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Entrevista a don Santiago Bernabéu

Entrevista a don Santiago Bernabéu

Escrito por: Fred Gwynne4 julio, 2021
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Querubín Consuegra dormía boca abajo, desnudo, en la habitación 107 de la primera planta del Hotel Salinas. Había llegado a Santa Pola la tarde anterior, un 22 de junio, una semana antes de la entrevista que su periódico, el diario deportivo Marca, el más leído en España, había pactado con don Santiago Bernabéu, el Presidente del Real Madrid y una de las personas más influyentes del fútbol mundial. Le había parecido una buena idea aprovechar la entrevista para disfrutar de unas merecidas vacaciones (llevaba más de seis meses sin apenas descanso), ligar (llevaba cuatro años, siete meses y dos días sin hacerlo) y practicar su deporte preferido: la pesca submarina.

Faltaban seis días para la cita con don Santiago y él, tan profesional como metódico, ya tenía preparadas todas las preguntas. Eran tan incisivas como el fusil que iba a utilizar para arponear meros, lubinas y pulpos. Precisamente estaba soñando con un taimado marlín, que, agazapado, se le adelantaba en todas sus capturas ensartándolas con su mandíbula en forma de lanza, cuando el sol, que lentamente había empezado a filtrarse entre las láminas de la persiana de su habitación, iluminó sus ojos y le despertó. Estiró los brazos, se rascó la cabeza y, después de remolonear unos minutos, se levantó de un salto para disfrutar de su primer día de vacaciones. El hotel estaba en primera línea de mar, a unos escasos 50 metros del puerto de Santa Pola. Esto le ahorraba el engorroso asunto de vestirse con el traje de pesca submarina en la pequeña embarcación que había alquilado a su llegada: su idea era hacerlo directamente en su habitación, en la ducha y, desde ahí, con las aletas en una mano y el fusil en la otra, encaminarse directamente a pescar.

Querubín Consuegra Había llegado a Santa un 22 de junio, una semana antes de la entrevista que su periódico, el diario deportivo Marca, el más leído en España, había pactado con don Santiago Bernabéu

Sacó el traje de buceo, abrió la ducha, se metió en ella y empezó a enjabonarlo con mimo; esta era la única manera —después de un largo invierno entregado en cuerpo y alma a los torreznos, los cocidos y los pestiños untados en chocolate— de que el ajustado traje de goma se deslizase sobre su rechoncho cuerpo sin asfixiarlo.

Una vez enjabonado el traje, se tumbó boca arriba en el suelo de la bañera y empezó a vestirse. Primero un pie, luego otro y después, arqueando el cuerpo, dio unos buenos tirones para embutirse, al menos hasta la cintura, aquella segunda piel. El resto, meter los brazos, el torso y subir la cremallera, era —después de ceder el traje con su oronda barriga— un poco más sencillo. Tardó varios minutos en conseguirlo, pero por fin, después de varios infructuosos intentos en los que el traje se le escurría entre las manos por el exceso de lubricante, terminó de vestirse. Se puso de pie, se dio una ducha para eliminar el exceso de jabón y sonrió pensando en el maravilloso día de pesca submarina que le esperaba.

Día que, desafortunadamente, no tuvo la dicha de disfrutar, ya que quiso la mala suerte que un segundo antes de salir de la bañera —con, todavía la sonrisa boba pintada en su cara— pisase la pastilla de jabón y saliese despedido patas arriba, arrancando, en un primer y desesperado intento por sujetarse, la cortina de la bañera y el riel que la sujetaba y, en un segundo, que fue el que provocó la posterior inundación, la alcachofa de la ducha.

Querubín Consuegra vio el techo del baño, escuchó el estruendo de su propia caída y se desmayó, no sin antes golpearse la clavícula izquierda, la tibia de la pierna derecha, dos costillas flotantes, la nariz y la mandíbula, con el borde de la bañera y la taza del inodoro.

buzo en bañera

Un par de horas más tarde, cuando el agua que manaba por debajo de la puerta de la habitación 107 empezó a descender formando una sucesión de pequeñas cascadas por la moqueta de la escalera que desembocaba en la recepción del hotel, uno de los empleados se encontró —después de llamar infructuosamente durante varios minutos a la puerta y verse obligado a abrirla con la llave maestra— al Señor Consuegra vestido de buzo, grogui, con medio cuerpo dentro de la bañera y el otro medio, cabeza incluida, dentro de la contigua taza del váter.

