Las mejores firmas madridistas del planeta

En febrero de 1936 se celebraron las últimas elecciones de la II República española, las que enseñaron en carne viva el estado de fragmentación del país. La tensión política dejaba de estar latente, florecía y se manifestaba cada vez más y con mayor intensidad, infectando todos los estadios de la vida pública y privada de los españoles. El Madrid, como todas las demás sociedades e instituciones de la nación, no era ajeno a ello. Las elecciones de 1935 en las que Rafael Sánchez-Guerra obtuvo la presidencia del club se desarrollaron a la sombra de esta crispación; la polarización general tomó forma, en el Madrid, de pugna entre socios “conservadores” y “de izquierdas” cuyo caballo de batalla era la ampliación social del club. Sin embargo, este choque de hombres y estrategias divergentes quedaría en un duelo entre caballeros. Siempre lo presidió la cordialidad y el intercambio: tanto es así que dos de los cuatro vocales de la Junta Directiva de Sánchez Guerra, Valero Ribera (reconocido cedista) y Gonzalo Aguirre, fueron fusilados, al parecer, en el Túnel de Usera, en octubre de 1937, por las Milicias de Retaguardia que defendían Madrid; y tal vez Santiago Bernabéu, firme opositor de Sánchez-Guerra durante su mandato, tuviera en cuenta su política de expansión popular cuando en los 50 vislumbró el nacimiento del fútbol de masas.

La última parte de la década de los 30 está marcada por varios hitos, todos ellos devenidos de la guerra: la colectivización del Madrid en el verano del 36, el intento frustrado de jugar el Campeonato de Cataluña, en octubre; la fundación del Batallón Deportivo y, al final, con la paz, la Junta de Salvación. En todos estos acontecimientos estuvo un hombre, verdadero sostén del club en sus horas más oscuras y sarmiento madridista que mantuvo las constantes vitales de la entidad: Pablo Hernández Coronado. También hubo otros: Juan José Vallejo, el presidente del comité de incautación, Antonio Ortega, el noveno y olvidado presidente que asumió la dignidad en 1937, Paco Brú, Carlos Alonso y Adolfo Meléndez Cadalso, el primer presidente de la reconstrucción. A pesar de la división ideológica propia de la coyuntura histórica, el Madrid destacó por su espíritu ecuménico: nunca hubo ánimo revanchista ni antes, ni durante, ni después de la guerra. En esto influyó notablemente el carácter de Hernández Coronado, que se movió en la frontera ambigua de las relaciones personales en la ciudad asediada por Franco y dominada por la suspicacia y el miedo al quintacolumnismo, y también en la naturaleza de Bernabéu, Meléndez, el marqués de Bolarque o Pedro Parages: todos estos hombres supieron mantener la independencia del Madrid tras la victoria del ejército nacional y ahuyentar todos los fantasmas burocráticos que pudieron haberse cernido sobre el club por su marcada vinculación emblemática con "la resistencia" madrileña desde noviembre de 1936 hasta abril de 1939.

Antonio Ortega

El 18 de julio de 1936 la plantilla del Madrid, como la del resto de equipos de España, estaba de vacaciones. Diseminados por todos los puntos del país, a los futbolistas les cogió la sublevación del Ejército de África con sus familias, en el terruño, o de paso por otros territorios. Esto determinó en gran medida la filiación de cada uno en el conflicto posterior, y su destino. En Madrid, según parece, sólo estaban Sauto, Bonet, Lecue, los Regueiro y Zamora. Pero El Divino casi perece en Paracuellos, durante las sacas: lo salvó un miliciano que reconoció en él al ídolo más grande del fútbol antiguo en España. De la cárcel Modelo huyó a la embajada de Argentina, desde donde pudo llegar en un convoy escoltado por el Gobierno hasta el Mediterráneo, y de Alicante, a Niza.

En ese convoy de 800 “derechistas" que pudieron huir del Terror Rojo de Madrid también iba Esteban Sauto. El pequeño hispano-mexicano tuvo suerte: el día del alzamiento le tocaba servir en el Cuartel de la Montaña, pero no fue. Se libró de la carnicería que allí tuvo lugar, pero unos milicianos lo encontraron escondido en su casa, y se lo llevaron a la checa de la plaza de Santa Bárbara, que dependía, nada menos, que de la Spartacus. De la célebre mazmorra anarquista pudo fugarse porque uno de los anarquistas era madridista y se compadeció: a la segunda noche le abrió una portezuela y Sauto pudo acogerse en la embajada de México, merced a su pasaporte. Luego de llegar a Valencia, pasó a Francia y regresó a España, donde terminó la guerra sirviendo de enlace motorizado en el ejército de Franco.

Ricardo Zamora (Foto 20 minutos)

Zamora

Bonet y Lecue se alistaron en el Batallón Deportivo, fundado por el secretario general de la Federación Regional del Centro, Luis Álvarez Tamanillo. Este Batallón, nacido al calor de las numerosas iniciativas espontáneas y populares con que se pretendió organizar una resistencia ciudadana ante la convergencia prevista en Madrid de las tropas sublevadas, ocupó de facto el hogar madridista desde el 18 de agosto de 1936. Antes, entre el 2 y el 4 del mismo mes, una nota del periódico Informaciones anunciaba que a petición de una mayoría de socios madridistas, la junta Directiva presidida por Rafael Sánchez-Guerra pasaba a mejor vida. En adelante, el Madrid, al igual que numerosos cines, fábricas, hoteles, teatros o negocios particulares, sería gestionado por un comité. Dicho comité estaba compuesto por individuos procedentes de la Federación Deportiva Cultural Obrera, institución que resultó de la fusión en 1933 de la Federación Deportiva Obrera del Centro de España con la Federación Cultural Obrera de Castilla la Nueva. Era socialista, naturalmente, y según la prensa tenía un "gran concepto de los principios deportivos”. Presidía el comité Juan José Vallejo, hombre del que se sabe poco. Vallejo transmitió los poderes del club en 1937 al teniente Antonio Ortega, Director General de Seguridad de la República; más allá de esto, ordenó la cesión del Estadio de Chamartín (así como las oficinas del club en el Paseo de Recoletos) al Batallón Deportivo y parece que no interfirió en los intentos de Pablo Hernández Coronado de trasladar el Madrid a Barcelona para jugar el Campeonato catalán.

El último de los futbolistas que quedó en Madrid al estallar la guerra fue Sañudo, quien, sin embargo, serviría en Artillería e Intendencia en el bando nacional durante los tremendos combates de la Ciudad Universitaria. A Ciriaco le cogió la guerra en Éibar: jugó con la selección de Guipúzcoa en los amistosos que luego darían lugar al famoso equipo Euskadi, pero se negó a viajar a Rusia con ellos y una vez cayó Guipúzcoa en las manos de los sublevados, participó en la guerra como soldado nacional. Luego jugó junto a Quincoces los dos amistosos perdidos contra Portugal en la selección española organizada al efecto de arrogarse la oficialidad federativa del equipo nacional, en medio de la batalla propagandística por la legitimidad entre nacionales y republicanos.

Jacinto Quincoces (Foto Defensa Central)

Quincoces

Emilín Alonso sí que jugó con Euskadi, viajando con ellos hasta Argentina. Allí se quedó, entrando a formar parte del San Lorenzo de Almagro. En aquella selección destacaron sobre todo los hermanos Regueiro, que ya no volverían a vestir de blanco: Luis fue el capitán de aquel equipo memorable que ganó la liga mexicana, y Pedro regresó a Europa, al Racing de París, y después, con la paz, al Betis. El suplente de Zamora, el húngaro Alberty, había marchado a Francia; Diz e Hilario se pasaron la guerra en la España nacional.

Casi un mes después de terminar la guerra, en ABC se describían así los efectos materiales de la batalla sobre las instalaciones del Madrid: “su negra huella en el campo de Chamartín, tanto por lo que al terreno de juego se refiere, cubierto de malas hierbas e inservible para que ruede el balón, como por lo que respecta a las gradas, inexistentes al haber sido utilizados sus materiales para fogatas (…) Gracias a las habilísimas maniobras de algún entusiasta madridista se respetó el campo, y como pretexto se ofreció el uso de la piscina, primero a no sé qué grupo de tropa roja y luego a la masa popular. Triste y macilento quedó el Club; fueron escasos los socios que siguieron abonando sus cuotas. Mal iba la cosa, hacia la catástrofe”. El entusiasta madridista fue Hernández Coronado, el “antiguo y acreditado secretario técnico” que supo hacerse útil asegurando así la supervivencia de la sociedad: con el padrinazgo de Antonio Ortega, organizó “Olimpiadas militares”, que consistían en partidos de exhibición entre cuerpos del Ejército Popular en el Estadio de Chamartín y ejercicios gimnásticos de toda índole; arregló amistosos entre lo que quedaba del Madrid y unidades militares, cuya recaudación servía para nutrir de provisiones y armas las líneas de defensa en el Guadarrama y el Jarama; estableció tres tipos de cuotas para que los socios pudieran seguir contribuyendo a las famélicas arcas del Madrid, manteniendo con ello la piscina, las pistas deportivas y el propio campo en un precario estado de mínima conservación.

En junio de 1936 era común en el debate público en torno al Madrid la cuestión de ampliar Chamartín o, incluso, mudarse a otro campo más grande; en abril de 1939 la Junta de Salvación hizo cuentas y dictaminó que el club necesitaba con urgencia 300 mil pesetas para no desaparecer. Lo que apremiaba era reconstruir el Estadio, hacerlo utilizable. El césped daba pena verlo, y el graderío había quedado medio derruido: alrededor del rectángulo de juego incluso “se cultivaban tomates y pepinos”. Reunidos por Pedro Parages en el 1º izquierda del número 8 de la calle Fernanflor, Santiago Bernabéu, Luis Urquijo, Luis Coppel, López de Quesada, Hernández Coronado, deciden elegir como presidente a Adolfo Meléndez Jiménez, quien ya había sido presidente del Madrid hacía casi 20 años. Hernández Coronado lo describió pragmático y castizo: “se reunieron los que han quedao de la Junta anterior”. Meléndez era general del Ejército vencedor. En palabras de su propio hijo, esa condición “agilizará muchas de las acciones que hay que realizar para dejar completamente despejado Chamartín para iniciar su puesta en servicio y reunir a los antiguos jugadores, ya que algunos estaban movilizados”.

El Madrid se enfrentó a la tesitura de pagar jugadores o tener campo, y Pedro Parages lo resolvió convenciendo a los demás de que no habría fútbol sin estadio. El hijo de Adolfo Meléndez situó la cuestión en el término justo: “la restauración el campo de Chamartín es prioritaria; hacer un buen conjunto vendrá luego. El dinero no es de goma. La seguridad e independencia que se tiene al ser dueño del terreno de juego, sin necesidad de tutelas ni favores, permitirá al Madrid F.C. seguir siendo el de siempre, un club señor”. En efecto, el Madrid iba a competir en la ciudad con un nuevo adversario bien arropado por las nuevas élites que habían advenido con la victoria de Franco: el viejo Athletic de Madrid, sucursal del Athletic de Bilbao en la capital, fue rebautizado y españolizado como Atlético Aviación, apadrinado además por el Ejército del Aire. Acababan de fichar a Ricardo Zamora como entrenador. La noticia tal vez les llegó a los miembros de la Junta de Salvación el mismo día en que se reunían. El caso es que el Madrid suscribió un préstamo por valor de 300 mil pesetas, avalado por Urquijo, marqués de Bolarque, y López de Quesada, así como por los industriales Parages o Coppel.

 

Rafael Sánchez Guerra

Sánchez-Guerra había salvado Chamartín cuando en 1933 intercedió ante Indalecio Prieto, entonces Ministro de Obras Públicas, que quería reurbanizar La Castellana. El antiguo presidente madridista fue juzgado en 1939 y condenado a muerte, aunque su pena fue conmutada luego por cárcel, y lograría huir hasta Francia metido en el capó de un coche, con un revólver en la mano. La década de los 40 se presentaba sombría para el Madrid, pero la acción de Sánchez-Guerra en 1933 ayudó a que en 1939, el Madrid conservase Chamartín: desde ese trozo de tierra resurgiría. Pero le costó elevarse. La Liga nacional se reanudó en diciembre de 1939, y el Madrid presentó un equipo de circunstancias. Hernández Coronado y Santiago Bernabéu trabajaron mano a mano buscando jugadores hasta debajo de las piedras: se le rogó a Sauto, quien aceptó jugar gratis mientras terminaba sus estudios de medicina, y se armó una escuadra en torno a la figura de Jacinto Quincoces. Junto a él formaron Bonet y Lecue, rescatados del ostracismo bélico, y se incorporaron Ipiña, Chus Alonso, Barinaga, Mardones y un goleador, Alday, que iba a meter 80 goles durante los 5 años que vistiera de blanco.

Los entrenó Paco Brú, que había vuelto de Barcelona al terminar la guerra. Brú llevaba en Cataluña desde noviembre de 1936. Sus gestiones para incorporar al Madrid al Campeonato de Cataluña quedaron frustradas por la negativa de la directiva del Barcelona. La cuestión provocó una disputa encendida entre sindicatos y directivos, pero no se llegó a un acuerdo. Brú regresó y llevó al Madrid a una nueva final, como en 1936. Esta vez, el nuevo Madrid, antaño plantilla más potente del país, perdió contra el otro equipo barcelonés, el Español. El viejo campeón tuvo que esperar hasta 1946 para levantar otra Copa de España, la octava. Ahora se llamaba “del Generalísimo”. Hasta 1954, ya con Alfredo Di Stéfano, no ganó el Madrid su tercer título de Liga. En ese tiempo, el Barcelona ganó 5 Ligas y una Copa; el Atlético Aviación, 4 Ligas, y el Athletic de Bilbao, una Liga y 3 Copas.

(más…)

Es fama que el momento estelar de la Historia del Madrid empieza, más o menos, en 1955, y dura hasta 1962, año en que el Benfica consumó el traspaso de poderes en el fútbol europeo derrotando al Madrid pentacampeón en la final de la séptima edición de la Copa de Europa. Pero lo cierto es que el gran Madrid de Bernabéu, protagonista de la epifanía mundial del club, no surgió de la nada. A pesar de que la Guerra Civil arruinó al Madrid, económica y deportivamente, y estuvo cerca de hacer tabla rasa con los cimientos de la entidad, ésta estaba edificada sobre pilares sólidos. Estos pilares, que comenzaron a ponerse en los años 20, cuajaron en la siguiente década, la primera etapa de brillantez institucional y deportiva del Madrid. Una época cuyo final, tan convulso, arrojó una larga sombra posterior sobre su legado: la guerra aniquiló un equipo con trazas de dominador, y las pérdidas humanas y materiales demoraron veinte años la eclosión madridista. Pero durante la II República española, se prefiguró la naturaleza ambiciosa y noble que desarrollaría el Madrid una vez cicatrizada la enorme herida de la guerra.

En la década de los 20 se produjeron algunos acontecimientos fundamentales para la Historia del Madrid. En junio de 1920, Alfonso XIII coronaba al club, concediéndole el título de Real, apelativo por el que más tarde sería conocido en todo el mundo. Cuatro años después, el Madrid estrenaría campo: el Estadio Chamartín, un prodigio de la arquitectura deportiva de la época que acentuaría el carácter pionero de la institución. Es una década de gestación, en la que ocurre también algunas otras cosas importantes: en 1925, el Madrid inscribe a sus primeros futbolistas profesionales; en 1927, Santiago Bernabéu , un famoso ex-jugador recién retirado, asume la dirección deportiva y otras funciones administrativas en la secretaría del club, y en 1928 nace, por fin, el Campeonato Nacional de Liga.

