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Juanito y los argonautas

Juanito y los argonautas

Escrito por: Miguel Espinosa García de Oteyza2 abril, 2023
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Aquel jueves 2 de abril —fecha luctuosa en el almanaque blanco—, Madrid amaneció con las calles mojadas y el cielo entoldado y gris.

Tras levantarme sobresaltado por el estrépito metálico del despertador, mientras me lavaba la cara, todavía algo aturdido, la radio espetó la noticia a bocajarro: "Esta madrugada ha fallecido en un trágico accidente de tráfico, el exjugador del Real Madrid Juan Gómez, Juanito..."

Y como si hubiera palpado la piel húmeda de un reptil un escalofrío me recorrió el espinazo.

Al salir de casa, para cerciorarme de lo que había oído, eché un vistazo a las portadas de la prensa deportiva en un kiosco de la calle Serrano, pero como el suceso aconteció de madrugada los periódicos no se hicieron eco de la noticia. Apenas faltaban dos semanas para los fastos de la Exposición Universal de Sevilla. Sin embargo, durante el trayecto en autobús,  apretujado entre la gente, me lo confirmó el lamento de un pasajero al que oí suspirar:

—Pobre Juanito...

Y al arribar a Torre Europa, desde el amplio ventanal, contemplé el Bernabéu con una extraña sensación de orfandad.

Santiago Bernabéu desde Torre Europa

Sólo unos días antes del fatídico accidente, una gitana, tras leerle la palma de la mano, auguró a Juanito que moriría joven. Por eso acababa de hacerse un seguro de vida con su amigo el exárbitro Joaquín Ramos Marcos. Ahora que empezaba a sentar la cabeza...

Yo entonces trabajaba en el departamento comercial de la Compañía British Life, filial de Scottish Provident en España, ubicada en el edificio Torre Europa, y desde la séptima planta del majestuoso rascacielos divisaba cada jornada el Bernabéu. A priori, nada hacía presagiar que lo que aconteció esa lluviosa noche de primavera sería recordado por los aficionados al fútbol después de tantos años.

Las luces de las farolas titilaban a lo largo del Paseo de la Castellana y como siempre que había partido una riada de vehículos y una marea humana confluían en los aledaños del estadio. Jugaban el Madrid y el Torino el encuentro de ida de semifinales de la Copa de la UEFA y la entrevista con aquel cliente pejiguero y puntilloso interesado en participar en un fondo de inversión se había prolongado más de la cuenta.

Sólo unos días antes del fatídico accidente, una gitana, tras leerle la palma de la mano, auguró a Juanito que moriría joven. Por eso acababa de hacerse un seguro de vida

Cuando, por fin, me liberé de él en el espacioso vestíbulo de la oficina, consulté mi reloj y advertí que apenas faltaba media hora para que arrancara el partido. Tras enfundarme la gabardina apresuradamente, bajé en el ascensor, crucé la puerta giratoria y nada más salir a la calle, dando una carrera, conseguí alcanzar el autobús por los pelos.

A contracorriente de los coches que se dirigían al campo, atrapados en un gigantesco atasco, llegué a tiempo al apartamento donde residía, en la calle Don Ramón de la Cruz, para presenciar el partido por TVE, con los comentarios, siempre sobrios y ponderados, de José Ángel de la Casa. Nada que ver con los locutores hiperventilados de hoy en día que me ponen la cabeza hecha un bombo.

Aunque los transalpinos se adelantaron en el marcador por medio de Casagrande —tras un error de Buyo—, el Madrid remontó con goles de Fernando Hierro y Gica Hagi, el “Maradona de los Cárpatos”.

Real Madrid Torino Hierro y Martín Vázquez

Más allá del aliciente —o el morbo— de volver a ver en el Bernabéu a Rafael Martín Vázquez, uno de los ex integrantes de la Quinta del Buitre, entonces en las filas del conjunto turinés, el duelo no hubiese pasado a la historia de no ser por la presencia esa noche en  el coliseo blanco de Juan Gómez, que por aquellas fechas entrenaba al Mérida y había acudido a la capital acompañado por el preparador físico del equipo, Lolino, y de algunos jugadores de la plantilla —Pepe Pla, Ricardo y  Echevarría—, como si estuviera enganchado al Real Madrid con el que mantenía un idilio apasionado y tortuoso, una suerte de amor fou.

