Lo de ayer no fue un partido de fútbol, fue una sesión de espiritismo. Cada gol del Real Madrid parecía una aparición mariana: se veía, se celebraba y acto seguido se desvanecía en el éter digital del VAR. Tres veces el balón entró en la portería del Barcelona y tres veces el oráculo tecnológico dictó penitencia. El fútbol se ha convertido en una religión sin fe: los hinchas ya no gritan “¡gol!”, murmuran “espera, a ver si vale”.
Soto Grado pitaba y el estadio contenía la respiración. Iglesias Villanueva, desde la cabina del VAR, aparecía en las pantallas como un dios menor que necesita cámaras lentas para decidir lo que todos habíamos visto a simple vista. El penalti sobre Vinícius fue una escena digna de Fellini: primero sí, luego no, después depende. La justicia arbitral se ha vuelto líquida; se adapta a la camiseta del infractor. Iglesias Villanueva se cuidó mucho en entregar a Soto Grado la imagen gris, la de la duda, la del desconcierto. No le mostró la de la entrada de Lamine Yamal sobre Vinicius, la del penalti como un castillo, por lo que, en la más estricta negreitud, el trencilla respiró y pudo anular el penalti pitado, no sea que en el CTA le manden a la nevera por tamaña insidia al club que durante tantos años les ha pagado bien los servicios prestados.
Y, sin embargo, el Real Madrid ganó. Ganó porque tiene algo que no cabe en las pantallas ni en los reglamentos: carácter y bemoles. Con el marcador empatado y después de un penalti tangado y un gol anulado injustamente, el equipo se rebeló como si la adversidad fuera un viejo amigo que siempre viene a cenar. Bellingham impuso su jerarquía inglesa, Vinicius agitó el avispero y Mbappé convirtió cada carrera en una tesis sobre la inevitabilidad del talento. El Bernabéu, incluso a través de la televisión, olía a remontada.
Lamine Yamal, que había pasado la semana hablando más que jugando, se encontró con la realidad: en el fútbol los micrófonos no sirven de escudo. Los jugadores del Real Madrid lo buscaron al final del partido, no para agredirlo, sino para recordarle que los clásicos no se ganan en Twitch. A Vinicius, a su edad, lo llamaban provocador por sonreír; a Lamine lo excusan porque “es un chaval”. El doble rasero mediático es tan español como la tortilla de patatas. Personalmente, eché de menos a Camacho en el campo, nostálgico que me he vuelto…
los jugadores del madrid buscaron a Lamine Yamal al final del partido, no para agredirlo, sino para recordarle que los clásicos no se ganan en Twitch
El VAR es la gran metáfora de nuestra época: cuanto más mira, menos ve. Y cuando el Real Madrid está de por medio, el ojo tecnológico se convierte en lupa inquisidora. Hay fueras de juego por pestañeos, penaltis que se evaporan, faltas que solo existen en el Photoshop del reglamento, pero el equipo se sobrepone con la naturalidad de quien ya ha leído el guion. El gol anulado a Mbappé es el paradigma de la caradura y el cinismo. Balón que le cae al francés, que lo impulsa el defensa de ese club del que usted me habla, pepinazo y a la jaula, que diría mi amigo Morales. Pues nada, el 1-0 se convirtió en nada porque el señor Iglesia de Villanueva decidió (qué sorpresa, ¿verdad?) que el galo estaba media bota y media media adelantado pero…. La imagen muñequil que nos mostraron ¿se dio en el mismo momento del pase/rechace? Nunca lo sabremos. Hay que creérselo, hay que hacer un acto de fe para creer que lo que nos has mostrado es la realidad, porque no hay una prueba, ni física, ni química ni cuántica de que el momento que nos ponen con los muñecos del VAR es el momento en el que, supuestamente, se produce la posición ilegal. Lo de siempre, los negreiros de turno campando por sus respetos en Chamartín. Para que luego digan que si nos quejamos. Esto es un atraco continuado domingo si, domingo también… y ¿hay que callar? No, hay que denunciar todos los días la manipulación del VAR y la predisposición arbitral a pitar en contra del Real Madrid. Todos los días.
El relato mediático, mientras tanto, sigue repartiendo indulgencias. El equipo cliente de Negreira, dicen, “compitió bien”. El Real Madrid “sobrevivió”. Es la misma cantinela de siempre: cuando gana el Madrid, pierde el fútbol; cuando pierde el Madrid, gana la justicia. Y así llevamos un siglo. El antimadridismo es una religión que se practica incluso los días de fiesta nacional.
El Bernabéu se ha convertido en una catedral de resistencia. Cada revisión del VAR se vive como una procesión: la grada aguanta, espera y, cuando llega la injusticia, responde con una carcajada colectiva. Esa risa, mitad ironía y mitad desafío, es la mejor definición del madridismo: un pueblo que ha aprendido a convertir la sospecha en combustible.
A pesar de todo, este Madrid me gusta. Tiene mezcla de músculo y poesía, de obreros y artistas. Camavinga corta y crea; Valverde corre como si tuviera tres pulmones; Mbappé es una máquina de hacer goles y Vinicius un cuchillo afilado. Y en el banquillo, Xabi Alonso está construyendo un grupo que debe tener la ambición del joven y la grandeza del veterano. Poco a poco se va consiguiendo, poco a poco. La sensación es que el equipo está construido para durar, que esta temporada huele a grandeza.
Cada revisión del VAR se vive como una procesión: la grada aguanta, espera y, cuando llega la injusticia, responde con una carcajada colectiva
Ese club del que usted me habla sigue hablando de “valors” mientras colecciona expedientes, y deja el “seny”para otra ocasión, porque cuando gana se enaltece, pero cuando pierde… pierde los nervios, como ayer y el Real Madrid sigue ganando mientras colecciona excusas ajenas. Es la diferencia entre predicar y practicar. Los unos pagan al vicepresidente de los árbitros; los otros escriben historia. La temporada se augura brillante: hay equipo, hay fútbol y hay algo más importante que todo eso, hay fe. La fe blanca, esa convicción íntima de que, por muchas cámaras que nos apunten, el balón terminará entrando.
Al final del partido apagué la televisión con una sonrisa cansada. Habíamos ganado. Otra vez. A pesar del VAR, de los milímetros, de las tertulias y de las moralejas de los lunes, ganó el Real Madrid y perdió la excusa. El fútbol, de vez en cuando, recuerda que todavía le queda algo de justicia.
Y pensé: si esto es el principio de temporada, que vayan preparando los titulares. Porque este Madrid no solo gana; este Madrid educa. Enseña cómo se responde al ruido: jugando mejor. Y eso, querido lector, ni el VAR puede anularlo.
Y ahora que todo ha terminado, llega el lunes y con él los exégetas del reglamento. Los mismos que el domingo por la tarde juraban que el Madrid era un equipo “sin alma” se convierten el lunes por la mañana en forenses del milímetro. Hay doctores en líneas y licenciados en fotogramas. Todos coinciden en lo esencial: el VAR tiene razón, y si no la tiene, la tuvo en espíritu. Porque el VAR, como las viejas supersticiones, nunca se equivoca; simplemente interpreta.
Uno empieza a sospechar que dentro de la cabina hay un grupo de monjes cartujos meditando sobre el concepto de “posición adelantada”. Mientras el fútbol se detiene, ellos deciden si un gol es moralmente aceptable. El Real Madrid debería empezar a celebrar los goles en diferido, quizá el miércoles, cuando llegue la confirmación por fax.
El Bernabéu se ha vuelto una academia de humor negro. Cada vez que el árbitro se lleva la mano al auricular, medio estadio se levanta a aplaudir. No al árbitro, claro, sino al destino: “ahí viene otra”. Esa risa coral es el nuevo himno; suena entre el rugido del cemento y el brillo de los focos. Hay quien va a misa los domingos; nosotros vamos al VAR.
El equipo, mientras tanto, juega con la serenidad del que conoce la historia. Los chavales nuevos ya han aprendido la primera lección: en el Real Madrid los goles se celebran dos veces, una cuando entran y otra cuando sobreviven al VAR. Lo importante es que entren, aunque sea de milagro. Lo demás, como dijo aquel, es literatura.