La progresiva profesionalización del fútbol español, proceso que culminó con la creación de la Liga, y el crecimiento estructural y económico del Madrid, coincidió con el salto a la palestra de una serie de hombres cuya coincidencia en el tiempo configuró el futuro a medio plazo de la institución. También ocurrió algo de relevancia simbólica: uno de los primeros decretos del Gobierno Provisional del nuevo régimen político, el republicano, le quitó el Real del nombre al Madrid. Fue en 1931. Con la desaparición de la corona, el escudo sufre otra modificación suplementaria, y se le añade una banda morada. El Madrid continuaría siendo, también, el club favorito de esa clase burguesa y urbana, ilustrada, heredera del cosmopolitismo de la Institución Libre de Enseñanza, que había traído la República a España y deseaba parecerse a sus iguales de Londres y París, también en la promoción del foot-ball y los deportes al aire libre.

En los años de transición entre la década de los 20 y la de los 30, además, dos figuras determinantes entraron en escena: Luis Usera, un talaverano de origen gallego que fue presidente por casualidad, y Lippo Hertza. Hertza era un entrenador húngaro que ya había dirigido a la Real Sociedad, al Athletic de Bilbao y al Sevilla, y que pasó a la Historia, a la postre, por ser el primer entrenador campeón de Liga con el Real Madrid. Fue contratado en 1931. Luis Usera, sin embargo, fue elegido presidente dos años antes. En 1929, la candidatura liderada por el hermano mayor de Santiago Bernabéu, Antonio, ganó las elecciones a la presidencia del Madrid. No obstante, Antonio Bernabéu renunció. Se dijo que no se había dado de alta de socio tras darse de baja tres años antes, aunque al parecer, según las fuentes, Antonio Bernabéu cedió su lugar al segundo de su candidatura para hacerse cargo de la Federación Española.

El caso es que Luis Usera fue nombrado presidente, cargo que ocuparía hasta 1935. Con él llegarían los primeros fichajes audaces: Zamora, Ciriaco y Quincoces, el tridente defensivo más famoso del momento en España, así como los Regueiro o Samitier. El Madrid tenía dinero, y Luis Usera se preocupó porque lo siguiera teniendo. Se cuidó la recaudación, que gracias a la capacidad del Estadio Chamartín, era notable, y también la masa social, que fue ampliándose gracias a las modernas instalaciones con que contaba el club desde 1924: Chamartín, con sus pistas de tenis, con su gimnasio, con su sala de esgrima y su piscina, con sus 14 mil asientos y otras 5 mil localidades de pie, fue el eje sobre el que pivotó el crecimiento del Madrid hasta 1936. Antes de Chamartín, el Madrid ya había dispuesto del primer campo de hierba de España, el Velódromo de la Ciudad Lineal; con Chamartín, se pudo dar el gran salto adelante, y Luis Usera, bien asesorado y con Bernabéu a cargo de los fichajes, pudo gastarse la gallarda cifra de 150 mil pesetas en El Divino, que llegó al Madrid desde el Español en 1930.

A pesar del considerable refuerzo, Lippo Hertza no logró el título de Liga con una plantilla que ya contaba con nombres cuyo eco resuena todavía en el pasado mítico del balompié nacional: Leoncito, Lazcano o Monchín Triana, el centrocampista vasco que en noviembre de 1936, ya retirado, moriría asesinado en Paracuellos del Jarama. En 1931, Usera y Bernabéu subieron la apuesta: llegaron Quincoces, Ciriaco, Luis Regueiro y Olivares, y el Madrid ganó, por fin, el primero de sus 32 títulos de Liga. El Madrid no perdió ningún partido. Al año siguiente, Bernabéu se sacó un conejo de la chistera: Samitier, el tótem barcelonista, dado de baja por el club de toda su vida tras una larguísima carrera como azulgrana, fichó por el Madrid en 1932. Con el Madrid, Samitier ganó la Liga de 1933, segunda consecutiva para el equipo, y una Copa, la de 1934. Pero de eso hablaremos más adelante.

En la actualidad el club blanco cuenta con dos grandes disciplinas activas: el fútbol y el baloncesto. Sin embargo, a lo largo de su historia han sido numerosos los deportes que han tenido cabida, desde el tenis y el ping-pong al ajedrez, el balonmano o el voleibol.

En orden cronológico y tras la fundación de la institución futbolística en 1902, el siguiente deporte en formar parte de la idiosincrasia blanca fue el rugby. Uno de los impulsores a mediados de los años 20 fue un antiguo jugador de fútbol, el medio ala hispano-argentino Eulogio Aranguren y hermano de Sotero, que falleció en 1922 causando un enorme impacto en el mundo deportivo madrileño.

Durante casi una década compitieron en categoría regional, pero ya en la década de los 30 llegó el mejor momento cuando conquistaron la Copa de España frente al Universitario de Valencia en 1934. Tras algunos vaivenes, la sección desapareció en 1948 y cerca estuvo de volver en 2007 cuando con Ramón Calderón en la presidencia se firmó un acuerdo con el Club de Rugby CRC Madrid Pozuelo Boadilla. Sin embargo, las elecciones y la entrada de nuevo a la presidencia de Florentino Pérez hicieron que finalmente no se materializase la negociación.

Sección de Rugby del Real Madrid, 1925

Sección de Rugby del Real Madrid, 1925

Otros deportes de equipo destacables fueron el voleibol, el balonmano, el béisbol, el hockey, el baloncesto femenino y el fútbol sala. El voleibol es, tras el fútbol y el baloncesto, la sección que más éxitos y alegrías dieron al club. Creada en 1954 por Manuel Díez Serrano, en su primer año de vida ya logró la Copa de España. Jugadores importantes nacionales como De la Fuente, Escobar, Izquierdo, Feliciano Mayoral o Jaime Fernández Barros junto a los polacos Swieboski, Bogdam o Tylko impregnaron de un carácter ganador a un equipo que alcanzó siete Ligas, 12 Copas del Rey, un Campeonato Regional y llegó a semifinales de la Copa de Europa en el curso 1977-1978, la mejor participación de una escuadra española hasta el día de hoy. Lamentablemente, un lustro después, con la presidencia de Luis de Carlos, la sección dejó de existir.

Real Madrid voleibol

En balonmano la sección apareció justo con las Bodas de Oro de la entidad merengue y tuvo un total de siete años de vida. Había equipo en las modalidades de once y siete, y ambas tuvieron gran éxito. En balonmano once se ganaron dos Campeonatos Nacionales en 1952 y 1955, mientras que en el siete, con la aportación de Espinosa, Abad, Félix Sánchez, Pérez Mínguez o el sueco Forsberg, se derrotó en la final de la Liga al San Gervasio catalán en 1953.

Real Madrid balonmano

Real Madrid balonmano

Por su parte, el equipo de béisbol surgió un año después de la creación de la Federación Española. Conquistó su primer campeonato frente al F.C. Barcelona y luego repitió en siete ocasiones más. Además, también cosechó sendos títulos de la Liga Nacional en 1959 y 1961, y antes de su extinción en 1963 sobresalieron en esa disciplina George Young, Jacinto y sus hijos Rafael y José Luis Barrios, Roberto López y sobre todo el capitán Cecilio Gandul.

Real Madrid beisbol

Real Madrid beisbol

En hockey existió equipo en las cuatro modalidades: hielo, hierba, patines y sala. El hockey hielo arranca con la pista construida en la Ciudad Deportiva en 1969, pero el nulo interés de los aficionados hizo que desapareciese con rapidez. En el estilo de hierba la eclosión se produce en los años 20 con numerosas participaciones en el Campeonato Regional Centro. El hockey sobre patines, con una cantera envidiada en el resto de España, vive luchas muy intensas con el F.C. Barcelona en la categoría de plata, mientras que en hockey sala, aunque compite con las siglas de A.D. Plus Ultra, se proclama en una oportunidad campeón de Liga.

El deporte de la canasta también tuvo su división femenina. Apenas unos años después de crearse la masculina las mujeres mostraron interés por practicar el deporte y la sección de baloncesto femenino comenzó con un primer equipo y un filial en 1934. A diferencia de los hombres, además en ese momento se jugaba con seis jugadoras en la cancha.

Real Madrid baloncesto femenino

Real Madrid baloncesto femenino

Hasta mediados de los 40 se lograron dos Campeonatos de Castilla y en el Campeonato Nacional de Copa del año 1943 se queda en segunda posición. Unos meses más tarde se confirmó la desaparición de la sección hasta que un acuerdo con el Colegio Reunidos de Educación Física Femenina, con la dirección de Raimundo Saporta e Ignacio Pinedo, hizo que la disciplina volviese de forma oficiosa a la entidad de Chamartín. El equipo vestía uniforme blanco y utilizaba la cancha de la Ciudad Deportiva para disputar sus choques. Hasta que la escuadra quedó desvinculada totalmente del Real Madrid en 1977 consiguieron nueve Ligas, cuatro Copas y participaron sin éxito en la Copa de Europa, cuya hegemonía pertenecía a los equipos soviéticos.

Por último, el fútbol sala emergió con la edificación de la Ciudad Deportiva en 1963. En su interior se construyeron varias canchas para acoger este deporte con una principal techada que daba cobijo a 4.000 espectadores. Pero más que destacar por sus triunfos y victorias, sirvió para sacar a muchos talentos nacionales gracias a una labor de cantera extraordinaria en la década de los 70 y 80.

Por otra parte, en otras disciplinas muy populares como el ajedrez, el atletismo o el tenis grandes figuras nacionales en la historia del deporte hispano han vestido los colores del Real Madrid. Las instalaciones del club blanco acogieron varias ediciones de un prestigioso Torneo Internacional de Ajedrez en el que participó por parte del Madrid el maestro internacional Arturo Pomar.

Arturo Pomar

Arturo Pomar

El atletismo se fundó en 1930 con Heliodoro Ruiz (profesión de Educación Física de la infancia del Rey Juan Carlos I) a la cabeza en una etapa que dura tres años. Tras la guerra, de nuevo Heliodoro refunda la sección y décadas más tarde con la pista de atletismo situada en la Ciudad Deportiva el deporte da un gran impulso. Son tiempos en los que figuran en la entidad el maratoniano Agustín Fernández, Bernardino Lombao, el ‘milqui’ José Luis González o Miguel de la Quadra-Salcedo. El famoso aventurero, que durante muchos años apareció en la televisión española recorriendo el planeta, fue en sus tiempos mozos un atleta extraordinario. Se proclamó en nueve ocasiones campeón de España, seis en disco, dos en peso y una en martillo, aunque su verdadera especialidad fue la jabalina. En esta disciplina llegó a batir el récord del mundo pero con una técnica llamada “a lo vasco” que la IAAF no homologó al calificarla de peligrosa. La desaparición de la sección de atletismo después de casi 30 años de servicio al club merengue tuvo lugar en los primeros meses de la década de los 80.

Miguel de la Quadra-Salcedo

Miguel de la Quadra-Salcedo

En tenis todo gira en torno a una persona: Manolo Santana. El tenista de la capital fichó muy joven por la institución merengue, concretamente en 1960 con apenas 22 años. Con el escudo en su camiseta levantó el mítico trofeo de Wimbledon en 1966, dos ediciones del Conde de Godó y dos Campeonatos de España. Para Santiago Bernabéu fue una sección muy importante, sobre todo en el sentido amateur y las pistas ubicadas en la antigua Ciudad Deportiva eran una de las atracciones de la zona hasta los años 80.

Santana

En cuanto a otras disciplinas de menor rango hay que destacar la sección de bolos, la de boxeo con victorias en Europa de ‘Young’ Martin o Fred Galiana en los 50, la de ciclismo antes de la Guerra Civil con Vicente Carretero y Julián Berrendero como protagonistas, la de gimnasia, en la que también tuvo mucho que ver Heliodoro Ruiz, y donde una hija de Alfredo Di Stéfano destacaba de manera excepcional, la de halterofilia con el famoso actor Jacinto Molina Álvarez, artísticamente conocido como Paul Naschy en primera línea, la de lucha grecorromana con siete entorchados nacionales, la de natación en un primer periodo en los años 30 con una piscina al lado de Chamartín y posteriormente en los 60 con el complejo ubicado en la actual “Esquina del Bernabéu”, la de patinaje sobre hielo, la de pelota, la de petanca, la de remo, la de ping-pong o la de tiro con arco.

Paul Naschy

En la actualidad son muchas las voces que piden que el Real Madrid amplíe su catálogo de secciones con un equipo de fútbol sala y además conjuntos femeninos tanto en fútbol como baloncesto. Sin embargo, a corto plazo no parece que vaya a haber novedades al respecto.

Un partido legendario, un resultado escandaloso y una eliminatoria llena de polémica.

En aquellos años el torneo copero se disputaba al finalizar la Liga, a partir del mes de abril. El triunfo en la competición doméstica había sido para el Athletic, seguido de Sevilla y F.C. Barcelona. La temporada del Madrid fue muy pobre con un décimo lugar y tenía en la Copa una oportunidad para intentar salvar el curso.

Los blancos aún sufrían los efectos de la Guerra Civil, que dejó muy tocado al club en todos los aspectos. El técnico, Joan Armet, apenas duró ocho partidos esa campaña antes de ser sustituido por Moncho Encinas, en un plantel en el que destacaban el brillante medio izquierda Ipiña, el veloz extremo diestro Alsúa, el poderoso interior Chus Alonso, un recuperado Sabino Barinaga, que había estado cedido ese año en el Valladolid, y el fichaje copero Pruden, delantero muy completo y eficaz llegado del Salamanca.

Por su parte los culés pelearon en la Liga hasta las últimas jornadas con los leones bilbaínos, sobreponiéndose al susto del curso 1941-1942, donde ganaron en la promoción por el descenso al Murcia. El exportero en la década anterior Nogués, ahora entrenador, les salvó de la Segunda División y armó un buen equipo en el que figuraban el zaguero Curta, el medio Raich, el fantástico delantero y máximo goleador liguero con 30 goles Mariano Martín, César, un ariete extraordinario, o el interior diestro Escolá.

En semis ambos conjuntos se vieron las caras con el choque de ida en Les Corts. 40.000 almas llenaron el terreno de juego ejerciendo una presión tremenda contra el árbitro y los jugadores blancos, según crónicas de la época. Al descanso el resultado era de 2-0 para los locales, uno de ellos tras un dudoso penalti y con un tanto anulado a Barinaga por pitar el árbitro justo antes el camino a los vestuarios.

En la segunda parte Sospedra hizo el tercero en posible fuera de juego y el marcador no se movió más. La crónica que escribió el antiguo portero merengue Eduardo Teus en Ya encendió a los aficionados blancos, que esperaban con ansia la vuelta en Chamartín el 13 de junio de 1943. Teus comentó que la afición blaugrana actuó con una agresividad inusitada amedrentando a los madrileños durante todo el partido en un duelo muy bronco por ambas partes.

Los siguientes días el ambiente se calentó aún más con cruces de declaraciones, artículos incendiarios e informaciones malintencionadas, y en la vuelta se colgó el ‘no hay billetes’ en el coliseo madridista. Poco antes del encuentro en la verbena de San Antón y en la calle de la Victoria se repartieron 20.000 silbatos que los hinchas locales hacían sonar cada vez que un jugador del Barça tenía el esférico, provocando un sonido ensordecedor. El clima estaba muy caldeado y la gente desde el primer minuto presionó a los visitantes y al trencilla Celestino Rodríguez, que no soportó tanto empuje desde las gradas.

