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En Amsterdam empezó todo

En Amsterdam empezó todo

Escrito por: Athos Dumas29 mayo, 2017
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Parecía que el momento nunca llegaría. Que la victoria de los ye-yes en 1966 ante el Partizán de Belgrado sería la última Copa de Europa del Real Madrid. Para mí, esa idea me rondaba una y otra vez en la cabeza, dado el largo tiempo transcurrido desde el 66, más todavía porque tuve la suerte/desgracia de asistir en 1981 –era yo muy joven, creedme– a la final en el Parc des Princes entre el Liverpool FC y el Real Madrid de los García, dirigido por Boskov. El Liverpool, coco de aquellos años, y sin hacer un gran partido, se llevó la Copa ante un equipo blanco voluntarioso pero inoperante.

Esa final, la primera en 15 años, no hacía más que reafirmar mi teoría por entonces: yo nunca vería ganar una Copa de Europa de mi equipo, tendría que quedarme con el recuerdo de las seis en las que nos quedamos anclados, la última de las cuales, en forma de póster ya amarillento, contemplaba a menudo en mi habitación.

Un par de Copas de la UEFA ganadas a mediados de los 80, tras meritorias remontadas sonadas, no eran suficientes trofeos para saciar ese vacío que sentía por no lograr la madre de todas las Copas. Mi frustración era evidente, más aún cuando pude ver como el otrora perdedor FC Barcelona alzaba una de esas ansiadas Copas en Wembley. ¡Doble frustración! ¡Mi equipo no la levantaba y los culés sí! Ante la Sampdoria -y con Vujadin Boskov de entrenador de nuevo, ¡fatalidad!-, sí, pero era una Copa de Europa.

Un par de Copas de la UEFA no eran suficientes trofeos para saciar ese vacío

Y, por fin, como la frase de Dante Alighieri a las puertas del infierno, “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”, se me venía cada año a la cabeza al ver las finales de la ya nuevamente denominada UEFA Champions League, después de una estrambótica semifinal ante el Borussia de Dortmund resuelta tras la caída de la portería del Fondo Sur del Bernabéu y con sendos goles nada menos que de Christian Karembeu (partido de ida y partido de vuelta) tras dos “uñazos”, por fin, repito, se nos volvía a presentar la ocasión de levantar la ansiada/deseada/anhelada/soñada/ambicionada/codiciada Séptima Copa de Europa. 32 años después. Nada menos. 32. Más de una generación transcurrida. Media vida.

Había que ir a Amsterdam. Yo tenía que estar allí. El rival iba a ser la Juventus de Torino, la “Vecchia Signora”, que acababa de jugar dos finales seguidas (ganando en 1996, perdiendo en 1997), y que contaba con un tal Zinédine Zidane en sus filas, además de Del Piero, Davids, Deschamps, Filippo Inzaghi o Paolo Montero entre otros, nada menos. Y Marcello Lippi de entrenador. Todo el mundo daba como clara favorita a la Juve, sobre todo tras la estrepitosa temporada que había hecho en la Liga el Madrid, acabando en un ominoso cuarto puesto, tras Barça, Athletic y Real Sociedad. Ni siquiera estaba clasificado el Madrid para la siguiente edición de la UCL. Jupp Heynckes estaba sentenciado, incluso aunque ganase la final.

Eran los tiempos de Lorenzo Sanz presidiendo el club, con más deudas que nunca, con buenos jugadores pero con turbulencias tanto en los despachos como en el terreno de juego. Los Seedorf, Roberto Carlos, Suker, Mijatovic, Redondo, que habían deslumbrado en la Liga 96-97 de Capello, no eran los de la temporada anterior. Raúl González llevaba un año desastroso (bien es cierto que contaba con 21 años tan sólo).

Daba igual. Había que estar allí. Y, por primera y única vez, me tocaron las entradas en el sorteo. Pienso que fue porque no demasiados socios hicimos las peticiones, no como hoy en día, que la mayoría se apunta al sorteo. Y no eran nominativas. Mi querida esposa me cedió la suya para un buen amigo, Paco. Y rápidamente nos juntamos con otro amigo: “el Niño”.  Los 3 estábamos convencidos que el maleficio se rompería, que por fin veríamos con nuestros propios ojos, y no en viejos documentales del No-Do, a nuestro equipo levantar una Copa de Europa.

