El niño interior

Escrito por: Nacho Faerna15 octubre, 2015

Hace un par de semanas, Número Dos reivindicaba una vez más desde estas páginas el fútbol como juego. Evocaba una imagen primigenia que nuestro editor usó para ilustrar el artículo: un niño por la calle, feliz, dándole una patada a una lata, seguido por otro niño que obviamente quería compartir con él ese placer atávico. Raro es el jueves que no se menciona aquí el patio del colegio o las plazuelas de tierra y de terrazo en las que nos dejábamos las rodillas jugando al fútbol cuando éramos pequeños. Ya advertí en la primera entrega de esta galerna familiar de que la nostalgia teñiría a menudo esta sección. Sin embargo, hay nostalgias y nostalgias. Por ejemplo, cuando Pedro Ruiz hacía aquellas entrevistas empalagosas en un plató bajo la luz de la luna y sistemáticamente preguntaba a su invitado por el niño que llevaba dentro, yo siempre le gritaba al televisor que el dichoso niño interior estaba muerto, o más le valdría estarlo habida cuenta de que el personaje en cuestión tenía, yo qué sé, cuarenta o cincuenta primaveras y por tanto más le valdría también estar tomando decisiones adultas cada día. Reconozco que a mí lo que me molestaba realmente del niño de Pedro Ruiz era su insufrible cursilería, que me lo imaginara repeinado con colonia, negándose a prestar los rotuladores en clase y chivándose a los curas en el recreo. Pero es que, además, el niño que uno fue no puede llevarse dentro toda la vida porque entonces te pasa lo que a esa nonagenaria chilena que fue al hospital con dolor abdominal y descubrieron que llevaba más de cincuenta años albergando un feto momificado de un embarazo ectópico. Leí la noticia este verano y sé que es cierta porque daban el nombre del doctor que la atendió, Dagoberto Duarte. A mí me pagan por mentir, escribo ficciones, y si tuviera que inventarme algo así nunca habría elegido un nombre tan fabuloso como Dagoberto Duarte porque comprometería la delicada verosimilitud del conjunto. Así que me juego un meñique a que es absolutamente verídica. El caso es que Don Dagoberto decidió no extirparle el mini tutankamon a la anciana porque eso habría puesto en peligro su vida. Después de todo, si había llevado una existencia razonablemente normal durante medio siglo con aquello en sus entrañas nada parecía indicar que no pudiera continuar cargando con esos dos kilos extra el poco tiempo que, dada su avanzada edad, le quede en este valle de lágrimas.

Con esta anécdota digna de Cronenberg quiero decir que al niño hay que sacarlo a pasear, tiene que darle el aire, y no puedes alojarlo en tu interior como si fuera un alien esperando la hora de la cena en la Nostromo. De lo que se trata es de crecer sin dejar por ello de disfrutar de las cosas que te hacían feliz cuando eras niño, no de comportarte como un párvulo hasta la jubilación. Hay que olvidarse de Pedro Ruiz y leer Peter Pan. El original, porque, como suele ocurrir, la versión disney del clásico de Barrie ha borrado la dimensión trágica del personaje, condenado a ser alegre, inocente e insensible hasta el final de los tiempos a cambio de seguir volando. La verdadera felicidad, como sin duda aprende Wendy, reside en aterrizar y crecer conservando la alegría a pesar de haber perdido la inocencia y aprendido la compasión. Todo eso de llevar al niño dentro es como hablar catalán en la intimidad, una coartada apócrifa.

Pues bien, en el fútbol hay jugadores que nunca volaron, adultos desde su etapa de alevines, competidores de ceño fruncido que sólo son felices cuando ganan, a quienes si les vas con el cuento de que lo importante es participar te miran como si les hablaras en chino. De estos necesitas varios en tu equipo, aunque a veces basta con uno porque contagian ese espíritu al resto de la plantilla como si fueran perros rabiosos. Otros saltan al campo como obreros especializados cuando suena la sirena de la fábrica que indica el comienzo de su turno, cumplen con su función y se ganan el jornal con el sudor de su camiseta. Bienaventurados sean porque de ellos dependen muchos puntos de la clasificación. Luego tenemos a los artistas, que si están inspirados consiguen desafiar las leyes de la Física y cuestionar a Euclides con el balón en los pies. Estos generan tanta admiración como rechazo, pero así ha sido la historia del arte desde las cavernas; seguro que más de uno se mofaba en Altamira del que prefería pintar bisontes a salir a cazarlos.

