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Anatomía de un negreirato: Capítulo 8

Anatomía de un negreirato: Capítulo 8

Escrito por: Rafael Gómez de Parada19 abril, 2024
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Iturralde González

 

El juez Aguilar apagó la pantalla del móvil, puso el modo avión y dejó de mirar por la ventana. Al parecer, el próximo testigo estaba llegando a los juzgados, como pudo imaginar por el remolino de periodistas en torno a la figura de un individuo no muy alto y de complexión delgada que acababa de llegar a los juzgados de Barcelona. El juez guardó una carta que había recibido esa misma mañana en el mismo cajón en el que dejó la que le llegó la semana anterior. El único cajón que cerraba con llave cada vez que salía del despacho. Se puso la toga y bajó las escaleras.

—¡En pie! —se escuchó a Bull—. Preside la sesión el honorable juez Aguilar.

El murmullo del interior de la sala se acalló mientras el juez y sus ayudantes tomaban asiento. En el banquillo de los acusados había dos ausencias, lo cual, a estas alturas del juicio, ya no sorprendía a nadie. Joan y José María, José María y Joan, que monta tanto como de tanto en tanto se lo montan. Mientras el juez ordenaba su documentación y colocaba el famoso kit de “libreta + rotuladores de colorines para no perderse en la trama”, apareció Joan Laporta por la puerta cercana al banquillo de los acusados. Por el carraspeo con el que pronunció entre dientes “Perdón” se pudo intuir que seguía con sus problemas de afonía o garganta. El juez hizo un gesto al abogado de la defensa, Jorge Carlos Scotto, para que comenzara con la vista del día.

—Con la venia, señoría. Señor juez, miembros del jurado, curiosos congregados en este caso —se giró hacia toda la sala—, hasta la fecha la defensa ha traído el testimonio de directivos del mundo del fútbol y del arbitraje, así como unos informes periciales contundentes para desmontar este caso que nunca debió ser considerado tal, y que si sigue en los medios es por el control que sobre los mismos ejerce la parte acusadora. Hoy vamos a traer el testimonio de una persona que es una eminencia en el mundo del arbitraje, alguien que ejerció como árbitro en activo durante todos los años que se juzgan en este caso, mientras el señor Enríquez Negreira era vicepresidente del CTA. Una persona, además, de gran locuacidad, que sienta cátedra cada semana en algunos de los principales medios de comunicación de este país.

A medida que pronunciaba estas palabras, en la sala se escuchaba un murmullo de expectación, “wow”, “wow, wow, wow”, hasta que Scotto anunció el nombre del testigo:

—La defensa llama a declarar a don Eduardo Iturralde González.

En ese instante, en la misma audiencia se oyó un “buah”, “Itu”, “¿Piturralde, cátedra?” y un “pffff” de varias personas que sonó como un globo deshinchándose con lentitud.

Iturralde González

Se abrieron las puertas y entró en la sala un tipo de paso apresurado, que caminaba algo encorvado, vestido con una americana negra bajo la cual llevaba una camiseta igualmente negra con un dibujo de algo que parecía una piña marrón. Llevaba el pelo despeinado, lacio, como si una vaca le hubiera dado un lametón y le hubiera quedado un mechón colgando por la frente. Justo antes de alcanzar el banco, apareció Enríquez Negreira por la misma puerta de los baños por la que había salido Laporta unos minutos antes. Ambos frenaron sus pasos, se miraron con desprecio mutuo y prosiguieron hacia el lugar que cada uno tenía designado. De repente, la sala se llenó de un hedor insoportable y algunos de los acusados, al igual que miembros del jurado, se llevaron la mano a la nariz.

—Yo no soy —dijo Negreira a su hijo por lo bajo, una vez tomó asiento. Y con el mentón señaló hacia el testigo.

