And I think it’s going to be a long long time
Till touchdown brings me around again to find
I’m not the man they think I am at home.
Oh, no, no, no, I’m a rocket man.
La otra noche, mientras seguía por streaming la I Gala de Premios La Galerna, no pude evitar esbozar una sonrisa de complicidad al escuchar las palabras de Sergio Llull, galardonado con el Premio Forja de la Gloria de baloncesto. “De pequeño, los niños soñaban con jugar en la NBA y yo en el Real Madrid. Ojalá hacerlo unos cuantos años más”. Como orgulloso integrante de ese minoritario porcentaje de hinchas rara avis que aún hoy prefieren el basket europeo al show norteamericano, sentí el impulso fulminante de abrazarlo; si de mí hubiese dependido, en ese instante se le hubiese propuesto una renovación de contrato de duración indefinida, más o menos hasta que las únicas mandarinas que pueda encestar sean las de su carrito en el puesto de la fruta del mercado de abastos.
Emotivas hipérboles al margen, al mismo tiempo que en la pantalla del escenario aparecía una recopilación de algunas de sus mejores jugadas, de repente me dio por recordar un celebrado videoanálisis del menorquín, realizado hace años por Piti Hurtado, y me puse a tararear Rocket Man, de Elton John. He de reconocer que en algunas ocasiones mi mente suele llevar a cabo conexiones un punto extravagantes, pero en este caso considero la excentricidad bastante justificada. Al fin y al cabo, la canción escogida por Hurtado como alegoría descriptiva de Llull viene que ni pintada: difícil encontrar algo mejor que un cohete para representar el dinamismo que el base de Mahón ofrece cada vez que salta a una cancha de baloncesto. No en vano probablemente los dos sellos más distintivos de su juego sean las penetraciones hacia la estratosfera, elevándose contra todo y contra todos, y las canastas inverosímiles al límite del tiempo de posesión. Se trata de un jugador de alguna manera paradójico, pues resulta meticuloso dentro del caos.
Esa perenne esencia bulliciosa se ha hecho carne de distintas formas y nos ha ofrecido varias versiones. Algunas temporadas su estilo arrebatador ha encontrado acomodo dentro de una partitura coral: escoltado por compañeros en su cenit como Rudy, Chacho, Doncic, Carroll, Campazzo… ha conseguido aportar su energía en beneficio del colectivo, constituyendo un factor absolutamente diferencial en su papel de martillo que daba el golpe de gracia. Otros años, sin embargo, se ha encontrado menos arropado y se ha visto obligado a un protagonismo casi exclusivo en el ataque madridista, acaso más cedido que buscado; en esas rachas el ritmo del conjunto parecía interferido y el excesivo acaparamiento del balón jugaba incluso en su contra, mientras otros pasaban más o menos desapercibidos. En cualquier caso, Llull siempre ha sido el crítico más ácido de sí mismo, a veces me atrevería a apuntar que demostrando una severidad excesiva; se halla tan alejado de la autocomplacencia que no se permite refugiarse en la coartada de las lesiones a la hora de explicar un bienio gris. Un jugador de gran impacto emocional en la pista que fuera de ella evita el tribunerismo barato. Un tribuno de la plebe capaz de expresarse como un senador.
la canción escogida por Hurtado como alegoría descriptiva de Llull viene que ni pintada: difícil encontrar algo mejor que un cohete para representar el dinamismo que el base de Mahón ofrece cada vez que salta a una cancha de baloncesto. Se trata de un jugador de alguna manera paradójico, pues resulta meticuloso dentro del caos
El aficionado caprichoso -disculpen el pleonasmo-, anhelante de caras nuevas cada cuarto de hora, suele abogar por limpias de la plantilla constantes. Dieciséis años en el primer equipo del Madrid suponen una marca impresionante -I think it has been a long, long time-, que sin embargo no evita que haya quien pretenda cambiar la banda sonora del escolta, tratando de sustituir la balada de Sir Elton por el bamboleo de Julio Iglesias: “Caballo te dan sabana porque estás viejo y cansao”. Más aún en esta temporada extraña, en la que la traumática salida de Laso ha dejado una atmósfera enrarecida, con una rotación plagada de talento pero que no termina de carburar con regularidad. A algunos les dan ganas de disparar no se sabe muy bien a qué. Y Llull es, qué duda cabe, un objetivo que se ve desde lejos. Me da la sensación de que en ocasiones el propio jugador es consciente, y a menudo busca la reivindicación apelando a la receta conocida. Al corazón blanco. Llevado por un impulso frenético, casi furibundo, de calmar el desasosiego de la grada a golpe de mandarinas. Por encima de la pizarra, all this science I don’t understand. Un eterno doble o nada que provoca que, si los triples no entran, los mohínes se multipliquen.
No soy nadie para dar consejos, mas en mi opinión creo que Sergio tiene la posibilidad de otro camino más productivo. Un análisis sosegado nos dice que si el Madrid 2022-23 adolece de algo es de orden en la dirección, con un Goss demasiado ciclotímico, con un Hanga cuyo físico auxilia pero no puede inventar, con un Chacho Rodríguez obligado a ofrecerse en dosis escasas como los buenos perfumes, con un Alocén que no ha llegado a tiempo. Probablemente Llull nunca será un base cerebral como los que se esculpen en las canteras griegas, pero puede proponerse, además de fajarse en defensa en sus minutos en la cancha, reconstruir su rol desde el intelecto antes que desde el despilfarro. Más austero, más medido, jugando el dos para dos con Tavares que tan bien les salió en alguna ocasión. Eso no quiere decir que evite golpear puntualmente con el martillo de antaño; se trataría de ser dañino desde la sutileza más que desde el puro aplastamiento. Habrá quien me diga que semejante propósito constituye una entelequia, una transformación demasiado antagónica. Sinceramente, no lo creo. Sin ir más lejos, Rudy se reinventó, una vez la espalda limitó sus expectativas, como el mejor defensor exterior de toda Europa. Otra cosa es que al propio Llull le suponga un punto doloroso mostrar al público que, oh, no, no, no, ya no es el hombre que en casa piensan que es. Podría resultar comprensible. Aunque, por otro lado, no se me ocurre nadie que haya ejemplificado mejor el espíritu gramsciano del optimismo de la voluntad capaz de derrotar al pesimismo de la inteligencia. Qué quieren que les diga. Al fin y al cabo, en La Galerna no se premia a cualquiera.
