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Ancelotti, el Ferguson del Madrid

Ancelotti, el Ferguson del Madrid

Escrito por: Antonio Valderrama2 enero, 2024
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La samba estaba en Madrid

El otro día, casi en el tiempo de descuento de 2023, el Madrid anunció por sorpresa (al menos para mí) la renovación de Carlo Ancelotti. Será el entrenador de la primera plantilla, así está firmado, hasta el verano de 2026. La buena nueva me puso muy contento, lo confieso. Parecía que lo tenía hecho con la selección nacional de Brasil y sin embargo -sobre todo sin que se enterase ningún periodista de entre todos los que afirmaban que lo suyo con La Penta para el verano que viene era un facto- de un día para otro, en medio del limbo navideño, se confirma su continuidad al frente del Madrid en un momento además crucial para el futuro de la industria y, por qué no decirlo, del mismo juego que inventaron los universitarios ingleses a mediados del siglo XIX.

La decisión del club implica sobre todas las cosas una apuesta por una manera de hacer las cosas avalada por el éxito: en las cuatro temporadas completas que ha entrenado al equipo, Ancelotti ha conquistado dos dobletes, en total nueve títulos, contando las dos Copas de Europa más gritadas por el madridismo contemporáneo si no contamos La Séptima. Es decir, en un momento complejo, en una encrucijada deportiva y empresarial, Florentino opta por lo seguro, y lo seguro es un señor italiano que lleva treinta años en la élite de los banquillos, acumulando lo que los anglosajones llaman expertise, que disfruta de la vida y que tras haber dirigido al AC Milan, al Bayern de Munich, a la Juventus y al PSG, considera que cada día entrenando al Real Madrid “es un regalo”.

Ancelotti Champions

Y tiene razón. El Madrid es el regalo de nuestras vidas y Carletto lo entendió a la primera. Hace ya más de una década que llegó por primera vez a Madrid. Había pasado Mourinho, es decir, Atila. Pero la colada de aquel volcán era fertilísima, el Ogro portugués se había dedicado a sembrar en el infierno. Don Carlo se presentó con traje azul oscuro, corbata gris y una impoluta camisa blanca, cualquier guionista de Mad Men hubiera firmado su puesta en escena aquel mediodía de junio en el que el mundo aún estaba por estrenar. Destilaba italoamericanismo gangsteril denominación de origen Los Soprano: era sencillo verlo salir de Satriale´s con un cuarto y mitad de prosciutto enrollado en un cartón, o cortando la punta de un habano mostrando a cámara su meñique engolado con una sortija cara y hortera. En realidad, era lo que Desmond Morris, doctor en zoología por Oxford, llama en El deporte rey un hechicero tribal: alguien que “con ayuda de su magnética personalidad y de unos pocos ensalmos rituales, convierta a un grupo de deportistas profesionales, generalmente intemperantes y de carácter duro, en un equipo de fanáticos dispuestos a dar sus vidas o, al menos, sus miembros, por la causa tribal”.

reforzar la confianza en Ancelotti es ponerlo a los mandos de la gran operación del futuro, incluso de buena parte de la viabilidad del Madrid en la próxima década. El asunto también indica un compromiso personal de Ancelotti no sólo con el Madrid sino con su propia carrera como entrenador

Carletto, como si fuera una Penélope de Homero, ha tejido con paciencia una familia, más que un comando. Quizá ahí radique, más aún que en su extraordinario palmarés, la razón principal de su renovación con el Madrid. El club ha fiado su mañana inmediato al crecimiento y desarrollo de un grupo de fabulosas promesas. Las piernas y la juventud de Vinicius, Rodrigo, Camavinga, Tchouameni y Bellingham, sin contar con Endrick, Arda Guler o, por qué no, Brahim, son los activos empresariales con los que el Real Madrid va a competir por su espacio vital en un entorno de competición máxima con sucursales de petromonarquías que ya cuentan hasta con filiales franquiciados que disputan, por ahora, las competiciones domésticas, véase el Girona, al que, por otra parte, el Marca (hasta hoy, al menos, el principal diario deportivo de España) dedica la última gran portada de 2023 como si se tratase de Blancanieves y los siete enanitos y no de una organización dopada artificialmente con capital extranjero procedente de una monarquía islámica archirrica.

