Semana Santa, Dios ha muerto, tiempo de pasión, el via crucis, el Gólgota… Tras sendas derrotas frente al Arsenal y al París Basketball, la profusión de alegorías eficaces desbordaba las pretensiones del cronista blanco más ocurrente, en cualquiera de las dos secciones masculinas de la entidad. En este sentido, el cierre del play-in en Viernes Santo podía constituir el colmo de los colmos: la posibilidad de una nueva eliminación aparecía simultáneamente como la más dolorosa de las puntillas y como el cliché más manido.
En situaciones tan decisivas, quien escribe corre el riesgo de cierta mímesis con los protagonistas. En la pista, cuando un jugador se ve atenazado y contra las cuerdas suele recurrir a su gesto técnico predilecto, aquel que le aporta más seguridad: un posteo, un carretón, una parada a media distancia con un tiro en suspensión… Del mismo modo, cuando la tensión de la hoja en blanco se entremezcla con los nervios propios del hincha, el columnista se aferra al tópico y a la anécdota, y sobre el pilar de la efeméride coyuntural edifica su artículo, engarzando metáforas que compensen la ausencia de una reflexión más sosegada, para la cual su alterado ánimo no se halla preparado. Soy consciente de que el lector habitual de la Galerna empieza a estar acostumbrado a encontrarse esta clase de digresiones metaperiodísticas, a caballo entre la confesión y la disculpa, incluidas en la introducción de más de un artículo. Pero ese mismo lector, mon semblable, mon frère, sin duda excusará la osadía: al fin y al cabo, si ha seguido el martirio de temporada europea de los blancos comprenderá que es imposible no resultar repetitivo cuando cada partido constituye, una y otra vez, el obstáculo final sobre el abismo.
Sin embargo y por fortuna, el guion varió respecto al del martes, resultando más coherente con la trayectoria ascendente que los muchachos de Chus habían demostrado en las semanas anteriores a la pifia contra el París. Además, el coraje defensivo llevado a su máximo exponente y la boya salvadora alrededor de la cual se cimentan casi todos los sistemas merengues se vieron esta vez acompañadas de un espectacular acierto en el triple, hasta ahora el principal punto flaco de la temporada. A diferencia de lo que ocurre con Ben-hur y otras películas tradicionales por estas fechas, el conocimiento anticipado del argumento no aporta cálida placidez sino angustia ante lo inevitable, así que los cambios a mejor siempre son bienvenidos en el Palacio. Aunque el espectador, curtido ya en partos sin epidural, no ceja de fruncir el ceño ni cuando el Madrid gana de quince puntos, esperando un giro brusco de los acontecimientos. Algo que suele coincidir con los momentos en que Tavares se sienta unos segundos a recuperar el resuello, el pobrecillo obligado más por el convenio colectivo y la Declaración Universal de Derechos Humanos que por la conveniencia.
En este caso, conviene insistir en que no hubo la más mínima opción de tragedia. Un arranque efervescente liderado por Campazzo, ese “amigo que nunca falla”, sometió desde el comienzo a un Bayern que no supo recuperarse del destrozo sufrido en ese primer cuarto. Un 7/8 en el lanzamiento exterior inicial noqueó a unos alemanes que quizá habían entregado la cuchara desde el instante en que se supo que su mejor hombre, Carsen Edwards, era baja de última hora. Por otro lado, la recuperación de Deck, la concentración y el compromiso de Abalde, el mes bueno de Ibaka y el destierro de los fantasmas de Feliz han aumentado las posibilidades de rotación del Madrid, de manera que se evita parcialmente el sempiterno problema de la pérdida de las ventajas cuando los titulares se sientan. Anoche ni siquiera la presencia de Difallah enturbió la plácida noche en Goya, y las miradas acusadoras que algunos dedican a los brates no llegaron a producirse: Mario estuvo sereno y brillante -lo primero suele aparejar lo segundo- y Musa, que comenzó errático, se fue entonando y reencontrando sensaciones con el paso de los minutos.
Las manos encogidas del Bayern no mejoraron en la segunda mitad, en la que solo los arranques individuales de Napier encontraban, de forma esporádica, el aro blanco. El Madrid, en todo momento dominador del encuentro, amenazaba con rematar a su rival en cada posible ruptura definitiva del marcador y luego levantaba el pie, como queriendo disimular el hecho de que los germanos ya estaban muertos. En esta ocasión, aquellos minutos de la basura a los que tantas veces se refería Trecet duraron más de un cuarto y medio. O, para qué engañarnos, acaso el partido entero.
De cualquier modo, no hay lugar posible para la euforia, puesto que el triunfo blanco guardaba un premio envenenado. Envía a los chicos a jugar frente al Olympiacos, ese eterno ogro que ha aterrorizado durante décadas las canchas de toda Europa. El liderazgo de Fournier y Vezenkov se halla escoltado esta temporada por una plantilla envidiable, cuya rotación repleta de recursos convierte los enfrentamientos en un suplicio. Semejante desafío, en este annus horribilis, no parece una hoja de ruta propicia para que un cronista aterrado abandone sus vicios. No obstante, la oración más sagrada de todas pide ayuda en el esfuerzo de no caer en la tentación, de modo que habrá que intentarlo. A ver si así se cumple íntegra, y también nos libra del mal.
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"Eterno ogro que ha aterrorizado durante décadas las canchas de toda Europa", puffff. ¿Se puede ser más hiperbólico? Sí, pero es difícil. El Olympiacos es un clásico europeo desde mediados de los noventa como algún otro, pero de aquellos años para atrás no pintaba nada de nada, por lo que "eterno ogro" sobra, de eterno nada. Cierto que su cancha es de las más 'calientes' de Europa, sin llegar probablemente a cotas como el Alexandrio de Salónica. En cuanto a las posibilidades del Madrid, pues he de reconocer que pese a mi optimismo con el Madrid en general, en este caso no lo soy tanto, sobre todo por el hecho de que el Madrid jamás le ha ganado a Olympiacos en su cancha en un partido verdaderamente importante (me refiero a estas últimas décadas). Un par de triunfitos en partidos de liguilla y nada más, pero cuando la situación era decisiva, el Madrid nunca ha ganado en La Paz y la Amistad, y para pasar se necesitaría al menos un triunfo. Mis recuerdos me llevan al 'robo' de 1994, con la canasta de Franco Nakic fuera de tiempo. En 1996 no pasamos de los 50 puntos en el partido del playoff, pero les superamos al tener el factor cancha de nuestro lado. En 2008 nos jugamos el pase al cruce alli y también perdimos. Al año siguiente, con factor cancha en contra, dos derrotas y adiós en Madrid con los gestitos de Papaloukas. En 2014 otras dos derrotas, pero pasamos al decidirse todo en Madrid. Sin embargo contra Olympiacos se nos ha dado bien en las finales con un balance favorable de 3 a 1. Resumiendo: si queremos pasar tenemos que romper esa estadística negra.
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