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Llámenme Arrizabalaga

Llámenme Arrizabalaga

Escrito por: Jesús Bengoechea16 agosto, 2023
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Mis amigos de Real Madrid TV (citaré de izquierda a derecha, según la posición del espectador ante la mesa de contertulios: José Luis Cabrera, Miguel Ángel Muñoz, Álvaro de La Lama, Antonio Esteva y Jesús Alcaide) soltaron un golpe de risa o de sorpresa. Ambas cosas se alojan, por si no se sabía, en la misma zona del cerebro, lo que determina que uno sólo puede reírse de lo que le sorprende, con la posible excepción de los delitos del Barça, que a veces todavía sorprenden pero no hacen reír, y otras consiguen que te descojones sin producir el menor atisbo de sorpresa ya. También enfurecen y hacen llorar a las almas de bien, pero ambas reacciones responden a estímulos (con o sin sorpresa) de otras zonas del cerebro, o de las gónadas sobrepasadas.

Florentino y Kepa, posando frente a las catorce orejonas, dieron la vuelta a la camiseta verde de guardameta que sostenían, y para sorpresa (y leve risa) de los presentes en el plató ésta no decía Kepa, sino Arrizabalaga, que no en vano es el portero vasco que ha recalado en Chamartín, el séptimo según Alberto Cosín que es quien se sabe estas cosas.

Álvaro de la Lama no pudo evitar prorrumpir en un amago de carcajada cuando la camiseta exhibió, serigrafiado, un vocativo infinitamente más largo que el previsto, pero reaccionó con el aplomo y la profesionalidad acostumbradas. Los apellidos vascos es lo que tienen. Yo no tengo ocho, pero el que me corona es lo suficientemente intrincado. Sólo la aparición de cierto colegiado, de infausta fama encima, en el panorama futbolístico nacional, lo ha hecho más inteligible para el común de mis compatriotas. Aprovecho para aclarar que… Es igual. Lo cierto es que mi primer apellido ha sido tradicionalmente bien pronunciado en Ghana y Gales, pero ha desencadenado épicas tormentas de confusión en lenguas y cuerdas vocales del resto de lugares del globo. Tampoco en el País Vasco, claro, de donde era mi padre y a mucha honra.

El apellido como Medusa a la que hay que abstenerse de mirar a los ojos para no quedar petrificado. Bilardo habría orquestado centenares de maniobras de distracción resultadistas en torno a este apellido. Si al apellido le unes que es cojonudo -porque los porteros vascos no son magníficos ni óptimos ni soberbios, sino cojonudos-, no veo ninguna razón por la cual Kepa tenga que conformarse con ser un parche para el mejor portero del mundo

-¡Arrizabalaga!- enunció al fin, triunfante, Álvaro, tras unos segundos de zozobra. El impacto de las cosas impronunciables es más notorio cuando se presentan sin avisar y en riguroso directo. La cara de somero cachondeo del nuevo portero blanco parecía rubricar la broma desde Valdebebas, el reto inocente y de sopetón. A decir verdad, fue una sonrisa que el de Ondárroa no perdió en ningún momento. Parecía genuinamente divertido ante lo surrealista de tanta felicidad. Le daba un poco la risa, como de no creérselo, que es seguramente (el no creérselo) lo que sintió cuando recibió aquella llamada, y lo que siguió sintiendo mientras le comunicaba al Bayern de Múnich (o sea, a uno de los pocos que puede mirar a la grandeza del Madrid cara a cara) que prefería probar suerte un año en el club blanco antes que firmar un compromiso a largo plazo con el histórico equipo bávaro. Hay que tener mucha fe. Hay que atesorar mucho coraje. Hay que ser muy del Madrid. Hay que saber sonreír así, hay que saber acordarse de los lesionados (incluyendo Courtois), hay que entender en el fondo del alma que el señorío del Madrid tiene mucho de norteño, y que por eso es en el norte donde más nos quieren y nos odian y nos desafían desde los tiempos de Zamora.

Yo abogaría por que el aplastante apellido de Kepa apareciera no solo en el reverso de su camiseta, sino en la parte de delante también. De este modo, no solamente le haremos la picha un lío a Carlos Martínez en las retransmisiones, sino que los propios delanteros rivales se sentirán abismados en intentos de pronunciación interna, y tratarán infructuosamente de evitar el contacto de las propias pupilas con ese apellido que no es un apellido, sino un desafío insoslayable, un acantilado fatal, cuando se acerquen a los dominios del arquero. Abirra, Azarra, Aberragalaga y fuera. Por encima del larguero. El apellido como Medusa a la que hay que abstenerse de mirar a los ojos para no quedar petrificado. Bilardo habría orquestado centenares de maniobras de distracción resultadistas en torno a este apellido. Si al apellido le unes que es cojonudo -porque los porteros vascos no son magníficos ni óptimos ni soberbios, sino cojonudos-, no veo ninguna razón por la cual Kepa tenga que conformarse con ser un parche para el mejor portero del mundo. “Ojalá”, respondió cuando le preguntaron si se veía en el Madrid más allá de este año de auxilio forzado por la lesión de Thibaut.

Pues eso, que ojalá, pero vayamos por partes. Aún no hemos terminado de pronunciar “Arriza”, como para pensar ya en el final. De momento, a pararlo todo en los entrenamientos (como él mismo dijo, evitando darse por titular) y a soñar con el marco de esa portería sin perder esa sonrisa de galán antiguo y altanero.

 

Fundador y editor de La Galerna (@lagalerna_). Autor de Alada y Riente (Ed. Armaenia), La Forja de la Gloria (con Antonio Escohotado, Ed. Espasa) y Madridismo y Sintaxis (Ed. Roca). @jesusbengoechea

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