Aquella tarde, como siempre que había partido, el Lancaster estaba muy concurrido. El pub, situado frente al Bernabéu, en el número 113 del Paseo de la Castellana —hoy un Lounge Bar— era propiedad de Goyo Benito y lo frecuentaban algunos veteranos del Madrid: Del Bosque, Camacho y Gordillo, entre otros, que solían pasarse por el local antes o después de cenar en La Dorada. Aunque a la hora del almuerzo el Lancaster servía un suculento cocido, por las tardes se llenaba de yuppies engominados que se acodaban en su barra acolchada con un whisky on the rocks en la mano. Yo mismo, más de una vez, me había dejado caer por ahí al salir del despacho.

Goyo Benito y Juanito

Cuando Juanito se abrió paso entre los clientes del establecimiento, acompañado de su séquito, envuelto en la luz tenue que esparcían las tulipas y las volutas azuladas del humo de los puros, atrajo las miradas de la gente y, como si se hubiera detenido el tiempo, se hizo un breve silencio seguido de un murmullo de fascinación. Tras saludar efusivamente a algunos exjugadores merengues, Juanito se sentó a una mesa con ellos sin que los aficionados dejasen de asediarlo: cuando no le daban palmaditas en la espalda, le pedían hacerse una foto con una cámara polaroid junto a él o que estampara su rúbrica en un posavasos de cartón o en una servilleta de papel.

Al cabo de un rato, cuando se aproximaba la hora del partido, Juanito, seguido por sus pupilos, se dirigió al campo, donde tras darse otro baño de masas, atendió a la prensa escrita, a la televisión y a diversas emisoras de radio y, una vez concluido el encuentro, bajó a saludar a sus excompañeros al vestuario.

Pasada la medianoche y tras cenar frugalmente —al día siguiente tenían entrenamiento vespertino—, la expedición partió con destino a Mérida.

Juanito y Lolino se desplazaron en un Peugeot 405, propiedad del presidente del club, José Fouto, que canceló el viaje a última hora por asuntos laborales, cediéndoles el vehículo, mientras Pepe Pla, Ricardo y Echevarría iban conversando animadamente en un Opel Calibra, todavía excitados por todo lo vivido esa noche en la capital —el Míster les había presentado nada menos que a Alfredo Di Stefano—.

Juanito Fouto Mérida

Juanito condujo el automóvil hasta que se detuvieron en una gasolinera a llenar el depósito y tras repostar, como si tuviera que cumplir los designios de su destino, le pidió a Lolino que lo relevara al volante, mientras él, arrellanado en el asiento del copiloto, aprovechó para repasar las notas que había tomado durante el partido antes de dar una cabezada.

La lluvia crepitaba intensamente en el parabrisas a la vez que un manto de niebla iba extendiéndose como un velo de tul sobre la carretera de Extremadura.

Alrededor de las dos de la madrugada, a la altura de La Calzada de Oropesa, todavía en la provincia de Toledo, cuando apenas faltaban tres kilómetros para llegar a Cáceres, un camión de alto tonelaje chocó aparatosamente contra la mediana y tras perder los troncos de madera que transportaba en el tráiler fueron a parar a la calzada.

Otro colega suyo, que circulaba en sentido contrario, en un camión con matrícula de Portugal, se detuvo en el arcén para socorrerlo.

Instantes después, el vehículo en que viajaban los jugadores del Mérida, logró esquivar los troncos esparcidos por el piso resbaladizo, sin embargo, el coche de Lolino, aunque zigzagueó para salvar los obstáculos, no pudo evitar empotrarse contra la esquina trasera del camión luso estacionado en la carretera.

El preparador físico del Mérida, con diversas heridas y contusiones, salvó la vida milagrosamente pero el infortunio se cebó con Juanito que falleció en el acto mientras dormía soñando acaso con entrenar al club de sus amores algún día.

