a moverse un poco. Me parece que lo necesitan. Los demás son cojonudos ¿Qué tal han ido las gestiones?

—Pues regular, la verdad. No hay manera de encontrar el gol. Hemos visto alguna oferta, pero son carísimas. El caso es que yo estoy seguro de que se nos perdió aquí, así que por aquí tiene que estar.

—Ese chico de ahí, el 7, lo puede encontrar. Y ese otro de ahí, el 9, lo tiene, seguro… Hay unos cuántos más con trazas, pero tienen que trabajar duro…

—Sí, yo también lo creo —dijo Zidane—. Seguiremos buscando. Gracias por la cobertura. Otro día te vuelvo a llamar, Highway.

—Cuando quieras, Zizú.

—No te habrás pasado con ellos. Que te conozco.

—No, no. Si son majísimos.

—Ah, claro. Por cierto, ¿por qué van sin camisetas?

—Nada, cosas de soldados.

 

Fotografías Getty Images.

 

Estoy algo preocupado. He leído una noticia en As relacionada con el Real Madrid y estoy de acuerdo con el tono. No sé. El tema es Jovic y esa fotografía que ha compartido en la que se le ve acompañado de unos amigos, apoyado en la férula que le protege su rotura en el pie y sin guardar la distancia de seguridad entre personas. Si esa fotografía se hubiera quedado en el teléfono del futbolista, ahora no estaríamos hablando de ella.

La necesidad de compartir (en estos tiempos “compartir” ha rebajado su significado hasta la superficialidad gobernante), de mostrarse, es tan fuerte, que uno, a cada segundo, puede ver a alguien posar. Es como estar apostado en un puesto de caza y no dejar de ver piezas saltar por todos lados. Algo completamente inesperado y extraño.

Hoy todo el mundo se hace fotos y las “comparte”, como si ese “compartir” fuese el acto bueno que se presupone. Pero no lo es la mayoría de las veces. Hoy compartir es una matraca. He de confesar que siento añoranza del revelado. Esas fotos ciegas que imaginabas. Ir a la tienda, entregar ¡el carrete! y volver luego para ver cincuenta fotos por las que llevabas esperando semanas. Al verlas, las seleccionabas. Y no las "compartías". Te las quedabas o, en todo caso, hacías alguna copia para los protagonistas. El mundo de ayer.

Ahora cualquiera, cebollino o no, puede hacer las fotos que quiera y enviarlas para que las vean hasta en Mongolia. Incluso el que no quiere verlas, como puedo ser yo mismo o un pastor mongol. ¿No es un terrible coñazo social, por no dramatizar, que exista un juguete como la fotografía instantánea y la posibilidad de difundirla, también de forma instantánea? Hay demasiada gente haciéndose fotos insustanciales todo el tiempo, mayormente ridículas, y enviándolas por ahí todo el tiempo orgullosa y desaforadamente a discreción.

Yo no pensaba que Jovic pudiera ser uno de ellos. Yo sólo pensaba que era un buen futbolista joven que iba a acabar dando un buen resultado en el Madrid, pero ahora lo pienso menos. No es que su rendimiento haya empeorado, imposible en las actuales circunstancias, pero sí ha empeorado mi estima por él. Se ha resentido mi confianza, lo cual, por otro lado, no significa mucho. Mas bien nada.

Pero yo pienso que si Jovic supiera realmente lo mucho que nos alegramos algunos (o cómo le reivindicó en directo Casemiro, un profesional intachable dentro y fuera del campo) cuando marcó al fin aquel buen gol que dejaba ver al futbolista por el que el mejor equipo de la historia había apostado, o supiera lo que significa ser jugador del Real Madrid (recuerdo lo que contaba aquí ayer Pedro Ampudia sobre Petrovic cuando lo fichó Mendoza [sólo estuvo un año] y se sabía la historia del club y del madridismo como si hubiera nacido en la calle Santiago Bernabéu), no se hubiese hecho, no, mejor, no hubiera “compartido” esa foto que parece la de los Soprano en la puerta de Satriale’s, por la que uno no puede dejar de imaginarles a todos después en el Bada Bing.

