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Marcelo: uno de los nuestros

Marcelo: uno de los nuestros

Escrito por: Antonio Valderrama12 enero, 2017
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Aquel invierno el Madrid tenía un director deportivo con nombre de dandi italiano y fama de prestidigitador: Franco Baldini. Pertenecía al equipo de Capello, entrenador al que la España de Goya estaba a punto de poner en la frontera empezando el año de 2007. El Madrid no paraba de perder; la Liga parecía una aspiración tan remota como la luna de Saturno, y el vestuario en llamas era, según la prensa, una recreación viviente del avispero de los Balcanes. Lo cierto es que Beckham y Helguera estaban apartados de la plantilla, y se entrenaban solos, alejados en Valdebebas, tan marginados como el propio Fabio Capello, de cuya salud mental algunos ilustres comentaristas dudaban en público. Franco Baldini fue a Buenos Aires y como en un serial, novelado por AS, se trajo de un golpe a tres jóvenes sudamericanos: Gago, Higuaín y Marcelo. Al primero se le esperaba en Madrid con ansia mesiánica. Iba a ser el nuevo Redondo. El segundo había deslumbrando urbi et orbe en el último River-Boca, marcando dos goles, uno de ellos de tacón, y poniendo el Monumental a sus pies con sólo 17 años. Al tercero no lo conocía nadie.

Nadie salvo Monchi, del que se dice que lo tenía amarrado por 6 millones de euros a falta de la firma. Cuando se iba a cerrar el acuerdo, Baldini se puso por el medio y empaquetó a Marcelo junto con los dos chicos argentinos rumbo a Madrid. El eco mítico del fichaje, evocación del acuerdo meteórico al que llegó Saporta con Molowni en Canarias birlándoselo al Barcelona in extremis, debió haber avisado al personal de lo que se venía. Nada de eso. La llegada de Marcelo al Real pasó inadvertida porque, entre otras cosas, coincidió con la venta al Milan de Ronaldo. Un brasileño desconocido llegaba al Madrid justo cuando el brasileño más famoso de todos se iba, malvendido, entre escozores amargos, al gran rival europeo y con la sonrisa torcida, en medio de un naufragio evidente: el último partido de Ronaldo con una camiseta blanca que aquel día resultó ser negra fue en La Coruña, perdiendo 2-0, con Sergio Ramos de lateral izquierdo y con un canterano del Barcelona espolvoreando azufre sobre la caldera madridista. Era como la antítesis del gran sueño florentinista. O peor: la constatación de su derrumbe.

Gago se desintegró como un asteroide al atravesar la atmósfera del planeta Real Madrid; Higuaín pasó, pero Marcelo acaba de cumplir 10 años como futbolista de la primera plantilla del Real Madrid. Parece mentira. Recordando su venida, parece incluso una broma. Se especuló con que jugase para el Castilla, por su edad y su nula experiencia en el fútbol europeo. Salió a dar su primera rueda de prensa con el pelo corto, cortísimo, casi al cero, y unos ojos saltones que miraban vivos a todas partes. No hablaba español y casi no se le entendía en portugués. Parecía un recién nacido siendo entregado por primera vez a la madre. Nadie daba un duro por un chico que apenas jugó dos partidos en aquella segunda mitad de una temporada lisérgica que terminó con un título memorable. Sin embargo la misma noche en que se ganaba la Liga al Mallorca en el Bernabéu, en que se iban Roberto Carlos y Beckham para siempre, Marcelo saltó al césped y derramó una botella de Solán de Cabras en la cabeza de Capello. Empezaba algo nuevo.

