Las mejores firmas madridistas del planeta

La historia nos cuenta (o Alberto Cosín, que es más o menos lo mismo) que el Real Madrid jugó durante un año en el antiguo Metropolitano. El Atlético de Madrid jugó en Chamartín. No hace mucho se cedió el Bernabéu para un Atlético de Madrid-Celta. Todo ello en circunstancias extraordinarias, por supuesto, como las que nos ocupan. No ha habido una circunstancia, si es que se le puede llamar “circunstancia” a una pandemia mundial, mayor que esta. Si en esta situación el Real Madrid no puede jugar en el Wanda o el Atlético de Madrid no puede jugar en el Bernabéu, es que somos una tragedia peor que la de Romeo y Julieta; La excelente y lamentable tragedia del Madrid y el Atleti, donde los Montesco son madridistas y los Capuleto atléticos. ¿Cómo hubieran reaccionado los Mercucios y los Teobaldos en una pandemia?

En cualquier caso, no estamos en el año mil quinientos sino en el dos mil, por mucho que vaya pareciendo que volvemos a mil doscientos y se queme en la plaza pública Lo que el viento se llevó, para no poder decir a continuación, por ejemplo, como se decía antes: Y lo que el culo se cansó. Qué pena. De lo que empiezo yo a cansarme, bueno, miento, de lo que estoy cansadísimo a estas alturas es de la cerrazón, que parece cotizar fuerte. Que ya nos lo dice la historia (o Al Cosín) que ya antes el Real Madrid había jugado en el campo rival como local y viceversa y aquí estamos ciento y pico años después cada uno con lo suyo.

Yo digo bien por Cerezo. Del mismo modo que hubiera dicho mal por Cerezo si se hubiera manifestado en contra de la posibilidad de acoger al Real Madrid en estos tiempos tan malos. A propósito de Shakespeare yo me acuerdo de una agradable película, Shakespeare in Love, en la que el Oficial de la reina Isabel de Inglaterra a cargo de los teatros descubre que hay una mujer actuando en uno de ellos (otro filme hereje para ser destruido) y lo cierra. Es entonces cuando el teatro rival (y es difícil imaginar una rivalidad más enconada, mucho más que una futbolera) se ofrece para acoger la obra suspendida por la clausura en un gesto emocionante.

Es como si se hubieran metido con ellos, con los actores, con todos. Y eso sí que no. “Aquí está mi teatro”, dice su propietario con un golpe de capa. Yo quiero ver así el gesto de Cerezo, el “dueño” del Wanda, como el gesto de Burbage, el dueño del teatro. "A nosotros los futbolistas (como a los actores) no se nos toca". Y que continúe el madridismo en el templo del colchonerismo si es necesario, como el shakespearismo en el templo del marlowismo, por encima de cualquier prohibición que trate de silenciarlo. “Y aquí está mi estadio”, ha recitado Cerezo como un romántico amante del arte y la dramaturgia, plantándose delante de la cerrazón, del color que sea, incluso antes de que aparezca.

 

Fotografías Getty Images.

El Museo Real Madrid

Los que sigan esta serie quizás recuerden algunos comentarios que hice sobre el viejo museo que tenía el Madrid en los años 70, en el capítulo IV . Ciertamente, no era un lugar emblemático ni estaba a la altura del mejor club sobre el planeta Tierra. Todo ello cambió en 1999, cuando se ubicó en el lateral del Paseo de la Castellana un espacio para que los socios y simpatizantes pudiesen ver in situ los principales trofeos conquistados por el club a lo largo de su historia. En 2003, ya bajo la presidencia de Florentino Pérez, se logró ampliar el espacio y constituir un verdadero Museo Real Madrid, en dos amplias y alargadas plantas, y que desde entonces constituye la verdadera joya de la corona del Tour del Bernabéu.

Ya desde hace algunos años, el Museo es el tercero más visitado entre todos los museos y monumentos de la ciudad de Madrid, sólo por detrás del Museo del Prado y del Reina Sofía, con más de 1.200.000 visitantes al año, y cada año representa la atracción con mayor crecimiento en España.

Suelo visitarlo cada año, en familia pero a veces también solo, sobre todo cuando algún nuevo inquilino en forma de Copa de Europa de fútbol o de Euroliga de baloncesto se incorpora a la familia del Museo. Si bien es cierto que los niños menores de 10 años disfrutan más con la vista panorámica del estadio desde el 4º anfiteatro, o cuando se sientan en el banquillo del Real Madrid a pie de campo, o contemplando las taquillas de sus jugadores preferidos en el vestuario, la verdad es que para los buenos amantes del fútbol y del baloncesto y todos aquellos que sienten amor y veneración por nuestra historia, la visita del Museo propiamente dicha es un auténtico privilegio y un acontecimiento único.

Tras acceder por la Torre B, sita en la esquina entre la calle Concha Espina y el Paseo de la Castellana, se sube por unas escaleras mecánicas hasta la Sala de Trofeos, una experiencia inolvidable. Ya desde el primer momento se respira abolengo, alta alcurnia, prosapia, el linaje más puro y más genuino. La autenticidad. Madridismo puro. Una enorme emoción se apodera desde ese mismo momento de todos los que veneramos al Real Madrid Club de Fútbol desde siempre. En ese instante vienen a mi memoria los álbumes de cromos de los primeros años 70, dificilísimos de completar a no ser que se visitase la minúscula tienda del mítico “Pirulo”, en la calle Ibiza, frente al Retiro, 0 donde el venerable anciano nos vendía a los niños aquellos cromos que nos faltaban: Junquera del Madrid, Pini del Sabadell, Alfonseda del Barcelona, el escudo del Córdoba o el estadio de Pasarón.

Comienza la colección con fotos antiguas de las gradas del estadio, y pronto contemplamos los balones y las botas que se empleaban hace más de 100 años en los campos de tierra de O´Donnell o del antiguo Velódromo de Ciudad Lineal (el “Viejo Chamartín”). Tenemos la ocasión de ver los primeros estatutos del club, documentos firmados el 6 de marzo de 1902, fecha que debería ser de obligado conocimiento para cualquier madridista que se precie. Seguidamente, las fotografías de los primeros presidentes y de sus juntas directivas: Julián Palacios, los hermanos Padrós, Meléndez, Parages… También es de máximo interés poder ver la concesión por parte del rey Alfonso XIII en 1920 del título de “Real” al club.

La visita merece emplear horas y horas contemplando cada vitrina con valiosos documentos, fotografías, viejas camisetas y borceguíes, banderines de los adversarios, carnets antiguos, cientos y cientos de trofeos cuidadosamente ordenados, entre ellos los aparatosos primeros “Trofeo Bernabéu” o el inmenso “Ciudad de Vigo” , con decenas de kilos de plata conformando un tosco torreón con almenas. También los “Teresa Herrera” coruñeses con la torre de Hércules o las carabelas de plata de los “Colombino” onubenses, que me recuerdan a mis veraneos de niño en Las Navas del Marqués, donde escuchaba los torneos veraniegos del mes de agosto por la radio, con partidos a horas intempestivas de los trofeos “Carranza” o “Ciudad de Palma” contra equipos brasileños y argentinos y con interminables tandas de penaltis narradas por Héctor del Mar.

Hace 4 o 5 años se instaló una zona interactiva, que suele hacer la delicia de los más pequeños, en la cual, por medio de pantallas táctiles, se pueden ver fragmentos de los partidos más famosos o emblemáticos, entre lo que están las 13 Copas de Europa conquistadas, las remontadas en el Bernabéu, las finales de Copa del Rey, de Mundiales de Clubs o de Supercopas españolas o europeas. En los fines de semana o en periodos de vacaciones escolares hay que tener paciencia al pasear por el museo en ciertas secciones ya que suele haber cientos de visitantes al mismo tiempo.

Prosigue la visita con la interesante evolución del escudo del club, desde el primitivo Madrid FC de 1902 hasta nuestros días. En 1931, cuando se instauró la II República, el escudo perdió su corona real obtenida en 1920, y la volvió a recuperar tras la Guerra Civil, ya en 1941.

Saliendo de esta primera estancia, se camina unos metros por la parte exterior del estadio, contemplando a la derecha las fotos de los equipos vencedores del Madrid en las Copas de Europa. Ya llegando a la esquina con la calle Rafael Salgado, se bajan unas escaleras a mano derecha y se accede al siguiente piso donde nos esperan nuevas emociones. Llaman la atención dos pequeños espacios, uno dedicado a Don Santiago Bernabéu y otro a Don Alfredo Di Stéfano. Nadie puede dejar de ver el Super Ballon d’Or , trofeo único e irrepetible, entregado por la revista France-Football en 1989 a Di Stéfano, en una votación que hizo la revista entre los mejores jugadores de los últimos 30 años, y en la que la Saeta Rubia derrotó nada menos que a Johan Cruyff y a Michel Platini. Este trofeo, valioso por su exclusividad, luce en una vitrina junto a los dos Balones de Oro “normales” que logró el gran Alfredo en 1957 y en 1959.

 

Seguidamente se entra por un estrecho pasillo en la que lucen el resto de los Balones de Oro y las Botas de Oro conquistados por todos los jugadores del club, destacando los 5 de Cristiano Ronaldo (1 de ellos logrado con la zamarra del Manchester United) más sus 4 Botas de Oro, además de los de Figo, Michael Owen, Ronaldo Nazario, Zidane, Cannavaro, Kaká y el más reciente, el de Lukita Modric. También se pueden admirar los “The Best” de Cristiano y de Modric y la Bota de Oro de Hugo Sánchez. Al salir del pasillo, a mano izquierda, hay otros trofeos menores pero importantes logrados por Amancio, Butragueño, Raúl, los trofeos Zamora y Pichichi, etc

 

En la parte izquierda están todas las camisetas de los componentes de la plantilla actual, y una gran pantalla donde se van proyectando imágenes de cada uno de los jugadores, con sus datos de edad, partidos jugados, palmarés, etc… Muchas personas aprovechan para sentarse en unos largos bancos para mirar las imágenes y hacer un alto en el camino durante la visita.