Supongo que todavía estoy a tiempo de contemplar el lucimiento en el campo de Jovic, lo malo es que ya he podido comprobar el deslucimiento de su caletre a por el que, cómo no, se han lanzado As y otros, esta vez sin necesidad de apuntar ni de hacer retorcimientos, como yo, dejándome por ello afectado de cierta inquietud.

 

Fotografías Getty Images.

Jovic. Me ha gustado mucho The Last Dance, la fantástica serie documental sobre los Chicago Bulls de Michael Jordan. Entre otras cosas, también por la oportunidad que le brinda al gran público de entender que el deporte profesional al más alto nivel no se reduce a las andanzas de un grupo de niñatos frívolos y multimillonarios. Ahora, por fin, gracias a una gran producción de Netflix, se puede atisbar algo de todo lo trágico y literario que tiene la aventura de unos tipos especiales que libran su guerra de Troya particular cada día de cada mes de cada año, a lo largo de carreras profesionales que siguen, en el caso de los elegidos como Jordan, el arco argumental del héroe clásico. De entre tantas cosas de interés que caben en este documental, me ha llamado la atención la inteligencia emocional del entrenador, Phil Jackson. En particular, el modo en que condujo a Dennis Rodman, hombre difícil cuya leyenda de extravagancia e imprevisibilidad es bien conocida. Y con Phil Jackson, quien me ha venido a la cabeza ha sido Zidane y su manera de afrontar este año los problemas que ciertos futbolistas jóvenes, como Luka Jovic, Vinícius o Rodrygo, están teniendo para adaptarse a la vida en el Real Madrid.

Hay una frase, pronunciada por Jordan en el primer capítulo, que, de memoria, venía a decir algo así como que él jamás permitiría que “ningún tipo en traje” estableciera las normas dentro de la cancha. Que eso era cosa de ellos, de los jugadores. Me trajo a la mente aquello que se hizo célebre con una portada de Marca, en el principio del final del mourinhato, un supuesto choque dialéctico entre Sergio Ramos y el entrenador en el que el defensa le dijo “Míster, al final, si no has sido jugador, es muy difícil”. Ramos aludía a la comprensión por parte del que manda de la psique del deportista. Aquello produjo un ruidoso alboroto porque el momentum era terrible: empezaba a revelarse la fractura interna entre el capitán del equipo e icono madridista, Casillas, y un entrenador al que España le había proclamado una fatwa. Ramos, expresándose con espontaneidad en medio de un entrenamiento, se convirtió en algo así como en un proscrito para legiones de aficionados que desde entonces, ni siquiera con cuatro Copas de Europa (tres, seguidas, levantadas por él, de por medio) le han levantado el castigo de su infinito desprecio.

real madrid

Eran aquellos los días de la meritocracia, una teoría que, como la del igualitarismo en la ciencia política, ha causado estragos, generalmente por las adhesiones doctrinales que suscita. La teoría meritócrata, en esencia, elimina la diferencia entre los individuos, reduciéndolos, si se la lleva hasta el final, a meras unidades reemplazables. El Nuevo Hombre del Mérito nace así como producto de un orden de cosas cuya regla fundamental, diría que única, es un esfuerzo entendido como algo a medio camino de la disciplina marcial y la asunción robótica de unas directrices predeterminadas por la única cabeza pensante. Que naturalmente, es la del entrenador. Gente como Rafa Benítez o el mismo Mourinho han sido los últimos exponentes de esta idea, que, en particular desde el trienio mourinhista, se ha convertido en el Nuevo Testamento para buena parte del madridismo en Internet.

