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Tres madridistas en el Hall of Fame

Tres madridistas en el Hall of Fame

Escrito por: José Luis Llorente Gento19 septiembre, 2022
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Una mañana de este agosto canicular, Quique Villalobos, vecino de veraneo, me contó la nueva.  George nos invitaba a presenciar la ceremonia de su ingreso en el Hall of Fame de Springfield, Massachusetts. En un instante convinimos que teníamos que estar con él. Nuestro entrenador en el Real Madrid fue un maestro, una persona capaz de concitar la enseñanza con las relaciones personales. Al menos, le debíamos nuestra presencia.

Con la ayuda de Quique —experto en viajes a Estados Unidos, sus trámites y sus consecuencias— preparamos el trayecto. Quique es persona de mente ordenada, casi computacional, que planifica al detalle, previene lo no previsto y reacciona ante ello con presteza. Como es natural, nos pusimos en contacto con Emilio Butragueño, siempre tan atento, amable y capaz. El club debía estar al corriente de nuestro viaje, al igual que Cristóbal Rodríguez, nuestro presidente en la Asociación de Leyendas del Real Madrid.

George Karl nos invitaba a Quique Villalobos y a mí a presenciar la ceremonia de su ingreso en el Hall of Fame de Springfield, Massachusetts. En un instante convinimos que teníamos que estar con él

Con todos los procedimientos en orden, embarcamos desde la terminal satélite para aterrizar en Boston casi a la misma hora local en la que despegamos. Con la presteza que fuimos capaces nos dirigimos al autobús circular que nos acercaba a la zona de alquiler de coches, alejada de la terminal para descongestionarla de máquinas y humanos, tantos abundan por allí.

Joe Llorente y Quique Villalobos avión

Aún teníamos un viaje de un par de horas por delante para llegar a la ciudad en la que nació el baloncesto, Springfield, Massachusetts. Obviaré a Los Simpson que te rondan la cabeza, para señalar que apenas soltamos el equipaje en el hotel nos dispusimos a mimetizarnos con el entorno, apretándonos una hamburguesa de tamaño estatal y una cervecita. Quizás sepan ustedes que mis gustos caminan por otras vías alimenticias, pero era necesario ambientarse cuanto antes. Allí surgió por primera vez una pregunta que se repitió sin respuesta tantas veces como entramos en algún local: ¡¿Por qué demonios está el aire acondicionado a tan baja temperatura?! Para que termines de congelarte en vida —no sé si por aquí lo llaman un Walt Disney—, grandes ventiladores en el techo esparcen el aire glacial por tu espalda o tu pecho, en función de donde te sientes. Eso me pasó por no hacer caso de mi consejero Villalobos: llévate una sudadera, al menos.

Al día siguiente, a causa de esa resaca que los estadounidenses llaman jet-lag, nos despertamos a una hora temprana, muy temprana. Tras un pasatiempo obligado y un par de cafés, por fin entramos en contacto con el contacto de George, Brett Goldberg, muy atento en cualquier circunstancia que nos concerniese. Se mostró encantado de conocernos y nos agradeció la visita, al tiempo que nos iba presentando a los aborígenes que se acercaban.  Todos decían algo así como “¡Ah, sois los de Madrid!”, amables y en inglés. Dado que aún no teníamos noticias de George, decidimos visitar el museo del baloncesto, justo enfrente de nuestro hotel, sólo con cruzar por debajo de la S-30.

Museo Baloncesto Springfield

Se trata de un edificio de grandes dimensiones y color de nave espacial, en el que se exponen películas, imágenes, documentos, trofeos y detalles relacionados con el nacimiento y desarrollo de este bendito deporte, desde James Naismith hasta nuestros días. En Springfield concibió la criatura, así que, con buen criterio el museo del Hall of Fame tenía que estar en esta ciudad. Quiso la fortuna que nos encontráramos a Ettore Messina en el vestíbulo, siempre amable y con ánimo de conversar. Nos contó que venía invitado por Ginóbili, y nosotros le contamos nuestra película, de la que George era el principal protagonista. Como se puede observar en la foto se conserva muy bien, y nosotros, no.  Al menos, seguimos siendo más altos.

