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Llull: La Galerna premió al Hombre Cohete

Llull: La Galerna premió al Hombre Cohete

Escrito por: Pablo Rivas29 marzo, 2023
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And I think it’s going to be a long long time
Till touchdown brings me around again to find
I’m not the man they think I am at home.
Oh, no, no, no, I’m a rocket man.

 

La otra noche, mientras seguía por streaming la I Gala de Premios La Galerna, no pude evitar esbozar una sonrisa de complicidad al escuchar las palabras de Sergio Llull, galardonado con el Premio Forja de la Gloria de baloncesto. “De pequeño, los niños soñaban con jugar en la NBA y yo en el Real Madrid. Ojalá hacerlo unos cuantos años más”. Como orgulloso integrante de ese minoritario porcentaje de hinchas rara avis que aún hoy prefieren el basket europeo al show norteamericano, sentí el impulso fulminante de abrazarlo; si de mí hubiese dependido, en ese instante se le hubiese propuesto una renovación de contrato de duración indefinida, más o menos hasta que las únicas mandarinas que pueda encestar sean las de su carrito en el puesto de la fruta del mercado de abastos.  

Emotivas hipérboles al margen, al mismo tiempo que en la pantalla del escenario aparecía una recopilación de algunas de sus mejores jugadas, de repente me dio por recordar un celebrado videoanálisis del menorquín, realizado hace años por Piti Hurtado, y me puse a tararear Rocket Man, de Elton John. He de reconocer que en algunas ocasiones mi mente suele llevar a cabo conexiones un punto extravagantes, pero en este caso considero la excentricidad bastante justificada. Al fin y al cabo, la canción escogida por Hurtado como alegoría descriptiva de Llull viene que ni pintada: difícil encontrar algo mejor que un cohete para representar el dinamismo que el base de Mahón ofrece cada vez que salta a una cancha de baloncesto. No en vano probablemente los dos sellos más distintivos de su juego sean las penetraciones hacia la estratosfera, elevándose contra todo y contra todos, y las canastas inverosímiles al límite del tiempo de posesión. Se trata de un jugador de alguna manera paradójico, pues resulta meticuloso dentro del caos.

Esa perenne esencia bulliciosa se ha hecho carne de distintas formas y nos ha ofrecido varias versiones. Algunas temporadas su estilo arrebatador ha encontrado acomodo dentro de una partitura coral: escoltado por compañeros en su cenit como Rudy, Chacho, Doncic, Carroll, Campazzo… ha conseguido aportar su energía en beneficio del colectivo, constituyendo un factor absolutamente diferencial en su papel de martillo que daba el golpe de gracia. Otros años, sin embargo, se ha encontrado menos arropado y se ha visto obligado a un protagonismo casi exclusivo en el ataque madridista, acaso más cedido que buscado; en esas rachas el ritmo del conjunto parecía interferido y el excesivo acaparamiento del balón jugaba incluso en su contra, mientras otros pasaban más o menos desapercibidos. En cualquier caso, Llull siempre ha sido el crítico más ácido de sí mismo, a veces me atrevería a apuntar que demostrando una severidad excesiva; se halla tan alejado de la autocomplacencia que no se permite refugiarse en la coartada de las lesiones a la hora de explicar un bienio gris. Un jugador de gran impacto emocional en la pista que fuera de ella evita el tribunerismo barato. Un tribuno de la plebe capaz de expresarse como un senador.

la canción escogida por Hurtado como alegoría descriptiva de Llull viene que ni pintada: difícil encontrar algo mejor que un cohete para representar el dinamismo que el base de Mahón ofrece cada vez que salta a una cancha de baloncesto. Se trata de un jugador de alguna manera paradójico, pues resulta meticuloso dentro del caos

El aficionado caprichoso -disculpen el pleonasmo-, anhelante de caras nuevas cada cuarto de hora, suele abogar por limpias de la plantilla constantes. Dieciséis años en el primer equipo del Madrid suponen una marca impresionante -I think it has been a long, long time-, que sin embargo no evita que haya quien pretenda cambiar la banda sonora del escolta, tratando de sustituir la balada de Sir Elton por el bamboleo de Julio Iglesias: “Caballo te dan sabana porque estás viejo y cansao”. Más aún en esta temporada extraña, en la que la traumática salida de Laso ha dejado una atmósfera enrarecida, con una rotación plagada de talento pero que no termina de carburar con regularidad. A algunos les dan ganas de disparar no se sabe muy bien a qué. Y Llull es, qué duda cabe, un objetivo que se ve desde lejos. Me da la sensación de que en ocasiones el propio jugador es consciente, y a menudo busca la reivindicación apelando a la receta conocida. Al corazón blanco. Llevado por un impulso frenético, casi furibundo, de calmar el desasosiego de la grada a golpe de mandarinas. Por encima de la pizarra, all this science I don’t understand. Un eterno doble o nada que provoca que, si los triples no entran, los mohínes se multipliquen.

No soy nadie para dar consejos, mas en mi opinión creo que Sergio tiene la posibilidad de otro camino más productivo. Un análisis sosegado nos dice que si el Madrid 2022-23 adolece de algo es de orden en la dirección, con un Goss demasiado ciclotímico, con un Hanga cuyo físico auxilia pero no puede inventar, con un Chacho Rodríguez obligado a ofrecerse en dosis escasas como los buenos perfumes, con un Alocén que no ha llegado a tiempo. Probablemente Llull nunca será un base cerebral como los que se esculpen en las canteras griegas, pero puede proponerse, además de fajarse en defensa en sus minutos en la cancha, reconstruir su rol desde el intelecto antes que desde el despilfarro. Más austero, más medido, jugando el dos para dos con Tavares que tan bien les salió en alguna ocasión. Eso no quiere decir que evite golpear puntualmente con el martillo de antaño; se trataría de ser dañino desde la sutileza más que desde el puro aplastamiento. Habrá quien me diga que semejante propósito constituye una entelequia, una transformación demasiado antagónica. Sinceramente, no lo creo. Sin ir más lejos, Rudy se reinventó, una vez la espalda limitó sus expectativas, como el mejor defensor exterior de toda Europa. Otra cosa es que al propio Llull le suponga un punto doloroso mostrar al público que, oh, no, no, no, ya no es el hombre que en casa piensan que es. Podría resultar comprensible. Aunque, por otro lado, no se me ocurre nadie que haya ejemplificado mejor el espíritu gramsciano del optimismo de la voluntad capaz de derrotar al pesimismo de la inteligencia. Qué quieren que les diga. Al fin y al cabo, en La Galerna no se premia a cualquiera.

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