Organizar el viaje fue toda una odisea. Han pasado 19 años, no es tanto, pero en 1998 prácticamente no se usaba todavía Internet de forma habitual. Y los móviles eran piezas casi de lujo, amén de ser zapatófonos de Anacleto, Agente Secreto. Había que organizar el viaje desde el teléfono fijo de casa –o de la empresa– o directamente hacer cola en las agencias de viajes. Los viajes organizados resultaban prohibitivamente caros. Se nos pasó por la cabeza incluso ir en coche hasta Holanda. Casi 2.000 kilómetros. Era una locura, ya que las finales en 1998 se jugaban todavía en miércoles, con lo cual poco menos que hubiéramos que tenido que pedir una semana entera de vacaciones en la oficina. Paco y yo trabajábamos en la misma empresa, el Niño en un proveedor nuestro. Nos inventamos una película digna de los mismísimos Monty Python en sus Flying Circus shows, y desaparecimos de nuestros puestos de trabajo 3 días, martes 19, miércoles 20 (día de la finalísima) y jueves 21 de mayo.

Las finales de Copa de Europa se jugaban en miércoles por aquel entonces

Se me ocurrió una verdadera genialidad –no es por nada– que hoy en día no me volvería a plantear ni en broma. Viaje en avión desde Madrid hasta París-Orly (ningún problema de vuelos un martes 19 de mayo). Tren de cercanías de Orly hasta la Gare du Nord. Tren desde allí hasta Bruselas. Llegamos a la capital belga medio exhaustos, a eso de las 4 de la tarde. Y todavía quedaban 200 y pico kilómetros hasta llegar a Amsterdam. En Bruxelles-Central había que alquilar un coche (lo había hecho yo mediante el teléfono fijo). Pero el empleado de Avis de turno (o de Europcar o de Hertz, qué sé yo), al ver a 3 hinchas con sus camisetas, bufandas y banderas al aire, decidió que no nos alquilaba el coche. Éramos potenciales “hooligans”, debíamos ser poco fiables para él. Tenía miedo de no volver a ver su vehículo en condiciones. Ante el riesgo –madre mía, ¿tan mala pinta teníamos?– dijo que nanay. Sólo se nos ocurrió que uno de nosotros –o sea, yo, porque hablo francés y tal– se fuera a las toilettes de la estación, se quitase la camiseta y se pusiese ropa “decente”. Así que, recién cambiado, fui solo yo a otra empresa de alquiler –que no la conocía ni su señor padre– y alquilé un coche para devolverlo dos días después en Bruselas. Obviamente, en ese otro rent-a-car, ni mencioné que viajaba a Amsterdam y menos aún a la final. Cogí el coche y, dos esquinas más allá de la Estación Central, recogí a mis dos compañeros de aventuras y partimos raudos hacia nuestro destino.

A eso de las siete y pico de la tarde, hubo que tirar de mapa de la ciudad y a preguntar a cada viandante sobre la dirección del modesto alojamiento que habíamos encontrado. En 1998 no había GPS en cada coche, ni mucho menos. Una vez localizada la pensión, decidimos dejarnos de coche hasta el jueves –Amsterdam es una ciudad hecha para pasear a pie o en bicicleta– y utilizar los tranvías públicos. Como catetos dignos de las películas de Martínez Soria, ya añorábamos la comida española (apenas habían pasado 11 horas desde el despegue de Madrid) y en cuanto vimos un restaurante español allá que saltamos del tranvía para pedir unas sangrías abominables y una paella atroz. El caso es que había que ambientarse. El dueño lucía una insignia del Real Madrid –no sé si fruto de una buena operación de marketing– y en las cinco mesas del local se sentaban hinchas de los nuestros.

