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Nada más que tópicos

Nada más que tópicos

Escrito por: Juan Muñoz Flórez23 diciembre, 2020
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Por su calidad, hemos decidido publicar este cuento participante en nuestro I Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad. Recordamos que el ganador se dará a conocer el día 24 a las 5 de la tarde.

 

—¿Y de qué es el cuento?

—De la Navidad y del Madrid.

—¿Hay premio?

—Sí, pero…

—Qué bien —me interrumpió—. Ojalá ganes. ¿Qué premio es?

—Una camiseta de Gento.

—¿De quién?

—De Francisco Gento, uno de los jugadores más grandes de la historia de nuestr…

—Está bien, amor —me dijo, rodeándome con los brazos para distraer mi atención de la hagiografía de Gento y concentrarla toda en ella—. Pero no te acuestes muy tarde.

Me sonrió, me dio un beso que era de novia pero que bien podía haber sido de madre, y se fue a la cama.

Cuando volví de abrirme la tercera lata de cerveza y me senté de nuevo frente al ordenador, la pantalla seguía igual de blanca que antes de levantarme. Se me ocurrió una mala metáfora con el color del equipo, que por suerte no escribí, y retomé la meditación donde la había dejado.

¿Cómo podría mezclar Navidad y Real Madrid? Sobre todo, ¿cómo podría hacerlo sin caer en tópicos o en clichés? Todas las ideas que se me venían a la cabeza estaban plagadas de lugares comunes, de historias que fluctuaban peligrosamente entre lo lacrimógeno y la vergüenza ajena, fantasías que nunca había vivido y emociones que jamás llegaría a sentir. ¿Qué querrían los miembros del jurado, además? Y en realidad, me decía una y otra vez, ¿por qué me importaba tanto? No, por más que me empeñaba, la conexión entre la Navidad y el Real Madrid me resultaba imposible. ¿Y no sería por mi propia desconexión? La pregunta no estaba mal, pero era del todo inservible para mi objetivo, así que la deseché inmediatamente.

En el dormitorio, Rhona apagó el aire acondicionado. Aquello significaba que estaba a punto de dormirse. De ahora en adelante, debería ser cuidadoso, y si en algún momento de la noche bajaban las musas a verme, teclear con suavidad. Sin embargo, lo único que por el momento me bajaba era una gota de sudor por la espalda y encendí el ventilador. Suspiré. ¿Qué Navidad era esa? A doce mil kilómetros de casa, de Madrid, cuatrocientos grados de día y solo unos pocos menos de noche. ¿Cómo podía hablar de Navidad si ya casi ni recordaba lo que era? Al menos tal y como la gente la recuerda, con frío fuera y mucho calor dentro, aunque luego casi nunca sea realmente así. Más aún cuando tratas de echar la memoria atrás y ni siquiera visualizas con nitidez las caras, tantos años hace que las viste por última vez. Y peor aún si ya jamás las volverás a ver, como es el caso de mis caras.

Una de esas caras y de esas voces es la del dueño de la bufanda que cuelga de la estantería. Me la regaló el primer madridista que conocí: mi padre. Yo me preguntaba si todos los demás concursantes escribirían también de sus padres. También me preguntaba si eso contaría como cliché. Sospechaba que sí, pero, bien mirado, tampoco estaba escribiendo, solo pensando. Y pensaba en que de mi padre solo me quedaba una pluma de oro, una bufanda del Madrid de los años ochenta, como yo mismo, y su voz encapsulada en la primera frase que siempre me decía cuando hablábamos por teléfono: “¿Qué tal, hijo?”. Pues mal, papá, te echo de menos, estamos en diciembre aquí en Manila, cociéndonos de calor, solo tengo a Rhona conmigo, y no se me ocurre nada sobre lo que escribir del Real Madrid y de la Navidad. Solo tópicos, papá. El otro día, que no se me pase, le ganamos 1-3 al Barça en su campo y llevé tu bufanda todo el partido. Solo la uso en ocasiones especiales. Cada vez huele peor, se nota que va para los cuarenta, y por mucho que la laves ya no parece la misma. Yo tampoco, si te digo la verdad.