Como contraste a la situación corrupta que vivimos, el quizz que hoy nos traen los amigos de fcQuiz versa sobre el señorío, una de las características que definen al Real Madrid y no es común en otros lares.
¿Cuánto sabes de señorío?
Participa y compruébalo.
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24 de mayo de 2000. Había costado encontrar entrada. La peña removió cielo y tierra. Con el Sr. Rocco hubiese sido más sencillo. Pero al final, ahí estaba: en París. Dos días antes llegó, para aprovechar el tiempo y coger la final bien ambientado. Y fue un gran acierto porque la conoció apenas comenzado ese magnifico día. Ella, deslumbrante, llenando de alegría y buen rollo aquel pequeño garito donde compartían canticos aficionados blancos y naranjas. Luciendo la camiseta un poco ajustada que le hacía destacar aún más. Él, hambriento: había que elegir entre comer y beber porque todo era carísimo. En cuanto la vio ya no pudo mirar nada más. Ni hablar, ni cantar, ni gritar. Nada. Era algo hipnotizante y tampoco quería quitarse esa sensación. De repente, ante la embobada y fija mirada del pobre, ella se fijó y se acercó. “¿Nos conocemos?”, preguntó con una naturalidad que le embobó más si eso hubiese sido posible. “¡Ojalá!” acertó a decir. Y ella sonrió y rio. Y no dejó ya de sonreír y reír toda la noche y la mañana y la tarde.
Consiguieron cambiar la entrada con un compañero de cada uno y pudieron ver el partido juntos también. Y qué partido. Cada gol era un abrazo más sentido, más largo. Y cuando al sonar el We are the champions se sorprendieron llorando juntos con las manos entrelazadas comprendieron que algo había nacido entre ellos.
Siguieron meses de ilusión y búsqueda de viajes y fines de semana para coincidir. Y Messenger, mucho Messenger. Estudiando y pasando el tiempo felices entre victorias y derrotas. Y ahorrando para poder ir de nuevo a otra final. A Glasgow. Esta vez compraron las entradas con cuatro meses de antelación, confiantes en el equipo de sus amores. Y, si París es la ciudad del amor, Glasgow fue para ellos muchísimo más. De nuevo juntos, de nuevo campeones: los reyes del corazón.
Acabaron las carreras y empezaron los problemas. Muchas ganas de éxito de cada uno y poco tiempo para desconcentrarse. Como si el amor necesitase concentración. El equipo tampoco ayudaba. Tal vez alguna final hubiese encendido de nuevo la llama. Pero no ocurrió. Y las risas se volvieron amargas y la distancia actuó implacablemente.
Pasaron los años y perdieron todo contacto. Nuevos números, nuevos países, nuevos domicilios. Y, de nuevo, un 24 de mayo, otra final. Ninguno de los dos pudo evitar los recuerdos, el cosquilleo, la excitación desde días antes. Y los dos acudieron a Lisboa. Esta vez el mismo día porque sus obligaciones no permitían mucho asueto. Y no estuvieron muy lejos uno del otro y, si el destino hubiese movido algún hilo, se hubieran encontrado. Pero no ocurrió. Se pasaron el tiempo buscándose y el partido no iba bien. Así que, inexplicablemente, de mutuo acuerdo, cada uno por su lado juntó sus manos evocando las anteriores finales. Ella entrelazando los dedos. Él colocando una mano encima de la otra y apretando muy fuerte. Tanto que con el gol de Ramos y todos los demás perdía el equilibrio y casi se caía. No se encontraron, pero Lisboa, de algún modo, se unió a París y Glasgow.
No fueron a las siguientes finales. A cada uno le surgían imprevistos o falta de ganas. De lejos también se disfrutaban los triunfos. Eso sí, las vieran donde las vieran, el ritual de tener las manos juntas, como si fueran las del otro, se repitió en todas ellas. Y las lágrimas y la alegría y la añoranza. Hasta que el pasado año llegó el partido contra el City. Los éxitos profesionales habían tenido muchas cosas buenas. Por ejemplo, que alguien importante los invitara a su palco. Llegó con bastante tiempo y se puso a charlar con los que allí estaban de cosas ajenas al futbol. Y apareció ella: deslumbrante, radiante, como la primera vez. Y él, como la primera vez, embobado. “¿Nos conocemos?”. “¡Ojalá!”, ante la sorpresa de los demás. No prestaron mucha atención al partido y estuvieron poniéndose al día. Hasta que encajó el Madrid el 0-1. Y entonces, instintivamente, se dieron la mano, las apretaron muy fuerte y dijeron: “Vamos a meter tres”. Y uno, y dos y tres. Se abrazaron, se besaron y rápidamente dijeron a sus anfitriones que necesitaban dos entradas para París.