En The Last Dance se nos ilustra el estilo de dirección técnica de Phil Jackson con una anécdota: en mitad de la última temporada de aquel equipo memorable, Rodman le pide a Jackson unas insólitas vacaciones. A punto de colapsar emocionalmente, el jugador requiere una licencia que, desde el punto de vista estrictamente meritocrático, suponía un agravio comparativo con respecto al resto de sus compañeros. Pero Jackson se la concedió. 48 horas en Las Vegas, dos días de desconexión salvaje, un carnaval personal antes de la cuaresma. “Phil me entendía”, confiesa Rodman, años después. “Sabía que yo era diferente”.

baloncesto

Luka Jovic llegó al Madrid el pasado verano precedido por la fama de ser una de las promesas del fútbol europeo. Su precio no se lo ponía fácil, porque ya se sabe la importancia que este detalle tiene sobre la conciencia de los futbolistas: han pagado 60 millones de euros por mí, tengo que demostrar de inmediato que los valgo. Sin hablar una palabra ni de español, ni de inglés, Jovic es un veinteañero serbio que a pesar de su breve trayectoria ya ha conocido la miel y la hiel: su debut como profesional fue marcar, tres minutos después de entrar en el partido, el gol que daba el título de liga al equipo más grande de Serbia, el Estrella Roja de Belgrado. Cuando fichó por el club, siendo un niño, sus padres no tenían el suficiente dinero ni para establecerse en la capital ni para ir y volver entre partido y partido de los juveniles. Naturales de Batar, a seis kilómetros de la frontera serbia, pero en Bosnia, en la república autónoma serbobosnia, el pueblo quedaba demasiado lejos. Así que Jovic se tumbaba entre mantas y almohadas, en la parte posterior del coche, y dormía. Su padre se quedaba fumando toda la noche para calentar el vehículo, aparcado frente al Pequeño Maracaná. Quizá por el recuerdo de aquellas estrecheces, cuando el Benfica se lo llevó a Lisboa, a Jovic se lo tragó la noche. En Frankfurt, la paternidad y los goles lo devolvieron a la senda del futuro al que parecía predestinado como la siguiente estrella del firmamento yugoslavo.

De los goles de Jovic dependían, sobre el papel, muchas de las posibilidades del Madrid en tanto que aspirante renovado a ganarlo todo, después de un año nefando. Su aparente incapacidad para conectarse al juego del equipo, así como su frialdad, algo que tradicionalmente ha gustado muy poco en el Bernabéu, y su bloqueo de cara a portería (un síndrome tan viejo como el mundo entre los nueves de corte clásico como él) han coincidido en el tiempo con dos circunstancias de pésimo augurio: la emergencia del fenómeno Haaland y la dificultad terrible del Madrid para convertir su caudal ofensivo en goles, por lo tanto en puntos. Jovic, una apuesta personal de Zidane, confronta una situación en la que gran parte del madridismo, analógico y digital, en otra muestra más de su veleidad pueril tan conocida, ya lo ha desechado como a un kleenex y clama por un trueque por el delantero noruego del Dortmund.

jovic

Cuando decía que Phil Jackson me recordaba a Zidane era porque el francés no ha parado de repetir, desde que es entrenador, que él conoce a los jugadores. Sabe cómo sienten, cómo respiran y cómo funcionan esas cabezas, tan expuestas a la corriente que regurgitan los medios todos los días. Su trabajo psicológico en esta misma temporada con Vinícius es la última prueba de su liderazgo emocional. Atrapado por los memes en Instagram y por los silbidos de su propio estadio, el brasileño se liberó en parte gracias a unas “vacaciones” concedidas por Zidane: Vinícius desapareció de las convocatorias, sin motivo aparente, entre el final del otoño y enero, momento en el que la irrupción de Rodrygo deslumbró a todo el mundo y las comparaciones se dispararon. Algo semejante le estaba ocurriendo a Rodrygo antes del parón coronavírico. Casualmente, Vinícius llevaba un mes siendo el mejor jugador del equipo, racha triunfal coronada por su gol ante el Barcelona.

