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¡Qué bello es vivir!

¡Qué bello es vivir!

Escrito por: Nerea Adelaida Aizpurua Uralde23 diciembre, 2021
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Por su calidad, hemos decidido publicar este cuento participante en nuestro II Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad. Recordamos que el ganador se dará a conocer el día 24 a las 5 de la tarde.

 

Era ya la hora de ponerse en marcha. Se acercó hasta el panel donde se mostraban las tareas de la jornada —en invierno el trabajo abundaba— y encontró, después de recorrer con la mirada la línea que discurría hacia la derecha, la que le habían asignado: Manuel Moreno Noguera, 25 de diciembre 1892, Madrid, España, Estadio Santiago Bernabéu, 5 de la tarde.

Se encogió de hombros. Conocía Madrid, había trabajado, sin descanso, destinado en un hospital militar durante prácticamente toda la Guerra Civil, pero de fútbol sabía más bien poco. Empujó la puerta de su taquilla y recogió la entrada que le permitiría el acceso al evento, puro trámite, ya que, por su condición, hubiese podido colarse sin ningún problema en el evento, pero en la Empresa eran exigentes con el protocolo y no les hacía demasiada gracia que este no se cumpliera.

 

Domingo, 25 de diciembre de 1955, 3:45´ de la tarde.

Copa de Europa de Clubs Campeones, cuartos de final.

F.K. PARTIZAN (Campeón de Yugoslavia)-REAL MADRID CF.

 

Se dirigió hacia el ropero. Fernando, el encargado, le saludo amablemente.

—¿Qué, a la faena?

—Pues sí —le contestó él.

—Dame los datos, por favor.

—Madrid, Santiago Bernabéu, 25 de diciembre de 1955, cuatro menos cuarto de la tarde —le respondió, mientras le dejaba ver la entrada.

Entrada Real Madrid Partizan 1955

 

—Bien, veamos…

—Antes que nada, como llevamos ya muchos años trabajando juntos y hay confianza, quería pedirte algo.

—Por supuesto, si está en mi mano…

—¿Recuerdas que hace poco más de un año fui a buscar al mayor de los Barrymore a Los Ángeles? Fue un trabajo sin complicaciones y, en agradecimiento, él se empeñó en regalarme el traje de Clarence, el ángel de “Qué bello es vivir”.  Obviamente, por sus connotaciones, no pude rechazarlo. Creo, amigo Fernando, que si hay un día en el que pueda desempolvarlo y lucirlo, ese es hoy

—Estoy de acuerdo. Voy a buscarlo.

Fernando apareció tras breves instantes.

—Aquí lo tienes —y desplegó sobre el mostrador un traje de lana gris, una camisa blanca de algodón, un pajarita morada a topos blancos y un sombrero negro.

—Necesitarás algunos arreglos, Clarence Odbody no tiene, ni de lejos, tu envergadura. Tenemos tiempo. ¿A qué hora piensas bajar?

—Antes del mediodía, quiero pasear por la ciudad antes de ir al partido. Así, aprovecho y me doy una vuelta por la Plaza Mayor.

—Bien, no tengas cuidado, cuando esté, yo te aviso.

—Gracias, mientras tanto haré tiempo repasando la biografía.

Aunque no fue nunca su intención, Manuel se había visto abocado a llegar siempre tarde a los actos más importantes de su vida. Llegó tarde a su nacimiento —todos esperaban su llegada—, pero su hermano gemelo se le adelantó, dejándolo relegado a un segundo plano; a su primer día de escuela, cuando su hermano mayor le engañó como el lobo a Caperucita y lo envió por el bosque; a su boda, cuando un Landaulet, uno de los primeros taxis de la ciudad, que lo llevaba a la iglesia, conducido por un amigo, sufrió una avería.  Tampoco llegó a tiempo al nacimiento de ninguno de sus cuatro hijos. Recordaba cómo la gripe española lo había tenido al borde de la muerte cuando nacieron las gemelas y cómo su horario de trabajo le impidió acudir al nacimiento de los otros dos que, curiosamente, habían venido al mundo a las 12 del mediodía, el mismo día, pero con un año de diferencia. A este paso llegaría tarde hasta a la hora de su muerte.

Los inicios, a principios del siglo XX, habían sido duros. Abandonó su pueblo natal después de realizar el servicio militar y se colocó en la villa y corte como aprendiz en una imprenta. Cuando subió de categoría y pudo disponer del dinero suficiente para alquilar una casa, volvió a su pueblo, se casó con su novia de toda la vida y se la trajo con él.

En sueldo, a pesar de ocupar un puesto de cajista bastante bien remunerado, no daba para mucho, por lo que se vio obligado a buscar otro empleo para los fines de semana. Se ocupó de ascensorista, recorriendo diferentes estaciones de metro, según la necesidad.

La guerra le pilló sin avisar. Sus hijos contaban en su inicio con 16, 14 y 12 años respectivamente; él, 42 y su mujer, dos menos. Cuando esta acabó, tuvo la impresión de que en lugar de tres, todos los miembros de su familia, incluido él, habían envejecido diez.

Con el paso del tiempo sus hijos fueron colaborando en el sustento de la economía familiar.

Las gemelas cosían, el hermano mayor trabajaba en una carnicería y al pequeño pudo colocarlo de aprendiz en la imprenta.

A mediados de los 40, la familia había logrado una situación económica, que sin ser excesivamente boyante, le permitió despedirse de su trabajo de ascensorista.

Fue entonces, cuando pudo gozar de la libertad de no tener que trabajar los domingos.

Un sábado, al acabar la jornada laboral semanal, un grupo de colegas de la imprenta, aficionados al fútbol y seguidores del Real Madrid, le propusieron ir a ver jugar al equipo al Nuevo Chamartín. Nunca había sentido el menor interés por el balompié, sí que era cierto que mientras trabajó en el Metro había observado quincenalmente mayor movimiento en la estación, coincidiendo con los partidos del equipo blanco en el Viejo Chamartín, pero su interés no había pasado de preguntar por el resultado, más por un acto de cortesía que otra cosa. Ahí comenzó todo. Empezó a sentir los colores de una forma tan intensa, que hasta él se sentía a veces sorprendido.

Desde aquel día jamás faltó a su cita dominical.

Nevaba suavemente sobre la capital. Hacía frío, pero el abrigo y el sombrero del Clarence le protegían. Como había planeado, se acercó dando un paseo hasta la Plaza Mayor. En el trayecto recordó, con cierto poso de tristeza, su trabajo en el hospital, la muerte de aquellos jóvenes que se rebelaban ante su aciaga suerte. Resultaba imposible convencerles de que no había otra alternativa, de que la suerte, o en este caso la desgracia, estaba echada…

La Plaza Mayor ofrecía una imagen navideña de postal. La gente se arremolinaba en los puestecillos donde, por doquier, asomaban figuritas del Belén y adornos navideños.

No pudo resistirse a la tentación, tomó “prestado” uno de ellos y se lo guardó con disimulo en uno de los bolsillos del abrigo.

El sol le acarició su cara por un breve instante, y por un instante aún más breve, se olvidó de su condición.

Era la hora, debía acercarse al Bernabéu. Ya en sus aledaños sacó la entrada del bolsillo y entró en el Estadio. No tardó en verlo. Se sentó a su lado. Los dos equipos saltaron al terreno, arropados por los cálidos aplausos del respetable. Recordaba, vagamente, haber visitado Belgrado en alguna ocasión.

Lo observó, quedaba todavía más de una hora…

El Madrid se adelantó en el minuto 12 con gol de Castaño, que le cogió el gusto y volvió a batir la meta de Stojanovic 11 minutos después. El público aplaudió a rabiar el tercero, firmado por las botas de Paco Gento en el minuto 36. Para todos los presentes tres goles en la primera parte eran el mejor regalo en un día de Navidad.

Sabía que la hora inexorablemente llegaba. Se le acercó. Él sintió su presencia y, espontáneamente, adivinó cuál era su cometido

—Vienes por mí, lo sé.

—Sí, ha llegado tu hora, pero confía en mí, no tengas miedo

—No tengo miedo, solo quiero terminar de ver este partido. Hoy…

—Hoy es tu cumpleaños, lo sé.

—¿No puedes hacer una excepción? ¿un último regalo? Es Navidad.

Hubiera tenido que negarse, pero no supo muy bien porqué, quizá porque un sentimiento blanco acababa de arraigar fuertemente en su corazón, no lo hizo.

—Está bien, nos quedaremos un poco más…

En el minuto 70’ Di Stéfano daba por finiquitado el encuentro y Manuel Moreno Noguera, el mismo día en el que cumplía 63 años, su vida terrena.

Pedro les franqueó la entrada.

—Llegas tarde, el “Jefe” te va a amonestar.

—No creo, venimos de ver ganar al Madrid 4-0 al Partizan de Belgrado en el Bernabéu.

—Anda, pasad y charlad con San Mamés, que ese siempre está dispuesto. No olvides coger tus alas, te las olvidaste cuando recogiste el traje para emular a Clarence. Y… ¿el amigo..? —preguntó Pedro—, ¿para cuándo las alas?

El ángel metió la mano en el bolsillo del abrigo, sacó la campanilla que se había llevado de la Plaza Mayor y la hizo sonar. Miró a su nuevo colega y le dijo:

La maestra dice que cada vez que suena una campanilla, le dan las alas a un ángel y… es verdad… es verdadEnhorabuena… Manuel

2 comentarios en: ¡Qué bello es vivir!

  1. Qué sorpresa. Un día de Navidad a las 3,45 de la tarde, un partido de copa de europa. Si lo hacen ahora les ponen a parir desde todos los sectores del madridismo y del antimadridismo. Gracias por el relato y por ese dato que desconocía.

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360 grados de campeón (It wasn't a fucking goal).

Recomendamos la lectura del fucking #Portanálisis de hoy y os deseamos que paséis un fucking great day.

¡Hala Madrid!

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