Sabino Barinaga

Sabino Barinaga

En cuanto sonó el pitido inicial el Madrid salió en tromba y a los seis minutos Pruden hizo el primero. El Barça no se descompuso y aguantó 20 minutos hasta que se vino abajo con el primer gol en la cuenta de Barinaga. Diez minutos más tarde y con los visitantes con uno menos tras expulsión de Benito, el resultado era ya de 6-0 tras lograr Barinaga otros dos goles, Chus Alonso anotar de cabeza y Alsúa marcar con un tiro cruzado. Era el minuto 40 y en esos cinco minutos antes del descanso cayeron dos nuevos goles del lado merengue. El magnífico interior de Durango vivió su mejor tarde de blanco consiguiendo un póker de dianas y Pruden firmó el octavo en el minuto 44.

El Barça anhelaba regresar a los vestuarios ante lo que estaba viviendo, una avalancha de goles en el campo y un tormento por el recibimiento en los graderíos. Según los jugadores culés en ese intervalo (otros lo sitúan antes del partido) se produjo una visita del colegiado junto al Director General de Seguridad de Estado, José Finat Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, para advertirles que se comportaran de forma correcta vista la atmósfera fuera del césped.

En la segunda mitad todo fue más sosegado, aunque Miró siguió sacando balones de su portería, un arquero que abrumado por todo lo acaecido no volvió a jugar al fútbol. En el 74’ Chus Alonso aprovechó un pase de Botella para el noveno y precisamente el extremo valenciano marcó el décimo a cinco minutos del final. Pruden cerró la cuenta blanca en el minuto 87 y Mariano Martín en una jugada que hilvanaron Sospedra y Valle hizo el tanto del honor para el Barça segundos antes de la conclusión del choque.

El Madrid pasó a la final, que se disputó el 20 de junio en el Metropolitano, pero sucumbió frente al Athletic. Por la mañana se regó demasiado el césped, algo que favorecía a los vizcaínos y Lezama se encargó con una actuación sensacional de salvar a su equipo en el tiempo reglamentario. En la prórroga Zarra marcó tras un despiste de la defensa madridista y el título voló a Bilbao.

Había pasado una semana del final de la eliminatoria ante el eterno rival pero las consecuencias se seguían produciendo. Juan Antonio Samaranch, que fuese presidente del COI décadas después, escribió una crónica en el periódico barcelonés La Prensa parecida a la de su colega Teus, pero cargando las tintas contra el Madrid y su afición. Ello le costó que le quitaran el carné de periodista durante varios meses. Además la eliminatoria acabó también con los presidentes de ambas entidades, el marqués de la Mesa de Asta en el Barça y Santos Peralba en el cuadro blanco, que fueron obligados a dimitir. Sus sucesores fueron José Antonio Albert i Muntadas y Santiago Bernabéu, que llegaron a un acuerdo para firmar la paz jugando dos partidos en los meses posteriores. En Madrid se celebró el homenaje a Juanito Monjardín en octubre y en Barcelona un choque en honor de Antonio Franco en diciembre.

El penúltimo presidente del Madrid durante la República, el último electo, se llamó Rafael Sánchez-Guerra. Su nombre, que a los madridistas de ahora pudiera no sonar de nada, pertenece a uno de los linajes políticos más rancios de la primera mitad del siglo XX español. Su vida, el año que le tocó vivir al frente del club, las circunstancias que lo desplazaron de la presidencia durante la guerra y sobre todo, la anacoresis en que decidió pasar sus últimos años, hacen del periplo de este hombre una historia interesante. Soldado en Marruecos, fue periodista, diputado republicano-socialista electo en las Municipales del 31 que trajeron la República, concejal del Ayuntamiento de Madrid, Secretario de la Presidencia de la República, hombre del Coronel Casado al final de la guerra, preso y prófugo de la justicia franquista y fraile dominico. Es una historia digna de ser contada y me dispongo a ello.

En una nota del 1 de junio de 1935, ABC informaba: El Madrid C.F. elige nueva Junta Directiva. Aprobado el nuevo Reglamento por el que ha de regirse el Madrid F.C., ayer fue elegida la Junta Directiva de acuerdo con los Estatutos recientemente aceptados. Los votantes fueron 444 y los elegidos son: Presidente, Rafael Sánchez-Guerra; Vocales, D. Luis Coppel, D. Laureano Ortiz de Zárate, D. Gonzalo Aguirre y D. Valero Ribera. De estos cinco hombres, sólo dos, Coppel y Ortiz de Zárate, pudieron formar parte de la Junta de Salvación que se hizo cargo del Madrid en abril del 39, finalizada la guerra. Rivera (o Ribera) y Aguirre sucumbieron al Terror Rojo en Madrid, y Sánchez-Guerra, el presidente depuesto, estaba a punto de ser condenado a muerte por los vencedores.

Nacido en 1897 en Madrid, Sánchez-Guerra era hijo del destacado prócer conservador José Sánchez-Guerra, el hombre que, siendo Gobernador Civil de Madrid, selló oficialmente los estatutos originales del club, en 1902: en lo que puede considerarse, prueba de la raigambre madridista de los Sánchez-Guerra. José, su padre, cordobés como Niceto Alcalá Zamora, ocupó carteras fundamentales e incluso presidió el Gobierno durante las décadas anteriores a la dictadura de Primo de Rivera. En 1929, junto a su hijo Rafael, estuvo involucrado en una intentona militar contra el régimen, que acabó en desastre. Comenzaba así la aventura política del futuro presidente del Madrid, quien llevaba algunos años siendo diputado, jovencísimo, en Cortes, mostrando una inclinación tan diferente de la de su padre, como igual parecía ser el convencimiento de ambos en que una República salvaría España. El patriarca, liberal-conservador. El heredero, republicano-socialista.

Rafael Sánchez-Guerra

Educado en el semillero célebre del Colegio del Pilar, en donde trabó amistad con los Luca de Tena, en 1918 marchó a África como voluntario, enrolado en los Regulares. En Marruecos, cerca de Melilla, fue herido en una pierna. Era 1921, y regresó a España. Sólo temporalmente, porque volvería pronto al frente, imbuido de un patriotismo que le acompañó hasta el final de su vida, como se desprende de la lectura de su dietario monacal Mi convento. En 1923, condecorado con la Medalla Militar, se establece definitivamente en Madrid, iniciando su carrera de periodista crítico con la recién instaurada dictadura. En ABC, sobre todo, cultivó tanto la crítica política como la crónica taurina. Empieza también aquí su afición por la actividad deportiva. Reconoce en Mi convento que además del fútbol, también era adicto a la esgrima, arte que le sirvió para eludir el peligro en más de un duelo provocado por quienes desairaba en sus artículos, cuando aún existían los duelos.

Cuenta Juan Carlos Pasamontes, en un estupendo artículo en el diario Gol, que fue Sánchez-Guerra, Rafael, quien enarboló la bandera republicana en el Ministerio de Gobernación, despacho de trabajo de su padre durante tanto tiempo, el 14 de abril, por la tarde, cuando todavía Alfonso XIII no había abandonado el Palacio de Oriente. Desde entonces y hasta meses antes de empezar la guerra, fue una especie de valido del Presidente de la República: un lugarteniente, desde la Secretaría General de la Presidencia. El hombre fuerte, el tejedor. Una posición, ciertamente, delicada tanto política como socialmente. Prueba de ello fue el recelo que provocó su candidatura a otra Presidencia, la del Madrid, desde 1931 cabeza huérfana de corona. Ya en 1933, Sánchez-Guerra fue propuesto como presidente, aunque el elegido sería finalmente Luis Usera Bullagal, el hombre que construiría el gran Madrid de la era republicana. En 1933, Rafael Sánchez-Guerra no era socio y la fuerte oposición de los conservadores dentro del Club le hizo declarar que no lo volvería intentar hasta contar “con el voto casi unánime de los socios”. España entraba entonces en un período de convulsiones que precedería al estallido de 1936. Dos años después, en junio de 1935, Sánchez-Guerra lograría, “con amplísima mayoría”, ser elegido presidente, aunque Miguel Ángel Lara cita en Marca la dura oposición a su candidatura de los socios conservadores, quienes se abstuvieron de votar, con Bernabéu a la cabeza.

La presidencia de Sánchez-Guerra fue breve, pero intensa. Le dio tiempo a ganar dos títulos, salvar el Estadio de Chamartín, acrecentar la base social del club y fichar a algunos buenos futbolistas, competitivos. La guerra lo privó de gozar de más éxitos. No obstante, trasladó la sede social del club a un confortable piso en el Paseo de Recoletos, que el verano siguiente sería colectivizado por el Frente Popular, como todo el Madrid. También evitó que el Plan Prieto, una ambiciosa remodelación urbanística de La Castellana dispuesta por el ministro de Obras Públicas en 1933, Indalecio Prieto, asfaltase medio Chamartín. Utilizó toda su influencia política para lograr, mediante permutas de terrenos y cabildeos administrativos, que el plan definitivo, aprobado en Consejo de Ministros, no afectase al estadio, en el cual el Madrid tenía invertidas casi setecientas mil pesetas de la época con vistas a una futura ampliación de las instalaciones.

El Madrid presumía, por entonces, de un triunvirato defensivo de élite: Zamora, la leyenda del arco; Quincoces y Ciriaco. Sánchez Guerra, audaz, quiso reforzar el equipo con Simón Lecue, puntal del Betis campeón de Liga en 1935. Trajo además a Kellemen y Alberty, dos prometedores húngaros, y el Madrid estuvo cerca del doblete. Quedó segundo en Liga, a dos puntos del Athletic de Bilbao, y ganó la Copa. Fue la famosa final de Mestalla, el 2-1 frente al Barcelona, partido envuelto en el nimbo mitológico por significar el último match oficial disputado en la España republicana. Zamora guardó el cofre con la victoria con una postrera parada que levantó una nube de humo; en esa nube permaneció flotando el Madrid, proyecto truncado, paralizado durante tres años y al que costó más de una década resurgir, una vez establecida ya en España la pax sangrienta de Franco. De aquel equipo campeón apenas quedó un recuerdo. La guerra se llevó casi toda la plantilla, devastó el estadio deportivo más moderno de España, Chamartín, hipotecó económicamente los siguientes diez años del club y llevó al Madrid al borde de la Segunda División en varias ocasiones. Y también dejó al Madrid sin su presidente.

Final Copa 1935

Final de Copa 1935

Rafael Sánchez-Guerra fue apartado de la presidencia del Madrid entre el 2 y el 4 de agosto de 1936. El Madrid quedaba incautado por el Frente Popular, como todos los cines, clubes, federaciones, asociaciones, empresas o fábricas de Madrid, Barcelona y la mayoría de la España republicana. Así lo contó el periódico Informaciones: Un club democrático como el Madrid, con un plantel de socios netamente republicanos de izquierda, no podía temer nada. La Deportiva Obrera, que tiene un gran concepto de los principios deportivos, encontró justos los razonamientos de algunos socios, y juntos concibieron un plan que ha sido puesto en práctica y aprobado sin excepción alguna, por todos los sectores deportivos de Madrid. Reunidos socios del Madrid y directivos de la Federación Obrera acordaron designar un Comité directivo que sustituya a la actual Junta directiva. El citado Comité, nombrado ya, está integrado por dos directivos pertenecientes a la Federación Deportiva Obrera. Uno de ellos, era Juan José Vallejo.

Concibió la entusiástica estrategia para agrandar el número de socios del Madrid, y quizá, hacerlo más popular -con las connotaciones graves que tenía ese adjetivo en aquel momento- según cuenta Miguel Ángel Lara. Fútbol a peseta, la bautizó, con objeto de llenar el magnífico graderío de Chamartín. Se iluminaba, al fondo del túnel, la vela del fútbol de masas. Es probable que Bernabéu advirtiera lo certero de esta política y la tuviera en cuenta cuando, años más tarde, encauzara los esfuerzos del Madrid en esa dirección, con el consabido éxito. A pesar de ser despojado del cargo, y de que el Madrid entrase en una suerte de fase-REM con el único pilotaje -milagroso, a la postre- del secretario, Hernández Coronado, Sánchez-Guerra no abandonó Madrid. Pasó los tres años de guerra en la capital asediada sin ocupar ningún cargo político, tan sólo el de oficial del Estado Mayor del Ejército durante los peores combates de la Defensa de Madrid. A pesar de su notable desempeño público durante los cinco años anteriores, tendió a ser irrelevante, como todos los republicanos moderados; logró cierta consideración por parte de comunistas y anarcosindicalistas, a pesar de todo. Católico y de costumbres que en la época se motejaban de “burguesas”, mantuvo un status quo personal que no le obligó, por fortuna para él, a participar en ninguno de los múltiples atropellos acaecidos en Madrid durante la guerra.

Cercano de Antonio Ortega, el coronel del Ejército Popular que presidió el Madrid tras el comité de incautación de Vallejo, y también de Julián Besteiro, personalidad política radicalmente opuesta a Ortega, Sánchez-Guerra se movió además en torno al círculo de confianza de Segismundo Casado, el hombre que acabaría dando un golpe de Estado en los últimos días de la República para entregar Madrid a Franco y finiquitar la contienda. Sánchez-Guerra intervino en la rendición, no sin antes nombrar junto con Besteiro, a Melchor Rodríguez García, el “ángel rojo”, último alcalde republicano de Madrid. Luego esperó gallardamente a que lo detuvieran, cosa que ocurrió cuando el ejército sublevado ocupó la ciudad. El 9 de junio de 1939, lo condenaron a muerte, aunque sus singulares circunstancias -destacado republicano con pasado izquierdista, de familia eminentemente conservadora, católico y sin las manos manchadas de sangre- lo libraron con una pena conmutada de treinta años de prisión. Hasta 1944, deambuló por varios presidios españoles, hasta que aprovechó para huir a Francia en el maletero del coche de unos espías franceses.

En París, fue ministro del Gobierno de la República en el exilio, puesto tan simbólico como inútil que abandonaría en 1947. Esto precipitó el derrumbe de este simulacro de Gabinete, que pretendía mantener desde Francia la legalidad republicana tras la derrota militar. Sánchez-Guerra se estableció entonces en esa ciudad y fundó Prensa Intercontinental, una agencia con la que surtió de artículos, crónicas y textos acerca de la actualidad francesa y europea a muchos periódicos de Hispanoamérica. Prosperó y vivió cómodamente hasta que a finales de los 50 su mujer enfermó de cáncer. Amigo personal de Gregorio Marañón, ni siquiera la sapiencia médica de éste pudo salvarla. Profundamente enamorado de su esposa muerta, Rafael Sánchez-Guerra movió sus contactos en el Consejo de Ministros de Franco y en 1960 se le concedió regresar a España sin ser molestado por su pasado político. Culminando una vida de azar, fortuna y desgracia, pidió ingresar como novicio en el convento dominico de Villava, Navarra, en donde llegó con el tiempo a tomar el hábito de la orden después de haberse desprendido de toda su riqueza personal, de su agencia y del calor de sus hijos y nietos en París. Murió en 1964, en la paz conventual, no sin antes recibir la visita, naturalmente, de su Madrid, equipo al que no había dejado de seguir nunca. En abril de 1963, el Madrid visitaba Pamplona para jugar en Liga contra Osasuna. En un acto de caballerosidad a la altura de su propio mito, Santiago Bernabéu llevó a toda la plantilla a Villava, en donde rindieron homenaje al viejo y sorprendido presidente, fray Rafael, causando el alboroto de frailes, novicios y jóvenes seminaristas, entre quienes, como cuenta el propio Sánchez-Guerra en su libro, el fútbol y las competiciones profesionales tenían una legión de seguidores.

