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De Superligas y aspiraciones

De Superligas y aspiraciones

Escrito por: Pablo Rivas9 octubre, 2022
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Uno de los principales errores que suele cometer cierta clase de optimistas antropológicos, con fe ciega en el indiscutible progreso que conllevan sus proyectos e ideas, es la subestimación de la opinión pública respecto a los mismos. En la vida, las benéficas consecuencias de una iniciativa muchas veces no constituyen suficiente argumento como para que la gente la abrace con entusiasmo. Por no hablar de que, casi siempre que se efectúa un escudriñamiento minucioso, los beneficios que el promotor defiende como universales generalmente no son tales. Pero incluso aunque verdaderamente lo fuesen: eso no soslaya la necesidad de explicarlos y en última instancia asumir que la opinión pública supone un examen que hay que aprobar ineludiblemente. Esto no debe entenderse como una defensa cerrada de la capacidad racional del pueblo: perdería la cuenta si hubiera de enumerar las ocasiones en que han naufragado grandes propósitos en los arrecifes de la cerrazón mayoritaria. Se trata, simple y llanamente, de constatar una realidad. Por resumirlo unamunianamente: para vencer de verdad, hay que convencer.

Personalmente, a día de hoy albergo ciertas dudas respecto al proyecto de la Superliga. Admito, eso sí, que presenta ventajas inobjetables

Personalmente, a día de hoy albergo ciertas dudas respecto al proyecto de la Superliga. Admito, eso sí, que presenta ventajas inobjetables, y reconozco que, en un contexto tan delicado como el que ha traído la pandemia al fútbol, el debate posee un cariz oportuno. Salvar a muchos clubes de la quiebra con la inyección económica prometida, ganar en transparencia en la gestión, constituir un contrapoder frente al absolutismo de la FIFA y la UEFA, racionalizar el calendario, posibilitar un espoleo para el deporte femenino, reducir las desigualdades derivadas de los clubes-estado con un Fair Play Financiero digno de tal nombre… No son razones menores. Incluso podría hacer un esfuerzo, taparme la nariz y obviar desventajas como la probable saturación por exceso de partidos del siglo, una posible norteamericanización del deporte con la consiguiente merma de sensación de comunidad o el fastidio de tener que adaptarnos a los gustos de esa hiperexcitada Generación Z, la cual parece necesitar siempre constantes estímulos visuales para conseguir mantener la concentración en algo más de cinco minutos. En mi opinión, todos estos peros podrían más o menos corregirse con un formato pulido, y en cualquier caso se trata de futesas insignificantes comparadas con el auténtico problema. La propuesta inicial de la Superliga nació con una característica que provocaba que la batalla de la opinión pública estuviese perdida antes de darse: su condición cerrada. Ya podía venir acompañada de todos los parabienes anteriores, y hasta de la cura del Covid-19 y del cáncer, que la derrota en el relato estaba garantizada.

Infantino y Ceferin

Quien piense que exagero, me temo que no ha entendido del todo cómo se vive el fútbol en Europa. Para los hinchas de un club, el balompié no es equiparable a la Fórmula 1 o al tenis, donde los protagonistas son más o menos efímeros. Ser de un equipo se trata de un sello particularísimo, una vinculación a una entidad con historia y con futuro, un signo de identidad indeleble, un acompañante vital que marca y a veces hasta influye en el modo en que uno se cuenta a sí mismo cómo funciona el mundo, por ridículo que parezca y por enfermizo que resulte. Esa identidad tan arraigada tiene sus consecuencias: hace que valores y creencias que uno sigue en su vida cotidiana se entremezclen con su visión de lo deportivo. Y, de todos los valores dominantes actuales, la fe —justificada o injustificada, da igual— en la meritocracia se trata del puntal decisivo que mantiene en funcionamiento nuestra civilización. De manera que una competición cerrada y estamental, en la que los papeles estuviesen repartidos de antemano, supone un torpedo demoledor, un ataque desmedido que la opinión pública no está preparada para aceptar. Atacar las aspiraciones de crecimiento de los clubes equivale simbólicamente a limitar las aspiraciones de crecimiento de las personas, y en el fútbol esa identificación se produce más fácilmente que en cualquier otro ámbito. Resulta irrelevante que el techo de cristal esté colocado mucho más alto de lo que racionalmente alguien vaya a alcanzar en su vida: la mera existencia de ese techo constituye un agravio intragable para la mayoría. Lo que ha sido astutamente aprovechado por los mandamases de la UEFA y la FIFA para ganarse el favor de las masas, a quienes poco importan todas sus tropelías y chanchullos a cambio de no perder el paradigma de la potencialidad infinita, el sueño americano tantas veces versionado en distintos eslóganes publicitarios: “puede que sea difícil, pero confía y trabaja y a lo mejor lo consigues”.

