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Madridistas egregios: Moisés

Madridistas egregios: Moisés

Escrito por: Federico Garcia "Lurker"3 agosto, 2019
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Conocí a Moisés en un viaje a Roma. Estaba en una iglesia y llamaba la atención a simple vista: un tiarrón de más de dos metros, duro como la piedra, elegante, poderoso y completamente blanco. Lo primero que pensé fue “éste tiene que ser madridista”, y decidí ponerme a investigar.

Empecé usando la técnica habitual: entrar en un bar a tomar un café, hojear la prensa deportiva e informarme por ella. Los resultados también fueron los acostumbrados: La Gazzetta dello Sport no traía nada de Moisés, y en las tascas del Trastévere no había mucho más que rascar. Husmeando entre mis álbumes de cromos encontré un Moisés que jugó en el Celta de Vigo, pero no se parecía ni remotamente al coloso que había visto en San Pietro in Víncoli. Tendría que acudir a mis investigadores, así que agarré el teléfono y marqué un número; unos minutos después, mi mejor agente se reunía conmigo:

- Kalinda, necesito que investigues a este tipo, le dije mientras le pasaba una foto sacada de internet. Se llama Moisés.

El rostro de Kalinda no se inmutó.

- ¿Qué quieres saber? ¿Qué medios me está permitido emplear?

- Lo quiero todo: de dónde es, a qué se dedica, cuáles son sus contactos, si está casado o no, to-do. Y no me importa cómo consigas la información.

Mientras mi agente investigaba al misterioso personaje, yo realizaba un estudio comparado de las diferentes cervezas belgas, alemanas y checas. Al cabo de tres días, Kalinda me entregó un informe lacónico: “Éxodo, Deuteronomio”.

- Dos palabras. Un 100% más que la última vez. Te estás convirtiendo en una cotorra, le dije con sarcasmo.

- Para lo que me pagas, vas que ardes, respondió con el cariño de costumbre.

- ¿Qué quieren decir esos dos nombres? ¿Son mensajes en clave? Deuteronomio suena a isótopo radiactivo, y Éxodo a historiador griego.

- Tu cultura me sigue impresionando. Son dos libros. Los que siguen al Génesis.

Eso de Génesis sí que lo conocía. Tengo todos sus álbumes. Me encantan Peter Gabriel y Phil Collins. Pero no veía la relación que podían tener con el Moisés que yo había conocido en Roma. Así que me fui a mi librería habitual a buscar los dos libros que encerraban la clave del misterio. En cuanto entré, el empleado se dirigió a mí:

- Una pinta de cerveza, como siempre, ¿verdad?

Salí del bar (después de tomar la pinta) y me dirigí (esta vez sí) a la librería, poniendo cuidado para no caminar en modo automático. Allí me asesoraron sobre los libros que pedía y acabé llevándome una ganga: con el Éxodo y el Deuteronomio regalaban otros sesenta y tantos libros y dos testamentos, uno antiguo y otro nuevo (se ve que el viejo cambió de idea y modificó su primer testamento, no sé). También me compré una colección de libros de Kierkegaard y de Schopenhauer, que me recomendó el librero, un tipo muy simpático; pero ésa es otra historia.

Bueno, el caso es que me leí el Éxodo, el Deuteronomio y “El concepto de la angustia” y no entendí gran cosa, aunque algunos capítulos de los dos primeros me recordaron una película de Cecil B. DeMille que había visto hace un porrón de años. Siguiendo mi natural inclinación, decidí sustituir la lectura por las palomitas (y la cerveza); yo he sido siempre muy de Charlton Heston, así que me metí entre pecho y espalda cuatro horas de metraje sin pestañear y sin más interrupciones que las estrictamente necesarias para ir a la nevera (seis veces) y al servicio (tres).

Luego dirán que si la lectura y que si no sé qué, pero con la película me quedó todo clarinete: mi investigación sobre Moisés había concluido y sólo faltaba destacar los episodios fundamentales, subrayar las notas madridistas y cobrar el trabajo, que es lo a lo que me puse de inmediato.

Resulta que el andoba había nacido en Egipto, con los faraones, como el Salah ese del Liverpool, y le habían metido en un cesto, a ver si se ahogaba o algo, pero se ve que tenía “flor” como Miguel Muñoz y Zidane, y le rescató la princesa. Luego que si él era judío y que si a los judíos los tenían medio esclavizados los egipcios y tal, al final se le hincharon las narices y se fue a hablar con Dios (los madridistas no tratamos con medianías), que estaba quemando zarzas. No sabemos exactamente qué le dijo Dios, porque no había nadie más con ellos, pero parece ser que le hizo quitarse los borceguíes para que no estropease el césped, y le mandó sacar al equipo judío de la liga egipcia, donde el Faraonato les hacía trampas continuamente (mira, como debería hacer Florentino, sacar al equipo de basket de la ACB y al de fútbol de LaLiga). Moisés pensó “de perdidos, al río” y se largó con los israelitas.