En este sentido reforzar la confianza en Ancelotti es ponerlo a los mandos de la gran operación del futuro, incluso de buena parte de la viabilidad del Madrid en la próxima década. El asunto también indica un compromiso personal de Ancelotti no sólo con el Madrid sino con su propia carrera como entrenador. Se ha sugerido, desde que llegó hace diez años, que no era, como, claro, Guardiola o alguno de los replicantes que saca Alemania con gorra y chándal que gritan y gesticulan mucho en la banda y que afrontan las eliminatorias como si fueran Rommel en la campaña de África, un entrenador de autor. Que prefería comer jamón (Jamonetti) a ensayar sesudas tácticas, que siempre hace los mismos cambios en los mismos minutos o que su única reacción cuando las cosas pintan bastos es mascar chicle (Chicletto). Pues, bien, Ancelotti, que a su edad ya lo ha ganado todo, que le ha dado repasos a todo tipo de entrenadores en ligas y eliminatorias  y que probablemente quisiera sacarse la espinita de ganar un Mundial (perdió el del 94, siendo segundo de Sacchi) aprovechando la oportunidad de entrenar al Madrid de las selecciones nacionales, decide continuar al timón de la nave del club más grande del mundo justo cuando este mismo club le ha declarado la guerra a la UEFA, en lo que serían seguramente sus últimos años como entrenador profesional. ¡Como para no quererlo como a un padre!

Ancelotti beso frente Vinícius

Es curioso cómo Morris, que que yo sepa no es un panenkita pero sí inglés y algo de fútbol sabrá, distingue, en su acercamiento antropológico al fútbol, al entrenador bueno del malo. No habla ni de estrategias ni de gegenpressing ni de cuadrados mágicos o salidas lavolpianas, sino del carácter. “Si la diferencia entre un buen director técnico y uno incompetente tiene que ver, sobre todo, con la capacidad de imponer su voluntad a los demás, se deduce que los mejores directores técnicos deben poseer una personalidad bastante fuerte, como ocurre en la mayoría de los casos. Los de más éxito destacan por su magnetismo y por su capacidad, tanto en el vestuario como en la televisión, de tener al público pendiente de cada una de sus palabras”. Morris no sabe tanto como fútbol como Axel Torres pero escribió El mono desnudo y, digo yo, de sapiens camela alguna cosa. Perfila algo importante: un buen entrenador es el que conecta con el vestuario, de puertas adentro, pero también, en la era de la comunicación global y masiva, con la opinión pública, de puertas para afuera. De Ancelotti se infravaloran las dos cosas. Mourinho era un incendiario en las ruedas de prensa, con razón, y Guardiola, también con la suya, era, y sigue siendo, un artista performativo de la propaganda. Carletto tiene otro registro: el del mediterráneo moral, como diría Nacho Raggio. Morris abunda en ello: Carletto sería del tipo que “de algún modo, mediante una mezcla de intuición y astucia natural, logran sobrevivir como figuras profundamente públicas, entrevistadas con la misma frecuencia que los políticos y citadas tan a menudo como los escritores”.

Ancelotti rueda de prensa

Intuición, astucia natural y sabiduría acumulada durante generaciones a lo largo de milenios. Como vivimos en un mundo que es hijo de la Ilustración, despreciamos, por lo general, todo lo que no tenga que ver con lo racional, cosa absurda y disparatada, estando claro ya que el ser humano es un compuesto, por reducir, de corazón y de cabeza, y estando también probado que, al final, en nuestras decisiones y en nuestros razonamientos, pesa mucho menos de lo que nos gustaría creer lo “racional”. Hay muchas inteligencias y las necesarias para ser el entrenador de un equipo de fútbol, no sólo profesional sino de élite, tienen mucho más que ver con las precisas para conducir a hombres que las que hacen falta para dirigir un laboratorio. Morris dice que “parte del éxito de un entrenador depende de la habilidad que tenga para convertir el juego de pelota en juego de palabras” y que, de los entrenadores que fueron antes jugadores, “en los tiempos en que eran miembros del equipo tenían que ser más listos que sus adversarios mediante fintas y tretas de movimiento, lo que parece que da lugar a un determinado tipo de proceso mental que les resulta útil en los años posteriores: desarrolla en sus cerebros una agudeza que, si se convierte de artimaña muscular en verbal, puede proporcionarles una gran ventaja, una instantánea capacidad de réplica y una preparación para el pensamiento lateral”.