Fueron 4 días antes, el 24 de mayo. Recorrieron los primeros lugares que recordaron como si hubiesen pasado días y no años. Comieron, bebieron, bailaron, cantaron y se amaron. Esta vez las manos unidas dieron un gol y paradas, muchas paradas. Y, cuando acabó el partido, lloraron y, sin soltarse, se abrazaron. Y se prometieron, esta vez sí, amor eterno.
Esta mañana, tomando un café con un gran amigo, este le ha dicho: “¿Qué, ya has comprado el regalo de San Valentín? Porque, chico, ¡pareces un veinteañero!” Se ha limitado a sonreír, embobado. Ha vuelto a ser un veinteañero y no va a dejar de serlo. Pero el regalo que ha preparado no es para mañana. ¿Cómo va a serlo? El amor no se celebra en febrero, el amor se celebra en mayo. Aunque este año será el treinta y tantos de mayo.
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Es endémico en el Madrid perder el control de partidos que tiene ganados. Así como toda ventaja del rival es enjugable a punta de espíritu de remontada (un abrazo, Joe), así igualmente de toda la vida el Madrid tiende a administrar mal rentas a su favor. Es el único equipo del mundo al que le dan disgustos al contraataque no cuando está volcado para solventar un partido difícil, sino cuando va ganando. Recuérdese cómo remontó el Ajax a aquel Madrid de Solari. El segundo tiempo de ayer fue un eco, los egipcios (rápidos en ataque y tiernos en defensa) se subieron a las barbas, pero todo se acabó resolviendo a punta de calidad y con el refresco de Ceballos.
Solari ganó este Mundial de clubes y enfrentó a Isco a la báscula. Son los dos hitos por los que el madridismo aún le quiere. Esta edición del Mundial posiblemente la gane el Madrid también, lo que no se le reconocerá como ningún mérito, pero sí se abrirá la caja de los truenos, en cambio, si llegamos a palmar contra el equipo saudí. Yo tengo confianza en que ganemos la Final por varias razones. La primera es que parece que Militao y Benzema volarán a Rabat para estar el sábado. Son los dos mejores del mundo en sus respectivos puestos, dos tipos completamente insustituibles.
Así como toda ventaja del rival es enjugable a punta de espíritu de remontada, así igualmente de toda la vida el Madrid tiende a administrar mal rentas a su favor
La segunda es la conexión entre Ceballos y los brasininhos. El gol de Rodrygo es un alarde de fantasía al alcance solo de una sociedad como esa. Ceballos y Rodrygo demostraron que se entienden con la mirada y dibujaron sobre una baldosa un chotis, que es en lo que se funden uno de Utrera y otro de Osasco (Sao Paulo) cuando pasan por Chamartín. Para la definición, Rodrygo sentó al portero egipcio con un amago que ha generado en El-Shenawy un severo problema de hemorroides.
Los demás andan así así, excepto Nacho, que siempre está entre bien y muy bien, y Alaba, que retornó a la titularidad con buen pie y relegará a Rüdiger al banquillo cuando vuelva también Militao. Modric está aún renqueante, aunque dejó pinceladas como el pase que acabó en el gol de Valverde, otro que no termina de volver. Carletto abraza la vieja idea según la cual los que ganaron la Champions deben ser del once en el Mundial, cosa que a despecho de sonar meritocrática puede ser todo lo contrario. La meritocracia es aquello que define tu recompensa en función de los últimos partidos, no de los de hace meses, aunque esos partidos de hace meses te llevaran a esta competición que juegas ahora. Digo esto porque me parece que Ceballos es ahora mismo indispensable, por talento y por depósito, y me enojaría discretamente si no lo veo formar de inicio el sábado. Ceballos y diez más, prego.
Tengo confianza en que ganemos la Final por varias razones. La primera es que parece que Militao y Benzema volarán a Rabat para estar el sábado. La segunda es la conexión entre Ceballos y los brasininhos
En cuanto al resto, Tchouaméni entró al campo con una extraña pose acomodada. Luego mejoró con algunos quites y pases fetén, aunque en conjunto no logró evitar la paradoja endémica señalada al principio: el Madrid pierde el control cuando el partido está ganado. Debería ser el principal argumento para evitar esa falta de solvencia. Ayer no lo logró. Y restaría decir algo sobre Arribas. La mejor prueba de que él es un pequeño genio del fútbol y yo un escribidor mediocre es que yo no sé sacar partido de estas últimas líneas para loarle, y él en cambio sacó petróleo de los últimos segundos (SUS segundos) sobre el campo. Tiene que jugar mucho más.
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Arbitró Javier Alberola Rojas del Comité castellano-manchego. En el VAR estuvo Medié Jiménez.
Un despropósito. El del campo y el del VAR. Nunca la inutilidad estuvo tan bien pagada. Bueno, tal vez si, que por eso estamos en España.
La primera amarilla fue para el Madrid, as usual. Nacho zancadilleó a Musah en el 33'. Pero la tarjeta a Castillejo en el 4' nunca se vio. Se visionó en el VAR una posible roja. El colmo es que Alberola no enseñó de primeras ni la amarilla. En el 42', el colegiado fue a abroncar a Ceballos por recibir una falta y mientras, en el mediocampo, Modric y Lino tuvieron sus manos y sus menos por llevarse el brasileño el balón en su regazo.
La jugada polémica de la primera mitad fue el gol anulado a Rüdiger. Benzema tocó la cara de un Musah que ya estaba cayendo y Medié Jiménez avisó a su colega. Alberola pitó falta y ¡amarilla! para el francés. De juzgado de guardia. Es una jugada que no es ni de VAR en el mundo de lo interpretable.