Juanito falleció en el acto mientras dormía soñando acaso con entrenar al club de sus amores algún día

Pepe Pla oyó el golpe sordo del choque y vio a través del espejo retrovisor un resplandor en la oscuridad. Nada más frenar en seco, sus compañeros corrieron por el arcén hasta donde se produjo el siniestro y volvieron despavoridos, envueltos en la niebla, llevándose las manos a la cabeza como si hubieran presenciado una película de miedo.

Habituado a driblar defensas rivales, esa aciaga noche, Juanito no fue capaz de sortear el camión detenido junto a la cuneta porque estaba dormido."El Supersónico Juanito Gómez" murió como vivió: deprisa... y por la banda derecha.

El Peugeot 405, reducido a un amasijo de hierros retorcidos, fue trasladado a un taller de Lagartera antes de terminar en el desguace.

Peugeot 405 Juanito

En el interior del vehículo, sobre la tapicería perlada de agua de lluvia, entre los cristales rotos, había unos papeles arrugados y caóticos: las notas tomadas por Juanito sobre el encuentro y las fotografías desperdigadas de una mujer y unos niños.

Los restos mortales de Juanito fueron conducidos a la morgue de Talavera de la Reina, siendo posteriormente enterrado en el cementerio de su Fuengirola natal, entre vítores y aplausos, con honores casi de Jefe de Estado.

Al sepelio multitudinario —casi sesenta mil personas desbordaron el camposanto— acudió la plana mayor del Real Madrid, con su entonces presidente Ramón Mendoza a la cabeza.

El ataúd, cubierto por las banderas de los equipos en los que había militado Juanito, y un capote, obsequio del torero Antonio José Galán, fue sujetado a hombros por los jugadores del Mérida y el Real Madrid, cuyos rostros desencajados reflejaban su aflicción.

Fuengirola era un mar de lágrimas, en los edificios oficiales las banderas ondearon a media asta y cerca de trescientas coronas de flores fueron enviadas a la localidad malagueña, convertida ese día en el rompeolas de España.

"El Supersónico Juanito Gómez" murió como vivió: deprisa... y por la banda derecha

Hay en la muerte de Juanito cierta similitud con la del mito griego de Jasón y los argonautas, quien, tras no pocas vicisitudes —lidiar con una serpiente gigantesca, batallar con los guerreros spartoi, derrotar al minotauro— habiendo obtenido el ansiado vellocino de oro, cuando duerme plácidamente rememorando sus hazañas en la embarcación Argos, varada en la orilla de la playa, el mástil de madera podrido cae sobre su cabeza matándolo ipso facto, como los troncos que se interpusieron en la carretera aquella lluviosa  noche mientras dormía nuestro protagonista.

La vida de Juan Gómez no fue un camino de rosas... Hijo de un albañil, tras destacar en Los Boliches de Fuengirola, con apenas quince años, el verano del 69 fichó por los juveniles del Atlético de Madrid. Hospedado en una pensión de la calle Ballesta, junto a una casa de lenocinio, el imberbe Juanito, además de iniciarse en otros juegos prohibidos, soñaba día y noche con alcanzar la gloria, sin embargo, una rotura de tibia y peroné lo tuvo en el dique seco casi un año.

El club colchonero optó por deshacerse de él y fue a parar con sus huesos al Burgos, que militaba en segunda división, donde cuajó una campaña magnífica. Tras subir a primera, Juanito volvió a verse las caras con el club de la ribera del Manzanares,  que le había dejado en la estacada, endosándole tres goles, como si de un acto de justicia poética se tratara.

Juanito Burgos

Juanito tenía el instinto de ajustar cuentas con quien hería su amor propio. Era su naturaleza. Como la del escorpión soltar un picotazo. En la ciudad de la Catedral dejó alguna muestra de su carácter indómito. Mientras hacía la mili, se fugó del cuartel para disputar un partido en el Plantío. Y fue condenado por sus superiores a pasar una temporada entre los muros del calabozo.

Hasta que el verano del 77, desoyendo los cantos de sirena del Barcelona,  que también había entrado en la puja, cumplió su sueño dorado: jugar en el Real Madrid.