Ya estamos en la sala principal y más concurrida de todo el museo: la de las Copas de Europa. Tuve la ocasión de ver la sala con 9 trofeos y, año tras año, la he visto crecer, así como la vitrina que también ha tenido que ser ampliada. Cuando la cifra de las Champions es par, es decir tras conquistar la Décima en Lisboa o la Duodécima en Cardiff, nos encontramos al admirarlas con una asimetría, puesto que la última que llega se pone un escalón por encima de sus hermanas y, por lo tanto, el número de las más antiguas es impar. Es por ello que en estos momentos, al tener 13, hay una simetría perfecta, con la conquistada en Kiev un peldaño por encima de sus hermanas orejonas y de sus hermanas mayores tipo ánforas, estas últimas bien conocidas por nuestra querida Galerna del Cantábrico, que las tuvo en sus manos a todas y que alzó como capitán la Sexta en Bruselas en 1966. En la parte derecha hay varias estanterías, cada una conmemorando una copa de Europa, con los banderines y los carteles correspondientes. En la parte de arriba, en unos monitores, va rotando un resumen de cada una de las finales, contadas por uno de sus protagonistas, la primera por Alfredo, la segunda por Kopa, la tercera por Gento, la quinta por Puskas…

 

Por otro pasillo, al que se accede a la gloriosa sección de baloncesto, los niños se entretienen escuchando por unos enormes tubos de metal los diversos cánticos habituales del Bernabéu, o algunos de los goles emblemáticos como el de Zidane en Glasgow, el del “aguanís” de Raúl en Tokio o el de Sergio Ramos en Lisboa.

La sala dedicada al baloncesto, poblada de trofeos de Liga, Copa, Intercontinentales, amén de los de las categorías inferiores, también tiene su rincón destacado para las 10 Copas de Europa, las 7 primeras con el antiguo formato, testigos de las épocas más laureadas en los años 60 y 70, y que representan una copa en forma de canasta con asas, más la Octava ganada en Zaragoza por Sabonis, Arlauckas y compañía, y que tiene forma de un jugador muy estilizado a punto de hacer un mate, y por último las 2 Euroligas, logradas en Madrid 2015 y en Belgrado 2018, tipo paragüero y similares a las Europa League futboleras. Así como en la parte de fútbol, también hay varias mesas con pantallas táctiles en las que se pueden venir imágenes de los inicios gloriosos de la sección en el Frontón Fiesta Alegre como de la actual Edad de Oro bajo los mandos de Pablo Laso y su equipo. También son de destacar las colecciones de camisetas, banderines o balones que pueblan una sala que rezuma esfuerzo, dedicación y afán de superación. “Espíritu de remontada”, en definitiva, como el muy recomendable libro de José Luis Llorente.

Todavía los más pequeños disfrutarán con algunas atracciones interactivas más, como un mosaico de fotos de los visitantes que forma la fotografía de un jugador o de una jugada de un partido, para, posteriormente, acabar la visita bajando por una escalera a la derecha, que da al fin del museo, y donde se encuentran exposiciones no permanentes, como una sobre Juan Gómez “Juanito” o como la colección personal de Don Paco Gento, ambas con objetos personales y entrañables de sus protagonistas.

Acaba la visita dando la oportunidad a los visitantes de hacerse una foto con una réplica de la Copa de Europa, y otra con su jugador favorito, presente de forma virtual, y que se pueden recoger, si se desea, al término del Tour del Bernabéu, ya en la tienda oficial del Real Madrid.

Según los organizadores del Tour, la duración media de cada visita es de dos horas (incluyendo la panorámica, los banquillos, el palco de honor, los vestuarios, la sala de prensa, el autobús virtual del primer equipo), de las cuales más de la mitad se emplea para ver el Museo. Créanme, merece la pena. Cualquier madridista que se precie de tal debería visitarlo al menos una vez; en mi caso, enfermo de madridismo agudo, ya lo habré visto, sin exagerar, casi 20 veces, y en cada nueva visita siempre descubro algún detalle o algún objeto en el que no había reparado anteriormente. Y siempre que vuelvo lo hago con la misma emoción y la misma ilusión que el primer día.

 

CAPÍTULOS PAISAJES DEL REAL MADRID:

Capítulo 1: El Palacio de los Deportes de Madrid

Capítulo 2: La antigua Ciudad Deportiva

Capítulo 3: El pabellón Raimundo Saporta

Capítulo 4: Estadio Santiago Bernabéu (1ª parte)

Capítulo 5: Estadio Santiago Bernabéu (2ª parte)

Capítulo 6: El Museo

El estadio Santiago Bernabéu (2ª parte)

 

Como ya comenté en el capítulo 4 de esta serie, mi primera visita para asistir a un partido en el glorioso templo de Chamartín fue en 1972, con motivo del segundo homenaje a Don Paco Gento. Tengo en mi mente algún chispazo de memoria de haber asistido antes, ya que recuerdo haber visto sobre el césped jugar a Antonio Betancort, a Verdugo, a Planelles, a Rafa Marañón y a Eduardo Anzarda, por ejemplo. Pero no logro fijar a ninguno de ellos en un partido o contra un rival concreto. A partir de 1973, cuando se volvieron a abrir las fronteras para jugadores extranjeros (los “oriundos” como Touriño o Fleitas sí estaban permitidos), ya iba asiduamente al estadio casi cada domingo, en aquel año en que se fichó a Günter Netzer y al extremo Oscar “Pinino” Mas.

Las temporadas solían empezar con homenajes a jugadores que se retiraban y recuerdo el del 3 de septiembre (como regalo de cumpleaños) de 1975 al gran Amancio Amaro (ante Peñarol) o el de Manolo Velázquez (ante el Eintracht Braunschweig) en agosto de 1977, todo ellos, por supuesto, antes de que se instaurara el Trofeo Santiago Bernabéu. Los partidos eran los domingos poco después de la hora de comer (4 de la tarde), y muchos espectadores llevaban radios (las llamábamos “chicharras”) para poder seguir el resto de los encuentros de la jornada (ya que todos los partidos se jugaban a la misma hora), normalmente sintonizando aquel espléndido - nada que ver con los de ahora - Carrusel Deportivo conducido magníficamente por el maestro Vicente Marco y animado por el mítico Juan de Toro, el que proclamaba a los cuatro vientos las bondades del Anís de la Asturiana “su presencia siempre agrada”. Era práctica habitual en las familias - al menos en la mía - los domingos que el Madrid no jugaba en casa escuchar el Carrusel, mientras que en otra habitación los no futboleros solían ver “La casa de la pradera” en la televisión. Inolvidables eran aquellas conexiones con los estadios de Altabix, Pasarón, Castalia o con la Creu Alta de Sabadell, “el hogar del equipo arlequinado”.

Dentro del estadio, quienes no llevaban los pesados transistores podían seguir los demás partidos por medio del “Marcador simultáneo Dardo”, en el que varias empresas esponsorizaban el campeonato nacional de Liga: para poder enterarse de algo,  había que llevar al estadio las claves de ese domingo – salían en todos los periódicos del domingo, como en ABC o en el “Ya” -  de tal manera que el partido “Camisas IKE” era el Córdoba-Atlético de Madrid y “Relojes Radiant” correspondía al Valencia-Oviedo.

 

Al atravesar por la puerta 23 del Fondo Norte, se accedía a las gradas y me llamaba mucho la atención la palabra “vomitorio” escrita en todas partes. Obviamente le preguntaba a mi padre qué significaba esa fea palabra y me hablaba de su origen en los circos romanos. Luego había que posicionarse en la grada de pie, mejor no llegar con el tiempo muy justo, y también mejor no colocarse detrás de las barras que poblaban el fondo ya que en caso de “avalanchas” cuando se sacaba un córner o una falta lateral con cierto peligro, había un claro riesgo de clavarse el pecho con la barra y por lo tanto hacerse bastante daño. No olvidemos que más del 70% de las localidades del estadio eran entonces de pie.

En los meses de primavera, tanto en el lateral de Padre Damián como en el Fondo Norte, solía dar el sol durante todo el encuentro por lo que las gradas se poblaban de viseras de cartón, sujetas a las cabezas de los espectadores por medio de un hilo de goma. Había algunos vendedores que ofrecían refrescos y altramuces a los asistentes. En invierno, la oferta se ampliaba a “copas de coñac”, en diminutos vasos de plástico y que los vendedores despachaban al grito de “¡su calorcillo!”, mientras servían unas pequeñas dosis de brandy “103” o de “Fundador”. Muchos espectadores fumaban en la grada, especialmente pequeños puros tipo Farias que apestaban bastante el ambiente. Y cómo no, quien más quien menos llevaba sus bolsas de pipas – especialmente en las localidades sentadas – y las devoraban compulsivamente mientras abroncaban al trencilla de turno o a algunos de los jugadores del Madrid (en eso poco ha cambiado en el Bernabéu). Recuerdo que ciertos jugadores como Del Bosque, Guerini, el propio Netzer, “Ico” Aguilar, Macanás o Manolo Velázquez (este último caso a mí me dolía particularmente, ya que siempre fue de mis favoritos) solían ser la diana predilecta de los aficionados que los colmaban de insultos y de conciertos de viento en forma de silbidos en cuanto marraban un pase o llegaban tarde a un balón.

 

Normalmente, en días de liga, se solían llenar, por supuesto ambos fondos. Más el fondo sur ya que, como se sabe, tradicionalmente es donde suele atacar el Madrid en los segundos tiempos. Y también porque, a diferencia de hoy en día, los socios sin entrada de asiento podían desplazarse libremente de un fondo a otro, con lo que era bastante habitual empezar viendo el partido en el fondo norte y acabar de verlo en el fondo contrario. Bueno, en algunos casos, “verlo” era una ironía ya que el sur se abarrotaba de córner a córner. Los banquillos estaban donde están actualmente, pero en cambio el palco presidencial se encontraba entonces en el lateral de la Castellana. No se me olvidará nunca que durante la temporada 1973-74, de nefasto recuerdo en la liga, las iras del público por los malos resultados y el mal juego se dirigían claramente a la zona del banquillo local y contra el histórico y exitosísimo entrenador Miguel Muñoz, pero que el día del 0-5 del Barcelona de Cruyff y del Cholo Sotil, las protestas, los pitos y el afloramiento de  pañuelos blancos iban dirigidos al lado contrario y cuyo destinatario era el palco presidencial con Don Santiago Bernabéu allí presente y mordisqueando más que nunca su enorme puro habano.

Las lluvias de almohadillas eran una práctica bastante habitual en el estadio y plasmaban de forma fehaciente el descontento de la grada, normalmente tras una mala actuación arbitral. Eran unas pesadas almohadillas de lona que lanzaban los espectadores de las localidades de  asiento (obviamente) y, más de una vez, sobre todo en los fondos, los propios socios de a pie recibíamos el impacto de dichos objetos ya que desde las tribunas de los fondos la distancia para que las almohadillas cayeran al césped era demasiado grande y había que esquivarlas para no ser golpeados en la espalda o en la cabeza.

