Las mejores firmas madridistas del planeta
Inicio
Opinión
MoRA Barcelona

MoRA Barcelona

Escrito por: Fred Gwynne16 abril, 2023
VALORA ESTE ARTÍCULO
1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas

Amador Consuegra Di Marto, 24 años, hermano mayor de Querubín Consuegra Tapiaperurena, culé, natural de Barberino di Mugello, bajo, rechoncho, pelo afro con coleta, estudiante de primero de Bellas Artes, coleccionista de dedales, coleteros de colores y caganers de Messi, estaba impaciente por que las puertas del MoRA Barcelona se abriesen.

Era el primero de una inmensa fila que daba varias vueltas al museo. La espera, aquella acampada de cuatro días con sus interminables noches amenizadas con música celta, sus libros de desnudos renacentistas y su afición al onanismo ambidiestro, había merecido la pena. Una tienda de campaña, mucha paciencia y el preciado lugar ya era suyo. Allí estaba, somnoliento y feliz, el primero, el que iba a franquear aquellas puertas de bronce dorado con dos batientes, cuatro toneladas de peso y diez dolorosas escenas que sintetizaban el desfalco sufrido por su club a lo largo de la historia.

Las escenas, en alto, bajo y medio relieve, imitando en talento y técnica a las de la Porta del Paradiso del Baptisterio de Florencia, mostraban, con una increíble sensación de profundidad y corporeidad, los árbitros, jugadas, penaltis y expulsiones más icónicos de la memoria culé. Amador se fijó en los detalles, en la pátina de oro de los bronces, en las tarjetas y silbatos grabados con maestría y no pudo evitar persignarse. Había algo místico, algo que le atrapaba en lo más hondo de su barcelonismo.

Puerta del Paraíso

Suspiró y volvió a la realidad, con un poco de suerte alguna de las cámaras apostadas tanto dentro como fuera del museo se fijarían en él o los periodistas le harían alguna pregunta.

—BOTI, BOTI, BOTI, MADRIDISTA QUI NO BOTI!

La muchedumbre gritaba, saltaba, hacía el canguro, la ola y bailaba sardanas. Amenizaban la espera con cánticos, danzas e himnos. La larga fila de aficionados (una línea curva jalonada de algunos infinitos por los bailes regionales) tenía vida propia, como la cola de una lagartija recién cortada. La emoción se extendía, era el viento levantando olas en un trigal lleno de amapolas.

El sueño de muchos culés, enardecidos por aquella gesta social y cultural, estaba a punto de cumplirse: el “Museo Oficial Robos Arbitrales", más conocido por su acrónimo MoRA, iba a ser, por fin, inaugurado.

La idea había nacido de un líder, un adelantado a su tiempo:  Joan Laporta. Todos aquellos robos históricos, perpetrados década tras década y transmitidos de padres a hijos —desde el famoso penalti de Guruceta al descuento de Ortiz de Mendíbil— no podían perderse en el tiempo ni dejarse al albur de la memoria familiar. Había que darles forma. Y qué mejor que hacerlo bajo el paraguas del arte y la cultura.

El MoRa iba a ser un santuario de pintura impresionista, surrealista, diseño gráfico, video art, fotografía, litografía, arquitectura, música, cine, escultura… Toda expresión artística que naciese de la indignación culé, del calvario sufrido, del latrocinio padecido durante más de cien años, tenía (si contaba con una indudable calidad artística y un compromiso con el espíritu reivindicativo del museo) cabida en sus cuatro salas. Había que perpetuar, en forma de obras de arte imperecederas, el dolor de tantas generaciones.

Toda expresión artística que naciese de la indignación culé, del calvario sufrido, del latrocinio padecido durante más de cien años, tenía (si contaba con una indudable calidad artística y un compromiso con el espíritu reivindicativo del museo) cabida en las cuatro salas del MoRa

El MoRA era, además de un museo para la reivindicación histórica de los atracos, un espacio de participación, plural, feminista, integrador, un punto de partida para la participación culé-ciudadana. Las mujeres tendrían cupos para cagarse en todos los muertos del Real Madrid desde la igualdad, se fomentaría un odio transversal y empoderado. El MoRA sería un centro de documentación, un foro de debate antifascista, antihomófobo y antirracista para favorecer el aprendizaje mutuo y la generación de propuestas sociales encaminadas a reducir el número de saqueos y pillajes futuros.

