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El cisne blanco

El cisne blanco

Escrito por: Pablo Rivas14 noviembre, 2023
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“Llamamos azar a nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad”

Jorge Luis Borges

 

En el año 2007, el ensayista e investigador libanés Nassim Nicholas Taleb publicó un interesantísimo libro que trataba el concepto de cisne negro. Esta expresión, cuyo origen reside en el poeta latino Juvenal rara avis in terris nigroque simillima cygno—, puede traducirse algo así como “un ave rara en la tierra, y parecida a un cisne negro”. No obstante, la interpretación de Taleb es más jugosa que una simple metáfora.

La idea principal alrededor de la que gira todo su ensayo se resume fácilmente: los seres humanos subestimamos el papel del azar en los sucesos que ocurren y sobrestimamos nuestra capacidad de control. A lo largo de los capítulos, va enumerando una serie de acontecimientos como ejemplos de cisnes negros: Internet, la I Guerra Mundial, el 11 de septiembre, el funcionamiento de las bolsas financieras y de la banca… La categorización de un suceso como cisne negro la explicó de manera más precisa el propio autor en una entrevista en el New York Times:

“Lo que aquí llamamos Cisne Negro es un evento con los tres atributos siguientes. En primer lugar, se trata de un caso atípico, ya que se encuentra fuera del ámbito de las expectativas regulares, porque no hay nada en el pasado que puede apuntar de manera convincente a su posibilidad. En segundo lugar, conlleva un impacto extremo. En tercer lugar, a pesar de su condición de rareza, la naturaleza humana nos hace inventar explicaciones de su presencia después de los hechos, por lo que es explicable y predecible”.

Nassim Nicholas Taleb

Es decir, un acontecimiento se considera un cisne negro cuando el evento es una sorpresa para el espectador, tiene un gran impacto en la realidad y, una vez ocurrido, se racionaliza falsamente en retrospectiva, como si pudiera haber sido esperado con la información incompleta de la que se disponía —“cómo no lo vi venir”, fustigación habitual con la que, inútilmente, tratamos de consolarnos a posteriori—.

Un acontecimiento se considera un cisne negro cuando el evento es una sorpresa para el espectador, tiene un gran impacto en la realidad y, una vez ocurrido, se racionaliza falsamente en retrospectiva, como si pudiera haber sido esperado con la información incompleta de la que se disponía

Si uno repasa la trayectoria del Real Madrid a lo largo del siglo XX, su consolidación como mejor equipo de la historia constituye uno de los mejores ejemplos de la teoría del cisne negro aplicada al ámbito deportivo. ¿Quién podría predecir que un conjunto de segunda fila a principios de la década de los 50 iba a terminar convirtiéndose en la mayor bestia competitiva del continente? Al analizar los hechos superficialmente, suele consensuarse que la coincidencia temporal entre la creación de la Copa de Europa como principal torneo otorgador de méritos y la mejor plantilla de la historia madridista explica —de manera retrospectiva— el fenómeno. Pero si uno se aproxima más en profundidad a los detalles que rodearon el origen de la Liga de Campeones, el componente azaroso se multiplica.

Bernabéu, Kopa, Di Stéfano, Gento

La génesis de la Copa de Europa, como tantas otras efemérides, proviene de Francia. El diario L’Équipe, que llevaba tiempo planteando desde sus páginas la cuestión de cómo discernir al mejor equipo europeo, aprovechó un enfrentamiento entre el Wolverhampton y el Honved de Budapest para solicitar una competición que enfrentara a los campeones de todos los países del viejo continente a eliminatorias a doble partido. El artículo del periodista Gabriel Hanot tuvo muy buena acogida, y enseguida comenzaron los preparativos, a medias entre el diario y un puñado de directivos de distintas federaciones futboleras, a los que más tarde se sumaría la UEFA. A principios de 1955 se realizaron encuestas a clubes de varios países y se constituyó un borrador en febrero, cuyas líneas generales se perfilarían durante los meses siguientes. A la primera edición se accedería por invitación, con prioridad para los campeones nacionales y para clubes de reconocido prestigio. Y, en aquellos años, si había un club con prestigio en España, era el Fútbol Club Barcelona. Así lo cuenta Carlos Pardo, corresponsal de L’Équipe en Barcelona, en una entrevista en la Vanguardia (página 63 del ejemplar del 30 de mayo de 2004):

 “L'Équipe” me pidió –era su corresponsal en Barcelona– que invitase al FC Barcelona a participar en la primera Copa de Europa, en 1955, una iniciativa del diario porque en invierno vendían pocos ejemplares, a diferencias del verano con el Tour. La participación era por invitación y en España los requisitos objetivos y de prestigio sólo los cumplían Barcelona, Madrid, Valencia y Bilbao... Antes de ir a hablar con el club, Samitier me avisó: te dirán que no... “No fotis!” Me soprendió. Fui citado en el club, en el pasaje Méndez Vigo, por el secretario Domènech –el presidente era Martí Carreto [sic]– que era quien llevaba los asuntos del club. La cita era a las siete pero no me recibió hasta las nueve y media. Cuando le expuse que venía en nombre de “L'Équipe”, me preguntó: “¿Le qué?”. Leyó las condiciones y me respondió: “Esto es una utopía, no se hará nunca”. Y me habló de que lo que había que revivir era el campeonato de Catalunya por equipos, como antes de la guerra. “Lo siento mucho, Pardo. Gracias”. En aquella época el presidente intervenía poco en estos asuntos. Llegué a casa “emprenyat” y mi mujer me sugirió: ¿Por qué no llamas a tú amigo del Madrid, Saporta? Pensé que tenía razón y no perdía nada. Conferencia. Te llamo por la Copa de Europa. “¿Usted tiene el asunto? ¿Que al Barça no le ha interesado? ¿Y nos invita a nosotros?” Estaba entusiasmado. Me pidió que a la mañana siguiente volase a Madrid. En Barajas estaba el coche de Bernabéu que me esperaba en las oficinas junto a Saporta y el gerente Calderón. Y al día siguiente, todos a París, donde se fundó en un hotel la Copa de Europa. La primera final fue con el Stade de Reims. Siempre me lo agradecieron...” .

Fundación Copa de Europa

De acuerdo a este relato, el factor de impredecibilidad es mayor de lo esperado: el nacimiento de la leyenda del Madrid en Europa no solo habría dependido del alineamiento coyuntural de un once de magníficos jugadores en el momento apropiado… ¡Sino también, e incluso por encima, de la ocurrencia de la esposa de un periodista! Es cierto que la memoria de Pardo obliga a poner en cuarentena alguno de los detalles: por ejemplo, el presidente culé de aquel entonces no era Martí Carreto sino Miró-Sans. Además, en el libro Oficial del Centenario se recoge alguna carta de Saporta en la que informa a Bernabéu acerca de alguna reunión en enero del 55 con algún otro enviado especial de L’Équipe. Sin embargo, ni siquiera estas precisiones pueden negar el carácter sorprendente y estocástico del asunto.

El nacimiento de la leyenda del Madrid en Europa no solo habría dependido del alineamiento coyuntural de un once de magníficos jugadores en el momento apropiado… ¡Sino también, e incluso por encima, de la ocurrencia de la esposa de un periodista!

Por otro lado, las otras dos exigencias de Taleb para un cisne negro también se cumplen, sin ápice de duda. En relación con el impacto del suceso, nadie es capaz de objetar la huella indeleble que supuso el establecimiento del Real Madrid como entidad dominante en el mundo del fútbol. Y, respecto a los análisis retrospectivos, cuántas noches de pesadumbre han tratado de ocupar los antis —“fueron los árbitros”, “el fichaje de Di Stefano”, “la propaganda del régimen”—, amontonando multitud de angustiosos porqués, intentando en vano aliviar la desazón que conlleva lo impredecible, y, por ende, inevitable. Sí, Nassim Nicholas Taleb asentiría complacido ante la satisfacción de todos los requisitos: atipicidad, impacto y falsa racionalización postrera. Con una preciosa guinda como propina; al fin y al cabo, no dejaría de resultar poético que el argumento del recurrente jardín floral del Madrid tuviese su semilla en un comentario de mujer. Aunque quizá habría que señalar una paradoja final, a despecho de Juvenal y del propio Taleb. El hecho de que el cisne negro más majestuoso de la historia del fútbol habría sido, en realidad, un cisne blanco.

 

Getty Images.

4 comentarios en: El cisne blanco

  1. No olvidemos esas ocurrencias salidas creo que desde Barcelona (yo se lo oí a gaspart) de que las primeras cinco copas de Europa del Madrid no contaban, nunca supe por qué, o por qué en su estupidez no incluían ya la sexta que fué unos años después en blanco y negro y aún con franco (que tenía una gran influencia en Europa como todos sabemos)

  2. Es una maravilla. Gracias.
    Lo he enviado a un amigo catalán y españolazo, como Dios manda, que abrió los ojos y se apartó del submundo culer. Incluso simpatiza con el Real Madrid. Además siempre nos ha interesado el componente azar y su repercusión en grandes acontecimientos. Desconocía el concepto "cisne negro".

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