La segunda parte comenzó con una tarjeta perdonada a Musah por agarrón claro a Ceballos. Diez minutos después, Asensio sí la vio por lo mismo a Lino. Otro ejemplo del diferente listón de Alberola fue no amonestar a Foulquier en el 70' por poner la mano a la cara, al igual que la acción entre Benzema y Musah de la primera mitad. También, por cierto, fue amonestado Diakhaby por obstrucción a Vinicius en el 59'. Por último, la roja directa a Gabriel fue justa por patada alevosa a Vinicius en el 70'. El hispanobrasileño fue directamente a por el extremo olvidándose del cuero.
Alberola Rojas, MUY MAL.
Hoy no podría ocurrir, pero sí ocurrió tal día como hoy. El 7 de enero de 1995 tuvo lugar la última gran goleada del Real Madrid al FC Barcelona. De entonces para acá, el Barça ha gozado su única era dorada con la amargura de contemplar al Madrid viviendo su segunda pese a no tener a Messi. Desde entonces también, en enfrentamientos directos, el saldo es favorable al Barça, que ha reventado al Madrid en más ocasiones de las deseables sin que los blancos parezcan haber tomado nota para vengarse con otra goleada al siguiente partido. La última vez en que eso ocurrió, la última vez en que el Madrid dejó claro que había tomado nota de la afrenta, que se proponía desquitarse de ella con otra afrenta equivalente, y que de hecho lo logró, fue aquel 7 de enero de 1995, tal día como hoy.
No fue un partido de fútbol. Fue un torbellino. Fue la cólera de Yahvé arrasando Sodoma y Gomorra por el mismo precio y sin necesidad de desplazarse allí. Zamorano estaba en trance, imbuido de una ira divina y totalizadora
Zamorano había sido claro en las vísperas. El equipo tenía “sangre en el ojo” desde el encuentro de ida, en el cual el Barça había destrozado a los blancos endosándoles un 5-0. Fue la cola de vaca de Romario a Alkorta, la grave lesión de Alfonso y el juego rutilante de Laudrup. Pero ahora Laudrup estaba en el otro bando, en los entrenados por Valdano, y esta era una de las razones por las cuales los blancos se sentían cualificados para devolver la moneda a los azulgrana. Quizá la sed de venganza deportiva sea uno de los sentimientos puros que la hiperprofesionalización del fútbol se ha llevado por el desagüe. Quizá sea, hoy por hoy, en el seno del Madrid, una aspiración incompatible con la exigencia del calendario, que impone el objetivo a largo plazo como rumbo innegociable de la campaña y desdeña la necesidad de la goleada por amor al arte o por odio (deportivo) al rival, conceptos ambos más cercanos de lo que parece, como se vio aquel 7 de enero en que aún era imaginable que el Madrid quisiera vendetta puntual.
No fue un partido de fútbol. Fue un torbellino. Fue la cólera de Yahvé arrasando Sodoma y Gomorra por el mismo precio y sin necesidad de desplazarse allí. Zamorano estaba en trance, imbuido de una ira divina y totalizadora. El chileno fue un tsunami que se bastó con los primeros minutos para descerrajar un hat trick. En el último de sus tres goles, Laudrup le robó un balón a Bakero (la versión destructiva del caño de Chendo a Maradona) en la línea de fondo del área culé y se la sirvió al delantero, que se zambulló en las redes de Busquets padre con el ánimo de practicar sexo tántrico con las mallas. Había que quedarse a vivir en aquel ultraje. Nunca un abrazo ha reunido a tanta gente ni ha durado tanto tiempo más allá de la línea de gol.
Yo estaba allí, pero no recuerdo mucho más, y es una pena porque también quise quedarme a vivir allí. Veo, en medio de una vorágine insaciable de sangre y niebla, a Luis Enrique remachando a la red un remate al palo de (otra vez) Zamorano. El asturiano celebró el gol como si el futuro que hemos vivido no constase en la historia de hoy. De hecho, si lo miras con los ojos de esa noche (ojos que supuran hemoglobina), no cuenta. Veo a Amavisca empujando una asistencia de quién va a ser, de Bam Bam (fue su noche), y a Valdano en la banda diciendo paren ya. Tenía que ser un 5-0, un 6-0 ya no servía, curiosamente. Tenía que ser un 5-0 y no ninguna otra goleada porque el marcador tenía que dictar bien a las claras que lo que había sucedido era una venganza sañuda y concienzuda sobre aquel otro 5-0.
Todo esto es imposible hoy. El tiempo lo ha confirmado. El Barça quiere siempre humillar al Madrid, pero la carretera no es de doble dirección. Será por el calendario (creo), será porque son aliados de la Superliga y las conveniencias de despacho se filtran tácitamente en el vestuario, no lo sé. No existe un solo madridista que cambiaría la historia de su club de 1995 para acá por la del Barca. Esto es indudable. Pero también lo es, en un escalón de importancia menor pero no desdeñable, que nuestros jugadores nos deben otro siete de enero. Y hay muchos potenciales sietes de enero en el horizonte.
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Entregas anteriores:
Por su calidad, hemos decidido publicar este cuento participante en nuestro III Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad.
Estaban reunidos en el reino de los cielos las leyendas madridistas, lo que ya era una tradición cada vez que jugaba el Real Madrid abajo en la tierra.
Desde dos horas antes del pitido inicial iban llegando desde todos las constelaciones celestiales. Juanito, siempre entusiasta, iba recibiendo a los que iban llegando. Todos con la última camisa que vistieron en su paso por el Real Madrid.