Cuarta entrega: Donde se buscan los orígenes de la cultura del Madrid

VII. Bernabéu, máximo exponente de la cultura del Madrid

Las medidas deportivas que concretaron ese envidiado palmarés fueron siempre detrás de las decisiones estratégicas. No son su consecuencia, sin embargo. Más bien, en forma de «visión», con un alto grado de abstracción todavía, son su causa. Explican que en determinado escenario se adoptaran determinadas respuestas estratégicas. Pero solo se pudieron concretar cuando el éxito de la dirección estratégica adoptada había permitido acumular los recursos necesarios para afrontarlas, a veces muchos años después.

Que no siempre el camino elegido por esa minoría lúcida fuera coronado por el éxito a corto plazo, o que se demostrara inviable en determinadas circunstancias, no merma un ápice el valor de mi tesis. Mucho menos le resta valor que, en el ámbito deportivo, o en otros aspectos societarios, se adoptaran a veces decisiones que se demostraron erróneas. Así lo aseveran las enormes ventajas obtenidas en los casos de éxito que acredita la historia del club.

En el fútbol sólo sobrevivieron las entidades que supieron adaptarse a las cambiantes circunstancias socio-económicas; consiguiendo neutralizar las ventajas que, apoyadas en ese cambio, construyeron los rivales. Y solo están en condiciones de triunfar los clubes que consiguen adaptarse más rápidamente o mejor; los que utilizan ese cambio de circunstancias para conseguir ventajas competitivas.

El Madrid creció a escalones. No subió ninguno cuando buscó las soluciones concretas a los problemas del presente en la imitación mimética de las adoptadas en el pasado, que en circunstancias socio-económicas diferentes habían caducado. Escaló cada peldaño cuando miró a su pasado para identificar en la memoria de su propia historia dos de las líneas básicas de su cultura: la independencia del club y la anticipación del futuro. Esos son, en los despachos, los postulados esenciales de la auténtica cultura del Madrid. Eso es, singularmente, lo que no hay que traicionar.

Santiago Bernabéu fue presidente del Madrid durante más de un tercio de los 113 años de existencia del club. Es, por lo tanto, y de forma indiscutible, el máximo exponente de la cultura del Madrid. El ejercicio de su presidencia se caracterizó por llevarla a sus últimas consecuencias desde el mismo discurso de toma de posesión.

Bernabéu había sido jugador del primer equipo desde 1912 a 1927, capitán, entrenador ocasional, delegado, secretario de la junta directiva entre 1929 y 1935 y miembro de varias directivas. Se había nutrido, por lo tanto, de los postulados de la cultura del Madrid directamente de los hombres que la conformaron, y en el preciso momento histórico en que se afirmó la actitud del club frente a los concretos desafíos de los tiempos.

VIII. Una cultura societaria alumbrada en la noche de los tiempos

Se puede decir que hoy jugaríamos con jugadores amateurs y madrileños si las proclamas de los conservadores en favor de la pureza del sport, del honor frente al dinero y de respeto a la tradición se hubieran impuesto en la década de los veinte. Se puede decir, pero no lo diré. Seguramente no sería cierto. Lo más probable es que hoy no jugaríamos con nadie, ni contra nadie.

La notoriedad social de los éxitos deportivos convirtió en un fin en sí mismo el triunfo en los campeonatos. La adaptación a este nuevo paradigma —opuesto al paradigma olímpico— originó el primer cambio de orientación, muy temprano, del Madrid. Un cambio que alterará para siempre la relación de los socios con el club. Pasaron de asociarse con la finalidad de practicar el nuevo deporte a hacerlo con la de ser espectador o incluso gestor del club. La mayoría social, pues, perdió el derecho a la práctica recreativa del deporte en beneficio de los socios mejor dotados técnicamente. En seguida, los jugadores serán «buscados» en la cantera local, que se encuentra en los colegios privados, como el Pilar y los Agustinos, con arreglo a la extracción social de los futbolistas, pertenecientes a la exigua clase media de la época.

Al nuevo modelo pronto le sucedería otro cambio estructural asociado a la incipiente conversión del fútbol en espectáculo deportivo. El Madrid la había anticipado vallando el campo de O’Donnell en 1912. Una inversión con la que dobló en dos años los poco más de cuatrocientos socios que había reunido en los diez anteriores. Con el fin de incrementar sus ingresos por taquilla, hacia 1916 instaló la tribuna preferente. Aun así, sus recursos económicos no eran ni de lejos suficientes para afrontar con éxito el cambio que se gestaba.

A medida que el proceso de socialización del fútbol avanzaba, más elementos procedentes de las clases populares se incorporaban a una práctica deportiva hasta entonces exclusiva de las clases alta y sobre todo media. Entre los nuevos practicantes había jugadores de calidad notoriamente mejor. De la oportunidad de incorporar a estos últimos, para reforzar la competitividad de los equipos frente a los rivales, acabaría surgiendo en España el jugador profesional de fútbol.

El Real Madrid en el campo de O'Donnell

Partido del Real Madrid en el campo de O'Donnell

Quinta entrega: Donde se comenta la primera ocasión de matar al Madrid desde dentro y la pertinaz vocación de seguir intentándolo

IX. La consolidación de la cultura del Madrid. El profesionalismo

La respuesta al nuevo desafío, en tres ejes de actuación sucesivos y relacionados entre sí, consolidaría la cultura del Madrid.

El debate sobre la profesionalización no fue ni breve ni pacífico. El primer reglamento de jugadores profesionales culminó en 1926 un proceso de once años. Al diferimiento de la regulación no fue ajeno el Madrid. La difusa y progresiva profesionalización del fútbol le había sorprendido en inferioridad de condiciones. La directiva del Madrid no enfocó como un fin la resistencia en los órganos federativos a la regulación del profesionalismo. Fue el medio para evitar ser desplazado a la marginalidad, mientras en paralelo creaba las condiciones para explotar con éxito el cambio de modelo que preveía ineludible.

En 1915 se habían producido las primeras denuncias de «amateurismo marrón» contra el FC Barcelona. A despecho del reglamento vigente, el club catalán explotaba la ventaja de sus casi 4.000 socios, que le convertían, con diferencia, en la sociedad económicamente más potente de España. Con mayor o menor intensidad, en la medida de sus posibilidades, los clubes importantes fueron imitando a los catalanes. El Madrid, esencialmente, había utilizado sus influencias para encontrar empleos o mejoras en la proyección social de los jugadores que «pescaba» en la cantera madrileña y en su inmediata periferia. Pero a la altura de 1920 tanto el Barcelona como el Español —que contaba con el mecenazgo de la burguesía industrial— ejercían un profesionalismo encubierto inasumible para los recursos económicos del Madrid.

En el seno del Madrid, mientras tanto, la profundidad ideológica de la controversia sobre el profesionalismo causó estragos. Conservadores y regeneracionistas —ahora sí hablo de posiciones políticas— confluyeron en la oposición al cambio para el que se preparaba la directiva. Los enfrentamientos, que llegaron a calar en la escasamente desarrollada opinión pública deportiva, afectaron a la propia plantilla de jugadores. Entre algunos de ellos se produjeron disputas personales irreconciliables. Hubo, incluso, jugadores emblemáticos que amenazaron con abandonar el club de admitirse el jugador profesional.

El Español, la Gimnástica y el Rácing le ganaron al Madrid ocho campeonatos regionales entre 1903 y 1919. En ese mismo periodo el Athletic de Madrid no fue capaz de ganarle ninguno. Para 1936 los otros tres campeones regionales madrileños, aquellos viejos grandes rivales del Madrid, se habían extinguido o agonizaban tristemente en categorías inferiores. Al contrario que el Madrid, se adaptaron mal y tarde al profesionalismo.

De haber triunfado en el club las posiciones conservadoras —de distintas orientaciones ideológicas, como he dicho—, se puede inferir que durante la década de los treinta el Madrid habría desaparecido y la sucursal del Athletic vasco, con su equipo cuajado de jugadores profesionales, se habría convertido en el emblema de la ciudad. ¡Qué desgracia, vaya por Dios, para aficionados y madrileños!

De tan cruel paradoja no se hará cargo ninguno de los que, por el sesgo de sus posiciones de hoy, habrían defendido ardorosamente entonces que el Madrid no era digno de los profesionales. Pero no cuesta imaginarles protestando en nombre de la pureza del sport a las puertas del viejo Chamartín.

X. La contracultura del Madrid. Los falsos mitos

El tópico del español y canterano, que se abandera hoy frecuentemente como solución a los males del fútbol moderno, podría ser el equivalente contemporáneo al referente madrileño y amateur de hace noventa años. Se diferencia cualitativamente de él en que mientras la reivindicación del siglo XX se refería a una realidad existente aunque agónica, la del siglo XXI reclama una tradición fantasiosa que se atribuye al Real Madrid con absoluto desprecio de los datos de la realidad.

Lo que denomino contracultura del Madrid revela, de todas formas, una cierta continuidad de método. La resistencia al cambio busca legitimarse en la apelación romántica a un pasado mítico, a una Arcadia idílica. Pero si se analizan los datos con cierto rigor histórico, es decir, sin aislarlos del contexto socioeconómico, del marco normativo y del entorno competitivo en que se produjeron, no tarda en revelarse que se nos presenta como virtud lo que solo fue necesidad.

La aplicación de las imaginarias tradiciones no resolvería, por lo tanto, las necesidades actuales. Es más, agravaría los problemas del presente. En definitiva, si atendemos a los hechos realmente sucedidos, el pasado sacralizado por los abanderados de la contracultura carece del prodigioso efecto sanador que sus defensores le atribuyen.

Este recurso al elemento emocional es sin embargo una fortaleza a la hora de popularizar sus posiciones. Por el contrario, excluye el enfoque racional del análisis de las alternativas, de las soluciones a los problemas y de las estrategias de crecimiento del club. No hace diferencia si lo persigue de propósito, o por simple incapacidad para el pensamiento abstracto. Las cualidades del estratega, es cierto, parecen lejos de las competencias intelectuales que evidencia el discurso de sus portavoces mediáticos. Desgraciadamente para ellos, pudiera ser que quienes utilizan este recurso sean sinceros.

Sexta entrega: Donde se explica cómo los sensatos aprenden del pasado

XI. El recurso a la memoria no es disparate

Este de la contracultura es un modo disparatado de recurrir al pasado —incluso inventado o falsificado— por simple vocación de resistencia al cambio. El cambio es, sin embargo, la condición necesaria de la supervivencia. No es más que la respuesta —que puede ser tardía o anticipada, ya he dicho— a otro cambio inexorable, el de las condiciones socio-económicas, que no puede gobernar el club.

He aludido a algunos ejemplos derivados de la propia evolución del fútbol —en un contexto socio-económico de modificación de los patrones de ocio y del mercado asociado al mismo—. Recientemente la crisis económica ha destruido un tercio de la riqueza nacional y su gestión ha condicionado la distribución de la riqueza remanente, empobreciendo aún más a grandes capas de la población consumidoras de ocio-fútbol. Alguna trascendencia habrá tenido esta disminución general de la capacidad de consumo sobre un gasto que no entra en el capítulo de los imprescindibles. Inmersos en una burbuja, quizá la notemos en unos años.

Pero el ejemplo más radical de la influencia de los cambios socio-económicos en el statu quo del fútbol —el que mejor permite comprenderla— es el de la Guerra Civil. Pese a los panegíricos «fabricados» en Cataluña —en los años previos a la Transición y durante la misma—, el Madrid fue el club más castigado por la Guerra Civil y por la política deportiva del franquismo de posguerra. Pasó de dominador del escenario futbolístico español a segundo club de Madrid. Esta seguía siendo la situación que afrontaba la presidencia de Santiago Bernabéu en 1943.

Antes lo habían hecho la de Santos Peralba —depuesto por el general Moscardó, pero al que Bernabéu incorporó a su junta directiva— y la junta gestora, formada en 1939 para salvar el club de la desaparición. Esta última se negó a que el Madrid diera soporte a la operación Aviación Nacional. Los militares quería utilizar la licencia de un club en escombros para llevar a primera división al equipo formado, esencialmente con futbolistas canarios, en 1937 en Salamanca.

La defensa de la independencia del club frente a los planes del poder no era nueva en la cultura del Madrid, como más adelante veremos. Ya en la primera ocasión había estado en juego la pérdida de la hegemonía en Madrid. En esta segunda, en un contexto muy poco propicio, efectivamente la perdió frente al Atlético de Aviación. El Atlético pasó —directamente— del descenso a segunda en 1936 a ganar las dos primeras ligas de la posguerra. Y lo hizo jugando en el viejo Chamartín, mientras sobre el antiguo Metropolitano construía un campo nuevo con el doble de capacidad que el campo del Madrid.

Como apuntaba, hay una forma tergiversadora de apelación al pasado, orientada al más absurdo mantenimiento mimético de las situaciones. Sin embargo esas situaciones que se pretende neciamente congelar se habían originado por las transformaciones anteriores. No se puede aparentar ignorarlas, como si el pasado glorioso al que se apela fuera la consecuencia de un estado natural de las cosas que siempre estuvieron ahí y así. Contrasta radicalmente con ella el recurso a la memoria del club que, bajo la presidencia de Santiago Bernabéu, subyace en el enfoque racional de las soluciones a los desafíos que afronta ese Madrid derrotado, pero no postrado, de los años cuarenta. Su orientación —en favor del cambio— es precisamente la contraria.

Inauguración Chamartín 1947

Inauguración Chamartín 1947

Me entretengo ahora en una fotografía del partido contra Os Belenenses del 14 de diciembre de 1947. El Madrid inaugura el nuevo «Estadio de Chamartín». El proyecto nuclear de Santiago Bernabéu del que sus detractores —externos e internos— dicen, con sorna, «un estadio de primera, para un equipo de segunda». Sobre el círculo central del nuevo campo de juego están, como mandan los usos, los capitanes de ambos equipos. No están los árbitros. En su lugar, una mesita sobre la que descansan los banderines y obsequios intercambiados por los equipos, junto a un libro de firmas de los primeros doscientos socios del Madrid.

La luz brillante entra desde la Castellana. Debe de ser un sol tibio, dada la estación. Ipiña, el capitán del «equipo de segunda», dirige su mirada hacia la mesa, como protegiendo la vista, quizá inconscientemente, de ese último sol del otoño. Un grupo de directivos posa tras la mesa. Al fondo, la torre del marcador señala ya el empate a cero con el que comenzará el partido. Bajo la torre un ejército de voluntarios. No sólo no ha desertado en estos tiempos ingratos, sino que ha respondido, con su dinero escaso, a la llamada de su club. Por primera vez abarrotan las gradas edificadas para ser testigos de hazañas mucho mayores que las más grandes que atesora en su memoria cada uno de esos soldados para calentar el ánimo que ahora muerde el frío de las derrotas. Contra la «ilustrada» opinión de los agoreros, el anfiteatro, volado y sin columnas, no se ha derrumbado.