Hay muchas inteligencias y las necesarias para ser el entrenador de un equipo de fútbol, no sólo profesional sino de élite, tienen mucho más que ver con las precisas para conducir a hombres que las que hacen falta para dirigir un laboratorio. Morris dice que “parte del éxito de un entrenador depende de la habilidad que tenga para convertir el juego de pelota en juego de palabras”

Ancelotti fue una especie de regista, un mediocentro. Jugó en la gran Roma que casi gana la Copa de Europa en casa y luego triunfó en el Milan de Sacchi, uno de los portentos colectivos de todos los tiempos. “Cada zona del campo posee cualidades específicas como campo de entrenamiento para los futuros entrenadores”, dice Morris. Los centrocampistas, por ejemplo, son según el zoólogo “polifacéticos y laboriosos”. Ancelotti no va a dejar para la Historia declaraciones explosivas o arengas que trasciendan el tiempo por su carga indubitable de verdad como el “¿Por qué?” de Mou, pero sí que ha legado joyas de sabiduría epicúrea que alguien, algún día, podría recopilar para editar su propio Inquiridión o manual de la vida.

No era Del Bosque; era Carlo

Es el caso, por ejemplo, de la maravillosa definición de Nacho (“En mi manera de entender el fútbol, hay dos tipos de defensas: el optimista y el pesimista. Nacho es un defensor pesimista porque siempre piensa que algo malo puede pasar y por eso se queda concentrado los 90 minutos”) o aquello, que tanto me gusta recordar, que dijo la víspera de la final de Lisboa: “Puedes tomarte la Décima como una obsesión o como un sueño, y yo prefiero tomármelo como un sueño”. Pero, además, está la laboriosidad, cosa que subrayaría por sí sola su sala de trofeos particular, pero que en El País, Lorenzo Calonge, hace unos días, volvió a recordar analizando cómo la única derrota del Madrid en lo que va de curso, en el derbi madrileño, forzó a Carletto a repensar el modelo de juego de su equipo. Hasta el punto que, en el ecuador de una de las temporadas con más lesiones que se recuerdan, su Madrid es el que mejor defiende (sin casi defensas) desde los años 70, va líder (sin delantero centro titular) y genera ocasiones de peligro como si se tratara del Madrid de la final de Cardiff.

Estadísticamente, con Florentino de presidente, el banquillo del Madrid ha sido una picadora de carne. Ancelotti ha logrado algo inaudito hasta el momento: volver después de haber sido despedido. Es, como dice Morris, el perfecto hechicero tribal, categoría en la que él encuadra a los entrenadores: “En parte hipnotizador, en parte psiquiatra, en parte brujo”. En su cosmovisión laten cinco mil años de herencia mestiza. Es junto con Zidane y Miguel Muñoz el entrenador más importante de la historia del club más importante pero, sobre todo, es una certeza en tiempos turbulentos, de crisis: la certeza de la sabiduría. Un día, hace mucho tiempo, creímos que el Ferguson del Madrid iba a ser Del Bosque. Nos equivocamos. Es Ancelotti.

 

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Madridista de infantería. Practico el anarcomadridismo en mis horas de esparcimiento. Soy el central al que siempre mandan a rematar melones en los descuentos. En Twitter podrán encontrarme como @fantantonio

5 comentarios en: Ancelotti, el Ferguson del Madrid

  1. Sr. Valderrama, léame y contésteme, se lo suplico: ¿la metáfora, o símbolo (mejor alegoría) del volcán (colada-infierno) aplicado a Mourinho es original suya? Se lo pregunto como profesor de Lengua y Literatura, gran amante de la Retórica, en especial la basada en la analogía.
    Gran artículo, multidisciplinar y profundo.
    Un abrazo.

    1. Hola, la verdad es que la analogía me surgió sola. Le agradezco la lectura y el comentario.

      Un saludo,
      Antonio

  2. Cuando se tire veintipico años al frente del Madrid (o 20, o 15, o incluso 10) se le puede llamar el Ferguson del Madrid, pero el Madrid no es club de aguantar entrenadores, no pasa nada, lo importante es ganar, no que los entrenadores duren.
    Dicho ésto ojalá cumpliera el nuevo contrato e incluso lo renovara, me parece el técnico ideal para el Madrid y sólo falta que a su buen hacer lo acompañen los títulos porque si no como diría el Gran Guasch, miau.
    Del mundillo de los entrenadores solo Klopp y Xabi Alonso de lo que veo son los únicos entrenadores que si no siguiera Ancelotti me gustaría verlos en el Madrid.

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"Un Madrid que es, además, el último refugio de la decencia en el océano pestilente del fútbol. En la mirada del viejo despunta por un instante el brillo inconfundible del orgullo".

Precioso. Como todo el texto. Gracias, Eduardo @lagav

¿Es posible olvidarse de los enemigos en la celebración?

No cuando los enemigos han traspasado todas las lineas rojas para evitar lo que ayer ya fue inevitable.

Lo piensa @antoniovv, y nosotros también.

No es por nada, pero no vais a encontrar por ahí celebraciones de la 36 como la que hay liada ahora mismo en nuestra web.

No se dirá que no avisamos.

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