En la casa blanca vivió una década prodigiosa, empañada, eso sí, por algunos episodios que le granjearon fama de jugador conflictivo.

Juanito valla Bernabéu

Cinco ligas, dos Copas de la UEFA, una Copa del Rey y el Trofeo Pichichi, adornaron su palmarés, pero se le resistió, como a tantos otros, la codiciada Copa de Europa, aunque estuvo a punto de alzarla, llegando a la final disputada el 27 de Mayo del 81 en el Parque de los Príncipes de París.

El Madrid acudió a aquella cita dirigido por Vujadin Boskov, el peculiar entrenador serbio que legó a la posteridad una verdad tautológica: "fútbol es fútbol".

Enfrente, el Liverpool del carismático Bob Paisley —exminero, combatiente en la Segunda Guerra mundial en la batalla del Alamein, discípulo aventajado de Bill Shankly—, que contaba en sus filas con el balón de oro Kevin Keegan.

Tras un partido muy táctico, los diablos rojos se impusieron al Madrid de Los García con un solitario gol de Allan Kennedy en el minuto 81 y la orejona fue a parar a las vitrinas del conjunto inglés. Fue la tercera para Paisley, mientras nuestro hombre se quedaba con la miel en los labios...

Pero como era tan supersticioso echó la culpa a la mujer de Santillana por presentarse en la ciudad del Sena vestida de amarillo.

—A quién se le ocurre... —le reprochó a su amigo Charly, con el que formó una dupla letal aquellos años.

Extremo derecho habilidoso y veloz, dotado de un vertiginoso cambio de ritmo, reconvertido con el paso del tiempo en centrocampista por su enorme visión de juego y su técnica depurada, futbolista de raza y casta, Juanito tenía duende y siempre que se ataba las botas era para ganar, pero, sobre todo, será recordado por liderar, con sus encendidas arengas y su entusiasmo contagioso, las conjuras del vestuario para remontar eliminatorias imposibles, la antesala de aquellas noches mágicas en las que la hinchada merengue llevaba al equipo en volandas en medio de una atmósfera paranormal y el miedo escénico atenazaba a los visitantes del Bernabéu.

Juanito tenía duende y siempre que se ataba las botas era para ganar, pero, sobre todo, será recordado por liderar, con sus encendidas arengas y su entusiasmo contagioso, las conjuras del vestuario para remontar eliminatorias imposibles

Lo que se ha dado en llamar "el espíritu de Juanito", que bien podría sintetizarse en la tan cacareada frase que el astro blanco le soltó en un italiano macarrónico al capitán del Inter de Milán, Graziano Bini, tras caer el Real Madrid en el Giuseppe Meazza: "Noventa minuti en el Bernabéu son molto longo".

Y vaya si lo fueron...

Real Madrid, el hábito de la épica

De sangre caliente, noctívago, lenguaraz, pendenciero... envió al veterano Helenio Herrera "al asilo" por ningunearlo la víspera de un clásico y llevó a los tribunales a José Luis Núñez por acusarle de ir dejando mujeres embarazadas por las esquinas.

En un partido de Copa de Europa, tras ser eliminado el Madrid por el Grasshopper de Zurich, zarandeó e insultó al colegiado alemán Adolf Prokop en el túnel de vestuarios.

Y escupió a su excompañero Uli Stielike, con el que mantuvo un duelo a cara de perro sobre el césped cuando el germano militaba en el Neuchatel suizo. Sus rencillas venían de lejos, aunque con el paso de los años ambos se reconciliaron en Marbella.

el espíritu de Juanito bien podría sintetizarse en la tan cacareada frase que el astro blanco le soltó en un italiano macarrónico al capitán del Inter de Milán, Graziano Bini, tras caer el Real Madrid en el Giuseppe Meazza: "Noventa minuti en el Bernabéu son molto longo"

Vistiendo la camiseta de la Selección, durante un partido de clasificación para el Mundial de Argentina 78, disputado en el estadio del Estrella Roja de Belgrado —el pequeño Maracaná—, ante más de ciento veinte mil enfurecidos espectadores —el Mariscal Tito decretó la jornada festiva— al ser sustituido en las postrimerías del encuentro, dirigiéndose a la tribuna, bajó el pulgar y recibió un botellazo en la testa que le hizo perder el conocimiento.