 

El partido que más me marcó de niño fue la vuelta de los octavos de final de Copa de Europa ante el Derby County inglés, en noviembre de 1975. En la ida, el Madrid recibió un severo correctivo en las islas británicas (4-1), con un soberano partido del delantero Charlie George que anotó 3 tantos. La alineación que presentó en la vuelta Miljan Miljanic fue la formada por Miguel Ángel; Sol, Benito, Pirri, Camacho; Breitner, Del Bosque, Netzer, Amancio, Santillana y Roberto Martínez. Fue un partido intensísimo desde el primer momento, que acabó 1-0 al descanso, y en cuya segunda parte asistimos a un verdadero ciclón merengue, llegando a ganar 3-0 hasta que en el minuto 60 cae un jarro de agua fría con un nuevo gol de George que eliminaba a los blancos. Pirri transformó un penalti a falta de 10 minutos y el partido se fue a la prórroga. En el tiempo extra, Santillana marcó el 5-1 con su pierna zurda, lo cual llevó al éxtasis a los casi 100.000 espectadores que asistimos al nacimiento de las remontadas en el Bernabéu. Años después llegarían las del Oporto (jamás vi tanta gente en el Bernabéu como aquella noche, apenas pude ver el excelente cabezazo ganador del gran Goyo Benito), el Celtic de Glasgow, el Inter de Milán y las muchas que hubo en los años 80, que permitieron al club volver a conquistar títulos europeos desde la ya lejana Copa de Europa “yé-yé” de 1966.

 

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La noche de noviembre de 1979 ante el Oporto nos juntamos 120.000 espectadores en el estadio. Pocos meses después empezarían las obras para remodelar el coliseo madridista de cara a organizar la fase final del Mundial de 1982 en España y, por supuesto, la gran final que disputarían Italia y la República Federal de Alemania (inolvidable la celebración del presidente italiano, Sandro Pertini). Se eliminaron muchas de las localidades de pie ya que la normativa FIFA exigía que más de la mitad de las localidades fueran de asiento y que dos tercios de las de asiento fuesen cubiertas. De tal forma que la capacidad del estadio se redujo a 90.800 espectadores. También hubo diversas reformas en la fachada principal, instalación de nuevos vídeo-marcadores en ambos fondos y rehabilitación de las zonas de prensa, vestuarios y diversos accesos.

Bien es cierto que el recinto blanco merecía una modernización ya que desde los años 50 prácticamente nada había sido reformado. Poco antes del gran cambio en el estadio, un hecho luctuoso de enorme importancia había sucedido el 2 de junio de 1978, cuando se anunció en todos los medios el fallecimiento del gran patriarca y patrón de la nave blanca, Don Santiago Bernabéu. Aún recuerdo las interminables colas - que casi daban la vuelta al estadio – de socios y aficionados que quisieron dar su último adiós al dirigente más importante de toda su historia (y posiblemente de la historia universal del fútbol). La capilla ardiente estuvo situada en el antepalco del estadio y miles de personas desfilaron ante el féretro. Por primera vez en la historia, la FIFA declaró un minuto de silencio en todos los partidos del recién comenzado Mundial de Argentina de 1978.

Aún hube de vivir muchos partidos de pie, especialmente en los años 80, hasta que me pude permitir pagar una localidad de asiento. Así que todas las grandes gestas de aquellos años, empezando por la inédita – y ya para siempre irrepetible – final de la Copa del Rey de 1980 que se jugó entre el Real Madrid y su filial el Castilla, en un día inolvidable de fiesta madridista que terminó con una goleada de 6-1 a favor del primer equipo. Aquel año, el Castilla jugó las eliminatorias en Chamartín, con espectaculares entradas, y eliminó consecutivamente a cuatro equipos de Primera: Hércules, Athletic, Real Sociedad y Sporting de Gijón. También hay que mencionar las dos copas de la UEFA ganadas en 1985 y 1986, con remontadas ante el Rijeka, el Anderlecht, el Inter (2 veces) y el Borussia de Mönchengladbach, posiblemente en el mejor y más emocionante encuentro vivido en aquella década, con el gol agónico de Santillana para el 4-0 que desactivaba el vergonzante 5-1 de la ida. Y cómo no, la gestación de la Quinta del Buitre, que previamente a conquistar 5 ligas consecutivas (1986-1990), enamoró, como componentes del Castilla que conquistó el campeonato de 1983-84 de Segunda División – otro dato insólito y único – a los mandos de Amancio Amaro y jugando varios partidos de la segunda vuelta los domingos por la mañana en el Bernabéu y con una media de más de 55.000 espectadores por partido.

A las numerosas alegrías ligueras de la Quinta acompañaron en aquellos años los constantes sinsabores en Copa de Europa, con varios partidos mágicos (Bayern, Oporto), derrotas estrepitosas (Bayern y Milán en dos ocasiones) y una enorme y profunda decepción en la temporada 87-88 ante el PSV Eindhoven, cuando el Madrid era sin ninguna duda el mejor equipo europeo (acababa de eliminar al Oporto y al Bayern, los finalistas de 1987, con gran autoridad), pero que sin embargo fue incapaz de perforar la puerta de Van Breukelen en Madrid (aparte del gol de penalti de Hugo Sánchez) en un partido de dominio absoluto, en el cual el gol afortunado de Linskens (1-1) dejó la semifinal para jugárselo todo en el estadio del PSV y ante la mejor defensa de Europa. El partido en Eindhoven acabó 0-0 con un avasallador dominio nuestro e innumerables ocasiones de gol, y aún hoy en día constituye para mí la noche más triste y frustrante de mis 50 años como madridista. No lo olvidaré nunca: fue un 20 de abril de 1988.

En los años 90 hubo sucesivas modificaciones en el estadio, hasta que, finalmente, y para cumplir con la normativa UEFA, en 1997 todo el aforo pasó a ser de localidades de asiento y la capacidad disminuyó prácticamente a la que hay actualmente, a poco menos de 80.000 potenciales espectadores. La historia de nuestro coliseo desde entonces es más que conocida por la mayoría de nuestros lectores, empezando por la reconquista, 32 años después, de la Copa de Europa, y cuyo hecho más destacado, relacionado con el recinto deportivo, fue la ida de semifinales ante el Borussia de Dortmund, con la caída de la portería sur por el vandalismo de los ultras de dicho fondo, y con la figura destacada del heróico Agustín Herrerín que, con su audacia y su valentía, consiguió evitar la eliminación del Madrid al arreglar el desaguisado que se había producido.

Próximamente asistiremos a una nueva remodelación del estadio, con el que entraremos, una vez más, como en los años 40 y en los 80 – curiosamente, cada 40 años aproximadamente – en la vanguardia absoluta de los estadios del mundo. Esperemos llegar a su inauguración dentro de 4 años para poder contárselo, en un nuevo salto adelante del club, en La Galerna.

 

CAPÍTULOS PAISAJES DEL REAL MADRID:

Capítulo 1: El Palacio de los Deportes de Madrid

Capítulo 2: La antigua Ciudad Deportiva

Capítulo 3: El pabellón Raimundo Saporta

Capítulo 4: Estadio Santiago Bernabéu (1ª parte)

Capítulo 5: Estadio Santiago Bernabéu (2ª parte)

El estadio Santiago Bernabéu (Parte I)

El nuevo estadio de Chamartín se empezó a construir en la posguerra española, a partir de 1943, tras una genial decisión del recién nombrado presidente del club, Don Santiago Bernabéu. Mucho se ha escrito sobre este hecho que, indudablemente, fue crucial para la historia del Real Madrid C. de F y constituye uno de los momentos más importantes dentro de los 117 años de existencia del club. Sólo a un orate, o a un visionario como a Don Santiago se le podía ocurrir, apenas 4 años después de concluir la Guerra Civil, con una España en bancarrota y en reconstrucción, emprender la aventura de un nuevo estadio de fútbol, con una capacidad para 75.000 espectadores, en la mitad de un completo erial que estaba situado en la prolongación del paseo de la Castellana, lejos del centro neurálgico de la capital.

Todo ello se efectuó en un momento en que el club estaba prácticamente en ruina y sin contar con ninguna simpatía dentro del nuevo régimen político – afín al Atlético Aviación y empático con el Barcelona y el Atlético de Bilbao -; el haber podido inaugurar el 14 de diciembre de 1947 fue una bendita locura que asentó financieramente al club durante muchas décadas. En 1955, tras una votación en la Asamblea General de Socios Compromisarios, se decidió que el estadio adoptara el nombre del presidente que hizo posible el milagro y pasara a llamarse Estadio Santiago Bernabéu. Ya en ese año, el coliseo merengue contaba con una capacidad para 125.000 espectadores, más de las dos terceras partes en entradas de pie, y de esta forma tenía el segundo mayor aforo de todos los estadios europeos, tan solo detrás del de Wembley en Londres.

Recuerdo que mi primera visita – la tengo memorizada como tal, puede que hubiera alguna anterior – fue el 14 de diciembre de 1972, en el segundo homenaje a nuestra querida “Galerna del Cantábrico”, Paco Gento. Homenaje a Don Paco – hubo un primero en 1965 – que, además, coincidía con el 25º aniversario de la inauguración del estadio y, curiosamente, ante el mismo rival que en 1947, el entrañable Os Belenenses portugués. Aquella fría noche de invierno fui al estadio con mis padres y muy orgulloso al poder portar mi recién estrenada camiseta blanca inmaculada, sin publicidad y tan solo con el escudo en dorado, y con el número 7 de mi ídolo Amancio a la espalda.

En esta primera parte sobre mi visión del estadio Bernabéu quisiera centrarme en los aspectos exteriores del estadio, y, más adelante, volveremos al terreno de juego propiamente dicho. Antes de asistir a mi primer partido, ya solíamos ir en primavera y en verano junto con mi madre y mis hermanos, a la antigua piscina sita en el recinto del estadio, desaparecida a finales de los años 70.

La piscina, habilitada únicamente para socios y para sus invitados, estaba situada donde hoy en día se ubica el centro comercial “La Esquina del Bernabéu”, el cual, por cierto, será próximamente derribado (ya que en su momento fue erigido de forma ilegal). Recuerdo que había una piscina para adultos, algo más corta que las piscinas olímpicas de la Ciudad Deportiva, y una piscina infantil. El espacio del recinto no era demasiado amplio, y tenía el inconveniente de tener apenas sol por las tardes ya que en la parte oeste de la piscina se erigía la inmensa mole de cemento del estadio. Había obviamente vestuarios, femenino y masculino, y una barra de bar con unas pocas mesas. También, junto a la piscina infantil, se encontraba una exigua pradera en la que los bañistas podíamos hacer picnic y dar buena cuenta de los bocadillos de tortilla y de las empanadillas caseras que traíamos de casa.