De Jovic sólo se puede especular. Pero conocemos a los protagonistas de un drama que todavía no ha terminado. El Madrid no es famoso por esperar a nadie, pero Zidane sí. También hay antecedentes, Higuaín o Marcelo, por ejemplo, dos niños que llegaron juntos y que tardaron mucho en arrancar. Cuando lo hicieron, debieron superar la animadversión y la burla de muchos de sus propios aficionados. Es probable además que el entorno financiero del fútbol después de la pandemia ayude a concederle a Jovic más tiempo. Hace poco reconoció en una entrevista con un medio serbio que se ponía vídeos de cuando jugaba en el Eintracht para entender por qué ahora no mete lo que antes metía con una facilidad tan pasmosa que en el vídeo de su presentación con el Madrid, se vieron ramalazos de Hugo Sánchez. El trabajo mental del “estilo Jackson” (aunque tras lo que ha hecho como entrenador del Madrid, Zidane se ha ganado que diga “estilo ZZ”) no acapara portadas, más bien al contrario: la opinión pública siempre acabará seducida por el aroma dictatorial de los cirujanos de hierro, porque en el fondo de todo aficionado siempre late un pequeño déspota que soluciona todas las malas rachas con cojones y poniéndolos a todos a dar vueltas, sin parar, a un estadio olímpico. Pero si de algo puede servir The Last Dance, en clave madridista, es en hacer entender la tramoya sentimental que mueve el gran espectáculo.

Un jugador, una canción

Luka Jovic- Du Hast

Lamento comenzar con una autocita, pero llevo años sosteniendo que las personas más dañinas para la música son los directivos de discográficas y los etiquetadores. La persona que decide en la sección de discos de cualquier gran superficie qué álbumes van bajo la indeterminada y amplia etiqueta de “pop rock internacional” al menos tiene cierto nivel de perdón, porque ahí cualquiera puede encontrar desde Britney Spears a Simon & Garfunkel y desde Slipknot a Rammstein. El drama viene con la introducción del insufrible adjetivo “alternativo” o “alt”, el insondable mundo de los subgéneros como “groove metal”, “doom”, “stoner” o los fascinantes “post”. Post rock, post punk

Dentro del rock más pasado de rosca surgió el heavy metal, que se apocopó a un simple “metal” (pronúnciese con acento en la e), y los etiquetadores empezaron a generar subestilos, thrash, groove, speed, power, hardcore, grindcore, metalcore o lo que hoy nos ocupa, el industrial metal. Adquiere su denominación de los ritmos machacones de sus percusiones, más próximos al ruido generado por un martillo neumático o una trituradora que a lo que sale de las baquetas de un Buddy Rich o Chick Webb. Igualmente, un tipo de distorsión de guitarras en afinaciones más graves de lo habitual, que bien pudiera evocar el rugido de motores revolucionados de maquinaria pesada.

Entrando en percepciones personales, en cuanto escucho algo de ese estilo sólo me puedo remitir a una de las obras maestras del cine en el siglo XXI, la inefable Pacific Rim. Monstruos alienígenas interdimensionales de proporciones ciclópeas surgen de la fosa de las Marianas, punto más bajo de la Tierra a 11 km por debajo del mar, y atacan las costas asiáticas, australianas y americanas. Para combatirlos, las fuerzas defensoras construyen robots gigantes, tan grandes que deben ser controlados por dos pilotos, pues la capacidad cerebral de un solo individuo sería insuficiente para manejar semejante coloso. Reconoced que es, posiblemente, el mejor argumento de película de la historia.

El caso es que el rock o metal industrial, del que los alemanes Rammstein son máximos exponentes, me recuerda a un gran robot imparable, devastando cuanto encuentra a su paso, capaz de arrasar ciudades enteras y quebrar árboles milenarios como si de cerillas se tratase. Rammstein empiezan fuerte, pues toma su nombre, aunque mal escrito, de la base aérea de Ramstein en la que ocurrió un desastre en 1989 cuando en una exhibición aérea colisionaron en pleno vuelo dos Aermacchi MB-339de la patrulla acrobática italiana Frecce Tricolori, cayendo sobre el público. El sentido del humor nunca ha sido el fuerte de estos chicos, y visto lo visto, la ortografía tampoco. Eso sí, están como regaderas, comprobadlo echando un ojo a sus looks en directo, que sólo podría definir como empleados de siderurgia trabajando en un matadero, o ved  el  vídeo de Ich tu dir weh, para el que el cantante, Till Lindemann, se perforó una mejilla para introducir en su cavidad bucal un cable con un led y que esta pareciera iluminada. Sentido del espectáculo tienen, no lo neguéis.