"Cabezón", le motejaron jocosamente desde entonces sus compañeros.

Pero el lado más oscuro e irracional de Juanito afloró con toda su crudeza en el estadio Olímpico de Múnich cuando su carácter volcánico entró en erupción y, presa de un arrebato, pisó la cabeza al centrocampista del Bayern, Lothar Matthäus.

La UEFA le impuso un severísimo castigo: cinco años sin disputar competiciones internacionales.

Pese a que días después se disculpó regalándole un estoque y una muleta al jugador bávaro para desagraviarlo, el Madrid no tuvo más remedio que indicarle la puerta de salida al finalizar la temporada.

Juanito y Matthaus

Recaló entonces en el Málaga, y ahí jugó dos años, el primero en segunda división,  contribuyendo decisivamente al ascenso del club a la categoría de honor, en la que de nuevo dejó destellos de su clase, marcando un gol sublime de vaselina a su excompañero Buyo que festejó dando una voltereta sobre la hierba de la Rosaleda.

Fue precisamente en el estadio del Málaga donde "El Genio de Fuengirola" colgó las botas.Le cortó literalmente la coleta otro genio, en este caso de la Tauromaquia,  "El Faraón de Camas", su gran amigo Curro Romero.

Juanito y Curro Romero

Torero frustrado, de vestirse de luces, la muerte probablemente le hubiera sorprendido en el ruedo arrimándose a un morlaco.

Porque estaba llamado a vivir pericolosamente, ese era su sino: flirtear con el abismo, como si lo que secretamente palpitara en él fuera el deseo de perpetuarse, de ser eterno e inmortal.

Sin embargo, Juanito no podía vivir sin el fútbol. Era su pasión. Y soñaba con volver al Madrid por la puerta grande. Por eso se hizo entrenador.

En realidad, el presidente del Mérida le ofreció el puesto primero a Camacho, pero el exlateral blanco lo rehusó, sugiriéndole a Pepe Fouto que se lo propusiera a Juan Gómez, su amigo del alma, que estaba sin blanca.

—Estoy tieso— había confesado el de Fuengirola abriéndose en canal en una entrevista concedida a El País.

Y es que Juanito no sólo había invertido mal sus ahorros, también tenía un agujero en la mano.

Juanito no podía vivir sin el fútbol. Era su pasión. Y soñaba con volver al Madrid por la puerta grande. Por eso se hizo entrenador

Icono del madridismo, ni Alfredo Di Stefano ni Paco Gento ni el "El brujo Amancio", todos ellos presidentes de honor del Club; ni la Quinta del Buitre ni Pedja Mijatovic, autor del gol de la Séptima; ni los Galácticos ni la BBC ocupan un lugar tan preeminente como Juan Gómez en el santoral blanco. A pesar de sus desvaríos, de sus cruces de cables, de sus salidas de pie de banco.

Tal vez la explicación sea que la mayor virtud de Juanito: la pasión, fue también su mayor defecto e incluso su perdición.

Sin embargo, la afición merengue supo descifrar perfectamente ese oxímoron. He ahí el busilis del asunto.

Quizás esa efigie erigida en su honor en la soleada tierra que le vio nacer, Fuengirola, simbolice lo que afirmó C. S. Lewis: "Somos como bloques de piedra y los golpes del cincel del escultor que tanto nos lastiman, también nos hacen más perfectos".

Efigie Juanito Fuengirola

Juanito había ido moldeando su carácter, madurando como persona, desbastando su lado más rudo, áspero y primario. Estaba ilusionado con su nueva faceta entrenador. Era la oportunidad de redimirse.

Si pudiese rebobinar, si consiguiera dar marcha atrás, no cometería tantos errores. Esa fue la enseñanza que intentó transmitir a sus jugadores. Pero para él ya era tarde... Lo dijo el púgil argentino Óscar "Ringo" Bonavena: "La experiencia es un peine que la vida te regala cuando te has quedado calvo".