Paseo nocturno por el Amsterdam rojo, Plaza Rembrandt, coffee shops, más turisteo no era posible. Al no existir Twitter, ni Whatsapp, ni smartphones, los tres amigos nos encontrábamos aislados del mundo, gambeteando por los canales frente a las sombras del Riksmuseum. Ni idea del XI que iba a plantar cara a las huestes de Lippi. Fue una velada como las de los niños en víspera de la llegada de los Reyes Magos: queríamos, deseábamos que el cielo nos diese por fin la Séptima y por fin espantar todo maleficio.

El miércoles 20 de mayo de 1998 amaneció (a eso de las siete de la mañana ya era pleno día) con un cielo como los que pintaba Johannes Vermeer en su ciudad natal. Nubes y claros como en su Vista de Delft. No eran ni las nueve de la mañana cuando atrapamos a la carrera el tranvía dirección a la plaza Dam. No era el día de visitar el Museo Van Gogh, queríamos ambiente de fútbol doce horas antes del pitido inicial del alemán Helmut Krug. La plaza Dam, o Dam simplemente para todos los amsterdamitas. Donde se hizo la primera presa del río Amstel allá por el siglo XIII. Ya había gente por allí, las terrazas –creo que no hay ninguna ciudad en Europa con más terrazas por metro cuadrado– estaban casi repletas de hinchas y de tifosi, mucho mayor número de juventinos a esas horas. Y la cerveza Amstel, precisamente, empezaba a manar a borbotones por las mesas con sombrillas.

A media mañana ya había pequeños piques entre aficiones, se oían nítidamente todos los cánticos piamonteses, “Noi vogliamo questa vittoria”, “Olè Juve” y el clásico “Chi non canta è con il Toro”, recordando a sus vecinos del Torino:

E chi non canta è un figlio di p*ttana,
E chi non canta va a vedere il Toro,
E chi non canta resta a casa,
Che c*zzo viene a fare qua?
Alé alé,
Alé alé..

Al principio, nosotros calladitos. Íbamos poco a poco, ya se sabe, en España desayunamos más tarde; a los nuestros tardaba en subir la Amstel (además de la Heineken) a la cabeza. Pero ya a mediodía se nos empezaba a escuchar claramente.

Pique sano, insisto. Muy sano. Cierto hermanamiento también. Pienso todavía que los de la Juve nos miraban con pena y altanería porque se sabían superiores. Les dábamos lástima. Cientos de camisetas con el 10 de Del Piero y con el 21 de Zidane.

Nos dieron las tres de la tarde así, cantando y dejándonos la voz. Aún podéis ver en el Bar the Tailor en Dam una foto gigante  de ese día con las terrazas repletas, con el colorido maravilloso de ambas aficiones: a mí se me ve en la parte inferior derecha de la foto junto a mis compañeros de fatiga. ¡No habíamos comido nada! Todos los restaurantes de alrededor estaban repletos y era imposible comer. Tras ver un rato al mismísimo Lorenzo Sanz (la directiva se alojó en un hotel muy cercano al Dam), que tuvo el detalle de saludar a la afición por allí concentrada, tuvimos que alejarnos de esa zona turística para encontrar dónde almorzar.
Decidimos coger un tranvía camino al estadio Arena y parar donde viéramos algún restaurante con mesas libres. Al borde de un pequeño canal al fin conseguimos saciar nuestro apetito en forma de ensaladas y lechugas varias. ¡La gastronomía holandesa a mi entender no es un must! Eran casi las cinco cuando los nervios estaban a tope. ¡¡¡¡Teníamos que ir ya a los aledaños del estadio!!!!

En un tren de cercanías -¿o era un metro periférico?- llegamos al estadio, recientemente inaugurado (en 1996). Hoy en día, estas horas de espera (eran apenas las seis de la tarde) pasan rápido, haciendo llamadas o participando en los distintos chats de Whatsapp. Se nos hicieron eternas, aunque especulábamos sobre la alineación, si Raúl resucitaría ese día, si Sanchís-Hierro serían infranqueables en el centro del eje, si Karembeu daría la talla… ¿Suker o Morientes en la punta? Todo alrededor del partido. Mi amigo Paco se estaba viniendo abajo. Íbamos a perder, según él. El Niño, todo lo contrario. Yo, no quería dar mi pronóstico, pero recordaba el gol de Alan Kennedy a Agustín en 1981…