Si de Gago se esperaba al nuevo Redondo, pronto, por ese mediocre sentido de las analogías tan del periodismo deportivo, a Marcelo se le comparó con Roberto Carlos. Lateral izquierdo brasileño, espíritu de delantero, renuencia a defender, etcétera. A la figura retórica contribuía la ausencia del imponente tirano de la banda izquierda madridista durante diez años. Mientras Higuaín crecía a la sombra de Raúl, Van Nistelrooy y Robben, y Gago quedaba poco a poco reducido a complemento útil del centro del campo, con Schuster y Juande Marcelo estuvo a punto de perderse. Le marcaron naufragios como el del Pizjuán en 2008 frente a Jesús Navas, entonces en lo mejor de su carrera, o frente al Liverpool en 2009, cuando jugó medio partido de interior zurdo por otra ausencia de Robben, la estrella fantasma. Se le pitaba y se le maldecía: que no sabe defender, que ni siquiera lo intenta; que no ataca lo suficiente, que se dispersa, que no se ubica. Perdió su puesto con Miguel Torres, con Heinze y hasta con Drenthe. De sucumbir en el Maelstrom de la década ominosa madridista lo salvó su carácter, manifiestamente vitalista, pura joie de vivre y sobre todo un talento desconocido en el fútbol contemporáneo que era como una avanzadilla de la evolución minimalista, de futsal, que estaba a punto de experimentar el balompié mundial.

Marcelo no es Roberto Carlos, aunque con él comparte ya, probablemente, el mismo halo legendario no sólo en la Historia del Madrid sino del fútbol mundial. Su identificación con el club es absoluta. Es su capitán, pero también su carne; supura por las mismas heridas que el hincha, y ha compartido con él las peores derrotas y las victorias más esperadas. Su trayectoria es una especie de desmentido permanente: que no era jugador del Madrid, que no era lateral, que tampoco era interior, que no era Roberto Carlos, que Mourinho lo iba a vender, que Coentrao se haría con su puesto. Con Mourinho, en 2011, eclosionó: a la piel brasileña se le adhirió una competitividad que lo introdujo del todo en el Olimpo de los mejores laterales contemporáneos. Sólo Dani Alves, en la última década, ha sido más influyente que él jugando en una posición fundamental en la nueva concepción del juego. Roberto Carlos era un relámpago que se comía toda la banda; Marcelo es lluvia monzónica que cala a los rivales hasta los huesos, haciendo del ataque madridista una pleamar henchida por la Luna. El elemento impredecible, lo que desestabiliza, rompe, rasga y desordena: el caos controlado, que no es oxímoron sino instrumento; la entropía, la audacia callejera, la grandeza, que siempre le desborda el pantalón en los días grandes de Camp Nou, Calderón, finales, eliminatorias. Su irrupción en Lisboa fue como si al madridismo se le apareciese la Virgen. Abrió un cráter delante del Atlético. Entró por fin en la Historia del Real, de la que ya es parte. Parece que por muchos años más.

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Madridista de infantería. Practico el anarcomadridismo en mis horas de esparcimiento. Soy el central al que siempre mandan a rematar melones en los descuentos. En Twitter podrán encontrarme como @fantantonio

Un comentario en: Marcelo: uno de los nuestros

  1. Muy buen artículo. Sólo un pero: el fichaje de Molowni lo cerró Quincoces, creo, no Saporta.

    A mí, Marcelo me gusta más de lo que me gustó Roberto Carlos. No digo que sea superior (aunque tampoco me parecería un disparate decirlo), sino sólo que a mí me gusta más. Y creo que defiende bastante mejor de lo que defendía su ilustre predecesor.

    ¿Cuántos laterales-mediapuntas conocéis? Yo, sólo uno: Marcelo.

    Recuerdo vagamente un día (creo que hacia 2009) en que "Petón", el atlético furibundo, dijo de Marcelo que había crecido tanto como jugador, que ya era uno de los mejores del mundo en su puesto. O tal vez lo dijera incluso antes, no lo sé. En todo caso, decir aquello lo honraba a Petón; sobre todo, porque no iba a favor de corriente.

    También me acuerdo de cuando Mou, tras expresar sus dudas sobre Marcelo nada más llegar al Madrid, reconoció muy pronto que estaba "enamorado" de él. GesiOH hizo de aquellas declaraciones una de sus viñetas inolvidables.

    Y recuerdo aquel montaje, que creo que se publicó en el Almanaque Madridista, de Marcelo de espaldas, con los brazos abiertos, entre un revoloteo de pájaros escherianos.

    Marcelo es, sin ninguna duda, "uno de los míos".

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