Más o menos a principios de los 70, recuerdo mi primera visita a la sala de trofeos del Real Madrid. Nada que ver con el maravilloso museo que se puede visitar hoy en día y que es la estrella central del “Tour del Bernabéu”. Tuve la suerte de que me llevara mi abuelo paterno, mi querido abuelo Noël, un francés originario de la región central de Auvernia, y afincado en Madrid desde los años 20. Una de sus primeras – y brillantes - decisiones al llegar a España fue hacerse socio del Real Madrid, junto con su esposa – mi abuela Luisa – y con mi padre. La primera impresión de aquella primitiva sala de trofeos era que, tras una estrecha entrada, y en un par de habitaciones no muy grandes (no debían de tener cada una más de 40 o 50 metros cuadrados), se amontonaban de forma desordenada decenas y centenares de trofeos de todos los tamaños, desde los mastodónticos Carranza hasta las pequeñas copas ganadas por infantiles y juveniles, pasando por supuesto por las Copas de Europa (las primeras 6 de fútbol y 4 de baloncesto), las ligas etc.

Reinaba sobre todo el desorden en el recinto, entre banderines, bandejas, fotografías en las paredes, vitrinas con documentos descoloridos. Sinceramente, parecía todo aquello más bien un bazar de Tetuán o de Tánger que lo que ya debía de ser por entonces: a saber, el santuario de reliquias preciosamente ganadas a los rivales que ya convertían al club como el más grande en fútbol y en baloncesto de todo el continente. Otra vez que fui con mi padre, que llegó a jugar y a ganar una final de Copa de Castilla con los juveniles del club, jugada en Collado Villalba, él buscó infructuosamente el trofeo de ganador del año 1936, aunque la tarea fue imposible de conseguir ante aquel batiburrillo de copas de plata, de zinc y de estaño.

Claro que para ambiente tercermundista no había más que acercarse a la oficina de Socios. Antiguamente, recuerdo que, cada dos meses, acudía personalmente a los domicilios de los socios un cobrador del club, trayendo los cupones – válidos para todos los partidos de los dos siguientes meses – para cobrarlos a domicilio. Cuando yo era niño, lógicamente, no tenía nada de qué preocuparme, mi madre se encargaba de pagar al cobrador y todo en orden. Pero cuando desapareció la figura del cobrador, antes de que el club permitiese domiciliaciones bancarias de los recibos, había que ir personalmente a la oficina del estadio para pagar los cupones o para cualquier incidencia que hubiese surgido con el club. Nos turnábamos mis hermanos socios y yo para ir cada tanto a pagar y llevar los cupones de todos a casa (éramos 6 socios en casa). Temía más que a las películas de James Whale o de Tod Browning cuando llegaba mi turno de ir al estadio.

La oficina de Socios era despacho siniestro y mal iluminado: para acceder a ella se entraba por la calle Concha Espina, más o menos donde hoy se encuentra la puerta 44. Normalmente, a primeros de mes, había unas filas kilométricas de socios para pagar sus cupones. Nos juntábamos todos casi a la misma hora y el mismo día, ya que, de no conseguir los cupones, al domingo siguiente los empleados de las puertas de entrada no dejaban entrar a los despistados o a los morosos. Cuando llegaba el turno de pagar los cupones, los empleados eran de lo más antipático que yo recuerdo en mi vida, tratando mal a los socios con sus rostros avinagrados y con unos malos modos inauditos. El célebre dicho de que “el cliente siempre tiene razón” lo desconocían por completo en aquella siniestra oficina. Y lo que es peor: no estaban tratando con clientes, sino con socios, es decir con – pequeños – propietarios del club. Ponían mala cara hasta cuando no llevabas cambio. Era realmente un antro de pesadilla. Afortunadamente, eso cambió – aunque tardó muchísimos años en mejorar -, sobre todo a partir de la entrada del nuevo siglo XXI y he de decir que hoy en día da gusto tratar con los empleados, ya bien sea por teléfono o bien en persona.

Los alrededores del estadio eran similares a los de hoy en día, bien es cierto que ambos fondos eran mucho más bajos, teniendo tan solo dos anfiteatros, lo que permitía que, desde algunos pisos altos o terrazas de la calle Concha Espina, donde había unos enormes anuncios como el de  “Pastillas Koki” (“de penicilina y mentol”), se pudiese ver buena parte del terreno de juego y por lo tanto ver casi medios partidos de fútbol sin tener que pagar. Otro tanto pasaba en la calle Padre Damián desde el viejo edificio de Feygon. Al llegar al estadio había cientos de pequeños puestos – más aún que hoy en día – en los que se vendían banderas y bufandas, por supuesto, además de toneladas de pipas y de kikos para pasar la tarde, así como caramelos “Saci” – 4 caramelos por una peseta -, chupa-chups, agua de cebada, cacahuetes (los llamábamos manís) y, en invierno, puestos de castañas y de boniatos para atemperar el frío seco madrileño.

Obviamente, cuando iba yo de pequeño al fútbol, con la camioneta desde la plaza de Roma (hoy en día Manuel Becerra), el rito fundamental era ver el partido y regresar a casa. Era muy importante llegar pronto a las localidades de pie (siempre a mi querido Fondo Norte, por la puerta 23) ya que de lo contrario uno se perdía la mitad de las jugadas de ataque del Madrid que solía empezar atacando, como hoy en día, a la portería Norte. Normalmente los partidos eran los domingos a las cuatro de la tarde y muy rara vez por la noche – excepto los de Copa de Europa – a no ser que estuviesen televisados. El rito que se vive hoy en día de quedar una hora antes en los bares y cafeterías de alrededores, yo no lo viví hasta hace relativamente poco tiempo. En cualquier caso, en la calle Rafael Salgado, tanto José Luis como el viejo Gloria Bendita estaban siempre abarrotados, lo mismo que el hoy desaparecido El Cachirulo de Concha Espina.

La entrada noble del estadio era por entonces el lateral del Paseo de la Castellana, con la Puerta 0 para el Palco Presidencial, y los mejores abonos eran los que entonces se llamaban de Tribuna Preferente. Las puertas de la calle Padre Damián, antes incluso de construir las torres para el Mundial 82, daban acceso a la otra tribuna – llamada Tribuna de Lateral – y, sobre todo a los anfiteatros 3º y 4º, más conocidos por aquel entonces como “el Gallinero”, ambos con todas las localidades de pie. Recuerdo que en marzo de 1976 vi – ver es una ironía, no se veía casi nada – la semifinal ante el Bayern de Múnich, la de la famosa agresión del “loco del Bernabéu” al colegiado austríaco Linemayer. No se veía casi nada no sólo por la distancia, obviamente, sino por la inmensa cantidad de gente que entró ese día al Gallinero. Fuimos 111.000 espectadores aquella tarde en Chamartín (datos de UEFA). Hoy en día, acostumbrados a la comodidad de los asientos, sería inconcebible ver un partido de fútbol desde una distancia tan notable y por añadidura, de pie.

En el próximo capítulo hablaremos ampliamente de todo lo que sucedía y de las emociones que se podían encontrar, una vez que se accedía al maravilloso templo del madridismo.

Paisajes del Real Madrid

Capítulo 1: El Palacio de los Deportes de Madrid

Capítulo 2: La antigua Ciudad Deportiva

Capítulo 3: El pabellón Raimundo Saporta

Capítulo 4: Estadio Santiago Bernabéu (1ª parte)

Capítulo 5: Estadio Santiago Bernabéu (2ª parte)

 

El Pabellón de la Ciudad Deportiva

El primer recuerdo que tengo del viejo Pabellón es llegando con mi hermano mayor a una jornada del Torneo de Navidad, en el ya lejano año 1970. Me impactó mucho que, en un recinto plagado de anuncios azules con letras blancas de “Philips”, uno de los equipos que estaban jugando, ya con el partido comenzado, se llamase “Gimnasia y Esgrima”, cuando de un partido de baloncesto se trataba. Era uno de los clubs más prestigiosos de Argentina, y se estaban batiendo el cobre con el Juventud de Badalona (en 1970 no era ni el Joventut ni la Penya), con un equipazo en el que estaban Nino Buscató, Luis Miguel Santillana o los hermanos Margall, Enrique y Narciso. Después de ese partido se disputó el del Real Madrid, con unos nombres irrepetibles como Emiliano, Luyk, Brabender, Cristóbal, Paniagua, un jovencísimo Rafa Rullán, Toncho Nava y los hermanos Ramos, José Ramón y el que hoy en día es -para mi dicha y orgullo- un gran amigo, Vicente, que acabaron por arrasar aquella noche a la selección de Puerto Rico.

Era por entonces el Pabellón un recinto mítico, ya que, habiendo sido inaugurado un día de Reyes de 1966, al año siguiente fue testigo de la tercera Copa de Europa del Madrid de baloncesto en una final a cuatro en la que en semifinales se derrotó al Olimpia de Ljubiana y en la gran final al campeón del año anterior, el Simmenthal de Milán, por 91-83. El gran capitán, Carlos Sevillano, pudo alzar el trofeo ante un recinto abarrotado, con 5000 espectadores, 1000 de los cuales en entradas de pie. Hoy en día ese aforo puede parecernos exiguo, pero lo cierto es que resultaba ser una caldera infernal para todos los rivales en los partidos importantes. Recuerdo bien cómo, a finales de los 70, y sobre todo en partidos europeos, era casi imposible conseguir localidades para cuartos de final o semifinales ante equipos italianos o soviéticos. El acontecimiento más grande para mí era cuando se enfrentaba el Madrid con el Maccabi de Tel-Aviv. Íbamos a verlo muchas veces con mis compañeros del Liceo Francés, que eran simultáneamente madridistas y hebreos, como Jacobo, como Sara y como Meir y que realmente acudían a aquellos duelos con el “corazón partío”. Menudo quinteto titular de los “macabeos” el que ganó la Copa de Europa de 1977: Aroesti, Berkowitz, Silver, Boatwright y Perry. Un equipazo de época que siempre daba espectáculo y quebraderos de cabeza a los nuestros.

Recuerdo que estuve en la célebre exhibición de Walter Szczerbiak cuándo anotó 65 puntos ante el Breogán de Lugo (récord aún imbatido en la liga española) una mañana de febrero de 1976 en la que los locales aplastaron a los gallegos por 140-48, con unos registros de Walter de 25 canastas de 27 intentos (y 15 de 17 tiros libres). De haber existido los triples, posiblemente la anotación de Szczerbiak habría sobrepasado los 80 puntos.