Y por fin aquello empezó. Y llegaron las 22:10 de la noche cuando Pedja Mijatovic rebañó un balón de Roberto Carlos, dribló a Peruzzi y superó a media altura a Paolo Montero. El éxtasis. Mi mejor recuerdo en un partido de fútbol hasta entonces. Histeria total hasta que pitó el árbitro. La Juve apretando –atacaba en el fondo donde estábamos los madridistas– a Bodo Illgner. Lippi sacó a Fonseca, a Conte, poniendo más y más madera arriba y quitando centrocampistas. Zidane la tuvo. E Inzaghi. Heynckes tuvo una buena y sabia noche y fue sustituyendo uno a uno a nuestros tres delanteros (Rául, Morientes y Pedja) por Jaime, Suker y Amavisca. Aquello no acababa nunca. Nuestro fondo, repleto de cabezas que no miraban el juego, algunos mirando al cielo, otros al reloj, mucho mucho histerismo. Y esperanza.

¡Krug pitó por fin! Abrazos, camisetas sudadas, casi asfixiados por las bufandas, cantando, botando. Confieso que lloré. Lloré muchísimo en aquellos minutos. Cuando Manolo Sanchís, único en activo de nuestra gloriosa Quinta –que mereció por lo menos una Copa de Europa, aquella del PSV, qué mal recuerdo– alzó la orejona al cielo de Vermeer y de Rembrandt y de Frans Hals y de Jan Steen, aquel momento confieso que yo también toqué el cielo. Fui inmensamente feliz. Podré tener momentos similares en un estadio de fútbol, pero no mejores. Ya me daba igual todo. Si luego cenaríamos. O no. El viaje de vuelta. Todo era intrascendente tras lo que acabábamos de vivir en el Amsterdam Arena.

No sé ni cómo salimos del estadio. Ni cómo llegamos de nuevo a los alrededores del Dam. Recuerdo algún que otro juventino despotricando de Lippi, quizás también de Deschamps o de Torricelli. Me encontré con medio Madrid por allí. Con mi hermana Marga y mi sobrina Val, con mi cuñado Paco. Más tarde con mi hermano Roger y mi sobrina Sandra. No recuerdo si por casualidad o si alguno de nosotros tenía móvil por entonces. Pero nos vimos todos allí. Más abrazos. Muchos abrazos y lágrimas aquella noche.

Con algunos de ellos cenamos, recuerdo en un bar que había numerosos peñistas de toda España. En particular unos chicos de la Rioja, que sacaron de sus mochiles innumerables embutidos, chorizos y morcones. Otro madridista de Zarautz, que compartió con nosotros un enorme bocadillo de bonito con pimientos. Gentes de Murcia, de Jaén, de Don Benito, de Orense. Fiesta. Fiesta sana. Hermanamiento. Madridismo muy intenso. Nunca vi nada igual. Se desataron en una noche 32 años de sinsabores, frustraciones, calamidades e injusticias. Fuimos los reyes del mundo de nuevo. Gracias Pedja. Gracias Real Madrid. Nunca olvidaré aquella noche. Jamás.

La vuelta fue otra odisea. Pero ya daba igual. ¿Qué más daba que perdiéramos el tren en Bruselas o el avión en París? Solo recuerdo que llegamos con tiempo a París y que pudimos los tres darnos un homenaje en una terraza de Champs-Élysées, en una tarde magnífica de jueves (21 de mayo), leyendo en L´Équipe la gesta de los nuestros y degustando unas ostras con vino de Sauternes. Nos habíamos quitado un peso de encima. Nos traíamos la Séptima. Por nuestros abuelos. Por nuestros padres que nos hicieron madridistas. Todo llega en la vida. En Amsterdam se hizo justicia tras 3 décadas de sequía. Las cosas volvían a ser como debían. Los buenos volvíamos a ganar.

