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Una Liga ACB dickensiana

Una Liga ACB dickensiana

Escrito por: Athos Dumas20 junio, 2022
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Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. La edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos, íbamos directamente al cielo y nos perdíamos en sentido opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere tanto al bien como al mal, solo es aceptable la comparación en grado superlativo.

Charles Dickens, Historia de dos ciudades.

 

Con estas palabras comienza una de las mejores novelas de todos los tiempos. He recordado este principio, de los más brillantes de la historia universal de la literatura, para ilustrar una temporada de nuestro equipo de baloncesto que es desde todo punto de vista una temporada dickensiana, de luces y de sombras, de infiernos y de cielos, de desdichas y de alegrías.

Como es bien sabido, a mediados del siglo XIX, Charles Dickens, que había vivido en sus propias carnes una infancia muy complicada, comenzó a publicar una serie de novelas que, además de entretener a sus lectores, pretendían denunciar, por ejemplo, las malas condiciones laborales de los trabajadores, la explotación de los niños en ciertos trabajos, la miseria y las desigualdades.

Pero casi todas sus principales novelas, en las que sus protagonistas sufrían toda serie de adversidades de toda índole, solían tener un denominador común: un final feliz, que prácticamente exigían los lectores de folletines, tras pasar semanas leyendo desgracias, calamidades y avatares interminables.

He recordado este principio, de los más brillantes de la historia universal de la literatura, para ilustrar una temporada de nuestro equipo de baloncesto que es desde todo punto de vista una temporada dickensiana, de luces y de sombras, de infiernos y de cielos, de desdichas y de alegrías

Así ha sido la temporada 2021-2022 para nuestro amado equipo de baloncesto, que, si bien empezó ganando la Supercopa de España allá por el mes de septiembre, y que tuvo 3 o 4 meses de numerosas victorias, tanto en ACB, como en Euroliga, cayó a los infiernos a partir de finales del mes de enero. Fueron dos meses muy largos, casi tres, en los que ríanse ustedes de las desgracias que sufren en las novelas de Dickens, por ejemplo, Oliver Twist, Nicholas Nickleby o David Copperfield.

A los héroes dickensianos les pasa absolutamente de todo: miseria, abandonos en orfanatos, desgracias en forma de accidentes o de apoplejías, trabajar en funerarias, malos tratos, hambre, atracos (o verse en medio de una banda de ladrones, obligados a robar), desamores, adulterios, traiciones de amigos o de amantes.

Nuestros héroes han vivido de todo este año. En diciembre, por ejemplo, solo 5 seniors pudieron enfrentarse a todo un CSKA de Moscú debido a 8(!) bajas por COVID19 (Hanga, Randolph, Núñez, Yabusele, Poirier, Causeur, Heurtel, incluso el propio Pablo Laso), además de otras 3 por lesiones (Abalde, Alocén, Trey Thompkins), dando protagonismo aquella noche a Vukcevic, Klavzar, Garuba Jr y Miller, prácticamente unos niños. Un equipo que entró en barrena, perdiendo partido tras partido en ACB y en Euroliga, algunos de ellos anotando apenas 50 puntos en ataque (e incluso menos). Sin tiradores atinados (se estuvo esperando a Jaycee Carroll hasta bien entrado el mes de enero). Un equipo que era superado claramente en cada Clásico, incapaces los nuestros de superar la superioridad en talento de los blaugranas y del magisterio de Saras Jasikevicius (que llegó a tener un parcial de 11-3 en sus primeros 14 partidos Barça-Madrid disputados).

Urban Klavzar

En medio de aquel caos de resultados, una dolorosísima derrota en la final de la Copa del Rey en Granada, con un Madrid peleando y dominando durante más de 35 minutos en el marcador para acabar ahogándose en la orilla. Eran semanas de pesadilla para los nuestros, tan terribles como las que sufría (¿o acaso no eran pesadillas?) el avaro Ebenezer Scrooge en el célebre “Cuento de Navidad”. Pero aquellas pesadillas, o, mejor dicho, visitas que recibió Scrooge por parte de los fantasmas del pasado, del presente y del futuro, sin duda le sirvieron para poder cambiar de actitud y mejorar su propia calidad de vida y la de sus parientes y empleados más cercanos.

En abril estalló una nueva bomba en el vestuario, y Pablo Laso se vio obligado, por asuntos disciplinarios, a apartar a Thomas Heurtel y a Trey Thompkins. Ni más ni menos era necesaria dicha decisión: por el prestigio y el buen orden dentro del grupo había que prescindir de otro base, Heurtel, apenas mes y medio después de haber perdido para toda la temporada a Carlos Alocén, víctima de la rotura completa del ligamento cruzado de su rodilla izquierda a mediados de febrero. Teníamos pues que acabar la temporada con un único base, Nigel Williams-Goss, y reconvertir al puesto de director de orquesta a quien sabe si a Adam Hanga, si a Fabien Causeur o si a Alberto Abalde, además de darle minutos en ese puesto tan importante a Sergio Llull.