Aranguren, Zamora, Errasti, Cunningham, De Felipe, Rubio, Lazcano, Peña, Manolo Velázquez, hasta Didí. A todos se les pintaba una sonrisa en la cara al llegar. Abrazos y besos para repartir.
En una esquina estaban Joseíto, Miguel Muñoz y Reyes, enfrascados en una discusión comparando al fútbol moderno con el de otros tiempos.
Unos segundos de silencio interrumpieron la algarabía; estaba llegando Don Santiago Bernabéu, de traje, corbata y sombrero.
—¡Hombre, siempre tan elegante, don Santiago! —dijo Juanito.
—¡Es que hoy juega mi Madrid! —replicó.
Los últimos fueron Gento, Puskas, Di Stéfano y Kopa, llegaron juntos y desternillados de risa, venían de ver el clásico celestial Ángeles FC vs. Club Deportivo Arcángeles en el gran Estadio Santísimo.
Abajo en Madrid ya salían a calentar los once que jugarían más tarde el partido que definiría al campeón de invierno. Más allá de conseguir otro título, el equipo blanco necesitaba ganar, pues viajaba en dos días a jugar el Mundialito de Clubes, quería dejar los deberes hechos.
Cañas, tapas y risas se multiplicaban en el recinto celestial. Recordaban viejas anécdotas y compartían experiencias. Estaban tan metidos en el momento que no se dieron cuenta cuando Benzema dió incio al partido, tocando atrás para Modric.
—¡Oye, que ya comenzó el partido! —dijo Puskas.
Desde arriba veían y comentaban. Sufrían y disfrutaban a la par. Su espíritu blanco seguía intacto a pesar de los años.
El primer tiempo transcurrió muy rápido, tan rápido que los madridistas no daban crédito al marcador, 0-3 al descanso. Errores en defensa, desconcentración en la línea media y total desarticulación en el ataque. Un silencio incómodo se apoderó del momento. En millones de hogares, en los bares, en el estadio y hasta en el cielo. Todos los madridistas del mundo hacían su propio análisis de la situación y creaban soluciones tácticas en sus cabezas para ayudar a Ancelotti en las decisiones del banquillo.
La voz experimentada de Miguel Muñoz fue la primera que se oyó:
—Lo primero es mantener la calma. Realmente han sido unos muy malos cuarenta y cinco minutos, pero confīo plenamente en este equipo y en su cuerpo técnico.
Reyes lo interrumpió:
—Perdone Mister, pero algún cambio habría que hacer. No podemos salir al segundo tiempo igual, nos van a meter seis.
Juanito, siempre intempestivo, gritó desde el fondo:
—¡Sí sí, Carletto debe cambiar de esquema a 3-4-3, sacar a Kroos y dar entrada a Camavinga! ¡Necesitamos frescura en la medular!
—Calma, chavales, calma —interrumpió Muñoz—. Entiendo la premura, pero recordemos nuestro ADN. Además, no hay persona en el mundo que conozca más la situación real de los jugadores que Ancelotti. Él es el primer interesado en remontar y sabrá que hacer.
Solo se oyeron algunos murmullos cuando salieron al campo para el segundo tiempo los mismos once jugadores. A los tres minutos, otra desatención defensiva provocó el 0-4 y desató la locura en todos los rincones blancos del mundo. Los jugadores del Real Madrid se veían entre ellos tratando de entender lo que estaba pasando. Carletto, que había estado al borde del campo, fue a sentarse en el banquillo asumiendo su responsabilidad y sin poder hacer mucho más.
Paco Gento pensó en voz alta:
—Solo Dios podrá ayudarnos.
No había terminado de hablar Paco cuando el mismísimo Señor de las Alturas se apareció con una túnica blanca e impoluta.
—¡Saludos, veteranos y noveles! ¿Me llamaron?
La respuesta fue casi unánime:
—Si, necesitamos tu ayuda, ¡debemos remontar cuatro goles en solo cuarenta minutos!
—Ya saben mi afición por el Real Madrid, el club de mis amores, pero también saben que no puedo intervenir en estas cosas. Nunca lo he hecho y nunca lo haré. Soy un aficionado más. Los infinitos logros deportivos son mérito del club y de sus jugadores.
Siguieron las discusiones, todas las leyendas del club daban alguna opinión táctica, incluso Dios se animó a dar un par de sugerencias. Pero seguían pasando los minutos y no se veía ninguna reacción blanca. En ese momento Dios pidió la palabra:
—Les propongo algo: cada recuerdo, cada anécdota, cada imagen que ustedes tengan sobre nuestra historia la transformaré en un copo de nieve para hacérselo llegar a los jugadores. Ellos son los únicos que pueden remontar, solo hace falta refrescarles nuestra historia, nuestro ADN.
De inmediato todos comenzaron a recordar los momentos emblemáticos de la historia blanca: la volea de Zidane, la llegada al aeropuerto con la primera Copa de Europa, la inauguración del Santiago Bernabeu, el Aguanís de Raúl, el empate de Ramos en el 93, las celebraciones en voltereta de Hugo Sanchez, el gol de Marquitos en la final contra el Reims, la estirada de Casillas ante el Sevilla, la corrida por la banda de Bale, el gol de Rodrygo frente al City, el gol de chilena de Cristiano en Turín….
Todos aportaban algo, todos recordaban entusiasmados la inmensa cantidad de momentos mágicos de la historia merengue. Y como si fuera magia, comenzaron a caer pequeños copos de nieve muy blanca sobre el Bernabéu.
El primero en sentir algo fue Carvajal. Sintió un pequeño golpecito en su oreja y al tocar el copo de nieve le vino a su memoria la imagen de cuando puso junto a Di Stefano la primera piedra de la ciudad deportiva. Sintió una energía renovada e interceptó un pase de profundidad del contrario para salir jugando por la banda.
Al mismo tiempo Vinicius recibía la misma señal y su mente se trasladaba al gol de la decimocuarta, sintiendo de manera inmediata el orgullo tremendo de pertenecer al mejor club del mundo.
Todos y cada uno fueron sintiendo lo que ya era una nevada. Fede Valverde recordó el momento cuando le informaron el interés del Real Madrid por él; Modric sintió la misma emoción de su gol contra Manchester United en su primer año de blanco, a Courtois le invadieron imágenes de todas sus paradas en la última temporada, Militao sintió la confianza de sus compañeros en la zaga y subió a cabecear un tiro de esquina que convirtió de manera espectacular. Hazard recogió la pelota de la red y rápidamente la puso en el medio del campo mientras alentaba al público del estadio, que respondió con un alboroto tremendo.
Quedaban treinta minutos y mucho por hacer, pero el ADN blanco ya se había apoderado del equipo. Vinicius tomó un pase de Tchouaméni y dejó a cuatro adversarios atrás para tocársela suavemente a un costado del portero rival. 2-4 y veinte minutos.
El ruido del Bernabéu era una locura, cada pase, cada toque generaba una emoción desbordada. El equipo rival ya sentía el peso y decidió cerrarse atrás para tratar de mantener la ventaja, pero el vendaval blanco era demasiado grande.
En el cielo no paraban de recordar momentos de magia blanca: la chilena de Bale vs. Liverpool, las corridas de Gordillo con las medias caídas, los elegantes controles de Zidane, las infinitas celebraciones de Di Stéfano, las salvadas de Zamora, los pases largos de Xabi Alonso, los pases filtrados de Guti…, y cuantos más recuerdos surgían más ADN se sentía en el césped.
Los nervios del contrario hicieron mella y Karim aprovechó para anotar el tercero. Ya era inevitable la remontada. Seguía nevando de manera copiosa y el Madrid se sentía cada vez más como el Madrid.
Faltando 8 minutos un contragolpe derivó en un penalty contra el arco de Courtois. Como no podía ser de otra manera, Thibaut no solo evitó el gol sino que en la misma jugada salió jugando rápidamente con un pase largo que Rodrigo convirtió en el empate y en la locura merengue. Hasta Carletto salió corriendo a celebrarlo en la esquina del estadio.
Justo cuando anunciaron los cuatro minutos de descuento Luka Modrïc recibió un pase de Valverde en la medular y su chute dió en el larguero, pero Rodrygo estaba cerca y remató de palomita en el aire.
Todo el universo madridista se fundió en un abrazo eterno. Cielo y tierra se fusionaron en una misma celebración, el Real Madrid volvía a remontar en otra noche mágica y se convertía otra vez en Campeón de Invierno.
Juanito buscó a Dios para celebrar con él, pero ya se estaba yendo y solo le guiñó el ojo de manera pícara, con un puño en alto en señal de victoria.
Para el momento de los pitidos finales, el césped del Bernabéu estaba totalmente cubierto de nieve, tan blanco como el uniforme merengue.
El Real Madrid nos regalaba una muy feliz Navidad, esta vez muy blanca, especialmente blanca.
Buenos días. Tres son hoy los temas principales de los portadas deportivas del día.
En primer lugar, Endrick llega a un acuerdo (también lo hacen el Madrid y el Palmeiras) para jugar en el Bernabéu a partir de julio de 2024.
A continuación viene lo de la Superliga y el informe del abogado del Tribunal de Justicia europeo, sobre cuya negatividad para el proyecto parece existir un cierto consenso que sin embargo no permea al Madrid, inasequible al desaliento respecto a la sentencia final, que puede o no coincidir con el informe, un informe que tiene buenas dosis de ambigüedad hasta para quienes lo han leído y son duchos en materia legal.
Por último, y curiosamente por parte de la prensa cataculé, nos llega la fanfarria relativa a la final del domingo, la que por fin pondrá fin (valga la redundancia) a este mundial en minúscula que será más recordado por los esclavos que murieron en la construcción de los estadios y por los sacos de dinero en las casas de los eurodiputados que por lo acontecido en el terreno de juego, que ha sido bastante plúmbeo.
Empecemos por lo de Endrick.
Erm… No, perdón, no era esta la portada que buscábamos.
O sí, no sabemos. Al fin y al cabo, como bien apuntaba un amigo tuitero, Madrid está más cerca del Camp Nou que el estadio del Palmeiras, por lo que técnicamente, geográficamente, no hay mentira alguna en esta reciente portada de Sport. Endrick llega al Bernabéu y, por lo tanto, físicamente se acerca al Camp Nou. Endrick no es que se acerque y llegue, que sería el tránsito natural, sino que primero llega (a Madrid) y con ello se acerca (a Barcelona). Endrick llega y se acerca.
Como bien subraya As, el Madrid se ha adelantado en el fichaje de la nueva perla brasileña (si aún no habéis visto vídeos, apresuraos en dirección a YouTube) a PSG, Chelsea y Barça. Xavi Hernández ya había admitido públicamente que andaban en conversaciones con el chico. Y eso es lo importante. El Barça habló con el entorno del chaval durante más rato que el Madrid y eso es lo que cuenta, aunque al final el contrato se firmara con los blancos. El tiempo de posesión, perdón, de conversación, fue superior en el caso de los culés, y el Madrid rubricó el acuerdo sin proponer. No estamos seguro de que valga, por tanto.