Hasta aquí, bien. No podía evitar comparar a Moisés con Santiago Bernabéu, cuando se lanzó al vacío y montó una competición europea casi de la nada. Moisés y Bernabéu, dos líderes mesiánicos y visionarios. La cosa se puso fea para Moisés y los suyos cuando llegaron al “río” y resultó ser el mar Rojo. Eso no se cruzaba subiéndose la pernera del pantalón y mojándose los tobillos; había que hacer algo drástico y había que hacerlo enseguida, que los egipcios venían arreando y con muy malas intenciones. Así que Moisés usó el comodín de Dios y separó las aguas del mar Rojo, de modo que los israelitas pudieron cruzarlo a pie enjuto (siempre he querido decir “a pie enjuto”, es una frase que me encanta y que no es fácil colocar en un texto, a menos que ande Moisés por ahí). Bueno, lo cierto es que ellos pasaron y los egipcios se quedaron con un palmo de narices (los que no se ahogaron directamente). Un prodigio similar realizó Fernando Redondo el 19 de abril de 2000 en Manchester, cuando hizo que se separaran las piernas de Berg y pasó el balón entre ellas “a taconazo enjuto” (admítanme la frase, se lo ruego) para que al final Raúl empujara el balón a la red y los mancunianos se quedaran sin respiración. Por cierto que el final de las dos historias fue semejante (spoiler alert!): los judíos consiguieron llegar a la tierra prometida (y establecerse en ella) y el Real Madrid ganó aquella edición de la Copa de Europa (y muchas más después).

Quien piense que con cruzar el mar Rojo ya estaba todo hecho, no sabe de qué va esto de lograr un objetivo valioso. Todavía le quedaba a Moisés mucho que sudar y que sufrir antes de llegar a la meta. Alcanzar la tierra prometida no es tarea fácil; no es como ganar la Copa de Europa, que sólo hay que hacer 6 o 7 partidos buenos. Por lo pronto, al otro lado del mar Rojo no estaba el vergel que los sufridos caminantes esperaban encontrar, sino un desierto, el Sinaí, más largo y más aburrido que una temporada sin títulos que celebrar. La sed y el hambre pusieron a prueba el temple de los seguidores de Moisés; aunque el líder consiguió alimentarles a base de maná y darles agua que sacó de un pedrusco (como cuando el Real Madrid en los años 70, 80 y 90 mitigaba el ansia de sus seguidores a base de ligas y alguna copa de la UEFA), empezó un runrún de hartazgo: que si la tierra prometida es un camelo, que si no vamos a ganar nunca otra copa de Europa, que si recordad lo bien que vivíamos antes… vamos, que se mostraron impacientes y descontentos como aficionados adolescentes, y algunos le empezaron a hacer la cama como los jugadores vagos al entrenador que les exige esfuerzos. Moisés subió al despacho del presidente, a ver qué podía hacer para evitar el motín, y el jefe le dio un par de tablas de piedra con los estatutos del club. En esencia, lo que venían a decir era que si querían ser el mejor equipo de la tierra no oyeran cantos de sirena, sino que se fiaran de él, que se llamaba Bernabéu y sabía lo que había que hacer aunque ellos no lo comprendieran.

Cuando Moisés bajó del despacho de Bernabéu con los estatutos y las buenas noticias, se cogió un mosqueo del quince; los israelitas habían dejado de entrenar, no cuidaban su forma física, bebían, habían engordado, y del viaje a la meta ni se preocupaban. Encendido de rabia, Moisés expulsó del equipo a los cabecillas (aprende, Florentino), a los demás les administró una dosis terapéutica de collejas y les hizo copiar cien veces los estatutos hasta que se les quedasen grabados en sus duras molleras. Con la gente arrepentida y amansada, Moisés siguió su dura peregrinación hasta la final de Ámsterdam.

Una buena historia requiere una gran dosis de sufrimiento; si falta éste, no puede haber heroísmo ni grandeza. Si la historia ha de ser extraordinaria, no es suficiente con el sufrimiento, sino que es necesaria un componente trágico. Aunque Moisés ya las había visto de todos los colores, le quedaba la decepción final: cuando ya tenía a la vista la tierra por la que tanto habían penado él y los suyos, el presidente le dijo que lo sentía, pero que a él no le tocaba, que sería otro el que llegaría a la meta con los restos del grupo de peregrinos. Y así fue; un caudillo más joven llamado Mijatovic (en hebreo, Josué) condujo al equipo al éxtasis en Ámsterdam.

Nunca se oyó una queja de Moisés por no ser él quien se adornase con los laureles del triunfo tan deseado, por el que tantos habían dado su vida en el camino. Como buen líder y esforzador luchador, se guardó la decepción de quedarse con la miel en los labios y animó a su sucesor en la etapa definitiva.

Ese Moisés que encaja la derrota personal y vive el triunfo posterior de quienes vienen a continuación es el ejemplo en que se reconocen varias generaciones de jugadores y seguidores madridistas, que atravesaron el desierto sinaítico y no llegaron a beber el vino dulce de Ámsterdam: Miguel Ángel, Buyo, Benito, Camacho, Gordillo, Stielike, Hugo Sánchez, Gallego, Butragueño, Míchel y tantos otros.

Cada paso que ellos dieron a lo largo de su travesía por la estepa, a veces sin ánimo y otras con una ilusión que se vería frustrada, portando una antorcha que entregarían a otros, cuidando esa llama, nos acercaba a la apoteosis del 20 de mayo de 1998. Quede constancia de nuestro reconocimiento.

Madridistas egregios:

Capítulo 1: Carlos I de España

Capítulo 2: Isaac Newton

Capítulo 3: San Pedro

Capítulo 4: Julio César

Capítulo 5: Alejandro Magno

Capítulo 6: Moisés

Capítulo 7: Agustina de Aragón

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Yo en el siglo me llamaba Dionisio, como todo el mundo. Fue al abrazar la fe madridista y profesar en la orden de los hermanos galernautas, cuando adopté el nombre de Federico García Lurker. Me gusta ver el fútbol en el bar. Sobre todo, los días de partido.

7 comentarios en: Madridistas egregios: Moisés

  1. Descomunal, brillante, magnífico, no sé qué adjetivo elegir! Me has hecho el sábado Lurker. Y justo cuando andaba craneando un artículo sobre las filiaciones deportivas de los más famosos escritores argentinos y estaba por arribar a la conclusión de que Borges era culé! Mira que ahora me las pones difíciles.

  2. Usted me disculpara por lo que voy a decir (escribir), pues es sin ánimo de restar méritos a ninguno de sus artículos anteriores, pero este es el artículo suyo que más me ha gustado, con diferencia. Lo cual, por supuesto, no ha de ser medida general, pero se lleva de largo mi enhorabuena.
    Lo que más me gustó fue el tono humorístico delicioso, marca de la casa. Nunca me había gustado tanto la imagen de Moises. Y tenga por seguro que comparto su gusto por las “librerías”.
    No soy muy bueno con las letras, así que no me extiendo, pero no quería dejar pasar esta joya sin un sincero agradecimiento.
    Solo lamento no tener con quien compartirlo, pues nadie de mi gremio o geografía es capaz ni capataz de disfrutarlo en su justa medida.
    En fin, gracias por alegrarme el día de esta excelente manera. Y por la clase de historia, que para mi era desconocida 😉
    Saludos.

  3. Genial, muy bueno, aunque por ponerle un pero, uno solo, si algún equipo acudiera a Dios en sus quejas ese sería siempre el Barça, y se descargarían las siete plagas bíblicas sobre el Madrid en forma de lesiones, penaltis injustos, expulsiones contra "los egipcios" y por supuesto la peor plaga de todas, la de la prensa tendenciosa y manipuladora. Repito, muy bueno.

  4. Si nosotros mismos somos los que desprestigiamos nuestros triunfos europeos diciendo que sólo es cosa de hacer 6 ó 7 partidos buenos, cuando la Champions, desde que se utiliza este formato de fase previa, 3 eliminatorias y final, consta de 13 partidos y el único club capaz de haber superado la fase previa de 6 partidos en todas sus ediciones somos nosotros, apaga y vámonos....la competición entre selecciones k sí son 7 partidos contados, es el mundial, y en el caso de España k lo ganó en 2010, con "potencias" futbolísticas como Chile, Suiza, Honduras o Paraguay, el 11-7-2010 no oí a ningún/@ esoañol/@ decir semejantes comentarios para explicar el mundial ganado por nuestro país...

  5. Muchas gracias a todos los comentaristas y un abrazo transoceánico a Julia. He estado ausente del mundo una semana, por lo que no he podido contestarles antes, disculpen la demora.

    Una aclaración (para navarrista): lo de que la champions sea fácil porque sólo requiere unos pocos partidos buenos pretendía ser irónico; lamentablemente la ironía no se transmite fácilmente. Siento el malentendido.

    y naturalmente, ¡hala, Madrid!

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