El equipo se iba recuperando, como los héroes de Dickens, como Amy Dorrit o como Pip en “Grandes esperanzas” o como el entrañable doctor Manette de “Historia de dos ciudades”. Y llegó, tras un gran play-off ante Maccabi y una épica victoria en Belgrado en la Final Four ante el Barcelona, otro enorme mazazo, algo así como la nueva caída a los infiernos de Oliver Twist, obligado por el perverso Fagin a robar carteras por los barrios elegantes de Londres: la final de la Euroliga, una maravillosa oportunidad de ganar la Undécima Copa de Europa de baloncesto, en una final rácana en puntos, decidida por tan solo uno (57-58) ante el Anadolu Efes de Estambul. Eso sí, previamente en semifinales, había caído el último playmaker sano, NWG, herido de consideración en el primer minuto de juego ante el Barça.

El equipo se iba recuperando. Y llegó, tras un gran play-off ante Maccabi y una épica victoria en Belgrado en la Final Four ante el Barcelona, otro enorme mazazo, algo así como la nueva caída a los infiernos de Oliver Twist. una maravillosa oportunidad de ganar la Undécima Copa de Europa de baloncesto, en una final rácana en puntos, decidida por tan solo uno (57-58) ante el Anadolu Efes de Estambul

Seguía cumpliéndose el método Dickens: a una alegría mínima le siguen dos o tres fatalidades que minan claramente a los protagonistas. Pero los héroes de Dickens no se rinden. Caen, pero se levantan, sufren, pero son capaces de volver a intentarlo, una y otra vez. Tienen un carácter de hierro, inasequibles al desaliento: apenas tienen tiempo de lamentarse, ya que su conciencia y su afán de superación les obliga a pasar por encima de cualquier tipo de adversidades.

Quedaba todavía hacer todo lo posible para conquistar el último gran título del año: la liga ACB. Dos uppercuts a la lona, uno en Granada y otro en Belgrado, habían dolido, y mucho. Pero no había tiempo para mirar atrás. Era el 21 de mayo y quedaba un mes por delante. Con la nueva baja de NWG, con un equipo en cuadro, sin bases ni tiradores puros (la prueba es que, en Belgrado, el porcentaje en triples había sido para llorar, inferior al 20%).

Los play-off de ACB, ante Manresa y Baskonia, supusieron un pleno absoluto para el Madrid (2-0 ante los manresanos y 3-0 ante los vitorianos), con exhibiciones corales, con un Adam Hanga pletórico como director de la sinfónica y con Causeur, Deck y Taylor recuperando sensaciones. Pero la maldición del año 21-22 dio su golpe más duro: entre el segundo y el tercer partido ante Baskonia, caía el propio Laso, el general de nuestros ejércitos, víctima de una dolencia cardiaca que heló las venas de todos los madridistas el 5 de junio por la mañana.

La mejor temporada del Real Madrid de Pablo Laso

¿Qué más podía suceder a un equipo que es todo corazón, todo coraje, que es un grupo y no una suma de individualidades? Faltaba una semana para comenzar a afrontar una final ACB ante el Barcelona, y con el factor cancha en contra. Un equipo que seguía vivo pese a decenas de adversidades vividas, pese a dos derrotas desgarradoras con finales angustiosos. Pero Laso, además de ser un líder victorioso y laureadísimo, también ha creado un grupo de técnicos único e imbatible: su segundo, Chus Mateo, un sabio silencioso, a quien asesoran dos técnicos de mucho nivel, Paco Redondo y Lolo Calín, y un genio de la preparación física, Juan Trapero. Napoleón ganó muchas batallas también gracias al buen hacer de sus mariscales, de sus Murat, Ney, Lannes, Soult y Masséna. Laso, en sus once años de entrenador del primer equipo, ha creado no solo un espíritu de resistencia, de pelea y de arrojo, sino un espléndido cuartel general de colaboradores que hacen que no se note nunca ninguna ausencia, ni siquiera la suya.

Llegó el momento de asaltar al Palau. Y vaya que se asaltó, incluso dos veces, aunque en la segunda ocasión el colegiado Pérez Pizarro y sus ayudantes no consideraron oportuno que el parcial de 0-2 a favor del Madrid volase hasta el WiZink. Sin duda que los planteamientos de Chus Mateo —avalados por Laso— desquiciaron a Saras ya que desde el primer minuto de cada partido los de blanco literalmente mordían y dejaban sin respirar a los de azulgrana. Partidos asfixiantes, intensos, donde se podía cortar el aire con cuchillo y donde el sudor no paraba de empapar el parqué del decrépito Palau Blaugrana.

Como no podía ser de otra forma, hubo otra desgracia más, tan dura para los nuestros como, por ejemplo, la pérdida de Clara, la madre de David Copperfield, cuando parecía que este iba superando una tras otra las zancadillas de la vida: Anthony Randolph, en la imagen más dura del año, se hacía añicos los ligamentos de su rodilla izquierda.

Y llegó el final feliz, ese final que, tras mucho sufrir los protagonistas de Dickens y sus lectores, tras mucho padecer los protagonistas de Laso y nosotros, como fieles seguidores, suelen tener las novelas del gran Charles Dickens, y que hacen que cerremos cada uno de sus libros con una amplia sonrisa de esperanza y, por qué no decirlo, de enorme satisfacción

Y sin bases, sin tiradores, con el puesto de 4 claramente mermado, jugando con rotaciones de apenas 8 o 9 jugadores, con Deck, Taylor, Yabusele, con aportaciones de todos ellos (Núñez en el tercer partido, Llull, Rudy, Poirier), y con unos inmensos Hanga y Causeur, además de una estratosférica aportación de Tavares en el 3-1 final (valoración de 41 puntos sobre un total de 95 para todo el equipo), el Madrid acabó destrozando a las huestes de Sarunas Jasikevicius, incapaces de igualar en intensidad en ningún momento a los blancos en los dos partidos disputados en Madrid: tan solo la gran calidad de algunos de los jugadores del Barcelona y, sobre todo, el buen porcentaje en tiros de tres, mantuvieron vivo al conjunto catalán hasta casi el final del partido. De tal forma, que, de los últimos 5 partidos jugados ante el Barcelona, el parcial ha sido finalmente de 4-1 a favor de los merengues.

Y llegó el final feliz, ese final que, tras mucho sufrir los protagonistas de Dickens y sus lectores, tras mucho padecer los protagonistas de Laso y nosotros, como fieles seguidores, suelen tener las novelas del gran Charles Dickens, y que hacen que cerremos cada uno de sus libros con una amplia sonrisa de esperanza y, por qué no decirlo, de enorme satisfacción: y es que, como Twist y Nickleby y Copperfield y Lucía y Carlos Darnay y Pip Grabber y hasta el huraño Ebenezer Scrooge, se disfruta de los logros mucho más cuando se ha sufrido tantísimo por conseguirlos.

 

Getty Images.

7 comentarios en: Una Liga ACB dickensiana

  1. Bravo: "se disfruta de los logros mucho más cuando se ha sufrido tantísimo por conseguirlos". Esta frase vale tanto para esta Liga ACB como para la Champions del fútbol. Enhorabuena a este equipazo (y a Mr. Dumas por un artículo tan certero).

  2. "...se disfruta de los logros mucho más cuando se ha sufrido tantísimo por conseguirlos".
    Como nosotros disfrutamos con/de sus magníficos relatos.

  3. Hoy está usted aun más magistral que de costumbre amigo Athos!
    Efectivemente casi se puede decir que donde afrontabamos con mayor preocupación y al final menos hemos sufrido (en la cancha al menos) ha sido en toda la ronda de play offs (Maccabi, Manresa, Basconia y la tanda final)

    Pero bueno lo que cuenta es el dickensiano final feliz y por encima de todo, pues lo hemos visto también en el fútbol, la importancia superlativa de ser un EQUIPO además de grandes individualidades puntuales.

  4. Me alegro , aún no he leído ningún otro pero sí comentado, que este haya sido el primer artículo del día -como debe ser el pan- de la Galerna.
    Magistral, al nivel que nos acostumbra el mosquetero-literato.

    Como va de alegorías y símiles, momentazo Nescafé oro el que nos obsequió el bretón con un gesto que simbolizaba el finiquito del partido. Por cierto, en esa misma acción, mientras el balón volaba hacia el cesto, se pudo apreciar como el curi ese propiciaba un rodillazo en los 00 de Tavares. Además de validar el triplazo , reglamento en mano, los "àrbitres" deberían haber señalado antideportiva y descalificante al infractor-agresor.

    Más mérito le atribuyo al Real Madrid , en esta final al mejor de 4 partidos, y tras haber tenido que sufrir la presencia de dani hierreçuelo-ladronçuelo como trencilla en dos partidos de la serie.

  5. Estupenda crónica de un año dificilísimo con final feliz.
    Enhorabuena a Laso, a Chus Mateos, al equipo técnico y a los jugadores, que sin buenos porcentajes en el tiro, se han comido en defensa y en rebote al Barcelona.
    Han superado todas las dificultades, incluida la arbitral. Ahora da más rabia pensar que hemos estado a una canasta de dos puntos, de ganar la Euroliga y a un poquito más de la Copa del Rey.
    En la esquinita, empezando por Mirotic, comienzan las críticas al hiperventilado entrenador lituano.
    Campeones, oe, oe, oeeeé.
    Saludos.

  6. Hombre, comparar un equipo que derrocha millones (los que vienen del fútbol) con los pobres protagonistas de Dickens que viven en la miseria... Hay que tenerlos muy gordos

  7. Magnifica comparativa con la literatura universal, como lo es el Real Madrid, un club universal pero lleno de realismo, como su propio nombre indica en sus más amplias acepciones. ¡Bravo, sr. Dumas! ¡Por muchos artículos rodeados de esa cultura que le acompaña (como su nombre completo)!¡Y porque vengan acompañados de otros tantos triunfos de este maravilloso club que nos convierte a cada madridista - y por tanto al madridismo - en un auténtico parque de atracciones con sus de aquí para allá y de allí para acá. ¡Hala, Madrid!

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