Llorente, Villalobos y Messina

Por fin, a eso de las dos de la tarde George pudo recibirnos en su suite. Había dormido en Connecticut, donde la noche anterior se había celebrado una cena de gala de esas que vemos en las películas. Nos invitaron a la misma, pero a pesar de que estábamos dispuestos a pagar los mil dólares que costaba, renunciamos porque los astros no se alineaban esa noche de forma correcta para nuestra fortuna.

Brett Goldberg nos dijo que no tendríamos mucho tiempo con el coach, un cuarto de hora, más o menos.  Era lo lógico, porque en un par de horas comenzaban los compromisos oficiales para los premiados. Además, su familia estaba llegando y tenía medios que atender. El primer abrazo fue cálido, duradero. Y las primeras palabras llenas de nostalgia y alegría por el reencuentro.

Lo primero que hicimos fue mostrarle los obsequios que traíamos de parte del Real Madrid. El presidente, Florentino Pérez, le enviaba una carta de felicitación y reconocimiento muy afectuosa. Casi me sentí como el correo del zar. Además, el club le regaló una reproducción del nuevo Bernabéu, muy cuidada y de gran calidad. Una maravilla.

Joe Llorente, George Karl y Villalobos

George se mostró encantado y agradecido, al tiempo que nos preguntaba por la actualidad del club. Después de la entrega, nos sentamos a charlar como charlan los amigos. Recordando los viejos tiempos y comentando los actuales en una mezcla desordenada,  fluyendo mientras se salta de un asunto a otro. La memoria de George es prodigiosa.  Recuerda muchos detalles, situaciones y sucedidos. También anécdotas, como cuando me lanzó con tanta fuerza un balón de fútbol americano al poco de llegar que no lo pude sujetar y terminó golpeándome en la cara.

George Karl se mostró encantado y agradecido, al tiempo que nos preguntaba por la actualidad del club. Después de la entrega, nos sentamos a charlar como charlan los amigos. Recordando los viejos tiempos y comentando los actuales en una mezcla desordenada,  fluyendo mientras se salta de un asunto a otro

Al poco de sentarnos, Brett le recordó a George que el tiempo de la cita había concluido, pero éste despejó la recomendación con un gesto expeditivo. Se acordaba del éxito de nuestro juego con “pequeños” en circunstancias concretas, cuando batimos a la Jugoplastika y el Milán en el Torneo de Puerto Real. En cambio, no recordaba el nombre exacto del presidente de entonces —aunque se acercó bastante—, quizás como medida cerebral preventiva. Tuvo relación desigual con Mendoza, como con parte de la prensa, que no entendía sus ideas avanzadas. Durante años, muchos entrenadores siguieron ejecutando las novedades tácticas que trajo George. Ya se sabe, que las novedades siempre inducen recelo, y más cuando vienen de fuera.

En otro momento de la conversación, George nos preguntó si nos pareció un entrenador duro.  Es la reputación que tiene en Estados Unidos: de entrenador exigente, inflexible. Quique y yo coincidimos en reseñar lo contrario.  George fue un entrenador justo, con la virtud que escasea de trazar relaciones personales en otro ámbito que jamás se rozó con el profesional. Nunca influyeron en sus decisiones las cenas juntos, las conversaciones de café y las reuniones del equipo en las que nos mezclábamos como iguales. Al fin y al cabo, no estábamos más que tratando de integrar a un ciudadano extranjero en un país muy diferente al suyo. Luego, en el parqué, todos sabíamos y entendíamos quién era el jefe. George, incluido.

Real Madrid de George Karl

A estas alturas de la reunión, harto de reclamar su final, Brett —involucrado en la difusión mediática de la figura de nuestro entrenador favorito a través de su empresa— se rindió a su curiosidad y se convirtió en un participante activo de la conversación. Le atraía lo que estaba oyendo y preguntaba para conocer algún pormenor.

Sin pretenderlo, la charla derivó a las enormes dificultades que se encontró George el año que llegó.  La marcha de Drazen, los problemas con la prensa, el accidente de Fernando, la lesión de Chechu Biriukov. Se sorprendió con el nivel de baloncesto que había en España y la pasión con la que se vivía. En aquella pretemporada, hicimos unos cuantos viajes en autocar para jugar partidos amistosos. Naturalmente, cada vez que parábamos a tomar un café en algún lugar muchos curiosos se acercaban a pedirnos un autógrafo o simplemente a conversar. En uno de ellos, George se acercó a mi lado para comentarme: “puedo ver la ilusión en los ojos de los niños por estar a vuestro lado. No sabía la importancia que tenía el Real Madrid para tanta gente”.

Llevábamos más de una hora hablando con él, riendo y recordando, como hablan los colegas que sufrieron y se divirtieron juntos, que aprendieron unos de otros, que se reencuentran de tanto en cuanto. George estaba disfrutando tan relajado que volvió a negar a Brett el cese de nuestro encuentro, pero nos dimos cuenta de que se estaba haciendo demasiado tarde para los compromisos que tenía pendiente. Así que, de común acuerdo, Quique y este humilde cronista nos levantamos, le dimos un abrazo y las gracias y quedamos en reencontrarnos más tarde.

George se acercó a mi lado para comentarme: “puedo ver la ilusión en los ojos de los niños por estar a vuestro lado. No sabía la importancia que tenía el Real Madrid para tanta gente”

Volvimos a nuestro hotel para descansar un rato y engalanarnos, en nuestra medida, para la ceremonia. Con el propósito de husmear, llegamos con cierta antelación al teatro, el Symphony Hall, que nos recibió con su magnífica fachada neoclásica y columnas corintias defendidas por una escalinata. Por supuesto, rodeada de cámaras y preguntadores, la alfombra roja estaba presente: justo al lado opuesto de nuestra puerta de entrada: el gallinero, la casta inferior o el carrito del pescado, como ustedes prefieran.

La sala es tan magnífica por dentro como por fuera.  Esos pedazos de teatros de la ópera que ya conocen ustedes, así que no perderé tiempo en describirlo. Con tres alturas, su capacidad es de 2.500 asistentes a ojo de buen cubero y de 2611 a ojo de Google. Al menos ahí, estuvimos acertados. Poco a poco fueron presentándose los premiados y sus testigos, así como invitados de alta alcurnia baloncestística, como nosotros. Reconocimos a Bill Walton, Greg Popovich y Tony Parker. También, al citado Messina. Estos tres últimos invitados de Ginóbili, quien, por cierto, hizo un discurso magistral. Escuchándole se entiende su eminencia como jugador. Por supuesto, muchos de sus compañeros de la selección argentina:  Pepe Sánchez, Oberto, Scola, etc. Cerca de ellos estaba Tim Hardaway Jr., ya que premiaban a su padre, del mismo nombre, pero sin el Jr.

Llorente y Villalobos en el Hall of Fame Llorente y Villalobos en el Hall of Fame

También me llamó la atención que estuviera el hijo del policía, así le llamaba Antonio Díaz-Miguel. Nada más y nada menos que Chris Mullin, al que nuestro seleccionador conocía muy bien por sus continuas visitas a la Universidad de Saint John.  En fin, el listado era muy largo y espléndido.  Por parte de George estaban Bobby Jones —excelso compañero que jugó junto a nuestro protagonista en aquel célebre Torneo de Navidad con North Carolina— y Gary Payton. Cómo no, también estaba el Comisionado de la NBA, Adam Silver, sentado en la fila séptima. Comparen con lo que ocurre aquí y saquen sus consecuencias.

La producción del acto fue magnífica, tal y como se podía esperar de una organización estadounidense que cada año organiza este homenaje. Las tres horas que duró se hicieron cortas, cada invitado interpretando e improvisando su discurso escrito sobre un gran teleprónter colocado sobre una inmensa mesa de sonido. La ceremonia comenzó con un recuerdo al jugador más respetado de todos los tiempos, al Muhammad Alí del baloncesto,  Bill Russell, sobre el que describimos en estas páginas hace poco su encuentro con Clifford Luyk. Uno tras otro, fueron pasando todos los condecorados, de méritos sobresalientes e impacto notable en el baloncesto estadounidense.

George Karl Hall of fame George Karl Hall of fame

Por fin, casi al final, intervino George, con la voz castigada por la vida. Recorrió su vida baloncestística con detalle y se detuvo con emoción a revisar sus días en el Real Madrid, de los que extrajo un profundo aprendizaje y se llevó emociones que conserva intactas. Cómo no, se acordó de Fernando Martín y los días que sucedieron a su marcha, y agradeció nuestra presencia en la sala. Creo que es mejor que lo vean y escuchen ustedes que lo que este cronista les pueda contar.

Tras el acto, George reunió a los más íntimos en un restaurante-bar nocturno típicamente americano del norte y del sur de Canadá. El coach se presentó pronto, apenas llegados la familia, los amigos y una legión de ayudantes, los habituales que tiene cualquier entrenador de la NBA, que también quisieron estar a su lado. Relajado, satisfecho por el reconocimiento reservado a los más grandes, sonreía y recibía con afecto expreso las felicitaciones y abrazos francos que le repartimos en cantidades industriales de estima. Lindando la medianoche en Springfield, el hogar del baloncesto, Quique y yo nos retiramos y dejamos a George rodeado de sus asistentes, felices con él, escuchándole en su sereno momento de gloria.

Recorrió su vida baloncestística con detalle y se detuvo con emoción a revisar sus días en el Real Madrid, de los que extrajo un profundo aprendizaje y se llevó emociones que conserva intactas. Cómo no, se acordó de Fernando Martín y los días que sucedieron a su marcha, y agradeció nuestra presencia en la sala

Llegado al hotel, este cronista se sumergió en un duermevela hasta la una y media de la madrugada estadounidense, porque a las ocho de las de aquí comenzaba “Por fin no es lunes”, el programa de Onda Cero del que soy colaborador. Por más resaca horaria que tuviera no podía dejar de contarlo.

Al cabo de unas horas, a las 7 A.M., el señor Villalobos y quien escribe tomábamos un café mientras veíamos en los noticiarios de televisión cómo la sección de deportes abría con los premiados del curso correspondiente, ingresados ya en el Naismith Memorial Basketball Hall of Fame. Y nosotros hablábamos de la suerte vivida, de las emociones de la noche pasada y de la felicidad de George Karl, lo más importante, el propósito de nuestro viaje. El coach lo pidió y nosotros cumplimos. Como buenos pupilos.  Como buenos amigos.

George Karl Hall of fame

Getty Images.

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Escritor. Conferenciante. Columnista. Exjugador del Real Madrid y la Selección Española de Baloncesto. Se pasa la vida remontando.

6 comentarios en: Tres madridistas en el Hall of Fame

  1. Enorme George Karl, no se si hablar de mala suerte...el caso es que nunca pudimos ver al inmenso entrenador que era.
    Esos días tan duros, como el recordó, se clavaron en el corazón de todos los madridistas.
    Muchas gracias señor Karl.

  2. Creo que aquí topó con la mafieta de los Eduard Portela, Jordi Bertoméu, Salvador Alemany...Lo cual se tradujo , además del tema arbitral, en que los nuevos y mejores jugadores europeos fuera de España no mostraran demasiado interés en recalar en el Madrid de aquella difícil época. Contra el dinero estatal que llegaba vía TV 3 poco se podía hacer.
    Yo no tengo la menor duda que vino un excelente entrenador al que ya de entrada sin haber empezado a disputarse ningún partido, se le empezó a cuestionar y atacar por temas personales .Entre unas cosas y otras no pudo cuajar su gran trabajo en el club. Pero, como bien apunta José Luis Llorente, aportó innovaciones que el baloncesto español, en concreto, y el europeo en general sí supieron aprovechar.

    Me ha encantado el artículo. We want more.

  3. Misión cumplida con nota alta.

    El título del artículo también es brillante. Considero que el madridismo si de algo sabe es de títulos.
    A través de las (buenas fotos) uno se pregunta si en USA habrá caído tanto en desuso , como en las Españas, la corbata.
    Tengo una foto muy parecida, de hace aproximadamente 12 años, con un amigo y con Messina (gran tipo). Creo que en cierta manera a Messina le pasó lo que a George Karl en el Real Madrid.

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