El caso es que Marca, por lo que sea, parece sin embargo otorgar validez a lo firmado entre los dos clubes y los representantes del futbolista, lo que permite concluir que Endrick vestirá de blanco. Las fotos que lo muestren de esa guisa, en todo caso, serán fotos impostoras, como el marcador cuando el Barça pierde. Con el fichaje de Endrick por el Madrid ha perdido el fútbol, qué duda cabe, y lloran los niños, llora cuanto hay de noble y puro en el corazón humano, a la sombra umbría de las torres de Florentino.
El otro gran argumento de Marca es el del informe europeo sobre la Superliga. Como antes indicábamos, las conclusiones de dicho documento son abstrusas y cuajadas de ambigüedad, parecen ser básicamente negativas hacia la Superliga pero nadie las entiende bien. Nadie las entiende bien excepto Tebas, perdón, excepto Marca, que las considera “un duro golpe” (no para ellos, ellos tan felices con una UEFA controlada por su amigo Al Khelaifi). A22 Sports, la empresa promotora de la Superliga, es sin embargo optimista, como veréis a continuación. Los jueces (que son los que cuentan) no se pronunciarán hasta la primavera.
En cuanto a la prensa cataculé, ya decimos que su preocupación es la final del domingo. Messi tiene que ganar para que al menos nos haya conducido a la bancarrota un campeón del mundo. En Sport se empeñan en que a Messi le haga un marcaje Tchouaméni para que, caso de ganar Argentina, se pueda decir un poco más que ha perdido el Madrid.
Por cierto, Sport ha premiado al Real Madrid. No, nos hemos tomado tres carajillos en el desayuno. Sport ha premiado al Real Madrid.
Es un premio de valors, como no podía ser de otro modo. Butragueño ha ido a recogerlo. Hemos preguntado en el club si ha vuelto sano y salvo a casa y la única respuesta han sido unas risas whatsapperas. Pero una señora de Castelldefels que iba a la capital a visitar a su hija por Navidad nos confirma que le vio en el AVE de vuelta. Emilio está bien. No era una trampa.
Sport nunca dejará de sorprendernos. Agradecemos su deportividad (en esto). No hacemos enmiendas a la totalidad, y si algo se hace bien se dice, lo mismo si lo ha hecho San Francisco de Asís que el rey Leopoldo de Bélgica.
¿Qué será lo próximo, amics? ¿Un premio a La Galerna?
Pasad un buen día.
Hoy, 1 de diciembre de 2022, se cumplen 24 años del aguanís de Raúl, el gol que a la postre —todo artículo deportivo ha de incluir un “a la postre”, “aledaño” o “prolegómeno”— sirvió para que el Real Madrid ganase su segunda Intercontinental, en esta ocasión frente al Vasco da Gama.
En 1998 este campeonato aún se conocía como Copa intercontinental —aunque oficialmente se denominaba Copa Europea-Sudamericana—, se jugaba a partido único, en Japón desde 1980, y su vencedor era el ganador del enfrentamiento entre el campeón de la Champions de la UEFA y el de la Copa Libertadores de la CONMEBOL. Después, al mundo le dio por jugar al fútbol más en serio y hubo que incluir más continentes.
Debido precisamente a que se celebraba en Japón, el horario en España era cuanto menos raro: las 11 de la mañana. Jueves, para más señas. Si Tebas hubiese sido presidente de la FIFA no habría habido problema, porque habría fijado la hora del partido con el objetivo de mejorar las audiencias en otros lugares, es decir, a las 21:00, hora española, las 5:00 de la madrugada en Japón. Café para todos.
Los madridistas adultos que ya estábamos vivos hace 24 años nos encontrábamos pletóricos, entonces era un acontecimiento jugar una Intercontinental, llevábamos 32 años sin ganar la Copa de Europa, por lo que nadie quería perderse el partido. Pero debido al horario y a que se trataba de un día laborable, quien más y quien menos se encontraba trabajando o estudiando, salvo que se dedicasen a tareas políticas, y el seguimiento de la final se antojaba complicado. Hubo quien prolongó el desayuno, quien sufrió una lumbalgia fulminante, a quien se le murió por tercera vez un tío abuelo del pueblo, o quien, como es mi caso, vio el partido mientras trabajaba gracias una solución audiovisual itinerante.
En 1998 era un acontecimiento jugar una Intercontinental, nadie quería perderse el partido. Pero debido al horario quien más y quien menos se encontraba trabajando o estudiando. Hubo quien prolongó el desayuno, quien sufrió una lumbalgia fulminante, a quien se le murió por tercera vez un tío abuelo del pueblo...
En la empresa éramos todos madridistas y alguien llevó una tele de las que por entonces se conocían como “teles de la cocina”, es decir, un armatoste con la pantalla como una tablet cuadrada, no más de 14 pulgadas, y más culo que un Seat 1500. Había que tirar un cable de antena de 10 metros desde la entrada y la señal era como poco mejorable. Lo recuerdo porque era la práctica habitual en eventos de este tipo, hacíamos lo mismo con los mundiales, que por aquella época me interesaban. Lo hicimos muchas veces hasta que dejamos de hacerlo.
No voy a decir que recuerdo el desarrollo del partido perfectamente, pero sí que el Madrid se adelantó con un gol en propia puerta de los brasileños. Roberto Carlos había propinado un centro —porque muchas veces Roberto los centros los propinaba— similar a los que ahora ejecuta Fede Valverde y un defensor había rematado sin querer a gol.
En aquella época no estábamos acostumbrados a ganar torneros internacionales y vivíamos las finales aún más al filo del infarto, un infarto que a punto estuvimos de sufrir cuando Juninho Pernambucano marcó un golazo tras una parada meritoria de Illgner.