Su otro yo, sus dichosos prontos, sus arrebatos, le jugaron una mala pasada. Aunque en palabras de Jorge Valdano: "Todo el mal que hizo Juanito a lo largo de su vida no abarca ni un minuto".

La ira es una locura de corta duración.

A pesar de ser tan visceral —o quizás por eso—, Juanito tenía un corazón que no le cabía en el pecho.

Jorge Valdano: "Todo el mal que hizo Juanito a lo largo de su vida no abarca ni un minuto"

Siendo entrenador del Mérida, el día después de Reyes, se presentó en el entrenamiento con un montón de bolsas de juguetes para los hijos de sus jugadores, a los que nunca permitió pagar ni una caña.

—Cuando seas un crack —les decía al tiempo que se llevaba la mano al billetero— ya me invitarás...

Un día, paseando por las calles empedradas de la ciudad romana en compañía de Santiago Cañizares —a la sazón su joven guardameta en el Mérida—, se desató una tormenta y, bajo el diluvio, Juanito compró a una vendedora de lotería todos los cupones para que se cobijase en su casa.

Aunque si con alguien nunca se entendió —uno era noble y el otro taimado, como recientemente ha quedado demostrado— fue con el siniestro José María Enríquez Negreira.

No sólo porque fue el único árbitro que lo expulsó dos veces a lo largo de su carrera deportiva —ambas por protestar— sino también porque jamás comprendió el motivo por el que demoró deliberadamente dos minutos el inicio de la segunda mitad en el Molinón —todos los encuentros debían empezar a la misma hora—, aquella lluviosa tarde —de infausta memoria para el madridismo— en la que al club merengue se le escapó el título de liga la última jornada de la temporada 80-81 en favor de la Real Sociedad.

¿Acaso porque así disponía de una bala de plata al final del partido?

Nunca se sabrá...

Negreira JuanitoJuanito y los argonautas

Lo que sí sabemos es lo que opinaba Juanito por aquel entonces—adelantándose a todos—, del turbio colegiado catalán.

—De Enríquez Negreira, no quisiera ni oír hablar... —manifestó clarividentemente en una entrevista concedida al ABC allá por 1.985.

Con la muerte de Juanito, también moría algo de mí y de aquella época en la que yo escuchaba el fútbol en vilo con un transistor pegado a la oreja en Radio Intercontinental, donde Héctor del Mar, "El hombre del gol", un locutor argentino afincado en España, narraba los partidos con su acento porteño y su voz vibrante y sincopada.

"Puma" Santillana, "Macho" Camacho, "Cámara Lenta" Del Bosque, "Hacha Brava" Benito, "Tanque" Stielike y, cómo no, "Supersónico" Juanito Gómez, eran algunos de los apodos con los que se refería a aquellos jugadores legendarios que forman parte de nuestro imaginario colectivo.

Aquellas ligas de hombres extraordinarios...

Con el paso de los años, el mito y la leyenda de Juan Gómez, lejos de desvanecerse, se ha ido agigantando, y todavía hoy, el fondo sur del Bernabéu, cada partido, en el minuto 7 —el número del dorsal que Juanito lució en su camiseta blanca—, le rinde tributo, coreando su nombre e invocando su espíritu.

—Illa, illa, illa, Juanito Maravilla.

Más de treinta años después de aquella lluviosa noche en la que alguien —ay— nos robó el mes de abril...

 

Getty Images.

5 comentarios en: Juanito y los argonautas

  1. Aquella noche murió un genio y porque no una buena persona y el que suscribe por la edad testigo de su aportación en tantos partidos de nuestro REAI MADRID.
    Un EXTRAORDINARIO E INIGUALABLE JUGADOR
    Gracias Juan y descansa en paz