El director de Marca, Marcial Sugrañes Bengoechea, después de enterarse de lo sucedido, cogió su coche, se plantó en Alicante, se metió una buena mariscada, dos botellas de Rioja, cuatro copas de coñac que cargó a su empresa como gastos de representación y se volvió para Madrid. A la altura de Villena, con la sensación de que se le olvidaba algo importante, paró su coche en el arcén. Tenía el presentimiento de que algo iba mal, pero, por más que estrujaba su cerebro, era incapaz de saber qué. Cinco minutos más tarde, con el sopor de la digestión eliminando cualquier atisbo de lucidez, reclinó su asiento y se dispuso a echar una cabezadita.

El director de Marca, Marcial Sugrañes Bengoechea, después de enterarse de lo sucedido, cogió su coche, se plantó en Alicante

—¡COÑO, CONSUEGRA!

El sonoro nombre le vino de golpe, como un relámpago.

—Joder, qué cabeza, no puede estar uno a todo —se dijo arrancando el coche, quitando el freno de mano y dando velozmente la vuelta.

Una hora y cuarto más tarde estaba en el Hospital General de Alicante, al lado de Querubín, interesándose por su (lamentable) estado y prometiéndole, entre disimulados bostezos, que no se preocupase, que le esperaría el tiempo necesario para que pudiese realizar la ansiada entrevista a don Santiago.

—¿Te importa que me eche a tu lado, Querubín?, no veas el día que llevo, estamos desbordados de trabajo.

Querubín, con la nariz rota, la mandíbula vendada, la pierna escayolada y lo suficientemente sedado como para confundir a Sugrañes con Sarita Montiel, no dijo nada, intentó echarse a un lado, gruñó de dolor y se desmayó.

Una cabezadita más tarde, Sugrañes, se despidió de Querubín con un efusivo abrazo que estuvo a punto de romperle la única costilla que le quedaba sana, no sin antes piropear a una enfermera (“¡Me pones el endoscopio a mil, guapa!”), robar un par de toallas para su colección y desearle una pronta recuperación.

Consuegra

La convalecencia fue, a pesar de los fracturas y los golpes recibidos, más corta de lo esperado. En poco más de dos meses, a mediados de septiembre, volvió a estar disponible para su periódico. No hay mal que por bien no venga y aquellos 68 días en el hospital, escayolado, con una dieta libre de grasas, además de quitarle catorce kilos de encima, le hicieron preparar la entrevista a conciencia. Estaba convencido de que, a pesar del carácter hosco de don Santiago, iba a arponearle el corazón, mostraría a sus lectores el hombre que se ocultaba detrás del dirigente, atravesaría la puerta de su alma.

—Don Marcial, soy Consuegra, ya estoy recuperado, puedo hacer la entrevista cuando usted quiera, estoy a su entera disposición.

—Perfecto, mañana mismo hago las gestiones pertinentes. Por cierto, Consuegra, entre tú y yo, ¿sería posible que me trajeras… así, disimuladamente, tú ya me entiendes, un par de toallas del baño de don Santiago?

Dos días más tarde, el martes, recibió una llamada del redactor jefe comunicándole que la entrevista estaba pactada para ese mismo fin de semana. El Real Madrid jugaba el domingo en Elche y el sábado Bernabéu le recibiría en su chalet de Santa Pola a las nueve de la mañana.

—Don Marcial, soy Consuegra, ya estoy recuperado, puedo hacer la entrevista cuando usted quiera, estoy a su entera disposición

—Me ha dicho don Marcial que si quieres puedes ir ya y disfrutar de unos días de asueto, eso sí, me ha recalcado que corren por tu cuenta, que las ventas andan flojas.

Volver a practicar la pesca submarina le pareció, a pesar de que todavía le asaltaban pesadillas en las que se veía a sí mismo volando por los aires, una buena idea. Necesitaba probarse, hacer borrón y cuenta nueva, y nada mejor que meterse de nuevo en aquel traje y sumergirse en las aguas del Mediterráneo para conseguirlo. Se encontraba bien, con la autoestima alta.

Llegó a Santa Pola el miércoles a la hora de comer. Se dirigió directamente al puerto y alquiló la misma barca que en su anterior viaje. Luego se encamino al Hotel Salinas, alquiló la misma habitación (su superstición le indicaba que para superar aquel pequeño trauma tenía que seguir el mismo ritual) y se tumbó cuan largo era en la cama. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, se levantó y, sin necesidad de jabón ni de ducha, se puso el traje de buceo. Le quedaba como un guante. Se miró en el espejo del armario de la habitación y se lanzó un beso. Luego cogió la bolsa en la que llevaba las aletas, el fusil, los plomos y las gafas de buceo y, esta vez sí, con una sonrisa en la boca, puso rumbo a la aventura.

La mañana fue fructífera. Un pulpo de dos kilos y medio, una corvina y cuatro doradas. Pensaba venderlos a cualquier restaurante y sacar un pequeño sobresueldo. Al llegar al puerto decidió colgar las capturas del cinturón de plomos que rodeaba su cintura. Quería llegar al hotel caminando lentamente, como John Wayne, presumiendo de pesca, marcando territorio. Amarró la lancha al muelle y subió a la estrecha pasarela que, con barcos a derecha e izquierda, le iba a llevar hasta el malecón.

buzo playa arpón

Había empezado a caminar cuando vio como dos guapas mujeres, rubias, extranjeras, posiblemente suecas, vestidas con unas cortas minifaldas que dejaban a la vista unos tersos muslos. Salían de un yate y miraban con curiosidad la pesca que colgaba de su cintura. Querubín metió tripa, se puso el fusil al hombro y, justo al pasar a su lado, cuando iba a guiñarles un ojo, su pie pisó una pata del pulpo…

Esta vez la recuperación fue mucho más corta. El aterrizaje —después del cómico resbalón que hizo que las suecas no pudiesen evitar soltar una sonora carcajada— sobre la chalupa del pescador que en ese momento estaba atracando dos metros más abajo de la pasarela, apenas le causó daños. No pudo decir lo mismo del barreño repleto de erizos de mar que se incrustó en su trasero. Ese dolió tanto como las risas de las suecas.

Querubín Consuegra, tumbado boca abajo en la camilla del ambulatorio, con su trasero al aire lleno de púas, se prometió a sí mismo no volver a practicar nunca más pesca submarina ni volver a mirar a una sueca.

Ni supersticiones ni leches, fin, se acabó.

—Tranquilo, ya falta menos —dijo la enfermera sacando la enésima espina con unas pinzas. ¿Así que dice usted que un barreño de erizos, no?

Querubín Consuegra, tumbado boca abajo en la camilla del ambulatorio, con su trasero al aire lleno de púas, se prometió a sí mismo no volver a practicar nunca más pesca submarina ni volver a mirar a una sueca

El jueves y el viernes los pasó en la habitación del hotel, sin moverse, repasando una vez más (cuando el dolor de las espinas de los erizos se lo permitía) las preguntas de la entrevista de don Santiago. Había comprado una botella de vino, pan, embutidos, fruta y un flotador en el que poder sentar su maltrecho trasero. Los dos días se le pasaron volando.

Por fin llegó el sábado. Su gran momento.

—¿Qué le parece si cogemos la barca y nos vamos a pescar? —le dijo Bernabéu cinco minutos después de sentarse en el salón de su chalet.

Mal, le parecía mal, su relación con el mar se había, por razones obvias, deteriorado, pero se abstuvo muy mucho de decirlo. Sabía que Bernabéu era un gran apasionado de la pesca con caña y pensó que igual ahí, en el mar, practicando su afición, relajado, la entrevista sería mucho más natural, más auténtica. Además él también pescaba asiduamente y conocía todos los peces. Su afición era común, eso podía ser un buen punto de partida.

—¿Así que también es usted pescador, señor Consuegra?

—Querubín, llámeme Querubín, don Santiago. Sí, sí, lo soy, pero de pesca submarina. Es un deporte nuevo, lo practicamos muy pocos, pero es apasionante.

—¿Qué le parece si cogemos la barca y nos vamos a pescar? —le dijo Bernabéu cinco minutos después de sentarse en el salón de su chalet

La mañana transcurría plácida. El mar estaba como un plato, tranquilo, transparente. Daban ganas de saltar de la barca y pegarse un baño. Bernabéu sacó un aparejo, puso el plomo y cebó el anzuelo.

Querubín, a la vez que le sacaba las fotos para la entrevista, iba escribiendo mentalmente, línea a línea, el texto:

 

Me recibe don Santiago en mangas de camisa, con su sonrisa franca, su nariz recia, achatada, sus ojos siempre vivos y un puro recién encendido en la boca. Es un hombre fuerte, alto, serio como un general e inquieto como un niño travieso. Salta de un tema a otro con tanta facilidad como manejaba la pelota de interior derecho en un incipiente Real Madrid. La conversación viene y va, me enseña su carnet de socio número 8, me habla del “salto de la rana” del Cordobés sin venir a cuento y me pregunta si quiero un café. Tiene un humor socarrón. Me cuenta un chiste sin gracia y ríe estentóreamente.

No nos habíamos acomodado en el salón de su chalet de Santa Pola cuando ya me estaba proponiendo ir a pescar en su barca. Antes de salir me da tiempo a ver una pequeña vitrina llena de objetos dispares: un capote en miniatura con un pequeño escudo del Real Madrid bordado, una foto del Manchester, otra de Di Stéfano, banderines, placas conmemorativas, varios trofeos de pesca, un billete de avión, una medalla de oro y platino con la efigie de Don Santiago…

 

—Te pillé —gritó don Santiago dando un tirón a la caña y girando la manivela del carrete. Querubín, dese prisa, acérqueme el salabardo.

Un minuto más tarde, una corvina de más de tres kilos de peso boqueaba en el suelo de la barca. Era el momento de la primera pregunta, Bernabéu estaba feliz, radiante.

—Don Santiago, ¿por qué Kopa no habla español? ¿No cree usted que no se está integrando?

—Se equivoca, Kopa habla perfectamente español, tiene mucho nivel, lo que pasa es que es tan perfeccionista que prefiere reservarlo para sus compañeros. Le voy a decir algo más, apunte, apunte, Kopa es el que más gracia tiene diciendo tacos, a veces se lía con el francés y…

—¿Se lía? ¿No dice usted que habla español perfectamente?

—Sí, sí, pero a veces se lía, es normal, dice por ejemplo “Me cago en la putain” y nos descojonamos vivos. Es un fenómeno.

—Últimamente están arreciando las críticas contra el entrenador, se dice que el Madrid no juega a nada: ¿Tiene flor Miguel Muñoz?

Bernabéu dejó la caña apoyada, frotó sus manos de forma mecánica y se recolocó en la bancada. Su rostro había cambiado.

Bernabéu barca

—Eso no es verdad, es falso, Muñoz es un entrenador extraordinario. Es imposible ganar tantos títulos solo con la suerte.

—Suerte la de los extranjeros. ¿No cree que el Real Madrid se está olvidando de la cantera? ¿Acaso se le han subido los billetes de mil a la cabeza y ya no mira por el producto nacional?

—Eso también es falso. ¿Es que todo lo que hace el Real Madrid le parece mal?

—No se enfade, don Santiago, no pregunto yo, preguntan los lectores, yo me debo a ellos.

—Pues dígales a sus lectores que el Madrid es un equipo español, que cuida su cantera y que ficha a los mejores futbolistas españoles y extranjeros.

—Se lo diré, don Santiago, se lo diré, pero también tendré que decirles por qué Gento sigue sin saber centrar. Mucho correr, mucho correr, pero a la hora de la verdad… ¿Cree que su fichaje ha sido oportuno?

—Gento es el mejor extremo del mundo, su fichaje ha sido uno de mis mayores aciertos.

—Dicen nuestros lectores que Puskas está gordo, que es un fichaje sin futuro. ¿Ha pensado el club en hacer algo al respecto?

—Sí, dejar de conceder entrevistas…

Querubín tragó saliva. No estaba dispuesto a dejarse amedrentar, tenía las preguntas preparadas y no pensaba cambiarlas.

—¿Es cierto que el Club no tiene un departamento para los fichajes, que no se fía de nadie y que es usted mismo el que elige a los futuros jugadores por su rostro, por la jeta? ¿No le parece que eso es muy poco profesional para un Club de la grandeza del Real Madrid?

—Sí, es cierto, a los diez minutos de estar con un jugador ya sé si vale o no para el equipo. Y no me suelo equivocar, es más, mire, me pasa lo mismo con todas las personas, ahora mismo estoy viendo su jeta y sé que estoy delante de un gilipollas.

—A los diez minutos de estar con un jugador ya sé si vale o no para el equipo. Y no me suelo equivocar, es más, mire, me pasa lo mismo con todas las personas, ahora mismo estoy viendo su jeta y sé que estoy delante de un gilipollas.

Querubín encajó el golpe, pero no pestañeó. Iba a conseguir el mejor titular del año. Lo intuía.

La batería de preguntas continuó…

—¿Cree usted que con Santamaría y Marquitos, una defensa de alpargata, vamos a alguna parte?

—¿Es cierto, señor Bernabéu, que no va a fichar para así poder remodelar el estadio? ¿Es necesario hacer una caja de zapatos más grande hipotecando al Club?

—¿Es necesario fichar a un jugador uruguayo teniendo en la Legión excelentes jugadores?

—¿Se ha merecido Didí, un jugador tan talentoso, una despedida tan fría? ¿Acaso el Madrid no sabe despedir a sus jugadores?

Bernabéu había cambiado el moreno de su rostro por un rojo encendido. Era el momento de balsamizar la entrevista, de buscar el lado más humano:

—Su mujer era la viuda de uno de sus mejores amigos. ¿Estableció usted relaciones…

Querubín Consuegra notó el golpe un segundo antes de terminar la pregunta y dos segundos antes de caer al agua. Los noventa kilos de Bernabéu, concentrados en su puño, se estrellaron contra su ya maltrecha nariz. Cuando se quiso dar cuenta, Bernabéu había arrancado el pequeño motor de su barca y le había dejado solo, allí, a unos cuatrocientos metros de la costa.

Su nariz había empezado a sangrar. El agua no ayudaba a cortar la hemorragia. Se puso a nadar. Unos cincuenta metros más adelante notó una sombra bajo el agua…

Tiburón

—Joder, Consuegra, qué mala suerte, te pasa de todo —le dijo Sugrañes tumbándose cuan largo era a su lado, en la cama del hospital—. ¿No te importará que eche una cabezadita? No, no, no hace falta que contestes, tú tranquilo, has perdido muchas sangre, mira qué toparte con un tiburón en el Mediterráneo. Lo veo y no lo creo. Por cierto, ¿te acordaste de mis toallas?

 

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Soy un hombre hecho a mí mismo. El problema es que me sobraron algunas piezas. SOL O CONTIGO. Persigo playas.

10 comentarios en: Entrevista a don Santiago Bernabéu

        1. Hablando de colores. La que se ha liado, pero lo están tapando en España porque está implicado un futbolista culé..., en Francia con empleados de hotel japoneses y el futbolista de por medio. Las palabras racistas, despectivas y xenófobas del azulgrana han provocado que hasta Macron haya tenido que intervenir para pedir disculpas a los del Sol Naciente.

  1. Mi abuelo se parecía , incluso físicamente, a don Santiago. Aunque de carácter más amable, le encantaba el mar, tenía un humor socarrón , además de descojonarse estentórea y muchas veces súbitamente de alguna ocurrencia, sin poder acabar el chiste por la risa y ante el asombro de la concurrencia. He aquí mi recuerdo y pequeño homenaje para ambos dos.

  2. Muy buena foto la del presi en la barca. Pero, me gusta mucho también la del propio Fred ,asiendo cautelosamente el fusil subacuático, ataviado con el traje de neopreno.

  3. Excelente relato.

    Ese tiburón, BLANCO por supuesto con el escudo del Real tatuado en la aleta de meter miedo, era un admirador de Don Santiago (+) que había venido nadando desde Australia para conocerlo.

    Menudas parrafadas se pegaban los dos frente a su chalet en el varadero de VATASA donde hacia noche, le encantaban los limones de Doña María y las naranjas del Sr.Lusarreta...

    Y si Don Santiago le dijo a QConsuegra que era un gilipollas y lo "emburriò" al agua, no me extraña que quisiera darle un susto por irreverente, es lo que tenemos los Madridistas cuando se meten con nuestros idolos, que enseñamos los caneros.

    !!! HALA MADRI !!

  4. Don Fred, tan genial como siempre.
    La entrevista puede ser una creación literaria, pero podría haber sucedido.
    Recuerdo a un jovencísimo JMG al inicio de su exitosa y maligna carrera, dándole palos a Bernabéu, un día sí y otro también.
    Hablaba de la necesidad de "modernizar" el club, y que no se podía dirigir un club del siglo XX, llevando las cuentas en una libreta con pastas de hule.
    La modernización pasaba por la necesidad de que Bernabéu, que ya estaba "gagá", dimitiera de la presidencia.
    Hoy, con otros protagonistas, escuchamos cosas muy parecidas.
    Saludos.

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