Musicalmente, ofrecen un sonido denso, sólido y sin concesiones, que va desde una concepción clásica del rock duro, hasta, en ocasiones, un producto más rayano en el dance, merced a bombos sonando en cada uno de los tiempos de un compás de 4/4, el clásico, y ahora viene el inevitable toque pedante, four on the floor. Contundencia machacona, dicho sea, sin ánimo de crítica, más cercano a un martillo neumático, como se ha referido, mientras que las guitarras distorsionadas aportan un muro de decibelios que casa perfectamente con el ambiente que quieren crear. El medio natural en el que brilla Rammstein es el directo. Sus espectáculos son siempre impactantes, provocadores, polémicos en algunas ocasiones, efectistas hasta el infinito. Consiguen crear un ambiente como de fundición de la cuenca del Ruhr, no en vano el mencionado Lindemann es experto en efectos especiales y obligó al resto de miembros de la banda a certificarse para el manejo de material pirotécnico. Un show de estos chicos es una mascletá a la alemana, algo difícilmente olvidable, en el que la música es igualada en importancia por lo visual, que, todo sea dicho, acompaña con gran acierto cuanto está saliendo por los altavoces, que en absoluto es, salvo excepciones, malo.

Su tema más conocido, Du Hast, es la banda sonora que resuena en mi cabeza cuando pienso en Luka Jovic. Su físico y la potencia que en algún momento ha apuntado contribuyen a otorgarle ese carácter más mecánico que humano. Su manera de correr, muy erguido, y su gesto de no hacer prisioneros lo dotan de un aire schwarzennegeresco, si se me permite el término. Quizá por su timidez y su escasa tendencia a la sonrisa, hay quien pudiera identificarlo con un Terminator o con el Soldado Universal. El asunto es que sale al campo con cara de ir a arrasar todo a su paso y en el fondo todos sabemos que lo hará, eso sí, sin convertirse en mercurio, pues el polimorfismo no es algo que nos haya mostrado todavía.

Llegó avalado por un temporadón en el que rozó la treintena de goles en el Eintracht de Frankfurt, club de grato recuerdo por haber sido el rival del Madrid en la mejor final de Copa de Europa de la historia.

Deseando estoy verlo en una serie de seis o siete partidos seguidos en los que cuente con más de un cuarto de hora y su papel no se limite a dar descansos a Benzema y sólo juegue más minutos cuando hay que remontar, con balones colgados con más voluntad que tino por mor de la ansiedad. Es más, quisiera verlo jugar junto a Benzema de manera sostenida, pues las virtudes de ambos parecen enormemente complementarias.

Me da igual que las cifras del serbio arrojen dos goles nada más, que se le note desconectado del juego o que esté pasando por un más que razonable tiempo de adaptación. Jovic es un delantero moderno, rematador clásico, sí, pero con movilidad por mucho que su medio natural sea el área.  Hasta la primera vez que lo vi, nunca había sido testigo de que un compañero de equipo celebrase un gol por el mero hecho de que un compañero recibiera el balón, por muy ventajosa que fuera su posición. Sí, tal es la fe que le tenían, porque esa frialdad que exhibe, rayana en la inexpresividad, es rasgo de los grandes villanos mecánicos de las películas de ciencia ficción. Lo habitual es que ese aspecto se comparta con la casi invencibilidad, o al menos, una notabilísima capacidad destructiva. Mantengo mi fe en ella y en don Luka, la misma que tenían en él los jugadores del Eintracht, la misma que no tardarán en tenerle sus actuales compañeros.

 

Un jugador, una canción

1-Sergio Ramos – Dazed and confused

2-Karim Benzema – Aint’t that a kick in the head?