Solo me di cuenta del tiempo que llevaba embebido, o embobado, por el fundido a negro de mi portátil. Rocé el cursor y la pantalla se iluminó tan inmaculada como la fiesta del 8 de diciembre, que fue ayer, por cierto. Me dije que si en algún momento de la noche empezaba a redactar, ese símil más me valía no incluirlo. “Inmaculada como la fiesta…”, Dios, ¿pero en qué estaba pensando? Ah sí, en ti, papá, y en las Navidades, y en el Real Madrid. Menuda ensalada. Ensalada fría, como la Navidad, o tu cuerpo, o la sensación que me coge cada vez que por estas fechas recuerdo las vacaciones de diciembre allí en tu casa, que no la de mamá. Huy, me sorprendí de nuevo hablando conmigo mismo, ser hijo de padres divorciados en los ochenta no era ni es un cliché. Eso pasaba poco entonces. Por suerte o por desgracia, a nosotros nos pasó. En general, no estaba tan mal, nada de dramas. Pero echaba de menos ver más partidos contigo. En verano no había más que fútbol amistoso, aunque nos veíamos cualquier cosa en la que participara el Madrid, y en Navidad solo compartíamos el baloncesto y el partido de Reyes, día antes, día después. Después, al coche y al punto de encuentro con mamá en algún lugar de la Nacional VI. Quizá por eso recuerdo tanto los pocos partidos que vimos juntos: la final de la Copa de Europa de Sabonis, la primera victoria en Alemania, en el campo del Leverkusen, ¿no?, los Teresa Herrera, conmigo en el hotel María Pita esperando a los jugadores, y algunos más que como no me acuerdo bien creo que me los he inventado. Qué quieres, son muchos años que ya no hablamos ni hablaremos.

No había manera, me lamenté, nada más que tópicos e historias que no podían interesarle a nadie. Miré la hora: las dos y cuarto. Rhona roncaba dulcemente entre la nube de aire caliente y viscoso que se había pegado a las paredes del apartamento y me entró un poco de sueño solo de pensar al ritmo de su respiración. Si cerraba el ordenador y me acostaba, aún dormiría cinco o seis horas antes de salir para el aeropuerto. Pensé un momento en el viaje, dos semanas en la playa, Nochebuena en la playa. Y sí, claro, me apetecía, pero era solo que… Tres, me iba a perder tres partidos del Madrid. Y otras tantas posibles debacles del Barcelona. Dios mío, me dije, venga no, no podía ser así, tenía que crecer, madurar de una vez, y, por encima de todo, ponerme a escribir el cuento. Si no era ahora, no sería nunca. Rhona me había prohibido llevarme el ordenador a la isla.

Durante unos minutos, el ordenador y yo nos miramos. El a mí, fijamente; yo a él, un poco menos, por la cerveza. Finalmente, cuando ya estaba a punto de pulsar mi primera tecla, la letra “Y” mayúscula, dieron las tres y recordé que Zidane ya le habría pasado a la prensa la alineación del partido contra el Gladbag. Me despedí hasta nunca de mi carrera literaria, cerré el archivo de texto intacto y me dispuse a pasar la enésima noche en vela, seguramente perder también algún que otro año de vida, y todo por ser incapaz de reconocer el verdadero orden de prioridades de la vida adulta. Como si me faltara el órgano de la adultez o algo así. En fin, que, pese al bochorno, me puse la bufanda sobre los hombros, encendí la televisión y me olvidé para siempre del cuento. Hacía demasiado calor para ser Navidad y yo, la verdad, no tenía nada más que tópicos y sensiblería barata para hablar de mi amor por el Real Madrid.

Un comentario en: Nada más que tópicos

  1. Pues para ser muy tópico, ha sido muy bonito. Y me alegra ver que hay más gente que planifica su vida en función de los horarios de los partidos del Madrid.
    ¿O era sólo un cuento?

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✍️@Guaschcope

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Perdieron, sí, pero qué admirable Atleti vimos anoche, casi como si su razón de ser en esta vida no fuera única y exclusivamente perjudicar al Real Madrid.

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