En el fondo sur del Pabellón, lo mismo que hacía en el segundo anfiteatro sur en el Bernabéu, se sentaba siempre el fiel hincha El Tiri, con su inseparable megáfono, con el que animaba sin parar a los nuestros con su interminable “¡Hala Madrid!, ¡Hala Madrid!, ¡Hala Madrid!” que sonaba con un efecto metálico y algo enlatado que permanecía en nuestras cabezas durante horas.

Cientos de recuerdos como aquel en el que salí del Pabellón al mismo tiempo que un joven Fernando Romay, en un partido en el que no actuó. Tuve mi pie pegado al suyo, y, sin exagerar, su pie era el doble de largo que el mío. Me sentí más que nunca un liliputiense.

Un día imborrable, aunque muy triste, fue el del último partido de la liguilla final de Copa de Europa 78-79. Fue contra el Emerson de Varese (el antiguo Mobilgirgi, o el más antiguo aun Ignis), un colosal equipo que llegó a disputar nada menos que 10 finales de Copa de Europa seguidas entre 1970 y 1979, ganando 5 de ellas. La liguilla final la jugaron 6 equipos, a doble vuelta, y el ganador del Madrid-Emerson pasaba a la final contra el Bosna de Sarajevo, liderado por el gran Mirza Delibasic. Fue un partido intenso y vibrante entre dos enormes equipos -el Madrid era el campeón vigente tras ganar en 1978 precisamente al Mobilgirgi Varese en Múnich-. Al Real Madrid le faltaba su gran base Juan Antonio Corbalán, y al Emerson su capitán y líder absoluto Dino Meneghin. Me impresionaron por parte del conjunto italiano sus americanos Bob Morse y el impredecible Charlie Yelverton. Rafa Rullán se cargó de faltas antes de lo previsto y los últimos minutos los jugó de pivot el donostiarra Luis Mari Prada, que con el tiempo cumplido y con un resultado de 82-83 tuvo 3 tiros libres (con la antigua regla de 3x2 en la que se tenían tres opciones para anotar como máximo 2 tiros libres): marcando uno se iba a la prórroga, y marcando dos el Madrid se clasificaba para la gran final de Grenoble ante el Bosna. No pudo ser. Prada marró uno tras uno los tres tiros, y el Emerson venció en el Pabellón. Recuerdo que hubo lanzamientos de objetos, pero también una sonora ovación para los locales y para el gran rival italiano. Prada fue estigmatizado para siempre por sus tres fallos, pero también es de ley recordar que el año anterior, en Buenos Aires, su partido fue decisivo para lograr la Copa Intercontinental por tercera vez, batiendo a los locales del Obras Sanitarias -vaya con los nombrecitos de los equipos argentinos de baloncesto- por 103-104.

Multitud de partidos con cientos de victorias logradas hasta que, en 1987, en pleno boom del baloncesto en España, el Pabellón se había quedado diminuto y se decidió que el Madrid jugase en el Palacio de los Deportes, cuya capacidad de aforo duplicaba a la del Pabellón. En esos 21 años, de 1966 a 1987, el Madrid conquistó 5 Copas de Europa, 17 Ligas, 10 Copas y 4 Intercontinentales, además de 16 Torneos de Navidad. Y los que acudíamos con cierta asiduidad pudimos ver jugar a auténticos fenómenos del baloncesto como Bob McAdoo, con la Universidad de North Caroline en la Navidad de 1971, Dino Meneghin, Kresimir Cosic, Mirza Delibasic, Moka Slavnic con el -ya- Joventut, Marzoratti, al mexicano Manuel Raga, a los israelíes Berkowitz y Aroesti, a Epi y a su gran Barça de los 80, a la fabulosa selección soviética -con un joven Arvydas Sabonis destrozando el tablero en un brutal mate que hizo interrumpir la final del Torneo de Navidad de ante el Madrid durante casi media hora- o al gran Nikos Galis. Inolvidables también aquellos duelos como el de OK Corral entre Fernando Martín y Audie Norris que hacían saltar las chispas hasta la vecina Plaza de Castilla.

 

También fue el recinto del victorioso Real Madrid de voleibol, desaparecido en 1983 y con un gran palmarés de 7 Ligas y 12 Copas (6 dobletes). Solía jugar como local los domingos por la mañana, a veces a horas intempestivas (10:30) cuando coincidía con el equipo de baloncesto. La asistencia a sus partidos sobrepasaba rara vez los 1000 espectadores pese a su enorme dominio en las competiciones nacionales. He de decir que mi afición por el voleibol murió exactamente el mismo día que el presidente Luis de Carlos anunció, con un nudo en la garganta, su desaparición por la ruina económica que suponía la sección al club. Aún así, recuerdo con mucho cariño aquel equipazo que machacaba al Barça y al Atlético de Madrid, y a varios de sus componentes como Miguel Ocón, Feliciano Mayoral, Fernández Barros y mi favorito, Miguel Ángel “Chupi” Pérez.

 

No olvidaré mencionar que en el Pabellón tuvieron lugar varios conciertos míticos en los años 70 y en los 80, como Dr. Feelgood, Genesis, The Clash, Iron Maiden o Lou Reed. O de grupos españoles como Ñú, Nacha Pop o Leño. Sin duda, el más recordado y glorioso fue el del 22 de febrero de 1979 en el que actuó Queen al completo, con Freddy Mercury, Brian May, John Deacon y Roger Taylor, para promocionar su reciente álbum, “Jazz”, y en el que los asistentes vibraron toda la noche, pero en especial cuando sonaron los acordes de “Don’t stop me now”, su single más exitoso de aquel álbum.

Cuando el Madrid volvió al Pabellón, ya en 1999, con su nueva -y última- denominación como Pabellón Raimundo Saporta, nada era lo mismo. El equipo de voleibol ya no existía y el de baloncesto pasaba por una época oscura en la que no llenaba el Palacio -de ahí la nueva mudanza- y muy a duras penas el Saporta. Esa última época duró hasta 2004, y, deportivamente, lo único destacable fue la meritoria victoria en la liga 1999-2000, con el asalto épico al Palau Blaugrana liderado por Sasa Djordjevic y por los hermanos Angulo, Lucio y Alberto, éste último elegido MVP de la final.

En agosto de 2004 se demolió el Pabellón, un lugar rebosante de glorias deportivas cuyo final no estuvo a la altura de sus principios, y comenzó para nuestro equipo de baloncesto una peregrinación similar a la de Moisés y su pueblo saliendo de Egipto, pasando por los purgatorios de Vista Alegre, Madrid Arena, Caja Mágica y Torrejón, y que, afortunadamente, ya encontró un adecuado refugio en su nueva casa del reformado Wizink Center de la calle Felipe II.

 

Paisajes del Real Madrid

Capítulo 1: El Palacio de los Deportes de Madrid

Capítulo 2: La antigua Ciudad Deportiva

Capítulo 3: El pabellón Raimundo Saporta

Capítulo 4: Estadio Santiago Bernabéu (1ª parte)

Capítulo 5: Estadio Santiago Bernabéu (2ª parte)

 

 

Antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid

 

En 2004, y tras estar funcionando 41 años, desde 1963, desapareció la antigua y entrañable Ciudad Deportiva del Real Madrid. Hoy en día, como bien sabemos, ha cambiado el paisaje urbanístico de la ciudad de Madrid con las célebres “4 Torres” que se erigen, esbeltas, al lado del Hospital Universitario de La Paz. Recuerdo que, de niño, me impresionaba mucho la mole acristalada de tonos grisáceos del hospital, que sigue siendo, por ejemplo, la mayor maternidad de la capital. Actualmente, La Paz es un edificio de apenas 20 pisos que parece indefenso ante los 4 colosos vecinos, que algunos, jocosamente,  han bautizado con los nombres de “las torres Figo, Zidane, Ronaldo y Beckham”.

En 1963, Don Santiago Bernabéu quiso ser pionero, como ya lo fue con la construcción de un megaestadio en 1947, al crear la primera ciudad deportiva de un club europeo, unos meses antes que Milanello, por ejemplo. Eran momentos de cierta decadencia del gran equipo conquistador de Europa de finales de los años 50, que acababa de ver sus primeras eliminaciones en la competición reina, y que había tenido que vender recientemente a la Juventus a su joven estrella sevillana, Luis del Sol. No importaba el momento, ya que Don Santiago lo tenía claro: en su legado tenía que hacernos herederos a todos los madridistas de una excepcional ciudad deportiva, de una auténtica “Fábrica” de talentos de cara al futuro. Como bien dijo Florentino Pérez al inaugurar la Ciudad Real Madrid en Valdebebas, nada hubiera sido posible sin esa excepcional visión de futuro que tuvo nuestro profeta al inaugurar una mina de diamantes, que sigue dando sus frutos a día de hoy. Aquellos terrenos adquiridos en lo que entonces eran las afueras de Madrid, cerca del pueblo de Fuencarral, acabaron por ser oro puro y un barrio bastante cotizado de la capital, cerca de la colonia Mirasierra y de lo que luego sería la Ciudad de los Periodistas.

Se puso la primera piedra cuando aún estaba en el equipo Alfredo Di Stéfano, en una época en la que el Madrid seguía ganando fácilmente ligas y ya no ganaba copas de Europa. Pero lo más importante es que se plantó una semilla que hoy en día, más de 50 años después, sigue dando réditos al club, como si fuese el maná que siguió enviando Dios a los israelitas, cada día, durante 40 años, mientras éstos deambulaban por el desierto. El maná de Don Santiago – y que no se me tome por blasfemo -  lleva cayendo sobre el Real Madrid más de 55 años seguidos.

Una vez construida la Ciudad Deportiva propiamente dicha, con campos de entrenamiento, gimnasios y vestuarios, se rodeó aquello de un club social para que lo pudiesen disfrutar todos sus socios.

De niño, junto con mi madre y mis hermanos, íbamos más a menudo a la piscina que había en el estadio Santiago Bernabéu antes que a las piscinas olímpicas de la Ciudad Deportiva. La razón fundamental es que en los primeros años 70, y viviendo como vivíamos junto a la Plaza de Roma - hoy Manuel Becerra -, para una madre con 4 niños pequeños ir hasta la Ciudad Deportiva era una auténtica expedición con bolsas, piscolabis y bañadores de recambio. Algo más adelante, a finales de los 70, ya pude ir por mi cuenta y con mis amigos hasta las piscinas de la CD, en metro hasta Plaza de Castilla y luego una caminata de 20 minutos. O bien en el autobús de la línea 27, aquel que era doble y articulado, por la alta ocupación de la línea, y lo cogíamos en Colón y nos dejaba también en la Plaza de Castilla.