11 comentarios en: En Amsterdam empezó todo

  1. Fantástico artículo, Athos. Ha sido emocionante leerlo. La verdad es que fue una noche mágica, que recuerdo haber vivido con más intensidad que las siguientes finales ganadas. Y sin embargo, como el autor, sólo recuerdo detalles inconexos (dónde la vi, con quién, el gol, estar subido en una silla cuando estaba a punto de acabar, no creerlo luego, el paseo por Madrid hasta la Cibeles...).
    Y, por supuesto, recuerdo el verso que mi amigo Jesús se inventó ad hoc:
    "¿No es verdad, ángel de amor,
    que tenemos siete Copas,
    y una de ellas en color?"
    Versos que se quedaron obsoletos muy temprano...
    ¡Hala Madrid!
    ¡Vamos!

  2. Unicamente decir que el uñazo de Karembeu fue en cuartos en Leverkusen, para empatar el partido. La carrera de este hombre también daría para un artículo.

  3. Emociona, sí. La única vez que me he bañado vestido en una fuente. Bueno... en una fuente tampoco lo he hecho desnudo, pero en fín... noche de locura....

  4. Emocionante, pelos de punta cuando te he leído.
    A mi no me tocó entrada en el sorteo, la pude conseguir al precio módico de 65000 pesetas por aquel entonces.
    Mi viaje fue en tren desde Chamartín, una noche intensa de viaje de 13 horas de duración hasta Paris Austerlitz Station, desde allí en metro hasta Paris Gare du Nor y ya hasta Amsterdam 4 horas en un tren de alta velocidad.
    Llegar a Amsterdam, levantar la mirada al cielo y ver la palabra Victoria no se me olvidará nunca, era un Hotel que había enfrente de la Central Station.
    Plaza Dam, Barrio Rojo, Canales, todo muy emocinante.
    Nunca había llorado de alegria hasta el 20 de mayo de 1998, aquel día fue indescriptible, nunca lo olvidaré.
    Gracias Pedja, eternamente agradecido.

  5. Muy emotivo, y a mí no me tocaron las entradas, sólo comentar q lo más parecido de la séptima, fue la décima, q aquí si nos tocaron las entradas
    Hala Madrid

  6. Yo también era un jovenzuelo de quince años cuando la final perdida contra el Liverpool. Visto con la perspectiva actual, aquel era un Madrid muy menor, dieron el ciento veinte por ciento durante toda la competición y perdieron contra los ingleses que tampoco es que se salieran.
    Después llegó la séptima y aunque otras llegaron después, ella fue como la primera novia, inolvidable. Creo, sin temor a equivocarme que para los de mi generación siempre será la preferida. Cuentan por ahí que ni siquiera en el club estaba muy clara la cosa, tanto que incluso los de la juve les cedieron el champán que ellos tenían enfriando porque nadie del Madrid lo había comprado. Cosas.

  7. Emocionante, me ha hecho viajar en el tiempo. por "suerte", por motivos de trabajo, la viví en Barcelona, entre amigos madridistas y culés, la satisfacción fue inenarrable.

  8. Se me han saltado las lágrimas, sobre todo al leer el párrafo final. Comparto totalmente los sentimientos que experimentaste, yo viví lo mismo: miedo, esperanza, altibajos anímicos, ansiedad y al final, la Gloria. No tuve la suerte de estar en Amsterdam aquella mágica noche, pero también fue hermoso celebrarlo en mi pueblo de la periferia de Barcelona. Territorio comanche para nosotros, pero que aquella noche no tenía nada que envidiar a Cibeles, porqué todo el Madridismo de la comarca nos echamos a la calle sin complejos a celebrarlo. A día de hoy, sigue siendo mi mejor recuerdo futbolístico.

    Espero que el sábado volvamos a vivir una experiencia histórica. Hasta el final, vamos Real!!!

  9. El Juventus era súper favorito. Recuerdo a Bakero, que comentaba el partido con José Ángel de la Casa, que al ser preguntado sobre quién iba a ganar no se atrevía a decir que no veía opciones para el Madrid. Los había visto entrenar y le había impresionado el Juventus, mientras que el entrenamiento del Madrid era como el de la banda de Pancho Villa.

    Pero revisas la alineación del Madrid y era impresionante. No creo sinceramente que fuera inferior en términos generales.

  10. Recordar la 7 . . . me eriza el vello ¡¡¡ noche inolvidable . . . baño en fuente incluido ¡¡¡ locura colectiva . . . fue apoteósico ¡¡¡

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