El Barcelona había despertado de su pesadilla. Todas las razas, religiones y orientaciones sexuales eran bienvenidas. El rencor y la tirria al Madrid les hermanaba. Aquella magna obra, sufragada con bonos adquiridos por socios y simpatizantes, también iba a tirar por tierra las maledicencias vertidas sobre el Club, iba a demostrar, gracias la memoria histórica y al talento de sus aficionados, que el Caso Negreira era parte de una sucia campaña urdida desde Madrid (con la complicidad de una Gran Logia anglosajona) para quedarse con el Club.

Eran las once de la mañana y las puertas, a pesar de que la apertura estaba prevista para las nueve, seguían cerradas. La multitud empezaba a impacientarse y los cánticos habían derivado en soeces insultos al Real Madrid, Florentino, los árbitros, la masonería, Vinicius, LaLiga, la Federación, Tebas, Rubiales, Ceferin, la UEFA, la FIFA, el Gobierno, la Comunidad Europea, las Naciones Unidas y la OTAN. Se empezaban a formar corrillos en los que se comentaba que el MoRA no tenía licencia, que Florentino, utilizando sus tentáculos en el poder, había maniobrado para sabotear la inauguración.

El viento, jaleado por la indignación, había virado y arrancaba las amapolas de cuajo. Las olas del trigal ya eran un tsunami.

Aficionados Barça bengala

Amador Consuegra intentó abstraerse de los rumores. Sabía que Laporta no les iba a fallar y se concentró en el catálogo que había recibido en su casa. Allí estaba todo: una carta invitando a los socios y aficionados a la inauguración; un tríptico con el logo del museo, las explicaciones técnicas de cada sala, el plano general, los horarios y las puertas de acceso; un marcapáginas con Porti, la mascota del museo, y las felicitaciones de la Generalitat, del Atlético de Madrid y del Valencia, que, además de sumarse al acto con sus presidentes, habían abrazado la idea y manifestaban su intención de hacer sus propios museos: el MoRE Catalunya (Museo Oficial Robos Españoles), el MoRA Metropolitano y el MoRA Valencia.

Amador se fijo en Porti, la inmensa portería de más de cinco metros de alto y catorce de largo, confeccionada con rosas de acero y hormigón, que daba acceso al recinto. Suspendido, colgado 57 centímetros dentro de la portería, un balón verdiblanco de más de 500 kilos de peso y un metro de diámetro, sujeto por un cable de tungsteno galvanizado.

Buscó la escultura en el folleto:

 

Porti. (Ensayo de desocupación de la esfera).

Autor: Manuel Carabela Caro (Sevilla, 1965)

Hormigón y acero.

Betis-Barcelona. Enero, 2017.

“Conjunto escultórico integrado por dos piezas que representan la violencia arbitral ramificada, de naturaleza diversa, recta y curva”.

 

Además de Porti, conviviendo con pérgolas, parterres, encinas y robles, se exponían, estableciendo un diálogo con la tierra, con el sustrato más profundo de los Països Catalans, otras cuatro esculturas: Elogio del horizonte Negreiro, Caja metafísica por conjunción de dos silbatos, La liga que no ganaremos y Pepemetría XI.

Amador dejó de lado las esculturas exteriores, sacó un lapicero de su bolsillo, un sacapuntas, lo afiló y se puso a hojear de nuevo todo lo relativo a las dos alas interiores del MoRa, las que contenían las 4 salas polivalentes, las exposiciones temporales, las galerías y la colección permanente.

Afilar lápiz

Nunca había entrado al museo (nadie lo había hecho y él confiaba en ser el primero en lograrlo), pero ya conocía todas sus estancias. Marcó un pequeño recorrido con el lápiz, una toma de contacto visitando la Sala Díaz Vega, en la que se exponían varios videos en bucle del colegiado insultando a Cruyff; el Espacio OA (Odisea Arbitral. Rivaldo 2001) lleno de pinturas, fotografías y litografías plasmando el gol injustamente anulado al delantero brasileño; la minimalista Sala 6-6-70 Guruceta, la joya del museo, un espacio rectangular de 20 metros de largo, 12 de ancho y 4 de alto, con paredes negras, sin adornos y suelo de césped artificial. 240 metros cuadrados de hierba sintética y un punto de penalti, solitario, blanco, hecho con cal e iluminado con una potente luz estroboscópica que emitía destellos breves en una rápida sucesión, contribuyendo a aumentar la sensación de vacío, dolor y opresión.

