O de dragones, Le Carré, Julio Iglesias y los Stones
Me resulta difícil evitar la tentación, cada vez que hay una previa contra el Liverpool, de pegar el artículo en el que servidor señaló hace un tiempo las múltiples semejanzas entre ambos clubes, así como también sus diferencias, resumidas en la certera asociación Beatles-Pool vs. Stones-Real Madrid. Reconozco que la pereza y acaso cierta escondida vanidad me empujaron de nuevo a ello en primera instancia, pero es más fuerte la responsabilidad que siento hacia los lectores de esta página. De modo que me veo otra vez obligado a buscar nuevos enfoques para el encuentro entre reds y merengues, enfrentamiento por cuya escasez se lamentara Florentino hace algunos años y que desde entonces se afana en repetirse cada poco, como si de una maldición se tratase —una maldición sobre todo para ellos, conviene precisar—.
Buscando información sobre el Liverpool, me sorprendió comprobar que este año ha cambiado ostensiblemente la forma de su escudo. En esta era dominada por el marketing, seguramente los motivos sean prosaicos y hasta un punto espurios, pero me gusta pensar que la modificación se debió, en realidad, a una enloquecida búsqueda de reseteo tras todos los recientes palos recibidos por el Madrid. La lista no es precisamente corta: 2018, 2021, 2022 y 2023. Casi nada; creo haber escuchado por ahí que, desde entonces, Klopp ha dejado la cerveza y se ha pasado al Red Bull.
En cualquier caso, y sea por las razones que fuere, el nuevo emblema otorga protagonismo al Liver Bird, un ave mitológica supuestamente mitad águila —heredera del escudo de Juan de Inglaterra, fundador de la ciudad— y mitad cormorán. Aunque el impreciso trazo del dibujante la hace parecer, sobre todo a ojos hipermétropes, alguna criatura más insólita: quizá un hipogrifo, o incluso un dragón. Comparativa especialmente apropiada, tanto desde la perspectiva científica —existen teorías que defienden que las aves se hallan emparentadas con los dinosaurios— como desde la futbolística: habida cuenta de la ferocidad con la que el Pool se está manejando este año por los estadios de Inglaterra. Por otro lado, para la mayoría de nosotros los dragones constituyen la representación del salvajismo despótico, arquetipo de lo tenebroso y al mismo tiempo inspiran ese respeto que se siente ante lo telúrico. De modo que un club que adopta al dragón como símbolo está haciendo toda una declaración de intenciones. Quién sabe de lo que puede ser capaz: acaso de transformar a Salah de alivio cómico —esa especie de Mr. Bean que se lesiona por intentar agarrar él mismo a su marcador— a amenaza auténtica.
Un club que adopta al dragón como símbolo está haciendo toda una declaración de intenciones. Si el Liverpool se ha convertido en un dragón, necesitamos a un caballero blanco que lo derrote
Llegados a este punto, la alegoría cae por sí misma. Si el Liverpool se ha convertido en un dragón, necesitamos a un caballero blanco que lo derrote. Y qué mejor candidato, ante la desdichada ausencia de Vinícius, que un Mbappé que al fin podrá cabalgar sin obstáculos por su banda izquierda predilecta. Si se me disculpa de nuevo el ominoso pecado de la autocita, recordaré que, cuando hace algunos veranos Kylian dejó tirado al Madrid, el hastío me impelió a vincular sus infinitas indecisiones con Jacques Brel y su ne me quitte pas: ya saben, aquella desesperada súplica de perdón del cantante a su amante por no tener el arrojo de abandonar a su esposa por ella. Es de justicia reconocer que Mbappé finalmente sí dio el paso —no se descarta que fuera motivado por el estímulo de mi punzante texto—, si bien aún parece medio atrapado por la melancolía de la desgarradora canción. Los aficionados estamos deseando que se desembarace de esa pesada carga que parece portar sobre los hombros para abrazar el descaro que caracteriza al Madrid en la Copa de Europa: la insolencia de unos Stones, a veces algo tamizada por la ligereza, un punto frívola, de un Julio Iglesias. Si Mbappé no está preparado aún para abandonar su lengua materna ni se ve con confianza para gritarle a la grada los versos de Sympathy for the devil, me conformo con que mañana se plante en Anfield lo más relajado posible, quizá silbando la versión de La mer del mencionado Julio.
La elección de un tema tan liviano puede parecer una boutade en medio de la ceremoniosa solemnidad que suele transmitir The Kop, pero no se engañen: es más adecuada de lo que parece. Se trata de la banda sonora de la escena final de Tinker Tailor Soldier Spy —El topo, en español—, adaptación de una de las mejores novelas de John Le Carré —no cabe una mayor apología de lo British—, en la que un espía en horas bajas se ve obligado a investigar y si es preciso cargarse a medio MI6 —o similar— por motivos demasiado largos de explicar. Una misión que, ay, he de confesar que se me antoja menos difícil que la conquista de Anfield.
El avispado lector se habrá percatado de que uno ha ido dejando en esta previa, como al descuido, un puñado de canciones, novelas y películas. Considérelas un regalo por si el miedo por la irregular marcha del equipo le insta a buscar otros quehaceres con los que entretenerse la noche del miércoles a las 21h. Aunque, si verdaderamente es madridista, ambos sabemos que tiene poca elección. Estará postrado ante el televisor como todos los demás. Como yo mismo. Arropados por Julio, Brel, Los Stones, Le Carré, Los Beatles o quien se tercie, tratando de alentar y de dar lanzadas desde casa al pájaro-dragón, y así colaborar en la improbable hazaña de los muchachos. Y bien está. Qué otra cosa si no es el Madrid. Une chanson d’amour a bercé mon coeur pour la vie… But what’s puzzling you? Is just the nature of my game.
Getty Images.
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