Uno empieza a sospechar que dentro de la cabina hay un grupo de monjes cartujos meditando sobre el concepto de “posición adelantada”. Mientras el fútbol se detiene, ellos deciden si un gol es moralmente aceptable
Y así, entre ironías y milagros tecnológicos, el Real Madrid sigue ganando. A veces con épica, a veces con oficio, pero siempre con estilo. No hay algoritmo que pueda medir eso. La temporada pinta bien; se huele en el ambiente como se huele el café recién hecho. El equipo tiene fondo, tiene hambre y tiene algo que no sale en las estadísticas: una fe casi cómica en su destino.
Porque, seamos sinceros, el Madrid vive en una sitcom permanente. Cada jornada hay un nuevo gag: un gol anulado, un penalti “rectificado”, un comentarista que descubre que las reglas cambian cuando viste de blanco. Y, aun así, capítulo tras capítulo, la serie termina igual: el Real Madrid ganando y el resto buscando explicaciones metafísicas.
Este año no será distinto. Los rivales hablarán de presupuestos, de arbitrajes, de karma y de milímetros. Nosotros hablaremos de victorias. Porque el Madrid no discute, colecciona trofeos, polémicas, insultos y portadas. Todo suma a la narrativa.
Al final, eso es lo que más desespera a los demás: que da igual lo que hagan, el Real Madrid siempre encuentra la manera de ganar. Es una especie de fuerza natural, una ley no escrita. Puedes anularle tres goles, revisar cinco penaltis y dibujarle líneas de colores en la pantalla; el resultado será el mismo.
Cuando todo termine, los de siempre dirán que fue suerte, que fue el árbitro, que fue el VAR, que fue el universo conspirando. Y el madridismo, con la flema de los viejos sabios, responderá: “Sí, claro. Como siempre”. Y se servirá otra copa.
Porque ser del Real Madrid es eso: vivir en la paradoja,ganar sabiendo que nadie te lo va a reconocer, disfrutar del escándalo ajeno, domar la injusticia a base de goles, convertir la sospecha en arte.
La temporada apenas empieza, y ya se respira esa sensación de que algo grande se está cociendo. No hará falta suerte ni disculpas; bastará con seguir siendo el Real Madrid. Los demás que sigan midiendo milímetros, nosotros mediremos títulos.
Me despido como siempre, ser del Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en esta vida… ¡Hala Madrid!
Getty Images

















Cuando pondrán la ley Wenger en los fueras de juego, eso aparte de hacerlos automáticos y no semiautomáticos o en España mejor aún, quitar el VAR
Dará igual. Wenger o no Wenger adelantarán la línea para medir prevaricando
Pero ya no es lo mismo, los jugadores (se supone) seguirán jugando pensando en estar en línea con el último defensa y tendrán más margen para no incurrir en fuera de juego.
Por supuesto que a eso se le tiene que unir de una santa vez el fuera de juego automático, tecnología 100%
En 57 años que tengo jamás había visto a todo el universo cule, periódicos, televisiones, redes sociales, tuiteros, tiktokeros, youtuvers y hasta onlyfanseras, salir en tromba como han salido, todos a una, con la lección cantada, tirando de su relato habitual, sus justificaciones, sus escusas, sus silogismos, sus constructos mentales, su maquinaria propagandística, sus topicos, en resumen retorciendo la verdad, para darle la vuelta a lo que ocurrió ayer, porque todavía no se lo creen, no lo pueden asimilar, después de tanto rajar es un palo duro, su equipo no ha jugado ni a la tabla y su joven estrella, la gran esperanza catalana, por situarle geográficamente, es un paquete que solo sirve para darle al pico, porque hay que crear un metaverso cule doble refugiarse de la realidad, donde los que pagaban a Negreira no eran ellos, donde seguir representando los valors, con niños paseando con la camiseta de Messi, Xavi o Pique, en fin un puro ejercicio de marqueting por tierra, mar y aire, reclamando penaltis, faltas, fueras de juego, y de todo lo punible, para justificar lo injustificable, para conseguir borrar de la memoria, por lo menos de la suya el baño que se llevaron ayer y lo que se les viene encima en adelante con este Madrid
Gran crónica. Esta forma de escribir es muy sabrosa. Sigue así.