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Cartas de un madridista Millennial: La vida sigue igual

Cartas de un madridista Millennial: La vida sigue igual

Escrito por: Pablo Rivas19 octubre, 2022
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Hola de nuevo:

Acabamos de ganar al Barça y se me ocurren una serie de reflexiones.

El otro día leí el artículo de Juan Carlos Guerrero  acerca del supuesto origen reciente de la rivalidad entre el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona —según Manuel Matamoros, situado más o menos hace treinta años gracias a una campaña de aquel Canal Plus— y me quedé pensativo. No es el primero que señala la condición transitoria de la efervescencia ligada al partido. Hay quienes dicen que “surgió en los años noventa y antes no era para tanto” y quienes afirman que, tras la bulliciosa década de guardiolistas contra mourinhistas, ha perdido gran parte de su sabor y se ha convertido en una suerte de sucedáneo. Ambas posturas coincidirían, cada una por sus motivos, en atribuir un carácter más bien provisional, racheado en lugar de perenne, al mencionado antagonismo.

Modric Bernabéu Barcelona

Es posible que, en tanto millennial, me falte algo de perspectiva a la hora de enjuiciar la trayectoria histórica del enfrentamiento. Quince años aguantando la gota malaya de los Messi y compañía —y las trompetas incesantes cuyo estrépito te ensordecía con la reiteración de sus méritos futbolísticos y morales— han provocado que me parezca imposible tomarme con calma y desapego el asunto: hay demasiados agravios pendientes. Pero me atrevería a decir que también en tu época la tensión era grande, y que ningún tiempo, desde la implantación del fútbol como deporte de masas en nuestro país, ha sido del todo ajeno a la pugna entre blancos y azulgranas. En todo caso, quizá sí pueda hablarse de gradación de intensidades a lo largo de distintos períodos. O, de manera más precisa, de diferencias temperamentales a la hora de afrontarlo desde el punto de vista madridista; a fin de cuentas, para que una enemistad se perciba como auténtica, resulta imprescindible la reciprocidad.

El Barça siempre ha odiado al Madrid de forma acérrima, por causas tan múltiples que excederían las posibilidades de esta breve misiva —Vázquez Montalbán pasó su vida acumulando coartadas en una dilatada carrera periodística—, y que forman parte de esa crisálida metafórica en la que ese club se refugia cuando la dura realidad de los hechos no le dan la razón. Sin embargo, la visión que el Madrid tenía de su adversario llevaba aparejada un punto de displicencia, que más de uno confundía con arrogancia.

Valga un ejemplo. Hace justo sesenta años, en la temporada 1962-63, cuando Julio Iglesias sufría la dolorosa convalecencia tras el accidente de tráfico que lo retiró de los terrenos de juego, el equipo merengue despachaba con suficiencia sus encuentros contra el Barcelona, 2-0 y 1-5, constituyendo la vuelta un perfecto reflejo de la asimetría en la relación entre ambos: mientras el Barça reclamaba insólitamente la señalización de un penalti claro de Eladio a Gento, el Madrid se encogía de hombros ante la anulación de dos goles, el segundo de los cuales fue hurtado de manera inverosímil, probablemente en un ejercicio de piedad.

El Barça siempre ha odiado al Madrid de forma acérrima, por múltiples causas  que forman parte de esa crisálida metafórica en la que ese club se refugia cuando la dura realidad de los hechos no le da la razón. Sin embargo, la visión que el Madrid tenía de su adversario llevaba aparejada un punto de displicencia

No consideres gratuita la referencia a tu estimado Julio Iglesias, pues me resultará útil: no recuerdo quién dijo que, al comenzar más o menos simultáneamente a Lluís Llach en el mundo de la canción, sus estilos no podían considerarse más antitéticos. El del cantautor gerundense era profundamente serio, comprometido, solemne, pretendidamente trascendente —me permitirás que te señale, sin ánimo peyorativo, un cierto punto de cursilería—. El del madrileño representa todo lo contrario: ligereza, despreocupación, humor, coquetería. Siempre arropado con un guiño final irónico que indica que, aunque las letras puedan incluir algunos términos ampulosos —truhán, señor, quijote…—, no hay que caer en la vulgaridad de la lectura literal y olvidar el componente de juego. Incluso en su canción con mayor carga de sentido, La vida sigue igual, compuesta durante su estado semiparalítico y para cualquier otro fácilmente asumible como relato redentor de una experiencia traumática, el tono aboga por tomarse las cosas con distancia y filosofía. Ya sabes que en el ámbito musical siempre defenderé la identificación del Madrid con los Stones, pero no se me ocurre una metáfora más precisa que esta comparativa Iglesias-Llach acerca de la actitud hacia el Clásico mostrada por las dos entidades durante aquellos años.

Posteriormente, sin embargo, las diferencias de talante se difuminaron. Se podría tener la tentación de resumir la tendencia en que el odio lleva al odio, si bien probablemente se trataría de un reduccionismo injusto: las circunstancias suelen presentar matices más complejos. En cualquier caso, los criados en décadas más recientes somos hijos de una mayor crudeza, y nos cuesta desprendernos del poso de relevancia, un poco enfermiza, que adquirieron los enfrentamientos directos. Hay excepciones, claro: dice el gran Antonio Valderrama, coetáneo y sufridor compartido, que en su caso el ardor ha disminuido en proporción al experimentado en los últimos lustros. Te confesaré hallarme aún lejos de ese punto, y hasta dudar de mi capacidad de templanza al respecto. Ahora bien, quizá esa sensación explique mejor de lo que se quiere admitir la reciente disposición de los blancos en los Madrid-Barça. Sin apasionamiento exacerbado, calculadores en cuanto a los esfuerzos, con escasa sangre en el ojo, incluso perdonando el otro día la goleada, con el rival a su merced. Ademán en absoluto recíproco: los culés continúan con las quejas sempiternas y no pierden la ocasión de herir si se les deja un resquicio. Me pregunto si no será cierta la teoría de la fluctuación y hayamos vuelto a los roles asimétricos de antaño. Acaso al final lo único verdaderamente perpetuo sea el Madrid y su afán por la victoria como fin en sí mismo, sin ataduras simbólicas a ninguna némesis particular. Al fin y al cabo, las obras quedan, las gentes se van, y otros que vienen las continuarán.

Cuídate, volveré a escribirte pronto.

P.

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