Las piscinas olímpicas eran maravillosas, sin dudas las mejores de Madrid. Solo para socios e invitados de socios (previo pago, obviamente). La principal, con unos altísimos trampolines olímpicos, en los que se lucían los más osados, era espectacular. En los días fuertes de calor de finales de junio o del mes de julio, el recinto estaba abarrotado, pese a lo grande que era, y había que hacer cola para comprar un refresco o un bocadillo de tortilla, que luego comíamos en las nunerosas praderas que rodeaban las piscinas. También había zonas de juego para los más pequeños, con toboganes y columpios.

Al otro lado del pabellón - del que hablaremos en otra entrega de estos paisajes - se encontraba la entrada del Club de Tenis, más selectivo, y en el que los socios de a pie no podíamos entrar, ya que había que ser socio del club de tenis, además de socio del Real Madrid. Recuerdo que entré allí un par de veces, la primera de ellas para la celebración de la comunión de mi amigo Pablo. El club social era el tipo club de golf inglés, bastante elegante y, desde los salones, pude ver las célebres pistas de tierra batida en las que había entrenado el gran Manolo Santana, que, como es bien sabido, llegó a proclamarse ganador de Wimbledon en 1966 luciendo el escudo de nuestro amado club. También había salas de estar, con mullidos butacones, y muchas vitrinas con trofeos múltiples de variados deportes: rugby, balonmano, tenis de mesa, atletismo, fruto de las diferentes secciones del club. Recuerdo haber visto un trofeo de ajedrez con una foto adjunta dedicada del que fuera niño prodigio, “Arturito” Pomar, estandarte de una sección también exitosa, siendo por ejemplo el capitán de un equipo que fue 5 veces campeón de España. Igualmente, había salas para practicar tenis de mesa y billar, en las de billar se veía hombres únicamente, en mangas de camisa pero encorbatados y fumando puros habanos mientras ponían tiza a sus tacos.

En los años 70 y hasta bien entrados los años 80, todos los socios podíamos acceder a los campos de entrenamiento del primer equipo e incluso asistir como espectadores a los entrenamientos. Recuerdo haber presenciado - haciendo novillos en la Facultad de Económicas en Somosaguas - varios de ellos, con Vujadin Boskov y su temible preparador físico, Miroslav Vorgic, heredero de los métodos de Félix Radisic, el ayudante del gran Milan Miljanic. Había bastantes ociosos en las gradas, algunos de los cuales se permitían el lujo de silbar e incluso abroncar a los que habían estado flojos el domingo anterior. O a los que les viniera en gana. Lamentablemente, esa nefasta práctica de meterse con nuestros propios jugadores viene de muy antiguo. Vorgic hacía dar vueltas y más vueltas a las pistas de atletismo a los Santillana, Guerini, Juanito, Del Bosque, Camacho y Cunningham de turno, que a veces coincidían en la pista con los atletas de la sección de atletismo, como los fondistas Juan Hidalgo y Fernando Cerrada, éste último ganador de una emocionante San Silvestre Madrileña batiendo nada menos que al gran Mariano Haro. Una vez, tuve la suerte de poder ver entrenar al gran José Luis González, olímpico y subcampeón mundial de 1500 metros lisos y capitán del equipo de atletismo del Real Madrid en 1986.

Todo era más cercano que hoy en día, también de vez en cuando se veía dar vueltas a la pista de ceniza a los componentes de baloncesto y de voleibol, ambas secciones muy exitosas.

El campo principal era donde jugaba los domingos por la mañana como local el Castilla, recuerdo haber visto notables goleadas como al Tudelano con 5 o 6 goles de Pepe Mel, y partidazos contra el Sanse, el Bilbao Athletic, el Sestao, el Logroñés o el Atlético Madrileño, con actuaciones imponentes de Cidón, Paco Pineda, Casimiro, Ricardo Gallego, Bernal o el guardameta Agustín. Por ahí pasaron las célebres quintas como la que llegó a la final de la Copa del Rey de 1980 o la que conquistó el campeonato de Segunda División en 1984, la del Buitre. Bien es cierto que, en partidos importantes, aquellos equipos tuvieron el honor de jugar muchas veces en el Santiago Bernabéu, llegando a llenarlo varias veces.

Casi pegado al Hospital de La Paz se erigía el Pabellón de Hielo, el único que había por entonces en toda la provincia de Madrid - años después se abrieron los de Majadahonda y Boadilla, y mucho más tarde el Palacio de Hielo de la calle Silvano - en la que todos los chavales íbamos allí un poco a hacer el ganso y un mucho por ver patinar a las chicas. Recuerdo haberme puesto por primera - y última - vez los patines con cuchillas y tras apenas dos minutos de haber mantenido la verticalidad, caerme y casi partirme todos los dientes y salir de la pista con un terrible dolor de mandíbula, la verdad es que mi carrera de patinador fue más que efímera, a la par que vergonzante. No recuerdo que el pabellón se utilizara para hacer competiciones ni creo que el club abriese una sección de hockey sobre hielo (como si la tuvo de hockey sobre patines en su momento), aunque sí a veces se entrenaban algunos patinadores de alto nivel.

En los últimos tiempos de la Ciudad Deportiva, ya con las piscinas cerradas e inutilizables, el Real Madrid alquilaba a las empresas la posibilidad de jugar partidillos en algunos de los campos de entrenamiento, pudiendo utilizar los ya vetustos vestuarios y duchas de los equipos de categorías inferiores. He de decir que en uno de dichos partidillos tuve la ocasión de marcar un par de goles – están perfectamente documentados en vídeo – y así poder presumir de haber goleado en las instalaciones del Real Madrid, y, encima, a costa de un guardameta cliente que, además, era un ferviente culé.

En el próximo capítulo de esta serie, hablaremos en profundidad de una gran joya de la Ciudad Deportiva: su mítico Pabellón, inaugurado en 1966.

 

Paisajes del Real Madrid

Capítulo 1: El Palacio de los Deportes de Madrid

Capítulo 2: La antigua Ciudad Deportiva

Capítulo 3: El pabellón Raimundo Saporta

Capítulo 4: Estadio Santiago Bernabéu (1ª parte)

Capítulo 5: Estadio Santiago Bernabéu (2ª parte)

 

El Palacio de los Deportes de Madrid

De niño, vivía a escasos 300 metros del Palacio de los Deportes de Madrid, hoy en día rebautizado como WiZink Center, centro de ocio de referencia en Madrid, donde juegan sus partidos de baloncesto el Real Madrid y el Estudiantes y se organizan múltiples conciertos y otras actividades culturales.

Para mí siempre fue un centro referencial en mi infancia, tanto por la proximidad de mi domicilio como por la intensa actividad deportiva que vivían aquellas instalaciones. Tengo multitud de recuerdos de haber asistido al Palacio a presenciar acontecimientos deportivos de todo tipo, desde atletismo a gimnasia, pasando por ciclismo en pista y muchos más.

Uno de mis más antiguos recuerdos fue el Campeonato de Europa de Halterofilia en 1973, donde pude contemplar la verdadera exhibición del levantador “superpesado” soviético, Vassili Alexeyev, una auténtica mole de 140 kgs de peso que consiguió batir los récords mundiales en la modalidad de dos tiempos, con una alzada de 240 kilos y, en el total olímpico (arrancada + dos tiempos), con 417 kilos. Alexeyev venía de proclamarse campeón olímpico en Múnich 1972 y también lo sería en Montreal 1976. Fue la primera vez que escuché el himno de la Unión Soviética en directo (recordemos que en 1973 aún gobernaba Franco).

Por las tardes, al salir del colegio, solía pasear con mis hermanos o con mis amigos toda la tarde por mi barrio. Ya bien jugando en el Parque Eva Perón, al lado de la Plaza de Roma (hoy Manuel Becerra), ya bien en los numerosos cines que había a 200 metros a la redonda: Carlton, Benlliure, Salamanca, Universal, Voz, San Remo, y, muy cerca del Palacio de Deportes, el Felipe II y el Jorge Juan, muchos de los cuales proyectaban programas dobles y, además, en sesión continua. Ya no queda ni uno solo de ellos, tan solo los Renoir Retiro ocupan el antiguo emplazamiento del cine Narváez. Bueno, y el que hoy en día es el Teatro Alcalá, el antiguo y señorial cine Alcalá-Palace, en el que recuerdo haber visto en esos años “El golpe”, con Paul Newman y Robert Redford.

Al Palacio íbamos al menos una vez al mes. Recuerdo muchísimos campeonatos de atletismo indoor, con el pertiguista Efrén Alonso sobrepasando el listón de los 5 metros, el velocista Sánchez Paraíso, el triplista Pipe Areta, el vallista Javier Moracho, el saltador Rafael Blanquer, los saltadores de altura Garriga, Martí Perarnau, Sagrario Aguado e Isabel Mozún, o la mediofondista Carmen Valero.

También presencié los campeonatos de Europa de gimnasia artística femeninos de 1981, con la alemana oriental Maxi Gnauck arrasando en tres de las cuatro especialidades, en asimétricas, en barra y en suelo, siendo segunda en salto y ganando también el concurso completo.

Una de mis actividades favoritas era asistir a los 6 Días de Madrid de Ciclismo en Pista, a los que acudían verdaderos especialistas (René Pijnen, Donald Allan o Gert Frank) junto a ciclistas de ruta como Gerrie Knetemann o Jan Raas. Recuerdo haber visto al mismísimo “Caníbal” Eddy Merckx, al escalador (y ganador del Tour) Joop Zoetemelk o al mítico sprinter Patrick Sercu, que se manejaban bastante bien en pista. No en vano Merckx batió en su momento el récord de la hora en pista en el velódromo de México DF. Los 6 Días de Madrid constituían una auténtica fiesta del ciclismo, y entre prueba y prueba (persecución, velocidad, eliminación, puntuación individual o por parejas), había actuaciones musicales que amenizaban al público, recuerdo bien una del ya desaparecido y entrañable 'El Fary'. Y también algunas exhibiciones de la espectacular especialidad de persecución tras moto, con Bartolomé Caldentey, alumno aventajado del gran Guillermo Timoner, como ciclista estelar.

También vi jugar más de una vez al Atlético de Madrid de balonmano, en su mejor época, con el portero Lorenzo Rico, el central Cecilio Alonso, y el pivote Juanón de la Puente. Yo iba a ver jugar sobre todo al extremo Paco Parrilla, que además era profesor en mi colegio, el Liceo Francés de Madrid.