Amador se sobrecogió, la foto del catálogo era lo suficientemente explícita para notar la energía física y espiritual del no penalti. Estaba a punto de marcar la siguiente visita de su itinerario, la Sala José Plaza, cuando se le rompió el lapicero: le habían aplastado el pecho, los brazos y la cara contra la puerta de entrada. La multitud había pasado de los cánticos a los insultos. La cola, rota en mil pedazos, se había convertido en una inmensa mancha de gente que se agolpaba en la entrada y golpeaba con saña la puerta y los largos muros de cristal y ladrillo caravista que la delimitaban.

De repente se escuchó un ruido sordo, una vibración que surgía de las entrañas del museo. La turba, expectante, paró sus golpes e insultos y el silencio, como un extraño recién llegado, se adueñó del momento. Pasaron unos segundos y la vibración comenzó de nuevo a reverberar. Un largo crujido precedió a la apertura del museo. Lentamente, centímetro a centímetro, las pesadas puertas de bronce, como si fuesen Moisés abriendo las aguas del Mar Rojo, dejaron pasar al pueblo prometido. Amador respiró aliviado, la presión había sido insoportable.

Miles de personas entraron tambaleantes en el museo. Varias cayeron al suelo y fueron pisoteadas. La tensión de la turba y la violencia contenida hizo que, tras unos segundos de indecisión, empezaran a correr sin rumbo, despistados, sin saber muy bien qué contemplar o cómo comportarse, desubicados en aquel espacio lleno de televisores gigantes, esculturas, pinturas y fotografías…

Se oían resonar tacones contra el suelo, gritos, sonido de cristales rotos y murmullos. Por la megafonía, contribuyendo al desorden, una extraña banda sonora intercalaba diferentes avisos destinados a calmar a los visitantes con el himno del Barcelona, la voz de Laporta y agudos pitidos de silbatos.

—Estimados socios y aficionados, les rogamos tranquilidad PIIIIIIIIIIIII, por favor, respeten las obras expuestot el camp, és un clan, son la gent blau-graPIIIIIIIIIIII, AL LORO QUE NO PIIIIIIIIIIII…

La violencia de los aficionados, superado el estupor inicial y las carreras sin sentido, crecía y crecía. Estaban allí, en aquel espacio cerrado, caminando sin rumbo entre obras de arte que laceraban su recuerdo, rememorando traumas, títulos perdidos e injusticias. La rabia brotaba, un sentimiento de indignación se iba apoderando de la muchedumbre. El MoRa era una bomba a punto de estallar.

Avalancha MoRa Barcelona

Amador se contagió de la sinrazón y corrió, sin saber muy bien el motivo, hacia la sala más próxima, la Sala José Plaza, una estancia cúbica, pintada de azul, con la frase “Mientras yo sea presidente de los árbitros, el Barça no volverá a ganar una liga” escrita cientos de veces, con diferentes caligrafías y colores, a lo largo de todas sus paredes (techo y suelo incluidos).

Algunos aficionados, los que disponían de bolígrafos o rotuladores, habían empezado a escribir la frase en los huecos disponibles. Uno de ellos sacó un par de espráis de su mochila y los utilizó para el mismo fin. El nerviosismo por encontrar un hueco para inmortalizar la frase hizo que comenzase una violenta pelea. Amador salió corriendo de la sala, al darse la vuelta alguien le tiró con fuerza de la coleta. Gritó.

Fuera la situación era mucho peor, vio volar cuadros, botellas de JB, cochinillos, un televisor, dos esculturas y varios relojes de la sala Tempus fugit, la dedicada a Ortiz de Mendíbil, el árbitro canalla que descontó el tiempo suficiente para que el Madrid ganara un clásico. Uno de aquellos relojes, de carrillón, impactó contra una de las cristaleras del museo y la hizo añicos. Por el hueco vio salir a gente con cuadros y fotografías. El saqueo era generalizado.

La quema de una escultura de un árbitro fabricado con poliestireno hizo que saltasen los extintores automáticos y la alarma contra incendios. El humo era denso, la gente lloraba, gritaba y rapiñaba todo tipo de obras de arte. Había peleas y caídas. En medio de la vorágine se escuchaban vítores a Negreira e insultos contra la familia materna de Florentino.

