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Con orgullo y sin prejuicio

Con orgullo y sin prejuicio

Escrito por: Emil Sorel19 abril, 2016
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En realidad, se nos ha olvidado quién es Zinedine Zidane. Metidos de lleno en la termomix mediática que es el Real Madrid, bastaron un par o tres de partidos malos para que en muchas mentes "el efecto Zidane" se pasara como un dolor de cabeza tras una aspirina efervescente. Esa corriente madridista que parece estar más cómoda en la derrota y en el dolor se había estado extendiendo en las últimas semanas y la lava amenazaba con llevárselo todo por encima. Otra vez.

De pronto, cuando realmente nadie lo esperaba, al Madrid se le ocurrió ganar en el Camp Nou. Fue una victoria tranquila, extraña, con una cierta sensación de justicia poética. Casi gritamos más cuando le anularon el gol a Bale (hay que tener una imaginación calenturienta para ver falta del galés al defensa de L'Hospitalet conocido popularmente como Jordi Alba) que en el gol de Cristiano. Con todo el respeto a todos aquellos que consideran que el Madrid no puede celebrar nada -Copas de Europa vergonzantes y demás- fue una buena alegría.

Unos días después, se remontó un 2-0. Pasa una cosa curiosa con las remontadas históricas de Copa de Europa. Todos pensamos en aquellos partidos de vuelta en casa, con Juanito y Camacho arengando a las masas. Pero muchos se olvidan de la condición fundamental para llevar a cabo el moltolonguineo: haber perdido abultadamente en la ida.

En fin, que en estas caíamos en la cuenta de que nos entrena un tal Zinedine Zidane, francés de ascendencia argelina que ha conseguido el milagro de no tener pelo y, sin embargo, no ser calvo. Los madridistas tenemos la tentación de medirlo todo en clave Concha Espina y, desde luego, el galo dejó huella como jugador. Pero fue más que eso. Los números inauditos de Messi y Cristiano Ronaldo amenazan con borrar el pasado del fútbol, pero conviene decir que Zidane fue más que el mejor jugador de fútbol de su época: trascendió la categoría de futbolista y se convirtió en icono de una Francia que por aquel entonces presumía de integración de inmigrantes. Convirtió el balompié en una de las bellas artes y se hicieron documentales de arte y ensayo con banda sonora de Mogwai. Un tipo de portada de suplemento semanal y objeto de exposición en museos de arte contemporáneo. La hostia.

Ese hombre habita en el banquillo del Madrid y, aunque nosotros los aficionados dudamos, él no lo hace. Por algún motivo que resulta difícil de explicar, se ha instalado la teoría de que el marsellés es un advenedizo táctico que está en el banquillo del Madrid por enchufe. Bien, sería justo decir que partidos como el de Barcelona están desterrando esa extravagante escuela de pensamiento: el Madrid pareció un equipo, quizá por primera vez en más de un año. Lo que es más importante: se apreció una idea común, la búsqueda colectiva de algo. Después de lo que parecía un siglo, el Madrid tuvo más pasión que el Barça. Eso que nos arrebató Guardiola y que Mourinho luchó por devolvernos (peleó tanto por ello que se consumió en el intento).

Camp Nou Zidane

Habrá quienes nos sigan achacando que nos alegramos cuando al Madrid le pasan cosas buenas. Malditos optimistas... El otro día, de hecho, leía un tuit que rezaba algo así como “al final ganaremos la undécima, pero seguiremos sin dignidad”. No recuerdo quién lo escribió -pido perdón por ello, no quisiera dejar de citar al autor-. Se podría decir entonces que la vida es lo que pasa mientras el Madrid está en crisis y gana Copas de Europa.

Es de perogrullo: ante la duda yo prefiero ganar. Aunque no sirva para nada, a mí dadme victorias, por si acaso. El Madrid jugó dos partidos dobles en el Camp Nou y frente al Wolfsburgo: contra el rival y contra sí mismo. Ganar a los primeros fue bonito; llevarse la segunda contienda, esencial. Que los jugadores del Real Madrid son muy buenos lo sabemos todos, pero sólo se puede aspirar a sacar el máximo de uno mismo cuando se cree, cuando se encuentra el camino de baldosas amarillas que citábamos hace unos días. En el Clásico y ganando 3-0 a los alemanes descubrimos colectivamente que camino se hace al andar.

Pero volvamos al marsellés de la Cabilia. Desde que llegó al cargo ha tenido dos obsesiones: que los jugadores se atrevan a ser ellos mismos y ampliar la nómina de futbolistas hábiles. En algún momento pensamos que su plan iba a ser un determinado once o una línea roja de juego. Lo primero se ha demostrado falso. Lo segundo, cierto, con matices. Zidane quiere jugar de una manera pero, sobre todo, quiere que sus chicos se desempeñen con orgullo y sin prejuicio alguno. A ellos les habla el mito, la figura popular, el que bailó danza clásica sobre el césped. Nada es casual.

Viene a cuento esto del estilo de juego porque, como cada vez que el Madrid comete la osadía de ganarle al Barça, empiezan a escucharse en el horizonte (compruébenlo: peguen la oreja a la vía del tren) palabras como “autobús”, “contragolpe” y demás. En España ocurre que al Barça hay que jugarle de la mejor manera que le venga al equipo culé. ¿Por qué presentar un plan táctico que desactive sus mejores armas si puedes ponerle una alfombra roja para que te masacre? Es una cosa muy curiosa que sólo ocurre en este deporte y, creo, sólo en este país.

En fin, mañana jugamos contra el Villarreal y, oigan, hay Liga. Con perdón, pero hay Liga.

5 comentarios en: Con orgullo y sin prejuicio

  1. Genio.
    Así es la vida del madridista, aquello qu ocurre entre no jugar a nada y levantar diez copas de Europa.
    Mientras tanto, aquellos que defienden la idea del pensamiento único, siguen creyendo que los equipos deben salir a buscar el lucimiento del rival, a regalarles el espacio y el tiempo. Yo también pido que mientras encontramos el estilo y tal, me den un par de títulos que celebrar.

  2. Hasta ahora, la labor de Zidane, a falta de las notas finales, puede calificarse de buena. No era fácil coger a un grupo de perdedores impenitentes y hacer de ellos un equipo con orgullo y amor propio. Si a eso encima se le añaden las victorias y los títulos, que son lo único que de verdad importan en el fútbol profesional, pues se habrá conseguido el objetivo.

  3. Para mí Zidane tapó muchas bocas después del clásico. Demostró ser un maestro también en lo táctico y lo que llaman el fútbol de pizarra. Y ahora, está demostrando también lo bueno que es como gestor de grupo. Lo que sabíamos que necesitaba el Madrid cuando llegó Benítez: mejorar la defensa y la preparación física de los jugadores, y rotar para llegar en buena forma y motivados al final de la temporada, y que no sé por qué razones Benítez no pudo conseguir; eso es lo que está haciendo Zidane ahora. Si ganamos título este año, será un premio a su trabajo y su calidad también como entrenador. Y si no ganamos nada, para mí ha hecho un gran trabajo con lo que ha hecho hasta ahora, aunque nos pueda parecer poco. Ojalá y con él logremos mantener un entrenador más de tres años con triunfos y buen proceder en el Madrid. Hala Zidane, hala Madrid.

  4. Gracias, Emil; gran artículo. Y estoy totalmente de acuerdo contigo; aunque no tanto en lo del estilo, tal vez porque me quedé enganchada a este artículo de José María Faerna, sobre el estilo del Real Madrid: https://www.lagalerna.com/cuestiones-de-estilo/
    Hay Liga, hay Champions. Y yo no pido disculpas por ello; allá quienes dejaron de creer en noviembre, ellos son los que tienen que pedir disculpas.
    ¡Hala Madrid y nada más!
    Hechi

  5. Sobre eso que se dice casi al final del artículo de que "al Barça hay que jugarle de la mejor manera que le venga al equipo culé"; recuerdo cuando el Almería entrenado por Hugo Sánchez perdió por un ajustado 1-0 en el Camp Nou, los palos periodísticos que le cayeron al mexicano por haber planteado una táctica defensiva en la que destacó un marcaje individual sobre Xavi Hernández. Sin embargo, cuando pocos años después el mismo Almería, entrenado por un mimado de la prensa, Juanma Lillo, fue arrasado por 0-8 en su propio estadio; el periodismo deportivo resaltó la "valentía" de jugar al Barcelona "de tú a tú".
    Y ahora podemos escuchar comentarios similares tras cada partido del Barsa contra el Rayo Vallecano de Paco Jémez, donde los goles recibidos por el equipo rayista suelen fluctuar entre 4 y 6. Si algún día al Rayo se le ocurre perder contra el Barcelona por 1-0, y no digamos si llegase a empatar un partido, seguro que Jémez empezaría a resultar sospechoso de falta de "estilo" en algunas redacciones de deportes.

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