El jugador ideal sería una mezcla de las tres categorías que acabo de enumerar. Sin embargo hay una cuarta que cada vez es más difícil de encontrar en el fútbol profesional y que yo valoro muy especialmente. Llámenme pelma, y con razón, pero me refiero a esos jugadores que no han perdido la motivación que les empujaba a cerrar el libro de Sociales y salir corriendo al patio cuando sonaba el timbre que anunciaba la media hora de recreo. Muchos días te olvidabas hasta de comerte el bocadillo de mortadela que te había preparado tu madre. A lo mejor no conseguías chutar más de tres veces en todo el partido y casi nunca a puerta (hablo de mi propia experiencia, claro). Te pasabas los treinta minutos desgañitándote pidiendo que te centraran el balón: “¡Aquí! ¡aquí!”. El día que metías gol, probablemente de pura chiripa, no te daba tiempo a celebrarlo demasiado porque treinta minuti en el patio del colegio eran molto corti y había que aprovecharlos al máximo. Se trataba de pasárselo bien, eso era lo más importante. Lo único importante.

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Número Uno citaba la semana pasada a uno de esos raros jugadores que tenían la virtud de convertir el Bernabéu en un patio de colegio: Steve McManaman. Por supuesto que Macca era un magnífico jugador, muy rápido, uno de los mejores regateando en carrera que yo haya podido ver, y con potencia de disparo. Los jugadores con las piernas largas como Macca siempre parece que estén a punto de tropezar y corren un poco como Forrest Gump justo después de deshacerse de los hierros de la ortopedia, pero cuando quieres darte cuenta ya se han plantado en el área contraria. La verticalidad de Macca era congénita; los hijos de la Gran Bretaña –God bless them all– nacen vacunados contra el nefando virus del tiki-taka. Pero por encima de sus cualidades técnicas quiero resaltar su actitud. El de Liverpool prefirió quedarse en el Real Madrid cuando la lluvia meteórica de los galácticos le condenó a chupar banquillo. Vio muchos partidos con el libro de Sociales y el bocata de mortadela en la cajonera, esperando su momento. Cuando éste llegaba, cumplía. Y cómo. Jugó a las órdenes de Hiddinck, Toshack, Del Bosque y Queiroz, ganó dos Ligas y dos Copas de Europa, metió catorce goles, algunos memorables y decisivos como el de volea en la final de la Octava contra el Valencia o el de vaselina al Barça en las semifinales de la Novena. Pero, sobre todo, siempre me trasladó la sensación de estar pasándoselo bien, de que eso era lo más importante, lo único importante. Macca me recuerda en ese aspecto a otro ilustre vecino de Liverpool, Richard Starkey, más conocido como Ringo Starr. Seguro que ambos estaban rodeados de compañeros con más talento –y serían los primeros en reconocerlo– pero ninguno parecía divertirse tanto como ellos. Su felicidad era también la mía. Por eso alguien que me conocía bien y que me debía de querer mucho me regaló hace años la única camiseta del Real Madrid que yo he tenido y mandó estampar en la espalda el nombre de McManaman y no el de algún galáctico. Porque no siempre vamos a elogiar a hombres famosos. Desgraciadamente, la camiseta se perdió en alguna mudanza. Como todas las cosas verdaderamente valiosas, es irreemplazable, razón por la que nunca he querido tener otra camiseta de mi equipo. Como todas las cosas verdaderamente valiosas también, nunca la perdí del todo. Un buen recuerdo es un tesoro que, bien administrado, te dura toda la vida.

¿Por qué ya no puedes volar?, le pregunta Margaret a su madre, Wendy. Porque me he hecho mayor y cuando creces olvidas cómo hacerlo, le contesta la que fuera compañera de aventuras de Peter Pan. Macca nunca se olvidó del todo de volar y por eso algunos tampoco nos olvidamos de él.

Número Tres

Nacho Faerna, el tercero de los Faerna, es guionista y novelista. O sea, que le pagan por mentir, pero tuitea gratis en @nachofaerna y @galernafaerna. Se toma muy en serio sus placeres. El Madrid es uno de ellos.

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«En ese instante, nuestro turco preferido levantó la cabeza en un gesto súbito, casi imperceptible, y vio Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul».

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Ayer se conmemoró el 59º aniversario de la Peña Ibáñez (@Pmibanez1966). El acto congregó a ilustres madridistas como Mijatovic o @biriukovbistro

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«Con el 0-3 culé hubo lío en Bomberos/Las Rozas. Escucharon un alarido fortísimo, liberador, las sirenas se excitaron. La RFEF se había reunido y festejó el gran momento: por fin el Barça va segundo. ¡Viva!».

✍️@Guaschcope

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Propone @Guaschcope en su «Mira, chato» de hoy que el saque de honor del España-Brasil del 26 de marzo en el Bernabéu lo realice Brahim.

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Heroica resistencia del Atleti.

Perdieron, sí, pero qué admirable Atleti vimos anoche, casi como si su razón de ser en esta vida no fuera única y exclusivamente perjudicar al Real Madrid.

#Portanálisis

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