La opinión pública, en el fútbol y en la vida, suele encontrarse dispuesta a perdonar las puñaladas reales a sus condiciones materiales, pero no las puñaladas simbólicas a sus aspiraciones

A la espera de la próxima sentencia por parte del tribunal europeo, los promotores de la Superliga permanecen en un discreto stand by. Sin embargo, al tratarse de figuras muy inteligentes, algunos se han percatado del Zeitgeist imperante y dejan entrever una modificación en la estructura de la competición. En los bosquejos que se filtran muy superficialmente ya se habla de, como mínimo, dejar un conjunto de plazas abiertas cada año, dispuestas para ser ocupadas según los méritos de la temporada previa. Resulta muy lúcida su rectificación. Sin ella, me temo que poco importaría que insistieran en el resto de virtudes mencionadas antes, que señalasen la pendiente cuesta abajo a la que se asoma el inflado fútbol o que se desgañitasen con la certeza de que las nuevas normas de la UEFA, relajando el Fair Play Financiero, aumentan las desigualdades y reducen las posibilidades efectivas de competir contra quien más tiene. La opinión pública, en el fútbol y en la vida, suele encontrarse dispuesta a perdonar las puñaladas reales a sus condiciones materiales, pero no las puñaladas simbólicas a sus aspiraciones. Sobre las consecuencias de esta terca actitud social también podrían correr ríos de tinta, ciertamente. Pero si algo me ha enseñado la experiencia es que los charcos, si acaso, de uno en uno. Ustedes disimulen.

 

Getty Images.

7 comentarios en: De Superligas y aspiraciones

  1. “Incluso podría hacer un esfuerzo, taparme la nariz y obviar desventajas como la probable saturación por exceso de partidos del siglo, una posible norteamericanización del deporte con la consiguiente merma de sensación de comunidad o el fastidio de tener que adaptarnos a los gustos de esa hiperexcitada Generación Z, la cual parece necesitar siempre constantes estímulos visuales para conseguir mantener la concentración en algo más de cinco minutos”.
    Todos estos argumentos son ridículos, por el amor de Dios. Y lo de “taparse la nariz” denota una predisposición por el statu quo.
    El único argumento como tal contra la Superliga es un sistema como Dios manda de subidas y bajadas, ahí estamos de acuerdo todos.

  2. La Superliga ya nació mal por dos cuestiones, la primera que Floper la presentara en el chirincirco le resta toda credibilidad y la segunda que con 12 equipos por muy punteros que fueran no podían hacer competición,faltaban los alemanes, los franceses y demás equipos de otros países más pequeños, si dijeran que era el inicio de un movimiento para cambiar las cosas en la máxima competición continental y desligarse de la UEFA sería mejor.

    1. Es que la Superliga fue diseñada para echar a los que están en la UEFA, y como mal menor pues mantenerlos como marionetas pero con el formato y el reparto de beneficios que quieren los clubes, lo que pasa es que aparte de usar nombres ajenos eres corto de cohones.

  3. El pulso importante es contra la UEFA y la FIFA, y va de la libertad de los clubs a montar una competición gestionada y dirigida por representación de los propios club (como pasa en la NBA). Del fin de la corporaciones mafiosas con intereses propios, que mangonean con los activos de otros, que no arriesgan nada y quieren manejar a su antojo el cotarro. Aquí, a quién hay que convencer es al juez, que daría el visto bueno a que por derecho y libertad, los clubs puedan libremente organizar una competición, y el futuro decidirá, si esa competición triunfa o fracasa.

  4. Una competición cerrada, absolutamente . no creo que sea lo mejor. Pero no ya por aquello de convencer unamunianamente a la opinión pública . Sino por una cuestión de aplastante lógica competitiva.
    En mi opinión , le pongan el nombre que le pongan, trátase de frenar el abuso de UEFA y FIFA , de descongestionar el calendario (menos partidos para los que ahora juegan más ) y de que sean los clubs -como en Euroliga- los que tracen las principales líneas.

  5. Respeto sus argumentos, contra la Super Liga, aunque en el fondo me dan igual, lo digo por Tebas, Ceferinos y demás verticalistas que se dedican a llenarse los bolsillos y vivir como maharajas, a costa de los clubes con más historia y tradición, si alguien piensa que voy a pagar 20 euros mensuales, ( DAZN) por ver dos partidos al mes del Madrid, es que tiene algún tornillo flojo, lo digo por el bodrio infumable e insoportable del Madrid- Getafe, que por perder dos horas deberíamos no pagar, sino cobrar

  6. "(...) o el fastidio de tener que adaptarnos a los gustos de esa hiperexcitada Generación Z, la cual parece necesitar siempre constantes estímulos visuales para conseguir mantener la concentración en algo más de cinco minutos",
    no dudo que a ti te encante ver un Girona-Elche a las dos de la tarde, pero, creo que lo contrario tampoco es propio exclusivamente de una generación.

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✍️@JesusBengoechea realiza una interesante reflexión al respecto.

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