Cómo no mencionar el célebre partido de baloncesto del 24 de octubre de 1988 entre el Real Madrid y los maravillosos Celtics de Boston, que jugaron con su cinco de gala, Danny Ainge, Dennis Johnson,Kevin McHale, Robert Parish (“doble 0”)  y el gran Larry Bird, que nos bombardeó aquella noche, con el Palacio abarrotado, con 29 puntos, pese a una gran actuación del Madrid de Drazen Petrovic (22 puntos) o del alero Pep Cargol, que anotó 15. También jugaron aquella gloriosa velada nuestro mito Fernando Martín (ya de vuelta de la NBA) y su hermano Antonio, Chechu Biriukov (18 puntos), Johnny Rogers, Romay, Quique Villalobos y nuestro compañero de 'La Galerna', Joe Llorente. What a night! 96-111 fue el resultado final, y eso que en el tercer cuarto se impuso el Madrid 30-24 y consiguió acercarse hasta un 77-85 a falta de 8 minutos.

Un par de años antes, en 1986, el Palacio había acogido la fase final del Mundial de baloncesto, con una semifinal histórica entre la URSS y Yugoslavia que acabó 91-90 con un duelo prodigioso de talentos -madridistas avant la lettre- entre Sabonis y Drazen Petrovic (posteriormente elegido mejor jugador del campeonato), y una final apretadísima entre Estados Unidos (que contó, por ejemplo, con Steve Kerr, Dave Robinson y Armen Gilliam) y la URSS (una fabulosa mezcla de talentos lituanos como Sabonis, Kurtinaitis y Homicius, rusos como Volkov, Tarakanov y el gigante Tkachenko, ucrananios como Belostenny, el uzbeko Tikhonenko o el escolta letón Valters), en la que acabaron por imponerse los americanos por 87-85, mientras que el bronce fue para los yugoslavos (con Dalipagic, Vrankovic, Divac, además del genio de Sibenik) ante el Brasil de Oscar Schmidt, que había apartado previamente del cuadro final al combinado español. Nunca antes se había juntado tanto talento en tan poco tiempo en una cancha de baloncesto en España.

Miles de recuerdos de aquel Palacio de Deportes, como el Festival Mundial del Circo, al que acudíamos tantas familias madrileñas, alegres y risueñas, con fabulosos números de trapecistas, acróbatas, leones y caballistas. Fue allí cuando vi en directo al célebre clown Charlie Rivel, también a los hermanos Tonetti, que fueron ídolos de tantos niños de los primeros años 70. Uno de los años recuerdo haber visto un partido de fútbol, jugado con globos, entre dos equipos de perritos, uno de ellos con la camiseta del Atleti y el otro con la del Real Madrid, como si fuese el clásico duelo que veíamos habitualmente con jugábamos a los futbolines, otro de los grandes pasatiempos que teníamos los críos. Por cierto, que en los billares de los años 70, como el de la calle Alcántara y de Lista, donde se jugaba también al ping pong y al pinball, la entrada a los menores no acompañados estaba permitida, pese a que los tahúres de billar fumaban sin parar.

De aquella época no se puede olvidar mencionar los increíbles conciertos que tuvieron lugar. Yo me acuerdo haber visto actuar al gran Paul McCartney, con su banda, The Wings, con su esposa Linda haciendo los coros y la percusión y el guitarrista Denny Laineque encargándose del contrapunto al bajo de McCartney. También a Bob Dylan en un concierto en el que unos energúmenos lanzaron botellas al escenario para solicitar unos bises al genio de Duluth -en lugar de pedirlos a base de aplausos como hacíamos todos-, a Sting, recién separado de los míticos The Police, a Supertramp, a OMD, a Soft Celly a tantos otros.

Ya en los años 90, mi presencia en los eventos iba aminorando, aunque en esos años el Real Madrid jugó bastantes partidos como local, siendo importantísimo el apoyo de los más de 13.000 espectadores que acudieron para lograr el pase a la Final Four de 1995, con unos cuartos de final brillantísimos en los que el Madrid de Sabonis, Arlauckas, Antúnez, Isma Santos, Cargol y Antonio Martín derrotó con rotundidad a la Cibona de Zagreb y se logró el billete para Zaragoza, en donde posteriormente el equipo se proclamaría vencedor de la 8ª Copa de Europa tras sendas victorias ante el Limoges y el Olympiakos.

En junio de 2001, un incendio terminó con más de 40 años de historia e historias del Palacio de los Deportes, también aderezadas con veladas de boxeo -incluso Campeonatos del Mundo, como la famosa pelea de Pedro Carrasco y Mando Ramos en 1971- , lucha libre, hockey sobre patines, y hasta tenis, como un desafío Europa vs Latinoamérica en 1978, con la presencia de Ilie Nastase, Adriano Panatta, Wojtek Fibak, Guillermo Vilas y Víctor Pecci, por ejemplo.

En 2005 se erigió sobre sus antiguas cenizas el nuevo palacio, que desde 2016 tomó la denominación de WiZink Center (tras haber sido Barclaycard Center unos años). Ya está en la historia más gloriosa del Real Madrid desde que en 2015, en la Final Four de la Euroliga de baloncesto, el Real Madrid alzase su 9º entorchado, 20 años después del de Zaragoza, batiendo de nuevo a Olympiakos, con todo el Palacio echando humo en un ambiente sensacional con la excelsa actuación de todo el equipo, el Chacho, el Chapu, Maciulis, y muchos de los que luego consiguieron la Décima en Belgrado ente el Fenerbahce. Ya es la sede habitual de los nuestros, tras una peregrinación totalmente estrambótica y penosa por varias canchas madrileñas, tras la demolición del viejo Pabellón de la Castellana, una diáspora que nos llevó a jugar a la Casa de Campo, a Vista Alegre e, incluso, al pabellón de Torrejón de Ardoz, todas ellas sedes indignas del equipo más laureado de Europa en el deporte de la canasta.

Actualmente, los nuestros ya sienten que el WiZink es su casa, aunque la compartan con los vecinos “dementes” del Estudiantes, y se ha conseguido una gran fidelidad de asistencia, llenando habitualmente el recinto en días grandes de Liga ACB y de Euroliga, y con al menos 8.000 fieles que acuden siempre a ver a los suyos, aunque el horario infernal de ACB no invite para nada a ello. Yo sigo asistiendo de vez en cuando al WiZink, y mis sensaciones cuando bajo andando desde la calle Alcalá por la calle Fuente del Berro en dirección a Goya, son muy similares a las que tenia de crío. El pabellón es muy parecido al de antaño, mismas dimensiones, aunque ya no noto el frío polar que sí sentía cuando me quedaba de madrugada a ver a los ciclistas dando vueltas sin parar en los 6 Días de Madrid. Los asientos son mucho más cómodos que entonces, y se ha americanizado la oferta de comida que había hace 40 años, apenas había pipas y algún refresco. Ahora hay hamburguesas, perritos, sándwiches de todo tipo, palomitas e, incluso, montados de jamón ibérico. Y un fantástico catering en zonas VIP y en los palcos privados, algo con lo que yo ni soñaba cuando iba con mi bolsa de “sacis” para ver correr a Mariano Haro y a Alvarez Salgado los 5.000 metros en pista cubierta.

Es muy grato poder coincidir de vez en cuando con el Presidente de Honor de la sección, el mito Emiliano Rodríguez, con Clifford Luyk, una enciclopedia absoluta del baloncesto mundial, y tantos veteranos asiduos al palacio como Vicente Ramos, Juanito Corbalán, Joe Llorente o Joe Arlauckas.

En definitiva, un recinto mágico imprescindible para tantos amantes de los deportes y de la música en los últimos 50 años. ¡Larga vida al glorioso Palacio de los Deportes!

 

Paisajes del Real Madrid

Capítulo 1: El Palacio de los Deportes de Madrid

Capítulo 2: La antigua Ciudad Deportiva

Capítulo 3: El pabellón Raimundo Saporta

Capítulo 4: Estadio Santiago Bernabéu (1ª parte)

Capítulo 5: Estadio Santiago Bernabéu (2ª parte)

 

Hace algo más de un año se anunció en loor de multitudes la nueva y definitiva remodelación del estadio Santiago Bernabéu. En enero de este año 2015, el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad de Madrid anuló la modificación del Plan General de Ordenación Urbana de Madrid aprobada en 2012, que permitía la posteriormente anunciada reforma del estadio. No obstante, esta no es la primera vez que el Madrid ve frenada su aspiración a habitar un hogar mejor. En 1973 fue el Padre de la Patria, Bernabéu, quien vio frustrado su empeño. Décadas más tarde, el único sucesor que se le aproxima en visión y ambición estratégica, Florentino Pérez, se topa con la misma piedra: las autoridades le vuelven a decir al Madrid que verdes las han segado.

La cosa es que, naturalmente, ambos casos sólo se parecen en lo nuclear: el Madrid no puede tener un estadio nuevo. Las circunstancias, claro, son por completo diferentes. Se ha dicho muchas veces que Florentino es el nuevo Bernabéu; cosa absurda, aunque lo más que podamos colegir es que el presidente Pérez tal vez se haya visto seducido en algún momento por tal sugestión y se haya recreado en ocasiones cultivándola. Bernabéu era un prócer, un pionero: veía caminos todavía por trazar, y los trazaba. Florentino, en cambio, semeja más al gestor-magnate: intuye posibilidades por explotar, y las explota. Santiago Bernabéu quería hacerse un estadio nuevo, pues sabía que el viejo ya era pequeño para la dimensión que estaba adquiriendo el fútbol en los años 70. Vislumbraba un futuro desarrollista donde los grandes clubes construirían su fortuna deportiva a lomos de las grandes inversiones, de la multiplicación de los ingresos atípicos y del acrecentamiento patrimonial: el Barcelona lo estaba haciendo, también el Atlético, y los estadios de gran capacidad empezaban a emerger en Europa.

Santiago Bernabéu en 1973

Santiago Bernabéu en 1973

Florentino, en cambio, quiere terminar de pulir las potencialidades que tiene el actual Estadio Bernabéu, conociendo la dificultad y el extremo riesgo económico que supondría asumir el cambio de ubicación en los tiempos modernos. Que levantar un nuevo Bernabéu de 90 mil asientos en Valdebebas es, con el ladrillo más parado que un encofrador andaluz, poco menos que un suicidio a medio plazo.