3-Luka Modric –  Dark Side of the Moon

4-Lucas Vázquez Neon

5-Raphaël Varane -Suck my kiss

6-Rodrygo Goes – Shout it out loud

7-Toni Kroos Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band

8-Gareth Bale - Master Of Puppets

9-Nacho - Overkill

10-Isco - Dance of Eternity 

11-Valverde -The Trooper

12-Thibaut Courtois - Layla

13- Ferland Mendy- Graceland

14- Carlos Casemiro - Regret

15- Marcelo Vieira - The Spirit Of Radio

16- James Rodríguez- Days

17- Eden Hazard- Life on Mars

18- Mariano Díaz- On the outside

 

A estas horas de la madrugada a las que escribo, aún no se ha disipado el humo de los disparos al delantero serbio. Me he acordado de un amigo cazador que se ufana de no haber cazado nunca. Dice que lo que le gusta de cazar es estar en el campo, en silencio, con su escopeta y su atuendo de atrezo y contemplar y escuchar la naturaleza. Y luego el almuerzo y el ambiente y los amigos. Dice que lo más cerca que estuvo de cazar fue cuando vio un ciervo a cincuenta metros durante tres segundos, cuando ni siquiera tenía el arma cargada, ni ganas.

Mi amigo es una especie de Thoreau al que le gustaría construirse una cabin en medio del bosque y ver pasar la naturaleza sentado a la puerta. Es el mismo caso de la prensa deportiva española, mayormente, salvo cuando el ciervo es del Real Madrid. Como Jovic es del Madrid han disparado a discreción nada más verlo. Han visto blanco y han tirado. Un poco, también, como cuando en las batallas antiguas los pelotones de fusileros esperaban la señal de su capitán para abrir fuego y alguno de ellos, superado por el miedo, apretaba el gatillo antes de la orden, provocando la discreción no planeada.

Toda esta historia de Jovic no parece muy edificante, pero, sobre todo, no se ve bien como para disparar de esa manera tan loca. El gobierno de Serbia ha denunciado penalmente a varios deportistas internacionales por regresar a su país saltándose las normas, según ha declarado el ministro del Interior, pero no menciona ningún nombre. Al mismo tiempo, el diario Blic, uno de los de mayor tirada de Belgrado, afirma que Jovic se fue de fiesta por la ciudad para celebrar el cumpleaños de su novia.

En España, el inefable espacio Deportes Cuatro lanzaba al mediodía el siguiente tuit: “Luka Jovic se salta la cuarentena impuesta por el Madrid y se marcha a Serbia”, al que seguía otro: “Los medios serbios aseguran que Luka Jovic se fue ‘de fiesta por Belgrado’ tras regresar a su país: ‘Es irresponsable’”. El mundo sumido en una crisis sin precedentes y este “irresponsable” y “millonario” madridista poniendo en peligro a la humanidad confinada y angustiada y recelosa.

Pero resulta que el tuit de Deportes Cuatro era falso. Era mentira, como también está por demostrarse la veracidad de la información de Blic. Resulta que el Real Madrid le había dado permiso a su jugador para marcharse y pasar la cuarentena en su casa. No parece probado que se fuera de fiesta en Belgrado (se marchó para estar con su mujer y su hijo recién nacido, según ha declarado el protagonista), puesto que en Belgrado rige la prohibición total de salir a la calle. El propio Jovic explicaba que había cometido un error al salir a comprar porque pensaba que era como en Madrid, donde sí se permite hacerlo. El resto de las informaciones parecen más bien tangenciales, como la denuncia del gobierno serbio.

Demasiada niebla. No está nada claro qué es lo que ha hecho en realidad el futbolista, salvo confundirse al salir a comprar, si es que salió a comprar. Habría que averiguar que es lo que hizo antes de disparar. El jugador serbio viajó el jueves, además, cuando todavía no se había decretado el estado de alarma en España. Puede ser discutible la excepción de permitirle salir del confinamiento en el que están todos sus compañeros, por mucho que la prueba del virus hubiera salido negativa, y menos a sabiendas de su largo período de incubación.

De cualquier modo, la visibilidad ha sido lo suficientemente escasa durante el día, y lo es a estas horas en las que termina, como para ponerse a disparar de esa forma enloquecida, dejando, además, pasar de largo otras piezas similares sin explicación y generando todo ese ruido y alarma, alimentando los malos ánimos de la que ya existe, dirigidos a  quien parece ser siempre el objetivo de algunos a los que no les importa ni el momento ni las consecuencias de sus desmanes.

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