  2. La luz comienza a nacer despacio en el cielo burgalés en una aurora tranquila y silenciosa. Hoy es Domingo de Ramos. Comienzo a repasar la prensa matutina lleno de recuerdos de niñez, de procesiones repletas de chavales siguiendo el paso de ‘Jesús en la Borriquilla’. En la plaza aledaña a nuestra majestuosa catedral, agitábamos nuestros ramos mientras el obispo los bendecía en una ceremonia que se repetirá dentro de unas horas una vez más, un año más. Pero aquel niño ya no estará.
    Llego a las páginas de deportes del Diario de Burgos y leo la crónica del partido que se disputó ayer, en un Plantío a reventar, entre el equipo local y el Racing de Santander. Desde que el Burgos ha conseguido el ansiado ascenso a la Liga Smartbank -no había nombre más ‘cybernético’ que poner a la ‘Segunda División’ de toda la vida- en la localidad castellana se respira otra vez fútbol por los cuatro costados. En un emocionante encuentro, el cuadro burgalés se impuso por 2-1 ante los más de 2.000 cántabros que asistieron en directo al duelo en lo que casi ya es un derby regional. Y lógicamente, aquí todos soñamos ya con el playoff de ascenso.
    Abro La Galerna, lugar de referencia para todos los madridistas con buen gusto, y leo el excelente texto de Miguel Espinosa García de Oteyza sobre la figura de Juan Gómez, Juanito. Entonces ya sí que mi mente me convierte completamente en un niño y mi memoria me abruma. Hay que ser de Burgos y haber vivido aquí aquellos años para ‘sentir’, y creo que este es el verbo más apropiado, lo que significó la figura de Juanito en el entorno sociológico local. En una ciudad que, aunque todavía mantenía ese tono gris asociado al color caqui y al negro con alzacuello, crecía de manera un tanto rápida y desordenada gracias a su pujante industria, el tener un equipo en Primera División y contar con una figura que acaparaba el interés futbolístico de todo el país otorgaba el salto de calidad necesario para que nos sintiéramos importantes dentro de una modernidad que ‘ya llamaba a la puerta’ y a la que había que subirse si no queríamos quedar apartados de la nueva España.
    Pero si nos atenemos a los temas futbolísticos, aquí sí que hay que montarse en el tren de la pubertad y sentarse en la grada de El Plantío para disfrutar de las diabluras de un jugador irrepetible, no solo por su calidad, que de esos ha habido muchos, sino por su personalidad y carisma.
    Tendría yo unos 8 años cuando, jugando al fútbol en la calle con un compañero de clase, unos amigos se dirigieron a nosotros y nos dijeron: “¿Sabéis que Juanito, que vive aquí al lado, está firmando fotografías a todo el que va a su casa en señal de despedida porque se va al Madrid?” Mi corazón dio un brinco y noté cómo se me nublaba la mente. Instantáneamente, mi amigo y yo estábamos en el portal del domicilio del eterno número 7 sin saber muy bien cómo ocultar nuestros nervios ni las palabras que íbamos a utilizar. Llamamos al portero automático -aparato del que poca gente podía disfrutar en aquellos tiempos- y preguntamos con la torpeza y el arrojo propio de dos críos de 8 años: “¿Está Juanito?”. Siguió un silencio casi sepulcral que a nosotros nos parecieron años. Nos miramos y dije, o balbuceé más bien: “Es que queríamos pedirle una foto”. Sonó el tono de apertura de la puerta. Temblando, subimos al piso y llamamos. Y sí, abrió él. Con tono serio nos dijo que pasáramos y nos preguntó el nombre. Sacó de un armario unas fotos en blanco y negro con su figura ataviada con la equipación de la Selección Española y nos escribió una dedicatoria. Recuerdo que tuve que deletrearle mi apellido, y entre los nervios, se lo dije mal, así que Scalisi se quedó en Scasisi. ¡Y qué!
    Sobre la trayectoria profesional de Juan Gómez ya ha hablado con detalle Miguel Espinosa García. Así que sobran comentarios.
    Muchas veces, cuando todavía se menciona a Juanito, pienso en esta anécdota y siento como mi mirada se humedece. Tal vez sea por todas las alegrías que aquella persona me provocó, primero en el Burgos CF y luego en el Real Madrid, o tal vez por la inocencia de una niñez perdida ya en el tiempo y que sé que no volverá nunca más.

    Alfredo Scalisi ‘Scasisi’

  3. Un mito. Un tipo con un corazón enorme. Generoso. En el campo de juego demostraba la misma pasión con la vivió en otros ámbitos. Uno de los madridistas que tengo en el top 5.

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