El 8 de septiembre del año 1973, el Madrid presentó a propios y extraños el gran proyecto: un nuevo estadio en Fuencarral, junto al cruce de la variante de la carretera de Irún con la de Colmenar. El Estadio contaría con tres anillos cuyos accesos serían independientes entre sí: 120 mil localidades en total, con un graderío popular en el que 65 mil espectadores verían los partidos de pie. La por entonces proyectada estación de metro de Fuencarral estaría situada a kilómetro y medio del campo; rodeándolo, se ubicarían piscinas olímpicas, palacios de deportes, velódromos y aparcamientos con capacidad para acoger 8 mil automóviles.

Circundando al magno coliseo habría de todo: Bernabéu pensó en amplias parecelas ajardinadas, alamedas para el disfrute y relajo de socios y simpatizantes, pistas de tenis, prados habilitados para la acampada y hasta un zoológico. Todo ello redundaría en el beneficio comunitario que tendrían las nuevas instalaciones del Madrid. Se calculaba el coste total en unos mil millones de pesetas; estaría pagado, por supuesto, con lo que el club sacase por la venta de los terrenos en que se ubica el Santiago Bernabéu.

Una nota de prensa difundida meses antes por el Madrid explicaba así el proyecto:

“El ambicioso proyecto que está estudiando la Junta directiva comprende, como objetivo principal, la construcción de un nuevo estadio, empleando para ello las técnicas más avanzadas de la arquitectura moderna con toda clase de comodidades y confort, rodeado de un amplísimo aparcamiento y unas importantes instalaciones deportivas populares y sociales, con la posibilidad de añadir, en su día, una serie de recintos que permitan celebrar en España competiciones del más alto nivel internacional.”

El mismo texto institucional recalcaba el carácter rompedor de la empresa: “hemos querido ofrecer a Madrid el más bello conjunto arquitectónico de Europa y uno de los mejores estadios del mundo”.

En la Asamblea General de Socios del 8 de septiembre, los asistentes en pleno aclamaron el último milagro con el que el gran hacedor, don Santiago, pretendía asegurar el futuro de la entidad. El nuevo estadio fue diseñado por Félix Candela, célebre arquitecto español distinguido entonces por ser el responsable del Palacio de los Deportes que acogió los JJOO de México en 1968. Candela hizo fortuna en México con sus estructuras laminares, rasgo característico de su estilo arquitectónico. Había algo parecido a eso en la maqueta que el club exhibió en el Círculo de Bellas Artes, una vez presentado el proyecto: un vanguardista techo flotante sostenido por pilares y cables, que a simple vista recuerda a la factura de estadios modernos como el Stade de France de París, el Emirates de Londres o el Amsterdam Arena.

Félix Candela Bernabéu

Diseño del Santiago Bernabéu por Félix Candela

Candela había luchado en la Guerra por la República, destacándose como capitán en el Cuerpo de Ingenieros. Tras ser internado en un campo del concentración francés, acabada la contienda, marchó a México, donde, exiliado, desarrolló casi toda su obra.

¿Quién iba a comprar los terrenos de La Castellana? Pues William Zeckendorf, descrito por las crónicas de la época como un financiero norteamericano. Este hombre, miembro de una de las sagas de constructores más importantes de Nueva York, murió a finales de 2014. En 1986, el New York Times lo motejó como el desarrollador urbanístico más activo de Manhattan. Era hijo de William Zeckendorf senior, uno de los muñidores del skyline neoyorquino. Estos personajes, precursores de Boardwalk Empire, se presentaron en junio de 1973 ante la puerta de Santiago Bernabéu con un proyecto para aprovechar el solar del estadio y una jugosa oferta: alrededor de cuatro mil millones de pesetas.

La oferta de Zeckendorf, quien venía con un grupo de inversores japoneses y americanos, incluía el diseño majestuoso de lo que iba a ser el rascacielos más alto de Europa hasta la fecha: la Torre de Plata, también conocida como Torre Blanca: una torre, también diseñada por Candela, que tendría 70 pisos y mediría 248 metros de altura. Un mamut hecho con materiales traslúcidos y en una dinámica en espiral. Algo desconocido en España hasta la fecha, que estaría rodeado por más de cinco hectáreas de verde: un parque inmenso en el corazón urbano de Madrid, con piscinas públicas, pistas de hielo, espacios de juego para los niños y un hotel con terrazas interiores hacia la arbolada. La cuestión circulatoria se resolvería con varios pasos subterráneos y túneles que desviarían el tráfico desde La Castellana hacia Padre Damián y las calles adyacentes. Una obra que cambiaría la faz de aquella parte de Madrid, engullida completamente por las fauces de la gran ciudad.

Proyecto de Torre de Plata

Proyecto de la Torre Blanca

Bernabéu estaba tranquilo: la idea era brillante, contaba con un respaldo financiero sólido y ofrecía soluciones. Llevaba madurándose desde 1972. En septiembre de 1973, cuando se presentó, era un proyecto vigoroso que sólo necesitaba el trámite legal pertinente: la recalificación de los terrenos sobre los que se asentaba el Bernabéu. Considerados como zona deportiva, habían de ser jurídicamente validados como zona edificable. Para eso se necesitaba la aprobación del Ayuntamiento: primero del Pleno, luego de la Comisión del Área Metropolitana, luego del Consejo de Estado y finalmente del Consejo de Ministros. Nada que no le hubieran concedido ya, hacía muy poco tiempo, al Fútbol Club Barcelona y al Club Atlético de Madrid. Pero en Madrid era alcalde Carlos Arias Navarro, El Carnicerito de Málaga, conocido así por su esforzado desempeño en la represión civil que continuó a la inmediata caída de Málaga en manos del Ejército sublevado en el año de 1937. Arias Navarro no era lo que los americanos llamarían un hombre con visión; cuenta Julián García Candau en su biografía de Bernabéu que al ser elegido alcalde de Madrid, su mujer comentó alborozada a los periodistas que los madrileños iban a tener un nuevo regidor muy aficionado a la música, ya que cada mañana al afeitarse cantaba Palmero sube a la palma. El caso es que Arias Navarro se negó desde un primer momento, calificando la hipotética aprobación del proyecto del Madrid como un crimen urbanístico.

Se desató entonces una tormenta mediática muy perjudicial para el Club. Después de un año larvándose, en junio de 1973 el proyecto saltaba a la palestra y hasta septiembre se sucedieron las declaraciones. El órgano mediático oficial del régimen, Arriba, vertió acusaciones contra Bernabéu y la junta directiva que en los años 40 compraron los terrenos de La Castellana: se dijo que el Madrid había expropiado vilmente aquellos metros cuadrados, y se difundieron rumores difamatorios acerca de la manera en que el club edificó el Estadio de Chamartín. Se argumentó que el rascacielos que iba a construirse en La Castellana colapsaría el tráfico; que los vecinos no podrían vivir en paz, dada la afluencia de gente que atraería el hotel y el parque, y que otro mazacote de cemento y hormigó en Madrid, tras la calamidad estética obrada hacía poco con la Torre de Valencia al final de la calle Alcalá, destrozaría la impronta paisajística de Madrid. A pesar de todo, el ataque más rotundo fue el que lanzó desde la muy prestigiosa tribuna de ABC el juez catalán Luis Pascual Estevill, quien deslizó insinuaciones sobre el destino de una parte muy sustanciosa del dinero que Zeckendorf iba a desembolsar en la obra: Bernabéu tuvo que calmar a Luis De Carlos, quien iba a querellarse contra Estevill (“a mí nadie me llama ladrón”) porque tenía pensado agotar el último de los recursos con que disponía: Arias Navarro, “terco como una mula” según Juan Carlos I, no cedía, y la agitación mediática amenazaba con tumbar el proyecto.

Maqueta Bernabéu Félix Candela

Maqueta del Santiago Bernabéu de Félix Candela

Don Santiago, no obstante, era un hombre de acción. Siempre lo fue, demostrando que el camino más corto entre dos puntos siempre es la línea recta, como cuando se enteró por la prensa de que el Barcelona iba a fichar al canario Molowny y telefoneó a Saporta ordenándole que cogiera un avión en Barajas y llegase a las islas antes que el enviado culé, que iba en avión. Bernabéu sabía que en España no se movía un ladrillo sin la aquiescencia del Caudillo, por quien tenían que pasar todos los asuntos aunque sólo fuese de forma indirecta. La oposición del Ayuntamiento sería vencida así, o no sería.

Una tarde, años después, Raimundo Saporta le contó a García Candau que la exposición del Círculo de Bellas Artes apareció cerrada: se habían cargado todas las maquetas y rollos del proyecto en una furgoneta de alquiler. Bernabéu le dijo al chófer: al Pardo. Allí montaron, en el cine privado del palacio, los trastos de matar, y Saporta se encargó de explicar todo el proyecto a Franco, su mujer, los marqueses de Villaverde y la hija de éstos. Carmen Polo quedó encantada. Incluso preguntó quién se oponía a la realización de la obra. Saporta contestó que Arias Navarro; la señora Franco respondió que por qué, a lo que Saporta se encogió de hombros: “no lo sé”. Franco, lacónico, se limitó a decirle a Bernabéu: “enséñeselo al Príncipe”. La comitiva desmontó el atrezzo y la furgoneta salió zumbando a La Zarzuela, donde doña Sofía se encargó de hacerle ver al por entonces Príncipe de España que lo que aquellos señores del Madrid le estaban pidiendo era que intercediera ante quien hiciera falta para hacer viable el traslado del campo. Don Juan Carlos, expresivo según Saporta, argüyó que él no mandaba nada en España, con lo que la expedición regresó a tierra esperando acontecimientos.

Al día siguiente, Saporta recibió la llamada de Alfonso de Borbón y Dampierre, embajador oficioso del Madrid ante El Pardo dada las relaciones de amistad del Duque de Cádiz con Saporta: dice el Caudillo que nones. Las palabras exactas fueron: “Dígale a Saporta que no presente el proyecto porque le van a llamar especulador.”

Se desmontó la operación, ya aprobada por la Asamblea General de Socios, y a Bernabéu se lo llevaron los demonios. Dicen que, furioso por el desplante, llegó a confesar que de haber una nueva Guerra Civil en España, él, que había sido cabo en el ejército de Franco, se pensaría bastante de qué lado combatir. “En España molesta el más listo, la mujer más guapa, pero nosotros no tenemos envidia a nadie”. Cinco años después, el patriarca moriría con la única tarea pendiente de dejar el futuro del club de su vida asegurado con una flamante nueva morada. “Es necesario que en el club quede quien sepa dónde se encienden las luces.”

Saporta le confesaría más tarde a García Candau que, según su creencia, a Franco no le gustó que el proyecto fuese de un socialista exiliado, por Candela.

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