Santiago Bernabéu, al que la instantánea fija en un gesto reflexivo, tiene a su izquierda a un hombre mayor. Permanece erguido, no envarado. Su mirada, de frente hacia la grada de preferencia, transmite orgullo. Hace veintitrés años presidió la inauguración del nuevo «Campo del Real Madrid F.C.», al que la afición terminaría conociendo como «Chamartín». Se llama Pedro Parages. Es, ahora, el socio nº 1 del Madrid, y lo seguirá siendo hasta su muerte que ocurrirá en Saint-Loubès, donde reside, apenas dos años después.

Santiago Bernabéu ha querido tenerle a su lado en este momento solemne para la historia del Madrid. A la hora en que el club está declarando al mundo su determinación y su capacidad de conquistar el futuro. Escenifica el recurso a la memoria histórica del club. Bernabéu no precisa de él para legitimarse personalmente, porque a estas alturas, transcurridos poco más de cuatro años de su presidencia, ya ha comenzado la mitificación de su figura como la del hombre capaz de hacer renacer al Madrid de las cenizas en que lo dejó la Guerra Civil. Le quiere a su lado para reconocer que el futuro, que hoy comienza, se ha edificado usando los materiales que le ha prestado la memoria de cómo se edificó el futuro en el pasado.

Basta evocar la presidencia de Pedro Parages para comprender en qué consiste esa forma de encontrar en el pasado, en las experiencias que atesora la propia historia del club, los recursos para afrontar las transformaciones que exige la solución de los problemas del presente. La senda que Parages abrió a lo largo de los diez años en que presidió el club, fue continuada y completada bajo las presidencias de Luis Urquijo —respaldo financiero de la expansión patrimonial del Madrid— y Luis Usera, quien —bajo la dirección del secretario técnico Hernández Coronado— apuró el cambio del modelo deportivo concebido e iniciado en tiempos de Parages. Santiago Bernabéu era el secretario de esta última junta directiva.

Pedro Parages

Pedro Parages

XII. La década de Parages

Pedro Parages, jugador del Madrid de 1902 a 1908, ganador de cuatro campeonatos de España consecutivos y otros cuatro campeonatos regionales, y de cuyo bolsillo salieron los dineros necesarios para vallar el Campo de O’Donnell, fue elegido presidente del Madrid en 1916. Ocurrió en medio de un manifiesto ocaso competitivo frente a la pujanza de clubes vascos y catalanes, que parcialmente disimulan el campeonato de 1917 y los subcampeonatos de 1916 y 1918, al inicio de su gestión.

Durante su presidencia (1916-1926), Parages —a quien Santiago Bernabéu caracterizó como «la gran figura fundacional del Madrid»— defendió el cambio a la profesionalización al tiempo que preparó al club para afrontarla con éxito. Sentó las bases del desarrollo económico del club, que no sólo permitirían sostener el coste de una plantilla de profesionales, sino utilizar las ventajas que la ciudad de Madrid podría crear en la situación que se avecinaba. Los frutos deportivos de esa respuesta no se recogerían, sin embargo, hasta dos presidencias después, con la conformación del gran equipo del quinquenio republicano.

Para aumentar radicalmente los ingresos, afrontó la construcción de un campo en propiedad con capacidad para 20.000 localidades y promovió la creación del campeonato de liga regular. El Madrid asumió el desafío de trasladar los partidos de fútbol más allá del término municipal de Madrid. Si perseguía aumentar el aforo para aprovechar el crecimiento de la demanda de fútbol; el coste de los terrenos no permitía otra opción. La actuación era arriesgada, pues la lejanía del centro podría retraer la demanda. Tuvo la previsión de elegir los terrenos dentro del ámbito de expansión futura de la ciudad, en la zona de ulterior ampliación de la Castellana, lo que se traduciría con los años en un incremento considerable del valor patrimonial del club. Diseñó, además, una acertada política de precios populares, duplicando el precio medio de las entradas de preferente y reduciendo un 15% las de general. Su resultado fue que el Madrid había multiplicado por cuatro su taquilla en el momento de afrontar la formación de su primera plantilla profesional. Mientras tanto, el Madrid seguía perdiendo. El año de la inauguración de Chamartín, hasta en el campeonato regional.

En defensa de la independencia del Madrid, la construcción de Chamartín implicó, además de contraer riesgos financieros límite para sus recursos, enfrentar notables presiones del poder. El Rey Alfonso XIII era uno de los inversores en el Stadium Metropolitano, en el que sus promotores pretendían que jugaran alquilados los cinco equipos principales de Madrid. La directiva de Parages dedujo que los dueños del Stadium —la Compañía Metropolitano Alfonso XIII y su filial, pero beneficiaria especulativa de la actividad de la matriz, la Compañía Urbanizadora Metropolitana— en poco tiempo controlarían el fútbol de la capital, y sospechaba que tenían el propósito de fusionar a medio plazo los cinco clubes. Se negó a participar en la operación y eligió su propio y espinoso camino. El Metropolitano se inauguró en 1923. En él jugaban los cuatro equipos restantes.

En la creación de un campeonato cerrado de liga regular, enfrentó las renuencias del F.C. Barcelona, al que perjudicaba la disposición radial de los ferrocarriles, pues la mayoría de los participantes serían vascos, y que consideraba la consolidación del nuevo campeonato una amenaza a medio plazo para la supervivencia de su propio campeonato regional. Posteriormente hubo de vencer la oposición de los clubes inicialmente excluidos del proyecto, liderados por el Atlético de Madrid y apoyados por la Federación.

Aunque el intento dio lugar al primer antecedente histórico de Liga profesional de fútbol, el Madrid fracasó en el empeño de sustraer la nueva competición al control federativo. Una manifestación, recurrente a lo largo de su historia, de su cultura de independencia. Se repetirá, a escala europea, treinta años después con motivo de la creación de la Copa de Europa, o en la fundación y liderazgo del G-14 a principios del siglo actual.

Entre la inauguración de Chamartín (1924) y el inicio del primer campeonato de Liga (1928), el Madrid formó su primera plantilla profesional. La cantera madrileña, dominante en 1926 —diez de los once jugadores se habían formado en ella—, fue enseguida sustituida por la vasca, las más importante y fecunda de España, que constituirá la base del equipo que conquistará la hegemonía del fútbol español durante los años treinta.

Desde 1917, los equipos vascos y catalanes detentaban en exclusiva el campeonato de España. El Madrid ganará el campeonato de Liga de 1932. Le siguen la Liga de 1933, la Copa de 1934 –primer campeonato de España en 17 años— y la Copa de 1936. Descendido y en quiebra, el Athletic de Madrid se enfrenta entonces a la desaparición, a la que ya se habían visto abocados los otros tres equipos que se sometieron a las presiones de la Casa Real y el Duque de Alba en la operación Metropolitano. Como ya hemos visto, la Guerra Civil trastocaría todo.

 

Reivindicación de Santiago Bernabéu 1

Reivindicación de Santiago Bernabéu 2

Reivindicación de Santiago Bernabéu 3

Primera entrega: Donde se expone que algunos me tienen muy cabreado y aborrecido.

I. ¿Y ahora, por qué?

En mi lejana adolescencia fui por primera vez al teatro. Representaban —en el hace mucho tiempo desaparecido Teatro Beatriz— una obra de Henrik Ibsen: Un enemigo del pueblo. Aquella primera experiencia escénica debió dejar marcada mi conciencia. Hoy me siguen produciendo casi más aversión los comportamientos mezquinos de las masas ignorantes que los propios poderes que las mangonean.

Escribo para aclarar mis ideas y difundir lo que me dicten la razón y el conocimiento. Hace falta un nivel excelso de dominio del arte de escribir, del que estoy muy alejado, para que el rigor tenga predicamento. Pese a la —sin duda merecida— impopularidad de lo que escribo, lo sigo intentando. Si fracaso en lo segundo, al menos consigo lo primero.

Más «popular» es manejar un lenguaje menguado, inútil para precisar un concepto. O quizá sean menguados los conceptos que se expresan con tamaña usura retórica. Y si uno carece del mínimo decoro, ni le impide el pudor exhibir su cráneo vacío, pregonar cuatro tópicos destrozando, al trote, las más elementales normas de sintaxis. Es el examen de aptitud de intermediario popular con los desdeñosos del saber.

Estos facilitadores de la ignorancia son personajes que no existen por casualidad. Sirviéndose de su desmedido afán de notoriedad y de su falta de recato, alguien más inteligente —tampoco es difícil serlo— les ha puesto sobre el tablero. Pero el vacío absoluto que esconden los lugares comunes no se puede rellenar tatuándose el escudo del Madrid —o «amor de madre», qué más da— sobre una piel nunca tan grasienta como el cerebro que es su dueño. Genuino madridismo, vergüenza ajena.

Coincidiendo con el aniversario de la inauguración del nuevo «Estadio de Chamartín», he visto a algunos ejemplares selectos de ese genuino madridismo promover en Twitter un referéndum en pretendida defensa del presunto legado de Santiago Bernabéu, que alguien estaría poniendo supuestamente en peligro.

La torpe apropiación demagógica por una bandería sectaria de uno de los dos mitos universales del Madrid para promover actuaciones contrarias a las que el propio Santiago Bernabéu probablemente habría apoyado —según acreditan los datos históricos, no las jaculatorias—, es la razón de que me ponga al teclado. Quiero demostrar con este artículo que, en defensa de su propio interés y amparados en el oscurantismo, desde la ignorancia o desde la pretensión de llevar a los demás a la ignorancia, están falseando el pensamiento de Santiago Bernabéu quienes se reclaman sus auténticos herederos.

II. Los mitos. Cómo nacen y cómo se hacen

En su acepción de narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico, los mitos son un factor de cohesión social. Contribuyen a la aceptación del statu quo, legitimando las estructuras sociales vigentes. En otra acepción válida de la misma palabra, la de persona o cosa rodeada de extraordinaria admiración o estima, un mito tiene utilidad social como referente de patrones de conducta que una sociedad aspira a emular.

En cierta ocasión me vi en la tesitura de justificar ante un veterano capitán del Real Madrid la causa de que, entre tantos jugadores que han vestido la camiseta blanca, la grada del Bernabéu hubiera elegido uno en concreto como su mito de referencia.

«No lo comprenden» me decía, refiriéndose a los jugadores veteranos, el titular de un palmarés cuajado de Ligas y Copas de Europa. Le relaté entonces la génesis de un rito que, por lealtad y sentido de pertenencia, yo mismo reproducía en la grada cada partido: Érase una rima que el sector infantil de animación —que hace muchos años se situaba en el córner norte de preferencia— adaptó del colegio Santa Illa. Los Ultra Sur de José Luis Ochaíta la transformaron en un rito. Y adquirió así la propiedad de vida eterna que tiene la costumbre por el hecho mismo de ser costumbre. Las nuevas generaciones de hinchas, que hoy lo reproducen, han conocido antes el rito que la biografía de Juanito.

Sonrió. No sé si le convencí, pero al menos lo comprendió. No veo detrás de ese rito, le había asegurado, ningún ánimo de ofender la memoria de tantos jugadores madridistas que parecen olvidados por las generaciones actuales pese a sus indiscutibles merecimientos de ser evocados por su hinchada. En el mito de Juanito los hinchas de hoy representan valores como la entrega y la voluntad de no pactar con la derrota que predican como exigencias esenciales para un jugador del Madrid. Para su utilidad social no es relevante si, desde el punto de vista del rigor histórico, la figura de Juanito constituye o no la mejor concreción de esa abstracción. En el proceso de mitificación de una figura su imagen se idealiza, se desnuda de sus humanas contradicciones, como condición necesaria, muchas veces, de su valor de referente o arquetipo.

Segunda entrega: Donde expongo las causas de mi cabreo y aborrecimiento

III. La torpe instrumentalización del mito de Santiago Bernabéu

En el caso de la utilización partidaria y torticera del mito de Santiago Bernabéu, la manipulación que, más que perplejidad, me causa indignación es precisamente la contraria. Para poder enarbolar su mortaja como banderín de enganche, el madridismo más reaccionario despoja a Santiago Bernabéu de los caracteres esenciales que le convirtieron en un mito universal. Se le niega su virtud.

A despecho del odio que destilaban las críticas de sus detractores contemporáneos, Santiago Bernabéu no es sólo un mito para el Madrid sino que lo fue para el fútbol. Precisamente por eso se indigna uno contra esos amigos interesados que, con el fin de poner su mito al servicio de su labor obstruccionista, degradan su imagen, por su sola asociación con ellos mismos y con sus planteamientos reaccionarios, de forma que no hubieran soñado sus enemigos de entonces.

Aunque vivo en nuestro recuerdo, Santiago Bernabéu lleva muerto casi cuarenta años. No puede defender su imagen, ni su pensamiento, ni su obra, ni la línea de actuación que sólo su decadencia física interrumpió, de la torpe adulteración a que las someten estos impostados albaceas amarillos cuyas peregrinas estupideces habría despachado en dos patadas con su proverbial socarronería.

El Real Madrid —su Real Madrid, y el de todos los pensamientos que Bernabéu heredó, sintetizó y aplicó genialmente— tampoco ha hecho mucho, y en todo caso mucho menos de lo que debía, para esclarecer su figura, construyendo el relato «auténtico» del Madrid. Siguen pendientes un impulso decidido a la investigación, con rigor académico y sin censuras ideológicas sobre épocas clave, de la verdadera historia del Madrid, y un compromiso constante del club con la difusión de los resultados de esa tarea, tanto a nivel académico como divulgativo. Una labor de recuperación de nuestra memoria que suministre las claves de nuestro propio relato sobre nosotros mismos.

Esa misión, postergada en los años de la Transición, nos habría conectado con los fundamentos de una sociedad democrática y limpiado de infamias las causas de la grandeza del Madrid, que no empieza en Bernabéu sino que hunde sus raíces en el pensamiento y la acción de muchos que le antecedieron. Sobre todo, nos habría liberado de absurdos complejos, de hipotecas de comportamiento impuestas desde el exterior del club invocando supuestas herencias históricas para condicionar nuestra independencia y nuestra libertad de acción. Si se hubiera hecho lo que aún se debe —a Santiago Bernabéu y al madridismo—, hoy sonreiríamos con sorna ante el desafuero a que ahora someten su figura estos imaginarios deudos. Serían despreciados como trileros.

IV. Conservadores y avanzados

La historia del Madrid está cuajada de ejemplos de cómo una minoría lúcida y decidida impuso su visión de futuro, heterodoxa e iconoclasta, al conservadurismo probablemente mayoritario en su masa social.

Como no hablo de política, cometerán un error los que pretendan identificar esto que digo con etiquetas políticas. No. Hablo de actitudes vitales. De disposición intelectual. De grados de propensión a la asunción de riesgos. De visión orientada hacia lo que —quizá— vendrá, o hacia lo que —seguro— fue.

Todas las grandes ventajas estratégicas conseguidas por el Real Madrid se deben a una orientación que el profesor Bahamonde —autor del retrato menos canónico y más científico del Real Madrid, porque escribió su historia con rigor académico— caracterizó como «proyectar el fútbol hacia el futuro». Todas, también, responden a planteamientos y decisiones que fueron combatidos por los conservadores en nombre de los principios inmutables, o de lo que fuera que vistiera los ropajes de la tradición, la sensatez o la prudencia, por muy anchos que le quedaran.

Santiago Bernabéu, políticamente conservador —un monárquico, no un fascista, como lo ha querido pintar la propaganda antimadridista— y de sensibilidad populista, fue uno de estos hombres con visión de futuro y una actitud decididamente favorable al progreso y a la asunción de los riesgos que comporta cambiar. A mi modo de ver, el más genial de todos ellos. El que mejor sintetizó en sus ideas y proyectos esa capacidad característica de anticipar el futuro de que ha hecho gala el Real Madrid en los momentos más arduos de su historia.

