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El periodismo en el país de las maravillas

El periodismo en el país de las maravillas

Escrito por: Mario De Las Heras16 abril, 2018
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En la oscura noche radiofónica
se oye una voz de pito.
Todas esas noches la voz y el pito
re-toman el olivo
soñando con un ataque de marcianos
que los pille vestidos.

¡Ay, el forofismo!, en esa hora y otras,
donde tantas palabras
sórdidas se dicen con intenciones
hermosas y malvadas,
ha cruzado el límite que bordeaba
doña María Castaña.

Hablo de un país donde la prensa deportiva era objetivamente feliz. Y era tan feliz porque era radicalmente objetiva. Su objetividad rayaba en la luminosidad perfecta. Era tal la objetividad que uno podía sentirse deslumbrado a cualquier hora del día con sólo abrir un periódico, encender el televisor o poner la radio.

El Real Madrid era un equipo amado por esa prensa. Y decir amado es decir que era escrupuloso objeto de la objetividad más pura. Definir esa pureza nos haría elevarnos sobre escenarios de estrellas como los bailarines de La La Land. Sería como oír a nuestro alrededor dulces risas de ninfas que juegan entre los árboles del bosque y se pierden para mantenernos prisioneros del idilio.

Podría hablarse de eso: de un idilio. Nunca unos lectores, televidentes y oyentes gozaron del amor por y con los medios. Era un amor adolescente. Un amor de primer beso. La adolescencia del amor misma era esa objetividad supina que hacía bellos movimientos al contemplarla. Era una objetividad digna de contemplación.

El pueblo, especialmente el madridista, se sentía orgulloso de su prensa. Aunque decir orgulloso no es nada. Más bien habría que decir que sentía embeleso. Sus periodistas eran como esos tribunos efervescentes de la Antigua Roma. Eran oradores cuya objetividad blanqueaba cualquier negritud. Provocaban la risa en los niños, la emoción en los adultos y la paz en los ancianos.

Y toda su virtud estaba basada en el talento, en el rigor, en la cultura y en la honradez. El periodismo era una Academia constante donde aprender, donde deleitarse y donde abandonarse lejos del ruido y de la vulgaridad del mundo. La prensa deportiva de aquel país era el faro de todas las prensas deportivas del mundo (ya lo dijo públicamente uno de sus más ínclitos prebostes) que perseguían con ansia su influencia.

Todo era amor y belleza y justicia entre la prensa y sus clientes hasta que llegó un pérfido futbolista del Real Madrid (¡del Real Madrid precisamente! ¡El club objeto de la objetividad más esencial y virgen!) a emponzoñar el paraíso poniendo en duda esa objetividad con datos espantosamente subjetivos.

Fue como oír a aquel hombre en un recital de poesía de Antonio Gala decir: “qué barbaridad, qué barbaridad”, en alto y al término de cada lectura, ante la mirada reprobatoria de cientos de señoras con collares de perlas extasiadas por el arte del vate cordobés.

Cuánta vileza la de ese futbolista que fue siempre obsequiado con la objetividad más límpida. La objetividad que le hizo incluso mejorar sus habilidades y su preponderancia en el equipo, esa influencia abstracta y sin embargo innegable por real. Qué perversidad la de ese jugador capaz de venir a romper el equilibrio milagroso de la recta prensa deportiva de aquel país que, por supuesto, no se rindió.

La reacción no se hizo esperar. Todos esos periodistas sublimes cogieron todas sus reservas de objetividad, incluidas las de las mejores cosechas, y comenzaron a volcarlas a través de sus micrófonos para restablecer el orden amenazado. El orden que a día de hoy por desgracia aún no se ha restablecido y que había regido la vida de la prensa y el pueblo desde tiempos más lejanos que los de Maricastaña.

Tiempos antiguos y gloriosos en los que esa prensa inmerecida por todos campaba a sus anchas por el Santiago Bernabéu y la ciudad deportiva del Real Madrid para inundarlo todo de objetividad. Era como el sonido que producía aquel príncipe prisionero en la torre al chocar su corona con los barrotes. Aquel sonido que llegaba a todos los rincones del país y provocaba la felicidad y el éxtasis del pueblo, que lo dejaba todo para escucharlo.

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Ha trabajado en Marca y colaborado en revistas como Jot Down o Leer, entre otras. Escribe columnas de actualidad en Frontera D. Sobre el Real Madrid ha publicado sus artículos en El Minuto 7, Madrid Sports, Meritocracia Blanca y ahora en La Galerna.

3 comentarios en: El periodismo en el país de las maravillas

  1. Qué miserables somos los madridistas -con la honrosa excepción de los piperos- que no sabemos apreciar la objetividad de "la mejor prensa deportiva del mundo".

  2. Muy bueno.

    Lo curioso del caso es que la prensa había llamado de todo menos bonito a cualquier miembro del Real Madrid. Ahora también añaden un epíteto que les faltaba: el de "desagradecidos"...

  3. Esa voz de pito de la oscura noche radiofónica, ¿es la del padre de todos estos de ahora, que viven en el país de las maravillas de la época de María Castaña?
    Saludos.

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