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Historias de Paco Gento: Teogonía madridista (7)

Historias de Paco Gento: Teogonía madridista (7)

Escrito por: José Luis Llorente Gento11 mayo, 2022
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Un elogio sin medida para el Real Madrid yé-yé

Un equipo burbujeante, volcánico y talentoso conquistó la sexta Copa de Europa madridista tal día como hoy de 1966. Con seguridad, la menos esperada; con probabilidad, la más meritoria por la juventud de unos jugadores inducidos por el destino a sobrellevar una responsabilidad olímpica. Un reto hercúleo para una plantilla novel que buscaba su identidad propia con el recuerdo de una época gloriosa sobrevolando el Bernabéu, flotando en la mente de los madridistas.

A Paco también le parecía un equipo repleto de dignidad, con jugadores de clase desmedida, alguno de los cuales tenían poco que envidiar, en este ámbito, a los mejores. Y los que carecían de esta virtud innata se acercaban a ellos por su entrega sin igual, su deseo incontenible, su voluntad de honrar un escudo con toneladas de responsabilidad, sólo apto para espaldas de gladiador y ánimo infatigable.

Proverbial, incomparable, fue el amor de este equipo a sus colores. Algunos de sus componentes dieron muestra durante y después de la pasión blanca que corría por sus neuronas y el corazón, el amor por un club que permanece y permaneció en el caso de los que se fueron. Personajes de un calado inabordable, de afectos sin cláusulas, imbuidos por el deseo de que perviviera la grandeza del club de su vida.

Fue el equipo de mi niñez, el que vi crecer mientras yo crecía, escuchando las fabulosas historias de mi madre que apenas me contaba cuentos. ¿Quién necesita a Andersen o a los Hermanos Grimm cuando tiene una juglar enamorada del Real Madrid y de su hermano? Quizás por eso, en seguida abandoné a Hansel y Gretel para leer historias para niños de los trabajos de Hércules y de Jasón y los Argonautas, a los que mi mente vestía de blanco.

Un equipo burbujeante, volcánico y talentoso conquistó la sexta Copa de Europa madridista tal día como hoy de 1966. Con seguridad, la menos esperada; con probabilidad, la más meritoria por la juventud de unos jugadores inducidos por el destino a sobrellevar una responsabilidad olímpica.

Por si fueran pocas las dotes homéricas de María Antonia, una aedo en la noble Castilla, los veranos con mi abuelo y tíos futbolistas me daban otra versión diferente de los hechos, más apegada al césped, al olor a linimento, a los viajes en aviones de hélice cuyos baches dejaban la comida pegada en el techo y a Alfredo Di Stéfano jurando en porteño.

Siempre me pareció que aquel equipo del 66 se emparentaba con el de las cinco Europas. Amancio era tan bueno como Kopa y viceversa, falsos jugadores de banda, que, a la mínima oportunidad se infiltraban hacia el centro en busca de la portería. El primer gol de la final explica lo que cuento, sublime por rapidez y sutileza. Di Stéfano no pudo tener sucesor más apropiado que Grosso, infatigable y goleador, un hombre hecho de una pieza que portó el 9 con la nobleza que requería la sustitución de un mito.

Podría seguir con una relación de todos y cada uno de ellos, inmensos en su afán, inmortales en la memoria madridista. El pundonor certero y afilado de Pirri; el cañonazo de Serena en la final; la exquisitez precisa de Velázquez, la entrega desgarbada y eficiente de Zoco, etc. Ya vendrán ocasiones de individualizar a los héroes del decenio sesentero.

De la entidad de su hazaña da testimonio su enfrentamiento con el Inter de Milán, verdugo de la última final del Madrid de Di Stéfano, doble campeón en los años previos, el coco de Europa a las órdenes de Helenio Herrera. En el partido de ida en el Bernabéu, los yé-yés se exhibieron con una primera parte bulliciosa, cercadora, plenas de precisión e ímpetu ante un campeón contra las cuerdas. Sólo la lesión de Betancort al comienzo de la segunda recogió al equipo para salvaguardar el gol impetuoso de Pirri, tras un centro de Paco Gento que intentaron impedir tres defensas interistas. Tal era la importancia que Herrera daba al capitán, tal era la obsesión por el cerrojazo que cambió el fútbol.

Aún fue insuficiente para unos jóvenes encorajinados, poseedores del espíritu del club, empecinados en escribir su propia historia. El partido de vuelta en Milán fue la inversión del previo. A excepción de los primeros minutos del partido, descarados, desafiantes del poder establecido, el Real Madrid presto a subirse a las barbas de quien fuera. Así cristalizó uno de mis primeros recuerdos televisivos, cuando Amancio marcó el gol que los puso por delante y mi madre lanzó un grito que alertó a los vecinos y rompió el sueño de mis hermanos menores. Cuando Paco se enteró del sucedido familiar, esbozó una amplia y silenciosa sonrisa de orgullo por su hermana, la seguidora más leal, duradera y sin condiciones que tuvo jamás.

¡Gloria eterna para el Madrid de los Beatles!

 

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Escritor. Conferenciante. Columnista. Exjugador del Real Madrid y la Selección Española de Baloncesto. Se pasa la vida remontando.

2 comentarios en: Historias de Paco Gento: Teogonía madridista (7)

  1. Es un texto maravilloso. Y la Sexta suele pasar más desapercibida, cuando inconscientemente siempre nuestros recuerdos se van al Madrid de Di Stefano y de las Cinco Primeras. Gloria a todos ellos

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