En esta hora difícil de la historia del arbitraje, no puedo dejar pasar la oportunidad de felicitar a los colegiados que oficiaron la ceremonia del fútbol el pasado fin de semana en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán, por su exquisito sentido de la justicia, su reconocido y probado conocimiento del Reglamento, su valiente exhibición de imparcialidad, su envidiable estado de forma, y su ardor en la toma de decisiones conflictivas con el público en contra. De haber podido contar con hombres de su talla, con esta colección de guerreros del pito, España sería todavía Imperio, la Reconquista habría durado un par de semanas, y habríamos bailado un aurresku sobre la superficie lunar doscientos años antes de que Neil Armstrong reposara su primer pinrel en nuestro satélite, o incluso antes de que su primo lejano besara la primera trompeta.
Pocos árbitros de Primera División han exhibido tamaña colección de superpoderes en tan corto espacio de tiempo, dejando a Supermán, a Batman, a Spider-Man, y hasta al Inspector Gadget en el más sonado de los ridículos.
La más asombrosa de estas habilidades sobrenaturales la descubrimos en los primeros compases del baile, con el gol anulado a Valverde, en el que los colegiados sacaron a pasear una suerte de visión ultrasónica, un haz ocular de realidad paralela, una bola de cristal para la anticipación de los hechos, y una mira telescópica que ya la quisiera para sí el conde Lequio. El talento de De Burgos (aquí Bengoetxea solo hay uno y se escribe en cristiano) para señalar fuera de fuego es una dimensión del reglamento, un verdadero ejercicio de posarbitraje, consistente en invalidar la jugada, sea o no órsay, como diría un académico, que en la cabeza del colegiado lo es, pero no en el momento en el que se produjo, sino mucho antes de comenzar el encuentro, incluso antes de ser árbitro, es más, probablemente cuando Moisés bajó con las tablas de la ley, tras él descendió a trompicones De Burgos con el brazo extendido y pitando como un descosido, buscando con la mirada a Bellingham.
Y creímos, qué tontos, que el show había terminado. Que el tedio nos invadiría. Que ya no disfrutaríamos más de los sonados atributos embrujados del colegiado. Pero no. Lo mejor aún estaba por llegar. Ese momento en el que pudimos ver a la estrella del arbitraje mundial mostrar, cual folclórica despechada, todo lo que lleva dentro. Y es, naturalmente, el “sigan, sigan” que disipó las dudas de sevillistas y madridistas ante la circunstancia de que Ocampos estuviera tendido en el suelo, si bien es justo matizar que tampoco tenía ninguna extremidad seccionada y desprendida del resto de su cuerpo, ni nada parecido. Pero De Burgos sabe que el fútbol es fiesta, diversión, y juerga padre. Y así, su ley de la ventaja particular, su “sigan, sigan” era solo una broma. Divertidísima, por otra parte. Ocurre que el humor inteligente de este colegiado es tan elaborado que ninguno de los futbolistas ni del resto de los árbitros la entendió, y que siguieron jugando hasta que la ocasión de la contra del Madrid empezó a hacerse evidente, momento en el que el colegiado, con todo su papo, con esa hombría que se exige para ser un auténtico Primera División, comenzó a pitar más que el último tren a Gun Hill, que había dudas entre los periodistas de si estaba anulando otro gol al Real Madrid o espantando palomas, para contribuir al inmenso circo familiar que es la liga española, el Arca de Noe del balompié mundial.
El talento de De Burgos para señalar fuera de fuego es un verdadero ejercicio de posarbitraje, consistente en invalidar la jugada, pero no en el momento en el que se produjo, sino mucho antes de comenzar el encuentro, incluso antes de ser árbitro, es más, probablemente cuando Moisés bajó con las tablas de la ley, tras él descendió a trompicones De Burgos con el brazo extendido y pitando como un descosido, buscando con la mirada a Bellingham
De Burgos pero de Bilbao aún tuvo ocasión de redondear su gesta, su exhibición arbitral, faro balompédico para el fútbol mundial, adquiriendo el don inmediato de la ceguera, que como gremlin bajo la lluvia, le poseyó de nuevo el delirio atávico del “sigan, sigan” mientras Vinicius mordía el césped dentro del área, invitado amablemente por Navas a disfrutar de las mullidas bondades del verde del Pizjuán. Pero como el mayor superpoder del colegiado del pasado sábado es la contribución a la juerga sin cuartel, pan y circo y lo demás, nuestro hombre aún tuvo ocasión de decirle al 7 madridista en el parón que había cometido un error, sin especificar cuál, en lo que se ha interpretado como un acertijo arbitral para contribuir a la diversión de los blancos, que pudieron pasarse el descanso entero jugando a resolver el jeroglífico propuesto por De Burgos, tan cachondo como siempre.
Confieso que me conmueve pensar que un día podremos contarles a nuestros nietos madridistas que tuvimos ocasión de ser testigos en Sevilla del arbitraje más preciso, firme, justo, inspirador, elegante, innovador, futurista, y pornográfico que jamás pudimos imaginar. El nacimiento del posarbitraje. Con el corazón en la mano, notando aún sus latidos, mis felicitaciones a la Liga y a los empitados protagonistas de la gesta. Solo me apena que mi querido Mourinho no haya podido disfrutar en el banquillo de este festival de innovación arbitral y espectáculo para toda la familia. Le habría fascinado.
Getty Images.
Mejor reírse que llorar. Buen artículo
Comportamiento histriónico en cada acción de arbitraje y lenguaje corporal de pura histeria desde la salida del túnel de vestuarios : he ahí un árbitro profesional.
¿Norman Bates?
Ñí, ñí, ñí, ñí, ñí, ñí....(esto debería sonar por megafonía del estadio en cada revisión del VAR de este trencilla).