Avanzaba la segunda parte, aquello seguía empate y el Vasco da Gama creaba ocasiones de peligro, nos iba a dar algo. El partido se acababa y entonces Clarence Seedorf, que jugaba al fútbol como los ángeles, pasó a Raúl desde su propio campo y el resto es historia. El siete, vestido con la camiseta brillante post-Séptima, mató el balón con la punta del pie izquierdo sobre la línea del área grande, recortó a un primer defensor que se deslizó ante nuestros ojos como un vagón perplejo a la deriva, ejecutó el aguanís y colocó el balón dentro de la portería con la derecha. El deliro del mediodía. No voy a decir que gritásemos el gol como el reciente de Mijatovic frente a la Juve, pero la alegría fue formidable.
Soy capaz de describir el gol con cierta fidelidad tras haberlo visto en incontables ocasiones, porque en mi cabeza Raúl dribló a no menos de veinticuatro futbolistas rivales antes de anotar. Esta hipérbole memorística también me ocurre con el tanto que marcó al Atleti en el que volvió loco a Juanma López, mi sensación fue que regateó a todo el Vicente Calderón.
Como a todo el mundo, el cerebro me engaña constantemente, como es el caso de ahora, que terminando de escribir este artículo me doy cuenta de que en el año 1998 yo estaba en la universidad y probablemente fuera la Intercontinental del 2000 la que acabo de sumar al palmarés del Real Madrid en esta pieza. Ruego que me disculpen, no ha sido adrede, se lo prometo.
Getty Images.
Buenos días, amigos. Llegó. Ya está aquí. El gran parón del mundial de los 6500 esclavos muertos, el de la negación de los derechos de la comunidad gay y de las mujeres, nos ha engullido. La liga (con minúscula, como el mundial, aunque su bochorno sea de mucha menor escala) cerró ayer su primer acto con un partido entre el Madrid y el Cádiz donde se impusieron los de Ancelotti por 2-1. Leed la crónica de Ramón Álvarez de Mon. Va a ser la última crónica de nuestro equipo en mucho tiempo. A cambio NO encontrareis aquí crónicas del mundial ese. Nos referiremos a él porque no habrá más remedio, pero la atención que le dispensemos será tangencial.
Seguirnos hablando de lo que nos gusta: el Real Madrid C. de F.
La liga puso el broche de vitriolo a su penoso devenir como subproducto con un nuevo atentado contra la equidad, con una nueva manifestación de desvergüenza. Las portadas del día apenas aluden a ello, pero vivimos un escandaloso episodio de ocultación de la verdad no solo al espectador, que ya está acostumbrado a tener que buscar de estraperlo en las redes sociales las imágenes de las agresiones a futbolistas del Real Madrid, sino lo que es infinitamente más grave: un episodio de ocultación de la verdad a quienes tienen que juzgar, a los colegiados, en concreto a los del VAR.
As pone con toda justicia el acento en el golazo de Kroos, pero por fortuna tiene espacio para un recordatorio sobre la jugada: “El VAR ignoró una agresión de Fali a Rodrygo”. Agradecemos a As que por lo menos mencione el incidente, aunque su aseveración no parece del todo correcta. Por lo que se está filtrando desde el CTA, no es que el VAR ignorara la agresión, sino que no le llegaron las imágenes correctas para poder juzgarla.
Oh. Vaya. Y ¿por qué demonios no le llega al árbitro que está en el VAR la imagen que aclara la jugada? Se nos había vendido que Mediapro (es decir, Roures, es decir, el avalista y socio de Laporta, el proveedor de palancas) ya no llevaba el VAR. Se nos había vendido que Mediapro ofrecía en bruto todas sus imágenes de las jugadas al VAR, pero parece ser que no. Parece ser que Mediapro selecciona aquellas imágenes que hace llegar al VAR y aquellas que no.
Vamos a refrasearlo. Vamos a verbalizarlo de nuevo, ya que casi nadie más parece interesado en hacerlo.
A través de su empresa Mediapro, Jaume Roures, socio y avalista de Jan Laporta y administrador de palancas financieras al Barcelona, selecciona las imágenes que llegan al VAR, y de este modo influye en los arbitrajes del propio Barcelona y de su rival, el Real Madrid.
Lo repetimos porque pensamos que hemos dado con la forma exacta de explicarlo. Quedaos con esto, por favor.
https://twitter.com/DAZN_ES/status/1590837796444377088?s=20&t=U52KVwXqqulhSPHS5Rp7xA
¿Cómo lo veis? ¿Hay alguna forma de tomar esta competición en serio?
Marca pasa de todo esto. Es el periódico de todas las aficiones, lo que para ellos supone, en términos prácticos, que el Cádiz de las agresiones de Fali y las 718 patadas impunes de Alejo es “un gran Cádiz”. OK, José Luis. A Marca le preocupa más la lista de Luis Enrique para el mundial de los 6500 esclavos muertos que niega los derechos de las mujeres y de la comunidad LGTBI. OK también. Lleve Luis Enrique a quien le dé la gana. Esto es en cambio lo que a nosotros nos da completamente igual.
Sport y Mundo Deportivo honran al alimón a su Fali particular, Gavi, el chaval cuyo padrino deportivo -Roures otra vez- acaba de comprar a través de socios.com un premio Kopa a despecho de jugadores como Bellingham o Camavinga. Dice Gavi en Sport que “vamos a luchar por todos los títulos”. Erm… ejem…
Hombre, Gavi. Por todos-todos, lo que se dice todos, no vais a luchar.
Pasad un buen día.