A mi padre le daba completamente igual el fútbol, pero hacía como que no por mor del salseo. Supongo que, algo perplejo ante el madridismo exacerbado de sus dos únicos hijos varones, decidió añadir algo de pimienta a la relación paterno-filial impostando un forofismo hilarante en relación al equipo de su tierra. Mi padre era vitoriano, lo que le obligaba a beber falsos vientos por el Alavés, a la sazón en Segunda División B. Mejor. Más divertido aún.
—Temblad, temblad —se aproximaba amenazante, blandiendo un ABC escalofriantemente abierto por la sección de Deportes y señalando la clasificación de la modesta categoría de su presunto club. El Alavés iba cuarto. En cualquier momento ascendía a Segunda, y de ahí a disputarle la Liga en Primera a nuestro Madrid solo quedaba un paso adicional.
Y temblábamos, claro.
Hay otra dimensión coñona de la realidad en la cual mi padre, piloto militar, llevaba el escudo del Alavés adherido con celo al panel de instrumentos de la cabina. Este dato, insisto, es falso de toda falsedad, como lo era la inscripción en la lápida de Royal Tenenbaum: “Murió trágicamente rescatando a su familia de los restos de un acorazado destruido que se hundía”. El recuerdo de nuestros padres muertos debe estar preñado por igual de realidades y de invenciones, tanto más emocionantes cuanto más patentemente absurdas sean estas últimas. (Esto lo entendió perfectamente Tim Burton cuando rodó Big Fish). Mi padre llevaba siempre un escudo del Alavés pegado junto a los mandos del avión, y encomendándose a él se aventuró en batalla aérea, al alimón con el avión de Manfred von Richthofen, contra unos Sukhoi Su-35 rusos llegados allí merced a una tormenta magnética que propició un viaje en el tiempo de todo el escuadrón. No diremos que salieron triunfantes, pero sí airosos del desigual enfrentamiento.
Por aquel entonces, en la época del “Temblad, temblad”, la posibilidad de que lo que acabo de inventarme sucediera realmente era similar a la de ver al Alavés disputar (y casi ganar) una Copa de la UEFA contra el Liverpool. Sucede que tal cosa sí que sucedió de verdad, en 2001, aunque ocurre también que para entonces mi padre ya llevaba ocho años muerto. No pudo verlo, pero pasó, y eso amerita llevar a cabo un revisionismo lo suficientemente gamberro como para añadir, de manera retrospectiva, el escudo pegado con celo en la cabina.
Solo un poco menos impensable que lo del combate contra los cazas rusos, aunque bastante más que lo de la final de la UEFA, es desde la óptica ochentera el que el Alavés pueda hoy (en Primera División, claro) marcar el destino próximo del Real Madrid a través de un duelo temible, frente a frente. Pero lo más inconcebible de todo, la broma más desatinada de todas, es que el choque vaya a tener lugar precisamente en el día en que se cumplen treinta y dos años de la muerte de mi padre, que por supuesto tuvo lugar en el intento de rescatar al vuelo, planeando intrépidamente, a un Jack Russell que estaba a punto de precipitarse en el interior de un volcán en erupción. Salvó al perro, que llegó ileso a tierra, pero nadie pudo salvarle a él de las quemaduras. Curiosamente, hasta de esto se había olvidado cuando aterrizó. Treinta y dos años ya de su hazaña.
La profecía de mi padre fue implacable, porque hoy jugamos contra el Alavés, y vaya si temblamos. En este mundo de imposibles cumpliéndose uno tras otro, yo estoy tentado de pedir a mi padre que no se pase, que recuerde que su afición por el Alavés era una patraña lúdica (a diferencia de lo de los cazas rusos, el Jack Russell y la final de la UEFA) y que nunca pierda de vista que no le olvidamos ni un solo día. Que vuele alto, que olvide el partido y que no se meta, coño.
Fotografías: Jesús Bengoehea














Gracias por esta historia, Jesus. Mi padre es poco forofo, al contrario que yo y mi hermano, madridistas hasta la médula. El jugó en las categorías inferiores del Madrid, hasta los 18 años. Pero confiesa que nunca ha sido muy seguidor del fútbol y los equipos. Siempre ha preferido jugarlo. No es de los que se lamenta observando cómo ha cambiado todo, pero sí cuenta buenas anécdotas sobre cómo eran las cosas del club antes. Hoy nos sentamos los tres a ver algún que otro partido, él es el primero que se apunta al plan, y creo que lo que más le gusta es vernos a los dos hermanos, sufrir y celebrar, unidos. Muchas veces pienso en esto, más en los últimos años, entrado en mis 40, y me da cierta envidia su forma de vivir al Madrid, menos enganchado.
Que bonita historia. Y del Ejército del Aire, como yo, que estuve 30 meses en dicho ejército.
Esperemos que se pase a ayudar al equipo de sus hijos. Un abrazo!!
Preciosa historia, bellamente contada. Mi padre era del Atleti, aunque a él le gustaba decir que en realidad era “quinielista”. Si tenía que poner perdedor a su equipo lo hacía sin ningún problema. Eso sí, nunca fue antimadridista, de ahí que tanto mi hermano como yo fuimos y somos del Madrid. Y hoy, pues ya veremos, aunque pase lo que pase yo mantendría a Xabi Alonso en el puesto para jo…robar a los que dicen (As…co) que incluso si ganase el Madrid Xabi está sentenciado.