El abogado Scotto se acercó al testigo para iniciar el interrogatorio, pero frenó el paso firme que llevaba al percatarse del mal olor. Pegó varios manotazos al aire como para ventilar un poco el ambiente y comenzó:

—Don Eduardo Iturralde González, hijo y nieto de árbitros, profesional en activo en Primera de 1995 a 2012, años todos ellos durante los cuales el señor Enríquez Negreira ya prestaba sus servicios en el Comité Técnico de Árbitros. Una trayectoria intachable —en ese momento se oyó una risa entre el público—, de hecho, el colegiado que más partidos había dirigido en su momento en Primera División. Díganos, señor Iturralde, desde su dilatada experiencia y puesto que aquí se está cuestionando el arbitraje español, ¿qué tiene que decir?

—Pues que me parece una desgracia —respondió el culegiado—, el caso Negreira me parece lo más grave que ha habido en el fútbol español, que alguien haya intentado aprovecharse de su posición, y que luego otros estén queriendo transmitir a la gente que ha habido compra de partidos… me da mucha rabia, sobre todo porque eso no lo van a poder demostrar nunca.

—Aprecio su contundencia —afirmó Scotto—. ¿Todos ellos, no hay duda sobre ninguno, como intenta demostrar la acusación particular?

—Todos ellos —contestó Iturralde, en cuya frente brillante por el sudor se pegaba media docena de pelos—. Porque ningún compañero mío se ha vendido jamás. Pongo la mano en el fuego por todos ellos.

Iturralde González

—Entonces, ¿qué sentido tienen los pagos que realizaba el Fútbol Club Barcelona, no cree que eran para influir en los árbitros?

—¡Nooooo, en absoluto! —respondió Iturralde con vehemencia—. Todos o la mayoría de  árbitros que han declarado a la Guardia Civil han dicho que Enríquez Negreira no influyó en ningún resultado. Lo único que tenemos constatado es que para la Agencia Tributaria había unas facturas mal hechas.

Al fiscal Estuardo se le escapó una carcajada. Se disculpó con la mano ante el juez, quien, en la mesa principal de la sala, debió de percibir el hedor que invadía el ambiente. Con un gesto indicó al alguacil que abriera las ventanas, para lo cual este tuvo que apartar “el florero de López Nieto”. Las abrió y entró una corriente que disipó ligeramente el olor, aunque la ubicación de la ventana hizo que el aire infectado volara directamente a la pituitaria del juez, que no pudo disimular un gesto de desagrado.

—Así que usted no ve nada más que un tema de unas facturas que habrá que aclarar, no un delito de corrupción deportiva —continuó Scotto, quien se había apartado varios metros del testigo.

—Eso es, eso es, y eso no lo tendrá que aclarar ningún árbitro, sino quien haya podido lucrarse con esta situación —a cada frase, Iturralde aceleraba sus palabras—. Ahí hay unas facturas que habrá que aclarar, pero si… ¿cómo se dice… esa palabra inglesa?, ¿la “complayans”?, si la “complayans” dijo en su día que todo era correcto, pues no hay caso. Porque lo que sí puedo decirle con rotundidad es que Enríquez Negreira no tenía poder, ni ascendencia ninguna sobre los árbitros, ¡nin—gu—na!. Y si yo quiero comprar a un juez, por ejemplo, en este juicio —miró hacia la mesa del juez Aguilar, que se quitó las gafas, enarcó las cejas y lo miró como diciendo “a mí no meta usted en sus fregaos”—, no compro al jefe del juez, compro al que me va a juzgar, pago directamente al juez.

Iturralde se giró hacia el juez Aguilar, en cuyo rostro se apreciaba que no le hacía ni pizca de gracia la hipótesis planteada de manera tan poco inteligente por el testigo. A medida que “Itu” se aceleraba, las glándulas sudoríparas de su cabeza se activaban, lo que provocaba una imagen desastrada y algo penosa. El exárbitro se sacó un clínex del bolsillo de la americana y se quitó levemente el sudor.

—A lo que voy —continuó un Iturralde cada vez más nervioso—, si yo pago para influir, compro al árbitro, no a un señor que no pintaba nada. Como conocedor del gremio, que es para lo que se me ha citado, y como conocedor del arbitraje y de cómo funciona, creo que ese dinero que cobró Negreira, una parte era para él y otra volvía a ciertas personas.

Se hizo un silencio en la sala que Scotto no quiso interrumpir. Iturralde pidió un vaso de agua. Mientras se lo servían y se refrescaba con el agua, el público pudo escuchar a través de las ventanas que una feria ambulante pasaba por las calles aledañas a los juzgados. “¡Y otro perrito piloto!”. Nadie pudo intuirlo en ese momento, pero el editor de La Galerna utilizaría ese momento tan surrealista para escribir uno de sus artículos sobre esta farsa.

Scotto volvió al interrogatorio:

—Habrá quien diga que resulta extraño que un vicepresidente de los árbitros no tuviera ninguna influencia sobre ellos.

—A ver, desde el momento que trabaja codo con codo con el presidente del CTA está claro que tenía influencia, pero sería más en árbitros de categoría inferiores y no tanto en Primera División. Pero si me pregunta por influencia, le voy a decir quién sí tenía mucha influencia y no necesitaba pagar por ella. Porque hay una cosa que no se “m’a olvidao” nunca y que a mí me dijeron cuando entré en el arbitraje y es que no te haces árbitro hasta que chocas con el autobús blanco. Hasta cuando aciertas contra el Madrid, como se ha demostrado muchas veces, fíjate la que se monta. La repercusión que tiene el Real Madrid, te guste o no, es así, es el equipo con más repercusión, a diferencia del segundo.

Iturralde González

—Dada su experiencia en cuestiones arbitrales, usted ejerce ahora de comentarista en el Diario As, un medio considerado claramente madridista, y en la Cadena Ser, un medio que no es sospechoso, y digo que no es sospechoso, puesto que fue uno de sus programas el que destapó el caso de las facturas irregulares entre el Barcelona y Dasnil, ¿ha sentido alguna vez esa presión, como árbitro o como comentarista arbitral?

—Totalmente, totalmente —el sudor sobre la frente caía de manera incontrolable y empezó con un temblor en las piernas—. Totalmente. Yo mismo sentí la presión directamente de Florentino Pérez al acabar un partido en que pité al Real Madrid. Acaba el partido, 6—1 al Deportivo, salimos del campo, los asistentes salen conmigo y trata de encerrarme en un cuarto. Le pregunto si me está haciendo una broma y le digo que se ha acabado la conversación. A la media hora ya lo sabía el Comité Técnico de Árbitros. Lo puse en conocimiento, me parecía muy grave, pero ahí quedó. Para que vean lo que es presionar. No me voy a esconder. No hay ningún árbitro corrupto, porque nosotros estamos por encima.

Iturralde se sirvió otro vaso de agua. El temblor de las piernas se le había pasado a las manos.

—¿Puedo ir al baño un momento? —solicitó.

El juez resopló y denegó con la cabeza.

—Esto no nos llevará mucho más tiempo, aguarde.

El abogado de la defensa retomó las preguntas para acelerar la marcha de un sujeto del que comenzaba a arrepentirse por haberlo propuesto para la comparecencia.

—Hablemos de otro de los acusados, el señor Javier Enríquez Romero, aquí presente. ¿Usted cree que se le pudo pagar por realizar informes sobre los árbitros o por condicionarlos de alguna manera con dichas valoraciones?

—Que haga informes cuando no ha sido ni árbitro… que sea capaz de hacer informes arbitrales, fíjese qué valor tienen unos informes que hace una persona que de arbitraje no tiene ni idea. Es como si me pongo yo a informar de tenis. Puedo ver muchos partidos en la tele, pero a la hora de la verdad no tengo idea de nada. ¿Qué sabe el hijo de Negreira de árbitros? Apareció en mi época, me “le” presentaron como coach, que para mí es un intrusista de la psicología. Nos dio charlas y luego, el que quería podía continuar con él de forma privada. Sé que algunos lo hicieron, pero lo mejor es que citen a declarar a los árbitros, porque ahí se podrá ver que nosotros somos los más interesados en que esto se esclarezca, en que toda la gente sepa que algunos somos malos, malísimos o incluso alguno bueno, pero que todos somos honestos.

—¿Descarta usted entonces que los pagos fueran por dichos informes arbitrales?

Yo creo que los pagos a Negreira han sido utilizados para enriquecer a directivos del Barcelona —mientras pronunciaba estas palabras, se giró hacia el banquillo de los acusados—. En este sentido, creo que algún directivo del club se ha enriquecido a través de facturas fundamentadas en informes arbitrales que no tienen apenas valor.

—Es lo que intentamos aclarar en estas sesiones. Muchas gracias, señor Iturralde. No haré más preguntas, señoría.

El fiscal Jaime Estuardo se levantó de la silla, se abotonó la americana, se ajustó el nudo de la corbata con la elegancia de la que solía hacer gala y se dirigió con paso firme hacia el banquillo del testi… no pudo acercarse más. La nube tóxica llegaba hasta unos tres metros del micrófono con el que se grababan todas las comparecencias de testigos. Supo disimular su gesto de incomodidad y comenzó:

—Señor Iturralde González, árbitro de Primera División durante diecisiete temporadas. Diecisiete, diecisiete… el caso es que ese número me recuerda a algo, ¿sabe usted? Diecisiete temporadas estuvo pagando el Fútbol Club Barcelona al vicepresidente de los árbitros y, según gente como usted, a cambio de nada, de ningún beneficio en los terrenos de juego.

—Usted pensará lo que quiera, pero no se puede poner en duda la honorabilidad de los árbitros, eso no se lo consiento a nadie —el sudor volvía a caerle de manera copiosa por la frente y las sienes.

—Bueno, lo consentirá o no lo consentirá, pero lo dice el juez instructor… —Estuardo abrió un legajo, buscó un papel y leyó—. Aquí está: “Los pagos realizados por el Barcelona satisfacían los intereses del club en atención a su duración y al incremento anual. De aquí se deduce también que los pagos produjeron los efectos arbitrales deseados por el Barcelona, de tal manera…”.

—¡Protesto! —dijo el propio Iturralde—. No le consiento que diga tal cosa de…

El juez lo miró perplejo. Para salir del paso, fue Scotto el que se puso en pie y exclamó un fuerte “¡protesto!”, logrando salvar de ese modo el ridículo del excolegiado.

—No se admite. Letrado, el fiscal solo está leyendo un párrafo del auto de instrucción, no hay nada sobre lo que protestar —aseveró Aguilar con cierta condescendencia. A continuación, se dirigió a Iturralde González—. En cuanto a usted, limítese a responder a lo que le pregunten, no está en su derecho de protestar. Continúe, por favor.

Tras acallarse ciertas risas entre el público, Estuardo prosiguió con la lectura del párrafo:

—… de tal manera, decía, “que debió existir una desigualdad en el trato con otros equipos y la consiguiente corrupción sistémica en el conjunto del arbitraje español”. ¿Qué tiene que decir a esto, señor Iturralde?

Que ese juez está insinuando que el Barcelona compró árbitros y no lo puede demostrar. Igual nos tenemos que juntar los árbitros y querellarnos con el juez.

Estuardo lo miró perplejo. Aplaudió con evidente sarcasmo, apenas tres palmadas porque fue rápidamente reprobado por el juez:

—Letrado, evite aquí esos espectáculos que no contribuyen al buen desarrollo de la vista. Si tiene algo más que añadir, continúe, por favor. En caso contrario, le ruego que dé por finalizado el interrogatorio.

—Disculpe, continuaré, cómo no —aseguró Estuardo—. Así que nadie les presionaba, ha dicho, y que, como mucho, se sintió influido por… ¿cómo ha dicho?... chocar con el autobús blanco. Señor Iturralde, ¿usted sabe con qué arbitro ha perdido más veces el Real Madrid en su campo en toda su historia?

—Sí, je, je, je —se le escapó una risa nerviosa—, conmigo.

—Así es. ¿Y sabe usted, por un casual, quién es el segundo?

—Jo, jo, jo —aquí la risa pasó de nerviosa a siniestra—, sí, fue con mi abuelo.

—Exactamente —asintió Iturralde—. Luego no parece que a los Iturralde les afectara mucho haber chocado con el autobús blanco. Diecisiete años en Primera y el ascenso a la internacionalidad, aunque luego apenas le dieran partidos.

—Llegué a pitar partidos de Champions —contestó Iturralde, cuyo temblor de piernas se trasladaba al resto del cuerpo, lo que provocaba una cierta incomodidad para cualquiera que estuviera viéndolo en ese momento.

—Apenas ocho. Y nunca fue designado para partidos de Mundiales ni Eurocopas. Su nivel era apreciado aquí por el sistema de los señores Sánchez Arminio y Enríquez Negreira, pero no por la UEFA, ni la FIFA.

—¡Estuve siempre entre los árbitros mejor considerados por el sistema!

—Lo sabemos, señor Iturralde, lo sabemos, no se ponga nervioso. Precisamente aquí estamos enjuiciando ese sistema, por lo anormal de su funcionamiento, por premiar a árbitros como usted, que perjudicaban a unos clubes y favorecían a otros, como puede extraerse de las estadísticas de su carrera. Usted tiene otro récord con el Real Madrid y es que nadie ha expulsado tantas veces a su capitán como usted, ¡luego no nos venga con que pitar mal al Real Madrid podía perjudicar a su carrera! Que el máximo rival del equipo que pagaba a Enríquez Negreira perdía con usted el 25 por ciento de sus partidos, que era uno de los peores de toda la competición para ellos.

Iturralde volvió a secarse el sudor con el clínex que sacó del bolsillo, pero lo tenía tan húmedo que se le quedaron pegados varios trozos de papel en la sien izquierda y cerca de la mejilla. Su aspecto era tan deplorable como el hedor que se respiraba en la sala.

—Usted —prosiguió Estuardo— fue designado tres veces para pitar el partido por excelencia de la Liga española y en las tres ocasiones ganó el equipo que pagaba a Negreira. Once goles a favor y ninguno en contra.

—Aquel era un gran equipo —contestó entre temblores—, tenía a muchos de los mejores jugadores del mundo, algo bien harían.

—Claro, era un equipazo, eso no se ha discutido nunca en este juicio. Lo que se discute es que se premiara a los árbitros que no eran neutrales, que se recompensara a los afines al sistema de Negreira, es decir, a los que favorecían al Barcelona o perjudicaban al Real Madrid. Entenderá que se dude de su imparcialidad cuando usted se da abrazos con algunos periodistas para celebrar el 2—6 del Barcelona en el Bernabéu.

—Yo solo puedo decirle que el noventa por ciento de los árbitros son madridistas.

—¡Y dale! Me está usted recordando al presidente de LaLiga, ¿lo sabía? Le cuestionan por la posible corrupción del Fútbol Club Barcelona y usted contesta: “es que el Madrid…”.

— Pues tan a disgusto con el sistema no estaría el Madrid cuando es el único equipo con un “hijo” de Negreira como delegado.

—Qué barbaridad acaba de decir—le recriminó Estuardo—. Supongo que está comparando tener a un excolegiado en nómina como Megía Dávila en funciones de delegado arbitral, con un sueldo en torno a treinta o cuarenta mil euros y todo debidamente acreditado, con pagar varios millones de euros durante diecisiete años al vicepresidente en activo de los árbitros a través de una serie de sociedades interpuestas. Igualito.

Ellos, que siempre dicen que hay que acabar con todos los “hijos” de Enríquez, tanto que se quejan, pues su delegado fue árbitro —respondió. Y con el final de la frase, la gota de sudor que colgaba de la punta de su nariz se desprendió con la misma gracia que Falete en aquel concurso de saltos de trampolín.

—No deja de sorprenderme usted —continuó Estuardo tras una breve pausa—. Mire, el “sistema”, el “Tinglao”, como lo definen algunos en redes sociales. Voy a leerle otro párrafo y usted me dice qué opina… —buscó entre sus papeles y leyó—: “Creo que está de más que los árbitros voten al presidente de la Federación”, porque, “es necesario que el arbitraje sea independiente, difícil que se garantice esa absoluta independencia cuando suman los votos. Luego le pedimos peras al olmo y que no se ponga en duda nuestra profesionalidad y honestidad”, “cuando algunos candidatos tienen, de alguna forma, el control de los votos de los árbitros”. “Es lo que se entiende como un sistema clientelar, un círculo de favores donde me tienes que dar para que yo te dé, luego de tu interés depende facilitar mi poder”.

—Pues… qué tengo que decir, que me resulta familiar —contestó el excolegiado vasco.

—¿Y no le parece que en cierto modo define lo que es el Negreirato? Controlar a los árbitros es un círculo de favores en el que todos se benefician, mire, le leo otro párrafo, “y digo clientelar, porque aquí no fluyen los sobres con papeles, porque de lo contrario, tendríamos que hablar directamente de jerarquía mafiosa”.

El testigo se quedó en silencio, parecía como si ya recordara. Se volvió a secar el sudor y trató de controlar su temblor corporal.

Lo escribió usted, señor Iturralde González. En el diario As, en 2017. Sin quererlo y hablando de otro asunto, estaba definiendo el funcionamiento del CTA y de la Federación Española de Fútbol.

Iturralde González

—Abogaba por la independencia del colectivo arbitral —se defendió.

—Sí, pero estaba dando a entender que podían ser manipulables y que los favores se pagan, no necesariamente con dinero, sino con otro tipo de recompensas. Y llama aún más la atención que, sabiendo todo lo dicho, hiciera campaña en su día por el candidato de Joan Gaspart y Enríquez Negreira a la presidencia de la Federación, el señor Ángel María Villar.

Tras un prolongado silencio, incómodo por la gestualidad del interpelado, este solo supo responder:

—Pues sepa usted que Villar era madridista.

¡Booooom! No se oyó, pero se sintió en la sala. El fiscal Jaime Estuardo se había encontrado con tipos de todo tipo a lo largo de su carrera: narcotraficantes, asesinos, delincuentes de navaja, pero también de cuello blanco, evasores del fisco... Pero en esos momentos estaba convencido de que pocas veces había encontrado un testigo que no respondiera a una sola de sus preguntas, sino que contestara a todas movido por su resentimiento hacia otra entidad o persona. En casos así, solo cabía dejarlo por imposible.

—Señor juez, miembros del jurado, dejo al testigo por imposible. Solo quiero que conste en acta una última prueba que pretendo dejar aquí, una ínfima muestra de lo que se premiaba en el Comité Técnico de Árbitros de los señores Arminio y Negreira, regado con millones por el Fútbol Club Barcelona. Señor Iturralde, ¿qué opina de esta jugada?

No es ni falta. Es una jugada donde Araújo le pone la mano por encima del hombro al delantero en la disputa del balón y este se deja caer.

—Muy bien. ¿Y esta otra?

Es roja, no hay duda. Es clarísima. No hay ni que verlo. Militao no quiere hacer falta, pero se la saca el jugador del Levante.

—“No hay ni que verlo”, usted lo ha dicho. Viste de blanco y los otros de azulgrana, y con eso era suficiente. Y así es como se asciende en el escalafón. No haré más preguntas, señoría.

Estuardo se volvió hacia su banco y buscó un pequeño envase de colonia que llevaba siempre en su maletín. Se echó un poco por el cuello y las muñecas. La abogada Luisa Ramírez se levantó y se acercó al testigo. Tampoco mucho.

—Eduardo Iturralde González. Ha dicho usted que apenas conocía los servicios que prestaban tanto el señor Enríquez Negreira como su hijo.

—Sí, apenas nada, la charla que les he contado y poco más.

—¿No comió usted en el restaurante propiedad de la pareja del señor Enríquez Negreira en alguna ocasión?

—Pues… no lo recuerdo. Hace ya tiempo, sabe, y con el tiempo, esas cosas no se recuerdan con claridad.

—En declaraciones ante la Guardia Civil, uno de sus asistentes en 2010, Jon Núñez, afirmó que el señor Enríquez Negreira les invitó a comer y a cenar el mismo día de un Barcelona—Real Madrid.

—No lo recuerdo —balbuceó Iturralde.

—¿Tampoco recuerda que el hijo de Enríquez Negreira los llevara al Camp Nou ese día o algún otro?

—Pues… no, la memoria a veces juega malas pasadas —se excusó—. Pero no recuerdo al hijo de nada, de ningún servicio de coach, ni de traslados.

—Ya. Pues su asistente cifra en al menos cinco veces las que el hijo le llevó al estadio junto con su equipo de ayudantes —no hubo respuesta, así que la abogada continuó—. La memoria, claro, a veces le falla. A ver si no le falla en esta ocasión. Dice usted que Florentino Pérez le arrinconó y trató de meterlo en una sala del Santiago Bernabéu para presionarlo.

—Sí, así fue, eso lo recuerdo perfectamente.

—Florentino, con su 1,65 y una edad avanzada, empujándolo como un matón a usted, que, como árbitro, estaba en plena forma ¿y mide? ¿1,75?

—Un poco más, 1,77.

—Me cuesta hacerme a la idea. Y primero dice que le metió en una sala, pero luego que no le dejó entrar en el cuarto de los árbitros…

—¿Acaso esto es un juicio en el que se me cuestiona?

—¡Por supuesto que es un juicio en el que se cuestionan todos los testimonios de los testigos! ¿No se había dado cuenta aún? Tratamos de encontrar pruebas, certezas, y con testigos como usted es imposible. Mire, esto es una prueba, ¿sabe lo que es?

Es el acta del partido al que hacía usted referencia, el mismo en el que, supuestamente y siempre según sus palabras, Florentino Lucabrasi Pérez lo arrinconó a empujones y le pidió… no nos ha dicho lo que supuestamente le pidió. ¿Nos lo puede aclarar?

—Me dijo: “Solo os pido que me pitéis igual que al Barça”.

—Eso es, al menos en su imaginario, porque al Barça le pitaba de una manera y al Madrid, de otra. Y dice que lo comunicó al CTA, lo único es que aquí, en el acta, junto a su firma, aparece escrito “sin incidencias” de ningún tipo. Señor Iturralde González, usted no pasaría la máquina de la verdad. Bueno, no hace falta decirlo porque ya se sometió al polígrafo en un programa de televisión y fracasó de manera estrepitosa.

La abogada se acercó a la mesa del juez, depositó el acta como prueba número 324/06 y continuó:

—Señores y señoras, miembros del jurado. Les ruego tomen en su justa medida las palabras de este testigo, cuya fiabilidad ha resultado ser más bien escasa. Del testigo sí sabemos al menos una cosa: que la Guardia Civil no lo está investigando por un aumento excesivo de patrimonio, al contrario que ocurre con otros árbitros investigados a raíz de esta causa. La única propiedad que tiene a su nombre fue embargada hace un año por la Agencia Tributaria. Es difícil dilapidar ese salario de árbitro internacional percibido durante tantos años, pero algo así le ha ocurrido a numerosos exdeportistas por una mala cabeza. No haré más preguntas, señoría.

Iturralde González no esperó ni a que le dieran permiso y salió corriendo hacia el baño. El juez apuntó unas últimas notas en su libreta, tomó el mazo y, dando tres golpes, concluyó:

—Se cierra la sesión. Y por favor, ventilen la sala.

 

Próximo viernes: Árbitros en activo 

 

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Capítulos anteriores: Capítulo 6 (Las pruebas periciales)

Capítulos anteriores: Capítulo 7 (Javier Tebas)

 

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Rafael Gómez de Parada
AFKAB. Artist Formerly Known As Barney. Dice que corre maratones, juega al fútbol y al baloncesto, pero todo con nivel medio, como en el inglés. Nivel alto solo para escribir y portanalizar en La Galerna. Autor de "Volver al asfalto".

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