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La propiedad transitiva

La propiedad transitiva

Escrito por: Jesús Bengoechea4 octubre, 2015
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En la infravalorada obra maestra de Woody Allen Everyone says I love you, el personaje interpretado por Alan Alda, demócrata a machamartillo, sufre la tara de un hijo adolescente republicano, y se pregunta ofuscado cómo es posible que carne de su carne beba las aguas de la orilla opuesta del río. Una rutinaria revisión médica revela que en el cerebro del púber ha germinado un tumor que, si bien benigno y por tanto inofensivo, ha podido causar extrañas alteraciones de conducta.

-¿Ha notado algo raro en el chico? ¿Alguna actitud vital que no cuadrara con su personalidad, o con los valores aprendidos en la familia?- le pregunta el galeno a Alda, en cuyo rostro de americano burgués podemos intuir, merced a un sutil travelling de acercamiento, una inequívoca sonrisa de alivio.

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Le faltó tiempo a mi amigo Emilio, madridista hasta las cachas y fan de Allen, para dejarse caer por urgencias a fin de llevar a cabo un TAC craneal que despejara dudas ante la dolorosa evidencia: lo que su hija de tres años canturreaba despreocupadamente por el pasillo era el himno del Atleti. Descartada la cuestión médica, mi amigo se dejó caer al día siguiente por la guardería. Su expresión severa denotaba que no estaba para bromas.

-Me parece rarísimo, Emilio- le insistía Nuri, máxima responsable del centro.- Comprendo tu indignación. Pero vamos, que aquí no hay ninguna sospechosa.

-¿Julia?- preguntaba Emilio, en alusión a otra de las cuidadoras.

-Ni mucho menos. Es socia del Madrid desde pequeñita. Te aseguro que de aquí no sale el tema. Hombre, me consta que el padre de alguno de los otros niños es del Atleti. La criatura, en su inocencia, ha podido malmeter.

-La mala hierba que no crezca, Nuri- recomendaba Emilio, el timbre de su voz poseído por un temblor de ira contenida.

-Descuida. Tomaremos el tema con la seriedad que demanda.

Todos podemos comprender que un padre madridista, ante la amenaza de un hijo indio, monte en cólera en la guardería (dando por hecho el contagio) o se persone con el niño en el hospital más próximo y la tarjeta de la Seguridad Social en la mano (no la de Sanitas, visto lo visto con la lesión de Modric el año pasado), preguntando por el neurólogo de guardia.

Lo que nos costaría más comprender es que un aficionado atlético se conduzca de manera similar en la eventualidad de descubrir que le ha salido un hijo madridista. Este hecho puede causar disgusto al progenitor, pero nunca extrañeza. No es necesario acudir a leves afecciones cerebrales, o una hipotética ponzoña vertida en guardería o colegio, para explicar que en casas de marcada tradición colchonera florezcan maravillosos brotes de madridismo que permiten, después de todo, seguir creyendo en la especie humana en su conjunto.

Un buen ejemplo de esto último lo constituyó mi tío Luis Martí, atlético irredento, al constatar –con disgusto, como digo, pero nunca con extrañeza- que uno de sus tres hijos varones le había salido madridista. El primogénito, encima, y el que compartía nombre con él. Horror, como trato de explicar. Pero horror ante la simple imposición de la lógica, lo que difícilmente puede mover al rasgamiento de vestiduras.

Desde el mismo día en que el bravo y atinado muchacho salió del armario, su padre urdió contra él (en connivencia con sus hermanos Paco y Gonzalo) un código de bullying que nada tendría que envidiar a los de los tristemente célebres boarding schools británicos, o al que ponían en práctica aquellos marines de la película Algunos hombres buenos. Nada de ello torció el rumbo decidido de mi primo, que había visto la luz y se sabía llamado a más altas misiones en la vida que contar mes a mes –o más bien en meses alternos- los goles anotados por el negro Cabrera, frecuentemente con el hombro. Pese a la dureza del entorno, Luis resistió.

Una navidad, ya con los niños rozando la adolescencia, mi tío Luis Martí anunció a bombo y platillo que los reyes magos traerían ese año abonos anuales para el Calderón.

-¿Y yo?- preguntó Luis hijo, con el hilo de voz de quien sabe que su pregunta está destinada al fracaso.- ¿Puedo yo tener un abono para el Bernabéu?

-¿Pero tú crees que les voy a dar yo un duro a esos cabrones?- fue probablemente la réplica literal de mi tío. Era un hombre colosal y deslenguado a quien no había más remedio que querer pese a su turbia tendencia apache. Hace ya unas cuantas temporadas que nos falta y aún no me explico esa tendencia. Quizá en este caso sí hablemos de algún tumor benigno e indoloro que le acompañase inadvertidamente hasta su fallecimiento a los noventa, rodeado de todo el amor que con justicia pueda merecer un hombre que tuvo a López por uno de sus ídolos.

-Pero papá…- protestó tímidamente Luis hijo, perfectamente consciente de que su padre le enfrentaba a un último desafío de resistencia: tendría su abono, pero para el Manzanares, si en aquel preciso momento abjuraba de todo vikinguismo y abrazaba el oprobio.

-No te preocupes, hijo- terció en aquel momento su abuela materna, presente en la comida navideña.- No hagas caso a estos desalmados. Yo te pagaré tu abono del Bernabéu. Eso sí, tendrás que buscarte un compañero de partidos, porque no creo que ninguno de estos malandros quiera acompañarte a ver fútbol de verdad.

Yo quiero aprovechar la ocasión del partido que esta tarde nos congregará frente a la tele para rendir homenaje a esa gran mujer. Gracias a ella, mi primo Luis Martí Regalado (a quien por supuesto pongo en copia en mi tributo por su abnegado aguante durante tantos y tantos años) pudo asistir al Bernabéu con regularidad, lo que le permitió no flaquear y proseguir resistiendo el embate de las olas. Gracias a ella, también, mi primo Luis Martí Regalado hubo de buscar un compañero para el fútbol, lo cual le obligó a una encomiable labor de apostolado madridista para con su primo pequeño, Ignacio Bengoechea Martí, a quien terminaría arrastrando al fútbol y a la fe verdadera. Gracias a esta gran mujer, la abuela Fina, el tal Ignacio Bengoechea Martí, a la sazón mi hermano, tuvo ocasión de ser instruido en los principios básicos de todo hombre de bien, a saber: que no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti y que Juanito la prepara y Santillana mete gol. Mi hermano, a su vez, me arrastró a mí en su fiebre merengue.

Imaginaos cuánto le debo, por la propiedad transitiva, a la abuela Fina. De no haber sido por su desprendido ofrecimiento (pagó el blanquísimo abono de mi primo Luis hasta que este fue capitán del Ejército del Aire), quién sabe si el madridismo de Luis no se hubiera desmoronado en aquella comida navideña. En tal caso, Luis tal vez hubiera hecho atlético a mi hermano, y mi hermano (ay) habría hecho lo propio conmigo.

De haber sido así, esta tarde (duele solo pensarlo) acaso me pondría al cuello una bufanda rojiblanca y desearía la victoria del equipo hoy entrenado por quien siendo jugador, tras la porrita con posterior gol de Ronaldo Nazario a los catorce segundos de partido, levanta la mano pidiendo fuera de juego.

Fundador y editor de La Galerna (@lagalerna_). Autor de Alada y Riente (Ed. Armaenia), La Forja de la Gloria (con Antonio Escohotado, Ed. Espasa) y Madridismo y Sintaxis (Ed. Roca). @jesusbengoechea

8 comentarios en: La propiedad transitiva

  1. Nadie escapa a su destino y el tuyo era el madridismo, pero no por mor de la propiedad transitiva sino por tus propias propiedades innatas, tan blancas y preclaras, porque de no haberlas tenido te habrías resistido como hizo tu primo ante la presión a la q le sometió tu tío.
    Saludos

  2. Preciosa historia Jesús. Igual hay que crear la sección "el rincón de la abuela Fina" donde otros puedan contar el "porque" de su madridismo. Esa mujer necesita un homenaje.

  3. Me veo reflejado en tu primo, cuando mi padre, atlético él, se negaba a comprarme la camiseta del Madrid y contraatacaba prometiendo la del atleti (más el chandal y lo que quisiera) si me cambiaba de chaqueta. Suerte que mi madre, como la abuela Fina, me apoyaba en mi madridismo y no caí en la tentación

  4. Buenísimo.

    Algunas veces viene en la educación, otras en los genes, y otras, una buena educación fortalece los genes. Siempre recordaré la frase de mi padre a mi hermano pequeño, ante la perspectiva de sacar adelante en septiembre unos suspensos escolares:

    -Si apruebas en septiembre, te compraré una camiseta del Betis. Si cateas, una del Sevilla...tu mismo.

  5. Venga, lo que ya va tocando en esta web (lo que va faltando) es una sección dedicada íntegramente a lecturas (no futboleras) que todo buen madridista debe de acometer. Y recomendaciones cinéfilas evidentemente. Prometido revisionar el título de Allen.

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