Fuera del museo, en el jardín exterior, subidos a la esfera verdiblanca de Porti, media docena de aficionados se balanceaban peligrosamente. Amador los vio y supo que ya no había nada que hacer. Los aspersores, activados por el detector de humo, comenzaron a empapar el pelo y su estilosa coleta. El caos se había adueñado de todo. Oyó sirenas a lo lejos y corrió, esquivando gente, hacia la puerta de salida.

La coleta, al saltar para evitar una hoguera, se le quedó pegada a la oreja semiderretida de un busto de porexpán de Figo. Amador, al notar el peso, frenó en seco, tiró del busto y gritó. Estaba completamente pegado a su pelo. El destino había querido que saliesen del MoRa los dos juntos: él y aquel sucio traidor comprado por Florentino.

Siguió corriendo con la cabeza del extremo derecho suspendida de su coleta. No había dolor, solo la necesidad de salvar la vida y escapar de aquella trampa. Justo cuando estaban a punto de alcanzar la puerta un fuerte estruendo les paralizó. Se quedó inmóvil, viendo, como si fuese una película a cámara lenta, cómo aquella esfera de media tonelada se deslizaba por el suelo, dejando un surco, primero en el césped y después en el cemento, para terminar estrellándose contra la puerta de bronce dorado, tirando uno de sus batientes abajo.

No recordaba nada más.

Hospital

Dos días más tarde despertó en el hospital. Querubín, su hermano pequeño, estaba a su lado, sentado en una silla. Le contó que se había librado por los pelos, o mejor dicho, por los dedos. La puerta se le había venido encima y le habían amputado dos del pie izquierdo y uno del derecho. Afortunadamente esos eran los únicos daños visibles.

Amador tenía su móvil en la mesilla. Alargó la mano y lo cogió. Su WhatsApp echaba humo. Sus compañeros de la Facultad le felicitaban. Su imagen, tumbado en una camilla y haciendo el gesto de la victoria, había dado la vuelta al mundo.

—¿He salido en la tele?

—En la tele, en TikTok, en Twitch, en Instagram… Eres famoso, bueno, sois famosos, tú y Figo. Ya me explicarás que hacías con ese traidor pegado a tu pelo.

—Es una larga historia.

La televisión del cuarto estaba apagada. Compartía habitación con otra persona. Estaba dormida, tenía la pierna suspendida en un arnés.

—Rotura de fémur y tibia. Nada grave —le dijo su hermano—. Hay media docena más, todos con contusiones y alguna que otra fractura. Nada para lo que podía haber pasado. Eso sí, el Museo ha ardido entero, el MoRA ya es historia, ceniza. Dicen que Laporta ha encargado una investigación externa para saber qué ha sucedido, dará explicaciones de los fallos de seguridad en unos pocos días.

—Yo creo que esto viene de Madrid, no quieren que se sepa la verdad.

—Van a denunciar a todos los que difamen al Club. Hay mucho miserable que ha aprovechado el incendio para hacer leña.

—¿Se sabe algo de lo de Negreira?

—Todavía no, creo que Laporta va a dar otra rueda de prensa en agosto.

—Esperaremos.

—Sí.

—Querubín…

—Dime.

—He pensado cortarme la coleta.

—¿Estás seguro?

—Sí.

 

Getty Images.

Foto del avatar
Soy un hombre hecho a mí mismo. El problema es que me sobraron algunas piezas. SOL O CONTIGO. Persigo playas.

4 comentarios en: MoRA Barcelona

  1. Quiero una camiseta de Fred. Si no las ponéis a la venta, me la haré yo mismo. Luego le buscaré para que me la firme.

  2. En su línea. Te desorinas. No ha necesitado caricaturizar en exceso. Solo un poco. Los ha definido tal cual. Hasta hace sus pinitos con un catalán un tanto precario...pero, bien, le da un toque entre exótico-regionsl y más divertido.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Tweets La Galerna

Se pasó ocho años @antoniohualde despotricando de Bale porque no hablaba español. Ahora le parece que Bellingham en cambio bien... aunque tampoco habla español.

Sin embargo, creo que le entiendo, aunque no comparta su texto.

Estamos ante un escenario -en fútbol y baloncesto- que puede hacer de 2024 el mejor año deportivo de nuestras vidas.
Concentración, humildad y ¡a por ello!
¡VAMOS REAL!

homelistpencilcommentstwitterangle-rightspotify linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram