Ahora que el Madrid está de capa caída, se puede ver a los videntes del apocalipsis, de los que ponen una foto suya vestidos con túnica y sonriendo y debajo un número de teléfono que empieza por ocho, cero y siete, aunque sean ellos los que te llamen. Son fenómenos temporales de la naturaleza como la lluvia de ranas de Paul Thomas Anderson en Magnolia.
Yo los llamaré magnolios. El vidente madridista o magnolio (mayormente apocalíptico, aunque también está el sibilino condescendiente, el irónico, el humorista, el patriarcal, el sabio, el sereno, el grosero, el canalla y algunos más: un abanico de color) es como el eclipse, la aurora boreal o la migración de los ñus en el Masai Mara.
Incluso se oye el ruido de estampida y se ve el polvo que levanta. Luego se mira con atención y no se ve más que a un puñado de señores de empaque decepcionante pues por la prédica uno se imaginaba otra cosa en cualquier sentido. El magnolio está en estos días como la vecina de Mary (Algo pasa con Mary) pasando el aspirador después de haberse tomado por error los somníferos destinados a su perrito Puffy.
El magnolio no duerme. Le obsesiona la situación del equipo, aunque, más que obsesionar, cualquiera diría que le calienta. Al magnolio parece aumentarle la libido en la zozobra mientras que en el triunfo parece dolerle la cabeza. Toda esta visibilidad de videntes madridistas es un fenómeno que no se observaba desde hace años. Es el típico resurgir de los actores, como en las películas de Tarantino.
La última vez que se vio algo así fue en la época de Benítez, aunque haya habido incursiones recalcitrantes de magnolios durante el glorioso trienio zidanista. El magnolio detecta el patrón y salta de la cama como si llegara tarde. La videncia madridista en tiempos de crisis es una sucesión de temporeros levantándose sobresaltados después de tanto tiempo en el catre dibujando monigotes torturados de Benzema, Keylor o Bale.
Se duchan, se lavan los dientes, se peinan, se visten y salen a predicar con emoción. Al principio un poco nerviosos, con los papeles un poco desordenados, pero enseguida se actualizan, copiándose los unos a los otros para acabar en las mismas cantinelas de hace veinte años. Porque el vidente conoce la historia. Tanto la conoce, que se limita a sacarla del baúl sin mirar si entre los trastos ha sacado también una carta de amor (o de desamor) de una antigua novia.
El magnolio es un clásico. Siempre hay alguien que te ama o te hace daño en sus predicciones. Es como cuando en Concord, Massachussets, por ejemplo, sus ciudadanos se visten de rojos y de azules y rememoran su batalla del 19 de abril de 1775. Porque para el vidente siempre es la misma batalla. La de los Minutemen en el puente del Norte. La batalla del presidente, del entrenador, del delantero, del defensa central, y la batalla de la actitud. El vidente juega con estas cinco cosas como un trilero en su callejón sin salida.
A veces el desarrollo de estas cuatro fijaciones alcanza niveles estupefacientes. Yo he encontrado videntes madridistas hablando como Marlon Brando en Apocalipse Now, y de lo mismo que hablaba Marlon Brando en Apocalipse Now: imagínense la vuelta. Así se puede comprender que luego en la bonanza permanezcan en silencio, porque no están sólo en silencio sino postrados después de tan intensas (aun breves) campañas de videncia salvaje.
Los magnolios sufren una especie de hibernación en el triunfo tras lo que, durante esas efímeras “primaveras” suyas, esos días del orgullo agorero, se abalanzan sobre todos en sus diferentes versiones moderadas, graciosillas, radicales, severas, agresivas o insultantes como las ranas de Paul Thomas Anderson. Ranas que caen de pronto delante de uno y comienzan a decirle, una vez tras otra: “Lopetegui no se come el turrón en el banquillo”. No es de extrañar que en la antigüedad a estos extraños fenómenos meteorológicos los llamaran maldiciones.
Aunque no todos, ni siempre, tenemos tiempo para eso, es un buen ejercicio ver los partidos de nuevo, ya sin la pasión o el cabreo por cada balón perdido. Las cosas resultan ser algo diferentes a como las recordábamos.
El artículo me gusta en parte, y lo que no me gusta es que parece una coacción disimulada a la libertad de expresión, como si sólo hubiera una opinión autorizada.
Añado que no creo que esto último sea la intención del autor.
En Magnolia aparece un personaje interpretado por Tom Cruise que bien podría ser ese magnolio madridista del que habla el autor de este artículo. Un tipo maleducado, cabreado, un predicador que lanza discursos en los que suelta cosas como que "los tíos somos la mierda porque hacemos mal las cosas", o algo así. Lo peor es que al Tom Cruise de la peli, como al magnolio del artículo, le escucha mucha gente. Demasiada.
Videntes madridistas hablando sobre el Apocalipsis (Now): "El horror, el horror".
Saludos.
...y como huelen...en flor!