En cada una de las encrucijadas que jalonan su historia, el Madrid —la minoría lúcida que lo gobernaba— tomó un camino arriesgado y sin retorno. Un camino que condicionaba sus decisiones futuras a la explotación de la ventaja que se trataba de obtener. Fueron a veces tan decisivas esas ventajas que los clubes rivales, en ese momento hegemónicos, tardarían años en neutralizarlas después. Al tomar un camino sin retorno, el Madrid —lo demostraron los hechos posteriores—había abandonado un camino sin salida.

Santiago Bernabéu

Santiago Bernabéu

Tercera entrega: Donde se glosa la cultura del Madrid a través de Bernabéu

V. Bernabéu, presidente de un «equipo de segunda»

Quien confunde la auténtica historia del Madrid con «las vidas de los santos» ni siquiera advertirá esas encrucijadas. Para el observador aplicado, que relaciona los hechos del club con el contexto socio-económico en que se producen, son los grandes hitos de su recorrido histórico. Resaltan patentes. Las direcciones que en ellas se adoptaron explican que el Madrid llegara a ser el club más laureado del mundo.

Dado que esta «afición» de hoy —tan «exigente»— no lo tiene presente, es preciso recordar que, repetidamente a lo largo de su historia, el Madrid vivió largos periodos sin conseguir títulos. Y sobrevivió a todos ellos. La propia presidencia de Santiago Bernabéu es paradigmática en este aspecto.

«¿Para qué, si no hay equipo?», rememoraba Bernabéu en 1974 ante Julián García Candau cómo le habían criticado treinta años antes la decisión de construir el estadio. «El mejor campo de Europa y en Segunda División», contaba al periodista el viejo presidente que la temporada de la inauguración del estadio le echaban en cara «porque el penúltimo partido lo perdimos con el Sporting de Gijón, por habilidad o suerte de su delantero Pío. El último lo ganamos en Sevilla y se dijo que habíamos comprado al árbitro». Derrotado en 12 de los 26 partidos disputados, el Madrid terminó la liga un punto por debajo del Alcoyano. De haber perdido además el último partido frente al Sevilla, habría descendido a segunda división.

Así pues, durante los primeros once años de la presidencia de Bernabéu el Madrid no sólo fue incapaz de ganar la Liga sino que en dos ocasiones estuvo al borde del precipicio de la segunda división. Y sin embargo, su afición no dejó de crecer. Ese solo dato demuestra que un club es mucho más que sus triunfos deportivos. Incluso en el caso extremo que representa nuestro club: Dueño del mejor palmarés y una de las instituciones deportivas más odiadas. Ambos méritos conseguidos porque transitó esos largos periodos sin triunfos preparando la conquista de la hegemonía en lugar de perder la cabeza por lo que había sido. Por esa razón llegó a ser, paradójicamente, el club de fútbol más admirado del mundo.

VI. Bernabéu, presidente del «equipo más antipático»

Me he resistido a poner notas a pie de texto, lo que me obliga ahora a hacer un paréntesis relacionado con mi anterior afirmación. Revela el profesor Bahamonde que en 1951 el Instituto de la Opinión Pública —antecesor del Centro de Investigaciones Sociológicas— realizó su primera encuesta sobre el fútbol. En ella, el Madrid resultó ser el equipo más antipático.

Sirva este inciso para demostrar hasta qué punto la actitud de una parte del madridismo está condicionada por el oportunismo de ciertos periodistas deportivos. Los «todólogos» de las tertulias no dudan en inventar una realidad paralela, sin ningún dato que la valide, para usarla como argumento de sus campañas. Según ellos y los que les siguen —como la Asociación Valores del Madridismo, presidida por el compromisario Carlos Mendoza— el «florentinismo» es la causa de la antipatía que despierta el Madrid. Florentino Pérez tenía cuatro años de edad en la fecha en que se produce la primera constatación científica de que el Madrid era el equipo más antipático de España. Santiago Bernabéu llevaba ocho años en la presidencia del club.

La realidad es, por lo tanto, ajena a la simpleza argumental del maniqueísmo radiofónico. Como observa con acierto el profesor Bahamonde: «Ese equipo de España se convirtió desde entonces en una de las empresas más importantes del país, con una imagen polémica que contrastaba vivamente con la concepción de sí mismo». El Madrid era, desde tiempos de la República, «el equipo de la ciudad de Madrid». El origen de la antipatía es, según el análisis del catedrático de Historia Contemporánea, una cuestión compleja que tiene mucho más que ver con «los procesos de identificación» del equipo con una ciudad, Madrid, percibida desde la periferia como «un ente parasitario». Para ilustrar esa complejidad de la cuestión, dejo constancia de que la misma encuesta del IOP de 1951 situaba al Madrid como el segundo equipo más admirado, a pesar de no haber ganado un campeonato desde hacía dieciocho años.

Todo lo anterior, y con esto pongo fin a la digresión, ratifica la trascendencia, para liberarnos de esos «absurdos complejos» a que me he referido en la entrega anterior, de recuperar con rigor académico la memoria del Madrid. Para limitar nuestra libertad de acción, nuestros enemigos no tienen complejos, sin embargo, a la hora de inventar fantasías. Aunque sean tan extravagantes y ahistóricas como situar el brote de la antipatía en el siglo XXI, o tan ahistóricas y soeces como alegar que era el equipo del franquismo para explicar los triunfos del Madrid.

Bernabeu-1947

Santiago Bernabéu, 1947

 

Reivindicación de Santiago Bernabéu 1

Reivindicación de Santiago Bernabéu 2

Reivindicación de Santiago Bernabéu 3

I.

Para difundir en Twitter el reciente artículo de Antonio Valderrama (@fantantonio) que, con el pretexto de la evolución del escudo del Madrid, nos adentra en el más importante ámbito de sus raíces culturales y su identidad, se me ocurrió acudir a una afirmación de Ángel Bahamonde que hace referencia a la clave de bóveda de un club sin parangón en el mundo: “En este aspecto el Real Madrid es un club de fútbol que se nutre de su propia memoria histórica”. (1)

Bahamonde es el historiador que mejor ha interpretado al Real Madrid. Se mueve en una galaxia distinta a la de los cronistas de las glorias deportivas, ámbito en el que la referencia absoluta es Bernardo Salazar, porque “no es cierto –dice- que un club de fútbol se alimente sólo de resultados”.

Esa calidad, esa importancia interpretativa, no ha merecido, por cierto, el apoyo de la Fundación de la que soy miembro –cuya línea se centra en las lujosas ediciones de las vidas de los santos- sin ni siquiera facilitarle el acceso a las fuentes documentales del club para elaborar su obra.

Cuando dice “en este aspecto” Bahamonde se refiere a la capacidad de crear ventajas comparativas con otros clubes similares que en años posteriores le permitieron apostar por otras cotas mayores de expansión. Capacidad que se fundamenta, a su vez, en la de crear organización y relaciones: “un tupido y complejo tejido a partir del cual buscar la expansión de la entidad incluso más allá de sus fronteras naturales, sin que con ello se perdieran su capacidad de autonomía ni su independencia.”

II.

En “Después del invierno” (2) Fantantonio imagina una conversación peripatética entre Pablo Hernández Coronado, a la sazón secretario técnico del Madrid, y José Ramón Sauto, centrocampista mejicano que formaba en el equipo que se proclamó Campeón de España en Mestalla al ganar 2-1 al Barcelona la final de Copa.

¿Cómo puede ser que Sauto, todavía campeón de España, ensimismado en el panorama que contempla, deje escapar un quejío doliente? “¡Lo que habíamos sido, Don Pablo!”

José Ramón Sauto

José Ramón Sauto

Ocurre, como habrá imaginado el lector advertido, que la conversación sucede en la primavera de 1939, tres años después del partido de Mestalla. Antes de que se hubiera cumplido un mes de aquella final memorable una parte del ejército se había sublevado contra el gobierno y a la sublevación le había seguido una guerra civil. Don Pablo y José Ramón pasean entre las ruinas del viejo Chamartín.

Muchas veces el azar ha golpeado trágicamente la vida de un club de fútbol. Nunca con la violencia con que golpeó al Madrid. Son paradigmáticos los accidentes de aviación sufridos por el joven y prometedor equipo del Manchester United al despegar del aeropuerto de Munich, así como el del Torino, cuyo avión se estrella contra la colina de Superga en las proximidades del aeropuerto de su ciudad. Pero poco se habla del destrozo que la Guerra Civil causa al mejor equipo de España de su década.

No es solo la disolución de una excelente plantilla que ha costado años de esfuerzo e inversión decidida reunir y queda definitivamente dispersa, sino también la persecución de los unos por los otros y de los otros por los unos; los muertos, los presos, los exiliados, los más veteranos acabados para el fútbol. Y también la directiva, y la estructura administrativa elemental pero modélica para aquellos tiempos, el tupido tejido de relaciones, la masa social… Es, en definitiva, el club entero el que en su integridad sufre la violencia de los hados.

El propio estadio, orgullosa propiedad base de la estructura económica del club -que gracias a que está en cadiós, lejos del centro de la ciudad que soporta el sitio y de los frentes de defensa- se libra en principio de los bombardeos de aviación y artillería pesada, es visitado a última hora por la mano negra de ese destino fatal: Los vencedores, cuando por fin entran en Madrid, lo utilizan de campo de concentración de los vencidos y lo devolverán convertido en una ruina.

En el relato de Fantantonio, Santiago Bernabéu se acaba uniendo a la imaginada pero verosímil conversación. Y ante Don Santiago, Sauto se compromete a jugar gratis en el equipo a cambio de no entrenar. Las trescientas mil pesetas, que la Junta de Salvación reunida en torno a los expresidentes Pedro Paragés (3) y Adolfo Meléndez (4) piensa reunir solicitando préstamos a los bancos, tienen un único y esencial destino: la reconstrucción del estadio.

Chamartín en ruinas

Ruinas del viejo Chamartín

III.

Son sobradas las conclusiones para el inteligente lector de La Galerna, cuyos afectos le hacen parte de un club único que, volviendo a Bahamonde, se nutre de su propia memoria histórica.

Expresaré, en cambio, una mínima disensión con el relato de Fantantonio que he traído aquí. Antes de su publicación, formando parte del jurado del concurso de relatos convocado por Primavera Blanca, tuve la ocasión de emocionarme con él, y ya entonces sentí ese hormigueo disidente. Al recuperar el relato, recupero también la oportunidad de expresárselo a su autor y a los lectores que lo han disfrutado como yo.

“Después del invierno” no es después. Después de ese invierno de tres años, vino más invierno. Un invierno largo y aflictivo. Un invierno de diez o doce años, como esos que marcan el espíritu, la cultura y el ser de los norteños en Juego de Tronos. Tan duro que, cuando despuntaba por fin la primavera, a punto estuvo de dar con el Real Madrid en segunda división. Un invierno que se pudo evitar, pero que, afortunadamente, no se quiso evitar.

Muchos episodios históricos jalonan ese tránsito gélido. Hay éxitos notables, que se harán esperar, y fracasos parciales, que se repiten más frecuentemente. Ambos nos proporcionan la misma ocasión de aprender. No los referiré ahora. Me comprometo, a cambio, ante el lector interesado, a ir relatando algunos en La Galerna.

IV.

En una amena y larguísima conversación reciente con Ramón Álvarez de Mon, destacado colaborador de esta casa, sentí que los que conservamos nuestra propia memoria amplia del Madrid, y además nos hemos preocupado por entender sus porqués buceando su historia, tenemos el deber de hacer frente a la ola de ignorancia que identifica pureza con disidencia. Disidencia retórica y oportunista, por cierto, basada en la última alineación, en la última táctica, en el último fichaje fallido.

La falsificación de la verdadera historia del Madrid que nos proponen, enladrillada con falsos mitos establecidos por ellos mismos, nos resultará más dañina a largo plazo que la reinvención de su propia historia por nuestros enemigos, y para ello la de las relaciones entre el fútbol y el poder en España, que con tanto éxito llevaron a cabo en la Transición.

La pretensión de conceder rango de categoría a anécdotas cuya entidad no alcanza la de una portada de la prensa deportiva, o sea, irrelevantes del todo para la sustancia del Real Madrid, debe combatirse con las enseñanzas que su auténtica historia facilita a quien tenga la perseverancia de conocerla y la inteligencia de comprenderla.

El Madrid no ha sido “ganar, ganar, sólo ganar”. Decía Richard Dees en una entrevista publicada también en La Galerna que lo normal es perder. Diré más: Ganar, y ganar más que nadie, que sí es parte sustancial de la historia del Madrid, ha sido siempre la consecuencia de que una minoría ilustrada se erija por sobre las apetencias inmediatas y cortoplacistas de la masa social, sobre el natural reaccionario de la mayoría de la afición, e imponga líneas progresivas de comprensión y anticipación del futuro que, paradójicamente, se alimenten de la propia tradición de la entidad.

Los elementos menos conscientes habrían comprado la falsa primavera que ofrecieron al Madrid los militares de Moscardó, gestores del deporte oficial en tiempos de fusilamientos en las tapias de los cementerios, en lugar de enfrentarse al poder -¡y qué poder!- al elegir, una vez más, el orgulloso camino de la identidad y la independencia.

Y sin duda habrían ganado la Liga del 40 y la del 41, como los que las compraron. Y sin duda, no habrían llegado a conocer la verdadera primavera. Nunca habrían sido el Mejor Club del Siglo, como -repito- nunca lo serán los que las compraron. Pero esa es otra historia y, como decía, la contaré otro día.

Notas

(1) El Real Madrid en la Historia de España, Ángel Bahamonde Magro, Ed. Taurus, Madrid, 2002

(2) “Después del invierno”, Antonio Valderrama Vidal, en el libro colectivo El Madrid contado por madridistas, editado por Primavera Blanca, PrimeBooks, Lisboa, 2014

(3) Pedro Paragés fue la gran figura fundacional del Madrid, en la apreciación de Santiago Bernabéu. Jugador del primer equipo hasta 1908, directivo desde 1904 y presidente entre 1916 y 1926. Fue el mecenas del vallado del Campo de O’Donnell que aseguró las primeras taquillas del Madrid, es decir, el nacimiento del fútbol espectáculo en Madrid. Durante su mandato se compró y construyó el viejo Chamartín, a costa de un enfrentamiento con la Casa Real, que tenía intereses mercantiles en el Stadium Metropolitano, en el que pretendía que jugaran los dos equipos principales de Madrid. Después de la Guerra Civil fue el alma de la junta que afrontó la reconstrucción del Madrid.

(4) Adolfo Meléndez fue uno de los fundadores del Club, secretario de la junta y jugador del equipo de 1902. Presidente entre 1908 y 1916. Después de la Guerra Civil su condición de general de Intendencia le hacía la persona ideal para lidiar con el poder político entre aquellos hombres que echaron sobre sus hombros la tarea de refundar el Madrid. Quizá por ello de 1939 a 1940 fue designado presidente de la junta directiva que afrontó la reconstrucción de Chamartín y la recomposición de la plantilla.

Escudo del Real Madrid. Es curioso rebuscar en la historia del Madrid, en los orígenes de la institución, por aquello de hacer caso al mármol que en Delfos les decía a todos los que iban a consultar el Oráculo que había que conocerse a uno mismo. La mejor manera de saber cuál es la naturaleza, digamos, esencial, de una entidad, es abrir de un tajo quirúrgico su Historia, y contemplarla ante la luz cierta de los acontecimientos. Los atributos externos del Real Madrid Club de Fútbol, entre los que se encuentran, qué duda cabe, el color de su camiseta, de su equipación, su escudo y su propio nombre completo, hablan de esta trayectoria azarosa a lo largo de los años. Aunque, cuando miramos desde nuestra olímpica tribuna cómodamente instalada en el presente, se nos aparezcan los clubes como creaciones ex profeso de nuestro tiempo, es imposible olvidar la huella indefectible del contexto en el que se desarrollaron los clubes deportivos españoles: es evidente que, como producto del entorno y del ambiente político y social de la España de finales del XIX y principios del XX, la génesis del Madrid está tan influida como la de cualquier otro club por la atmósfera coyuntural.

El Madrid, de definirse, sería burgués, hijo de la vanguardia intelectual y académica de la España del cambio de era; de los jóvenes españoles que a caballo entre el siglo viejo y el nuevo absorbían con la curiosidad inquieta de la vida que florece los cambios que iban produciéndose a tiempo real en el resto de Europa. En medio de un magma excitante y novedoso, de un bullir de conceptos e ideas cocidas en el trasiego comercial, ideológico y cultural entre la capital de España y Londres, París, Viena o Berlín, nace una institución que con el tiempo prevalecería entre las demás, en medio de una atmósfera hirviente donde el ejercicio físico al aire libre pasó, de súbito, a ser considerado como elemento imprescindible del nuevo estilo de vida moderno y, por tanto, del catálogo pedagógico con que instruir a los jóvenes españoles. Los rancios usos sociales, arterioescleróticos, dieron paso a un torrente de nuevas preocupaciones relacionadas con el cuerpo y el movimiento: de ahí la abrupta proliferación de nuevos clubes y sociedades deportivas. En la gestación del Madrid aparecen, como estrellas titilantes en el firmamento, nombres poderosos que evocan la brisa de renovación que invadía los principales centros urbanos españoles, expuestos al oleaje de las corrientes intelectuales que batían Europa: la Institución Libre de Enseñanza, el Liceo Francés de Madrid, la burguesía catalana, los ingenieros de minas, el Sky, los comerciantes británicos de la capital.

El Madrid, de definirse, sería burgués, hijo de la vanguardia intelectual y académica de la España del cambio de era; de los jóvenes españoles que a caballo entre el siglo viejo y el nuevo absorbían con la curiosidad inquieta de la vida que florece los cambios que iban produciéndose a tiempo real en el resto de Europa.

En 1876, un grupo de catedráticos díscolos y en abierta confrontación con la Universidad española a cuenta de la defensa de la libertad de cátedra, fundaron en Madrid la Institución Libre de Enseñanza, un rayo de Zeus que vino a iluminar, con efímero fulgor, la forma de enseñar a los niños y jóvenes en este país. Francisco Giner De los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Nicolás Salmerón, Hermenegildo Giner, Augusto González de Linares y otros tantos eruditos de primer orden conformaron un centro de saber asimilable a la Casa de la Sabiduría de Bagdad en el siglo IX, o a la Escuela de Traductores de Toledo del siglo XIII: una academia alrededor de la cual germinaron varias generaciones de españoles nuevos, avezados en el cientifismo, en el institucionismo, influidos por las corrientes de pensamiento y filosofía centroeuropeas; alejados, en suma, del rigor supersticioso y del rictus confesional predominante en la escuela española del último tercio del siglo XIX. Sin la Institución Libre de Enseñanza y sus templos de erudición adyacentes, como el Centro de Estudios Históricos o la famosa Residencia de Estudiantes, el núcleo de lo que se dio en llamar Siglo de Plata de la cultura española no hubiera tenido lugar.

Emulando a la Institución, nace en 1884 el primer Liceo Francés de Madrid, otro centro de estudios estructurado en torno a la razón crítica, el pensamiento científico y los nuevos métodos procedentes de Europa. Estas dos escuelas serían importantes en el devenir del Madrid, pues de ellas saldrían sus precursores: los primeros directivos y los primeros futbolistas, y dos de los clubes que fueron fermento posteriormente del Madrid: la Sociedad de Foot-Ball (cuya identificación con el mítico Sky Foot Ball Club es puesta en duda muy seriamente por los autores Luis Javier Bravo Mayor y Víctor Martínez Patón en su trabajo La aguja del pajar: el origen del fútbol en Madrid), matriz madridista, y la Associaton Sportive Française, aparecida poco después, y que terminaría integrándose en el Madrid con el paso de los años, abandonando sus colores azules y verdes originales.

Esta es la atmósfera que pare al Madrid. Ya en 1879 se fundó en la ciudad una sociedad deportiva pionera: el Cricket y Foot-Ball Club de Madrid. Una década después, hacia 1889, la hornada de jóvenes profesores de la Institución Libre de Enseñanza (destacando el célebre Manuel Cossío) que habían perfeccionado su maestría en Oxford, Cambridge o Eton, transmiten a sus alumnos los modos de aquel extraño sport que causaba recelo y admiración entre las buenas gentes de Madrid. Maestros y chiquillos patean con brusquedad los primeros balones alrededor de los campos y praderas de la Puerta de Hierro y la vera del Manzanares; nadie sabe muy bien cómo funciona aquel juego caótico, y tienen que venir algunos súbditos de la Albión como sir Arthur Johnson -el primer entrenador del Madrid, quien fue de los primeros en recomendar a los delanteros que evitasen fumar junto a los guardametas rivales mientras esperaban a que les llegasen los balones en franquía- o el suizo, empleado de banca, Paul Heubi, para enseñarles a todos a organizarse sobre el albero. Creciendo conforme al cosmopolitismo de sus cercanos docentes -los paseos matutinos por el campo, las meriendas comunes, el desarrollo de la actividad física como complemento básico de la educación teórica de la juventud, eran preceptos absolutamente establecidos en la cultura pedagógica de la Institución- un grupo de aquellos alumnos, ya mozos y muchos de ellos estudiantes superiores o universitarios, fundaron La Sociedad de Foot-Ball. Era 1898 y los colores del patriarca del fútbol madrileño eran el rojo de la casaca y el azul oscuro de los calzones y las medias.

La Nueva Sociedad de Julián Palacios

Esta Sociedad carecía de escudo. Un año después, un grupo de descontentos encabezados por Julián Palacios, casi todos procedentes de la Escuela de Ingenieros de Minas y del equipo del Association Sportive Française, se escinde formando la Nueva Sociedad de Foot-Ball. Muchos de aquellos jóvenes habían vivido algún tiempo en Inglaterra a expensas de sus familias, todas ellas burguesas y de buena posición. De eso conocían la fama del Corinthian de Londres, el equipo amateur más célebre de la Historia del fútbol británico. Los jugadores del Corinthian lucían una camiseta blanca de seda muy llamativa que era percibida como un venerable icono de pureza. Por esta influencia, y por la de sir Arthur Johnson, se decidió que la camiseta de la Nueva Sociedad fuese blanca. Esto disgustó a quienes aún permanecían fieles a la memoria de la vieja Sociedad (confundida en la mayoría de las fuentes con el Sky). Ambos grupos habían acordado reunirse en una taberna para unirse en una misma entidad. No se llegó a un acuerdo y los leales a la vieja Sociedad fundan el Sky Foot-Ball Club, cuyos colores continuaron siendo los mismos que los de la vieja Sociedad.

Un jovencísimo Julián Palacios

Un jovencísimo Julián Palacios

En octubre de 1901, el Sky languidece y muchos de sus futbolistas se unen a Julián Palacios y su Nueva Sociedad: deciden entonces darle un empaque diferente que resuelva todas las antiguas rencillas, y nace el Madrid Foot-Ball Club, sociedad convergente de aquellos esfuerzos pioneros, esporádicos y fragmentados. A pesar de ello, el Sky seguiría vivo, rebautizado tras el nacimiento del Madrid como New Foot-Ball Club. Su escudo se formó con las iniciales en acrónimo: NFC, entrelazadas. Probablemente inspirasen el primer escudo netamente madridista, que habría de esperar todavía unos meses. La actividad del Madrid no se regularía oficialmente hasta la fecha, ya imperecedera, del 6 de marzo de 1902, cuando se formalizó su primera Junta Directiva; y más adelante, el 22 de abril siguiente, cuando se levantó el acta fundacional y se celebró la primera reunión de la Junta. En ella se constataba el alquiler del primer terreno de juego (junto a la Plaza de Toros de Goya) y se disponía cómo había de ser la indumentaria del nuevo club:

Pantalón y blusa blancos, medias negras con vueltas, y cinturón con los colores nacionales, completándose con un casquete azul oscuro”. La blusa está cruzada por una ancha banda morada, representativa del austero color de Castilla, en la que figura el escudo de Madrid bordado en colores.”

los tres elementos principales que marcarán la esencia del escudo del Madrid a largo plazo: el blanco, el escudo de Madrid y la franja morada.

Están aquí los tres elementos principales que marcarán la esencia del escudo del Madrid a largo plazo: el blanco, el escudo de Madrid y la franja morada. Se decidió que tres grandes letras, al uso del New Foot-Ball Club, lo compusieran: la C, la M de menor tamaño, y la F sobrepuesta entre la M. En las fotos de la época, ora aparecen las letras en azul oscuro sobre el pecho blanco de las camisetas, ora blancas insertas en un óvalo azul. Sea como fuere, hasta casi la tercera década del siglo XX, el escudo propio del Madrid hubo de alternarse con el oso y el madroño del distintivo de la Ciudad, ya que la normativa con que se regularon los primeros Concursos o Copas de la Coronación obligaba a los equipos madrileños a utilizar la heráldica local en los enfrentamientos contra equipos de otras ciudades. Estos partidos fueron desde el principio muy frecuentes, gracias a los primeros torneos organizados entre equipos de Madrid, Barcelona y Bilbao a los que empezaron a concurrir los cada vez más numerosos clubes de foot-ball españoles a partir de 1902.

Escudo Real Madrid

Estos escudos de la ciudad de Madrid se enmarcaban dentro de un óvalo, de grueso borde, cuya circularidad puede entenderse como un antecedente del redondel que en 1908 escoltaría las iniciales de la institución en la pechera. Hay fotos de 1907 en las que el acrónimo inicial, en azul oscuro, ya estaba acompañado de un círculo oblongo, también de contorno azul aunque no circunscribía del todo la enorme letra M, con lo que los distintos elementos icónicos del blasón madridista surgían gradualmente conforme se asentaba la sociedad dentro del panorama deportivo nacional. Hasta 1929 hay constancia gráfica del uso del escudo municipal en la camiseta blanca, y la utilización del escudo propio como norma habitual en los partidos oficiales habría de aguardar hasta finales de la década de los 30.

En 1903, el New Foot-Ball Club desaparece definitivamente, y sus miembros integraron de modo automático las filas del Madrid, quien absorbió al año siguiente al heredero del viejo equipo del Liceo Francés: la Association Sportive Amicale, hijo del antiguo Sportive Française de donde procedía deportivamente otra figura de relieve en la génesis del Madrid: Pedro Parages. También en 1904, el Madrid completa su construcción fagocitando a uno de los clubes madrileños más punteros, surgidos de entre la volcánica actividad deportiva que sumergió el Madrid de primeros de siglo en un frenesí creador: el Moderno Foot-Ball Club, equipo integrado recientemente por el Iberia Foot-Ball Club y el Victoria Foot-Ball Club.

La corona en el escudo

En 1908, se decide adelgazar el acrónimo CMF. Se encoge la C, siendo preponderante ya para siempre la gran M, abierta sobre la C y la diminuta F como un enorme murciélago. Se circunscribe el espacio con un redondel del mismo color de las letras, azul oscuro, y el Madrid pasa a tener ya de forma nítida la vértebra simbólica que lo identificará para siempre en todo el mundo.

Escudo Real Madrid sin corona

Doce años después, en 1920, Alfonso XIII dota al club de una distinción muy notable: puede llamarse Real, como ya lo eran desde 1910 (un año después de su fundación) la Sociedad de Foot-Ball de San Sebastián, el Betis Foot-Ball Club desde 1914 o el Club Español de Foot-Ball de Barcelona, hecho Real en 1912.

Escudo Real Madrid con corona

La testa coronada del escudo, también en azul, permanecería hasta 1931. Este año se produjo en España un hecho muy notable: el advenimiento de la II República. Con el nuevo régimen, se eliminan por ley todos los símbolos monárquicos de instituciones, sociedades y asociaciones públicas y privadas. El Madrid adopta entonces, imbuido en el contexto general del amanecer republicano, la franja morada en el escudo. La atribución de este elemento heráldico a Castilla, por alusión a las Guerras de las Comunidades de Castilla del siglo XVI, es un error pertinaz. El mito del morado castellano como símbolo de una tierra indómita en lucha contra la opresión extranjera encarnada por los ministros y el séquito flamenco de Carlos I, se fundamenta en algo tan sencillo como la confusión del carmesí con el violeta: los famosos pendones de Castilla fueron, desde la noche de los tiempos, rojos, no morados, y sólo es posible achacar al desgaste cromático producido por el paso del tiempo el error en que se fundamenta la identificación del castellanismo con el morado. Por extensión, en 1931, el republicanismo español quiso extender la federalidad de la bandera del nuevo régimen político incluyendo el morado castellano como contraposición del rojo y gualda, comúnmente atribuidos a los reinos mediterráneos de la Corona de Aragón.

La testa coronada del escudo, también en azul, permanecería hasta 1931. Este año se produjo en España un hecho muy notable: el advenimiento de la II República. Con el nuevo régimen, se eliminan por ley todos los símbolos monárquicos

No obstante, como aparecía ya señalado en el artículo 18 del acta fundacional del Madrid, “La blusa está cruzada por una ancha banda morada, representativa del austero color de Castilla” con lo que, haciendo un juego de especulación anacrónica, puede encontrarse aquí el precedente original de la franja. A pesar de que la catarsis suscitada por el paso de la Monarquía a la República revolucionó estéticamente todos los órdenes de la vida cotidiana de los españoles, la banda morada no era, en 1931, un símbolo inherente al ideal republicano; más bien al contrario, eran los afectos al nuevo status quo quienes se empeñaron en incluirlo como una forma de mostrar, ante los sectores de la opinión pública más contrarios, la generosidad aglutinante de la nueva República, venida a España en actitud magnánima y conciliadora.

El escudo del Madrid quedó, pues, desmochado, hasta más allá de 1939. El Real Madrid Foot-Ball Club pasó a ser, solitario y austero como el ánimo castellano que pretendía invocarse desde el principio, el Madrid Foot-Ball Club, para terminar siendo el Madrid Club de Fútbol después de la Guerra Civil. Con el triunfo de Franco y el establecimiento del nacional-catolicismo, se tradujeron rauda y velozmente todos los nombres procedentes del inglés o del francés. La consiguiente nacionalización fervorosa de la vida de los españoles afectó, por supuesto, a todo: ya no se jugaba al Foot-Ball, sino al balompié o al fútbol; nadie iba a un match, sino a un choque, partido o enfrentamiento, y los equipiers o footballers eran, simplemente, señores jugadores de fútbol. El vigor de la nación había de demostrarse constantemente en el lenguaje cotidiano, y el uso de extranjerismos estaba mal visto ya que podía indicar la sospechosa presencia de un adicto a alguno de los considerados peligrosísimos males venidos de allende los Pirineos, tales como el liberalismo, la política de partidos, el socialismo, la masonería o cualquier otro espantajo propagandístico que le fuera útil esgrimir al régimen nacionalista español.

Escudo Real Madrid República

En 1941, no sin afanes de la nueva Junta Directiva, el escudo del Madrid recupera la corona pero, a pesar de todo, conserva la franja: señal inequívoca de que era considerada un elemento de castellanidad y no un accesorio estético de la derrotada República. El Madrid, a diferencia del Atlético de Aviación, el Fútbol Club Barcelona o el Atlético de Bilbao, era observado con desdén apenas disimulado por los nuevos amos de España, debido al legado cultural de libertad, cosmopolitismo y bonhomía que desde su fundación arrastraba el club, amén de las actividades a que había estado expuesto durante la Guerra Civil merced a su condición de sociedad incautada por el Frente Popular. El regreso de la corona al escudo coincidió con uno de los últimos retoques significativos del mismo: el azul oscuro del redondel, de las letras y de la corona, trocóse en dorado. Adquirió así el Madrid el definitivo matiz áureo que distingue su blasón en la actualidad.

El Madrid, a diferencia del Atlético de Aviación, el Fútbol Club Barcelona o el Atlético de Bilbao, era observado con desdén apenas disimulado por los nuevos amos de España, debido al legado cultural de libertad, cosmopolitismo y bonhomía que desde su fundación arrastraba el club

Hasta 1954, el Madrid mantendría la media negra, tal y como establecía su acta fundacional. Se guardan imágenes del mismo Di Stéfano jugando con ellas, pero desde la temporada 54-55, el Madrid saldría a los campos de España y luego, de Europa, con el hábito blanco nuclear que le sirvió para alcanzar la universalidad.

Escudo Real Madrid actualidad

El escudo del Madrid en la modernidad

En 1998, tras la victoria sobre la Juventus de Turín en la final de la Copa de Europa de Amsterdam, el Madrid vuelve a ser vestido por Adidas, tras unos años con Kelme. Por cuestiones ornamentales y mercadotécnicas, se eligió entonces el azul como color preferente de la franja hasta entonces morada: Castilla desapareció del escudo, adoptándose en general un tono más suave y proporcionado en la ilustración de la corona. En 2001, la nueva dirección comunicativa emprendida por el Madrid transforma el escudo también en logotipo, para lo cual bordea de azul oscuro el contorno del redondel y de las letras, agrandándolas hasta apenas dejar espacio en blanco entre la M, la C y la F. Más adelante, en la temporada que terminó en este pasado mes de mayo de 2015, el Real jugó por primera vez con un escudo monocolor: el estampado que Adidas ha hecho tradicional en sus últimos diseños, y que ya estrenó el Chelsea hace siete u ocho temporadas. El Madrid parecía haberse resistido a esta modificación, cuyo efecto visual más inmediato es el de transparentar el escudo blanqueando sus contornos. De una forma o de otra, el escudo de la institución sigue reflejando el transcurrir del tiempo y de los usos estéticos y comerciales. Hay quienes argüyen que esto es una venta ignominiosa al mercantilismo sin escrúpulos. No obstante, desde la Edad de Piedra del deporte profesional, las costumbres mercadoténicas y las modas han determinado en mayor o menor medida la configuración de la indumentaria, así como las influencias de lo hecho en otros países de Europa y del mundo.

 

Cuando repaso la Historia del Madrid, sea con ánimo investigador, o por mero esparcimiento, procuro detenerme casi siempre en el trienio comprendido desde 1936 a 1939. Hay muy poca información acerca de los avatares por los que hubo de atravesar el club a lo largo de la Guerra Civil. Es complicado, presumo, reconstruir fidedignamente la trayectoria de una entidad deportiva en mitad de un enfrentamiento tan colosal como fue aquel, hace ya 80 años. Sobre todo, la levedad del foot-ball y su condición de sport marginal, puro entretenimiento de segunda clase en aquel tiempo comparado con los toros, el cine o el teatro, enrevesa la búsqueda de información contrastada acerca de cómo sobrevivió el Madrid Club de Fútbol a la lucha fratricida que rompió España y quiénes fueron los protagonistas de aquella epopeya agónica que durante mucho tiempo tuvo al club al borde de la desaparición. No obstante, buceando, algo se encuentra.

La primera noticia que tuve del coronel Antonio Ortega fue una entrada en el blog de culto por antonomasia del madridismo del siglo XXI, Madridistas ateos. En un pequeño post titulado “El equipo del gobierno”, leí: “-antonio ortega, militante comunista, coronel del ejército popular republicano. tras la guerra fue detenido y ajusticiado.” Todavía, las vivencias del Madrid durante la guerra eran para mí un pasaje desconocido. Por circunstancias posteriores, me vi buceando en Internet, empeñado en hilar un relato sólido y coherente del devenir madridista durante aquellos años. Partiendo siempre, naturalmente, de datos inconexos y fragmentados, aparecidos aquí o allí, en ésta o en aquella otra página, blog o noticia desperdigada. La historiografía tradicional de la que hice acopio desde la infancia y que habitaba la profundidad abisal de mi biblioteca desde hace casi veinte años, apenas mencionaba nada de esos años. La reciente Historia del Real Madrid contada por ABC simplemente salta desde el año 36 al ambiguo período definido como “Entre 1939 y 1956”; la trilogía editada por Marca llamada Museo Blanco: la Historia gráfica del mejor club del mundo, abrevia con un sucinto “Temporada 1938-1939: tras la tempestad, de nuevo el fútbol. La Guerra Civil había suspendido durante casi tres años las competiciones. El 14 de mayo de 1939 se inicia el único torneo que se disputa en España, ya que la Liga no se reanuda hasta la campaña siguiente.” La Historia Gráfica del Real Madrid, de AS, publicada en 1997, tiene el honor de ser mi primer tesoro documental madridista. En ella sólo se dice que “La guerra frena un gran Madrid: la guerra civil destroza un gran Real Madrid, que durante la República había ganado dos Ligas consecutivas. Se ficha a Lecue y al húngaro Kellemen.” ¿Quién era, entonces, aquel Antonio Ortega?

Antonio Ortega con las Milicias Antifascistas Vascas

Antonio Ortega con las Milicias Antifascistas Vascas

El Madrid ha tenido desde 1902, según la web oficial del club, 16 presidentes. Sólo Adolfo Meléndez y Florentino Pérez repitieron mandato. Sin embargo, en la web no se hace referencia alguna ni a Juan José Vallejo, el representante del comité de la Federación Deportiva Obrera que incautó el Madrid en verano de 1936 relevando a Rafael Sánchez Guerra, ni a su inmediato sucesor, Antonio Ortega. El hecho es que en un momento indeterminado del año 1937, el coronel del Ejército Popular Antonio Ortega Gutiérrez, natural de Burgos, nacido en 1897, accedió a la presidencia del Madrid Club de Fútbol. En aquel momento, como he escrito ya en esta página, el Madrid Club de Fútbol sólo poseía nominalmente las modernísimas instalaciones del Estadio de Chamartín, de facto campo de entrenamiento y cuartel del Batallón Deportivo. Pablo Hernández Coronado, el secretarísimo, hombre fuerte del club y al que la institución debe probablemente la supervivencia en este período, y Carlos Alonso, son quienes sostienen la entidad. Ortega, teniente de carabineros al estallar la sublevación contra la República, gobierna San Sebastián en los primeros compases del enfrentamiento y llega a Madrid justo antes de que comience la histórica defensa de la capital: destaca ante Miaja y rápidamente asciende a la par que el partido en el que milita, el Comunista, ocupa la totalidad de los estamentos de poder del gobierno republicano. En este contexto, designado Director General de Seguridad (sucediendo a Wenceslao Carrillo) , el coronel Ortega es un oficial maduro de 40 años excelentemente posicionado dentro de la élite comunista que arropó la llegada al Gobierno del Presidente Negrín.

Amén de una declarada simpatía por los colores madridistas, la elección de un destacado militar afín al Partido Comunista como presidente de uno de los clubes punteros de aquel sport en auge como era el fútbol, respondía a la estrategia definida por este partido de ocupar todas las posiciones sociales de relevancia dentro de la España republicana en el segundo año de la Guerra Civil. Sin embargo, desde uno y otro bando se alzaban voces, más o menos relevantes, que desdeñaban aquel divertimento pequeñoburgués del “balompié”: Jacinto Miquelarena escribía en Marca (en la España sublevada), en 1938, nada menos que “el fútbol era entonces una orgía de las más pequeñas pasiones regionales y de las más viles. Lo dije claramente. Casi todo el mundo era separatista -y grosero- frente a un match para el Campeonato de España. El bizcaitarrismo se daba tan bien en las gradas de San Mamés como en la tribuna de Chamartín. En la mayoría de los casos, el madridista era un bizcaitarra de Madrid; es decir, un localista, un retrasado mental”, al tiempo que subrayaba en el mismo artículo el que quizá fuera un factor de cierta importancia a la hora de conducir los pasos de un coronel del Ejército Popular, bragado, duro y con cierta fama siniesta, a la dirección del Madrid: “Yo advertí que el fútbol estaba haciendo política. Fabricaba incomprensiones, fabricaba odios y recelos y derivaba el camino de la juventud a fuerza de arrebatar su generosidad y de canalizarla hacia el clan, hacia la secta, hacia la órbita infinitamente pequeña del club.”

Antonio Ortega y La Pasionaria

Ortega junto a Dolores Ibárruri, La Pasionaria, durante la Guerra Civil. (Cordon Press)

Es probable que a Antonio Ortega no le gustase el fútbol. En una entrevista al magacín Blanco y Negro, reconocía en 1938 que “no veía mucho futuro al balompié” pero pretendía que “el club merengue tuviera un estadio acorde a su señorío”. Este es el documento periodístico más valioso que he podido encontrar rastreando en la ciénaga global de Internet: firmado por “Derby”, el encabezamiento demuestra que si bien en 1937 los periodistas ya dejábanse llevar por el titular fácil -ese que hace gotear el colmillito, siempre al acecho de la menor de las simplezas-, todavía conservaban ese prurito cultureta tan inencontrable en nuestros días: “Ortega, un presidente manu militari”. En unas pocas preguntas, se nos desvela parte del espíritu de aquel hombre que, poco conocido hoy, fue uno de los culpables de la desaparición, tortura y asesinato de Andrés Nin, el célebre líder del POUM: escisión del PC que, para ponerles un poco en perspectiva, mantuvo por aquellas fechas una micro-guerra civil en Barcelona y al que desde Madrid se ordenó descabezar, aplastar y limpiar, bajo supervisión del legendario Alexander Orlov.

Antonio Ortega Gutiérrez fue, como pueden ver, un personaje interesante, cuanto menos. Por las mismas fechas en que andaba de lleno metido en el fregado de lo de Nin, declaraba a Blanco y Negro que “la nueva práctica del deporte, aplicada a la guerra, ha evitado en primer lugar, el preciosismo y la exhibición, y ha conseguido que los soldados, libres de antaños prejuicios, fortalezcan sus músculos, alimenten sus pulmones y posean una resistencia esencial hoy en cualquier clase de combate.” Palabras en las que, hilando por lo fino, se podría encontrar incluso el más remoto precedente del vertiginoso fútbol moderno, hipermusculoso y carente de ornamentación huera de fuerza. Leyendo la transcripción del diálogo con Ortega, uno observa la profunda concentración del militar en el entrenamiento y perfeccionamiento de los ciudadanos-soldados que defendían Madrid y la República: infiero que su papel como presidente del Madrid era tan testimonial como el rol marginal a que el Club, privado el año anterior de toda participación en Superregionales catalanes y valencianos, se veía abocado por la situación bélica. “El Madrid, y yo estimaré mucho que así sea, debe conseguir el mejor campo deportivo de España, el más importante estadio”, decía Ortega, anticipándose a lo que conseguiría décadas después Santiago Bernabéu: probando, si me permiten la observación acientífica, la naturaleza aventajada del ingenio de muchos de los hombres que han dirigido este club a lo largo de los tiempos. “Madrid, que ha ganado su capitalidad, debe tener todo aquello que poseen otras ciudades que han sido más frívolas con relación a la guerra. Todos, entonces, debemos ayudar al gran club, sin olvidarnos de otros de la misma región. Estos vendrán después, pero colaborando todos para la gran obra del mejor terreno deportivo de España, habremos hecho desaparecer antagonismos viejos.”. ¡Casi me pongo a canturrear eso de Madrid, Madrid, de lejos y de cerca, nos traes hasta aquí!

Exhibiciones militares en Chamartín

Exhibiciones militares en Chamartín

Ortega difería, eso sí, en la adivinanza del futuro: advertía que vendría un fútbol en el que “no se comerciará con las fichas ni con los «ases» y la juventud. En las mañanas de descanso practicará libremente su deporte; al aire libre, en maillot, fortaleciendo su organismo y acumulando reservas físicas para las nuevas jornadas de trabajo”. Visión ésta, absolutamente equivocada, influida por la aversión al mercantilismo tan propia del comunismo del que el coronel Ortega era feligrés. No en vano, ya en 1936, la profesionalización general del balompié era una tendencia irresistible que continuaría, en la década de los 40, hasta establecerse en los límites industriales del negocio actual.

Bajo la presidencia efímera de Ortega, apenas se jugaron partidos de exhibición. El trabajo constante de Hernández Coronado permitía organizar eventos deportivos, “Olimpiadas Militares”, amistosos para la beneficencia y un sinfín de actividades que sin duda tenían como objeto destacar la utilidad del Madrid como institución deportiva y social en la atmósfera perturbada de una ciudad en guerra. Es curiosa la anécdota de la Copa Trofeo, impulsada por Hernández Coronado como una competición que enfrentaba a las distintas brigadas del Ejército del Centro y cuya organización corría a cargo del Madrid. “El premio que se otorgará a los vencedores del Trofeo Ejército del Centro no será, para salirnos de lo corriente, ninguna copa. Es criterio sustentado por nuestro actual presidente, el coronel Ortega, en quien el Madrid y la afición deportiva ha encontrado un ilustre defensor”, decía el secretario del club, y es posible percibir la huella austera de este coronel controvertido que dirigió los destinos del mejor club del siglo XX en la noche más oscura de la entidad, cuando los laureles de las victorias y del reconocimiento internacional quedaban tan lejos como la Luna y eran, seguramente, tan insospechados como lo es hoy la posibilidad de viajar hasta Plutón. La gestión de Ortega, por utilizar un neologismo, se apoyó en un uso instrumental del Club y sus instalaciones para las necesidades de la guerra, que todo lo atrapaba con su hedor de muerte. Estableció tres tipos de cuotas para quienes se acercaran a la institución: una para socios, otra para combatientes y otra para quienes no fueran ni una cosa ni la otra. Con esto y con la explotación de la piscina de Chamartín, orgullo gimnástico del club a falta de actividad balompédica, el Madrid renqueaba sobreviviendo a los bombardeos de Franco y al resbaladizo ambiente de intrigas en que hormigueaba la capital republicana.

Antonio Ortega Gutiérrez fue ejecutado por garrote vil el 15 de julio de 1939, en el castillo de Santa Bárbara de Alicante. Había permanecido fiel a Negrín hasta el final de la República, y una vez tomada Madrid por las tropas del General Franco, su sentencia de muerte fue tomada de manera sumarísima. A pesar del ostracismo oficial que parece pender sobre él, a modo de póstuma sentencia dictada desde el Real Madrid, creo conveniente anotar estas consideraciones sobre su figura en un artículo como éste. Me van a permitir la licencia.

 

spotify linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram