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Arjen Robben, el extremo errante

Arjen Robben, el extremo errante

Escrito por: Pablo Rivas23 enero, 2022
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Casi todos amamos los finales felices. Es cierto que hay quien, desde una interpretación pretendidamente sesuda, alza la ceja y observa con un rictus de sospecha esa falta de sofisticación. Muestran desdén ante ese pueblo que se refocila, bobalicón, con el previsible desenlace de cada comedia romántica, quelle vulgarité. Y, si por casualidad han leído —aunque sea las solapas—, se permiten juguetear con los conceptos de “alienación” y cosas peores. Pero, más allá de estas excepciones, reitero que, en general, el aprecio por los finales felices es prácticamente unánime. Sin embargo, como a menudo uno puede comprobar en carne propia, a la vida no le tiembla el pulso si ha de escatimarlos. Y el fútbol, en tanto constituye el deporte más parecido a la vida, actúa en ocasiones de modo similar.

El aprecio por los finales felices es prácticamente unánime. Sin embargo, a la vida no le tiembla el pulso si ha de escatimarlos. Y el fútbol, en tanto constituye el deporte más parecido a la vida, actúa en ocasiones de modo similar

Cuando un náufrago atraviesa una tormenta se agarra al primer tablón que puede. En mi etapa de hincha madridista adolescente, yo sufrí varios ciclones. Uno se llamaba Messi y otro se llamaba Guardiola, y cuando simultanearon su terrible efecto destructor el oleaje casi se nos lleva a muchos por delante para siempre. Hubo un año, el peor de todos, en que mi cáscara de nuez, aquel tosco y rudimentario Madrid de Juande Ramos continuamente a punto de la zozobra, fue mantenida a flote a duras penas por un holandés errante, como si de una leyenda marítima se tratase. El holandés tenía por nombre Arjen Robben y su carrera, no solo en el Madrid, estuvo marcada por la desdicha.

Robben desdicha

Robben cayó en el club blanco como promesa de bronce de aquel podio de Ramón Calderón que nunca terminó de constituirse. Se trataba de un extremo afiladísimo, acostumbrado a jugar a banda cambiada antes de que hacerlo se convirtiese en algo tan común como ahora, que casi se da por hecho que el carril propio de los diestros es el izquierdo, y viceversa. Su conocida fragilidad hastiaba a los más exigentes, quienes renegaron de una primera campaña en la que apenas tuvo continuidad. Sus críticos solían achacar sus cíclicas roturas musculares a su extraña forma de correr, con esos pasitos cortos que se suelen dar antes de lanzar un penalti y con los que Robben trazaba sus mortíferas diagonales desde el medio del campo. Con la espantada del ingrato Robinho —en el pecado llevó su penitencia el brasileño: quiso huir a Londres y acabó en Manchester, un drama que ríase usted del de Kenneth Lonergan y Cassey Afleck— adquirió galones en su segundo año, y fue el salvavidas del madridismo en una temporada horribilis. El sextete culé y el 2-6 casi fueron lo de menos: lo peor del Barça no derivaba tanto de sus triunfos como de toda la pedagogía social asociada, con un afán proselitista que pretendía abarcar todos los ámbitos de la existencia. Aquel año hice la selectividad y creo recordar que en el examen de Filosofía la opción A era Nietzsche y la opción B, Pep Guardiola. Contra semejante tsunami devastador sacamos a Robben en procesión, quien trató de achicar agua heroicamente a base de golazos en una persecución suicida que finalizó con estrépito un ominoso 2 de mayo. En la lenta y dolorosa reconstrucción del equipo no se contó con él porque había que cuadrar las cuentas, y partió a Alemania con la incómoda sensación de una tarea a medio hacer.

Hubo un año, el peor de todos, en que aquel Madrid de Juande Ramos fue mantenido a flote a duras penas por un holandés errante, Arjen Robben

Esa sombra lo acompañó desde entonces. No le impidió convertirse en una estrella indiscutible, consolidando sus actuaciones estelares en noches inolvidables con el Bayern de Múnich. Pero siempre había una desilusión postrera que emborronaba la conclusión. Perdió la final de la Copa de Europa contra el Inter, frustrando la opción del triplete bávaro. Dos años después, situado en el mismo punto, volvió a fracasar en sus expectativas de levantar el trofeo frente a un Chelsea inferior. Y, sobre todo, estrelló contra la pierna de Casillas la opción de pasar a la historia del fútbol como el goleador que al fin vengaría a la Holanda del 74 y de escribir su nombre en letras de oro en la Copa del Mundo. En todos los momentos cruciales, Robben aparecía, ojos afligidos y dientes apretados, como el perdedor irrevocable.

Robben España Sudáfrica

Mi abuela me enseñó que de bien nacido es ser agradecido. De ahí que, años más tarde, aquella noche de mayo de 2013 en la que Robben encaró a Weidenfeller en Wembley, en su tercera y a la postre última posibilidad de conseguir la Liga de Campeones, yo levantase la mirada desde el sillón y, debo confesar, lo alentase en ese instante fugaz. Ya, ya sé, el odiado Bayern y todo eso. Pero me resultó imposible no conmoverme con la cara de aquel hombre tras definir de forma risible, con toda probabilidad de manera diferente a como había pretendido, viendo cómo, esta vez sí, el esférico se colaba, lenta y ridículamente inofensivo, en la red. Acaso incrédulo ante la constatación de que, tras tantas ocasiones obsesionado con no fallar de nuevo, un fallo le había llevado al acierto y a ese final feliz que casi todos anhelamos y con el que casi todos nos complacemos.

Feliz cumpleaños a Arjen Robben. Quizá nunca lo supo del todo, pero fue uno de los nuestros.

Robben

Getty Images.

5 comentarios en: Arjen Robben, el extremo errante

  1. No se puede ser más certero en el retrato de una época y un jugador. Compartido y coetáneo a muchos. Gracias por su escrito.

  2. Todas las personas buenas tienen su premio y Robben como tu bien dices con un semifallo toco el cielo me ha encantado tu columna felicidades a La Galerna por sus periodistas

  3. Grandisimo jugador me hubiera gustado verlo al lado de Cristiano Ronaldo.
    Jugador machacado como siempre por todos los piperos cuando estaba en el Madrid

  4. Pablo Rivas, filósofo y poeta, escritor espadachín, eterno adolescente madridista que para pasar sus tardes, en vez de consolas y juegos, utiliza nuestra memoria y nuestros corazones.

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✍️@Guaschcope

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Heroica resistencia del Atleti.

Perdieron, sí, pero qué admirable Atleti vimos anoche, casi como si su razón de ser en esta vida no fuera única y exclusivamente perjudicar al Real Madrid.

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