Cada vez que escucho eso de “el Clásico”, me entran ganas de apagar el televisor, adoptar una cabra y perderme por los montes de León. “El Clásico”, dicen. Como si el fútbol español hubiera empezado el día que ese equipo del que usted me habla descubrió que vender camisetas era más rentable que fichar sin aval. Llaman clásico a lo que en realidad es un invento de marketing con la misma autenticidad que un billete del Monopoly.
Porque, amigos míos, el verdadero clásico del fútbol español no es el Real Madrid–cliente de Negreira, sino el Real Madrid–Athletic Club, se juegue en el Estadio Santiago Bernabéu, en San Mamés o en campo neutral. Ése fue el primero, el genuino, el que enfrentó a los dos equipos que más Copas de España se disputaron cuando el balón aún era de cuero y los árbitros no tenían tarjetas, sino criterio. Antes de que la prensa barcelonesa se adueñara del relato y lo envolviera en celofán con la palabra Clásico, el fútbol ya tenía su duelo fundacional: Madrid–Athletic, 1903, final de Copa, pasión pura, sin VAR ni “Negreiras” que valgan.
Llaman clásico a lo que en realidad es un invento de marketing con la misma autenticidad que un billete del Monopoly
Pero claro, el término “El Clásico” suena bien, vende mejor y da titulares fáciles. Es como llamar “gran reserva” a un vino de tetrabrik. Y ahí entramos en el delirio: comentaristas de tres al cuarto hablando de “la rivalidad eterna”, tertulianos con el entusiasmo de un vendedor de coches usados, y medios que repiten el eslogan como si cobraran por palabra. Que probablemente lo hagan.
Lo que se nos olvida —o se quiere olvidar— es que no puede llamarse clásico un duelo entre un club limpio y otro que compró durante décadas al vicepresidente de los árbitros. Eso, queridos amigos, no es clásico: es caso penal. Un club que pagó millones al número dos del estamento arbitral no puede acudir al Bernabéu con la cabeza alta ni al Camp Nou, o donde les dejen jugar, con el alma limpia. Llamar “clásico” a ese enfrentamiento es como llamar “amistoso” a una emboscada.
Porque clásico significa digno de imitar, arquetípico, perdurable. Y aquí, perdurable ha sido solo la trampa sistemática. Si el Real Madrid representa la excelencia deportiva, el trabajo, la meritocracia y la búsqueda constante de superación, el otro representa la queja institucionalizada, el victimismo militante y, últimamente, la corrupción organizada. Y eso no es rivalidad: eso es una vergüenza con departamento de comunicación.
Los clásicos de verdad no se compran con talonarios ni se venden en Amazon Prime. Se forjan en el barro, en la nobleza del juego, en la historia compartida. Por eso el Madrid-Athletic sí lo es: porque nació del respeto mutuo, de la tradición, de una rivalidad que nunca necesitó conspiraciones. Ni pagos. Ni VAR selectivo. Ni “¡Nos roban!” cada lunes.
Si nos ponemos rigurosos —y ya saben que a mí los datos me tiran más que el postureo—, el Real Madrid y el Athletic han disputado más de 200 partidos oficiales desde 1903. Son los dos clubes con más presencias históricas en Primera División y los únicos, junto con el equipo al que en 1934 salvó el gobierno, que nunca descendieron. Su relación está tejida con fútbol de verdad, no con gabinetes de propaganda ni con “influencers” del escudo.
Los clásicos de verdad no se compran con talonarios ni se venden en Amazon Prime. Se forjan en el barro, en la nobleza del juego, en la historia compartida. esto no es el Clásico: es el Caso
Sin embargo, la maquinaria mediática decidió que lo “internacionalmente vendible” era otra cosa. Y así se nos coló el mito de El Clásico: ese duelo sobreinflado que se ha convertido en una mezcla de circo romano y gala de los Goya, con árbitro de por medio, cámaras de 8K y una carga de hipocresía que ni en el Congreso.
Y lo peor es que, mientras nos venden la rivalidad como un símbolo de grandeza, uno de los protagonistas tiene pendiente una mancha de proporciones bíblicas: el caso Negreira. Décadas de pagos millonarios al vicepresidente de los árbitros, sin que nadie —ni prensa, ni federación, ni liga— haya tenido la decencia de llamar a las cosas por su nombre. ¿Y aún así le llaman “clásico”? Perdonen, pero no, esto no es el Clásico: es el Caso.
El verdadero Clásico, repito, es el del respeto y la tradición. Aquel que se jugaba en San Mamés con la honradez de quien sabía que al árbitro no se le compraba, sino que se le discutía a voces desde la grada. El duelo entre dos clubes que han sido columna vertebral del fútbol español. Eso es un clásico. Lo otro, un producto adulterado por la propaganda y blanqueado por una prensa que hace años dejó de ejercer de contrapoder para convertirse en correa de transmisión de la farsa.
Y luego están los modernillos del balón, esos que dicen: “Bueno, Javi, es que el Clásico mueve millones, tiene más audiencia que la final del Mundial…”. Sí, claro, y también hay millones de personas que ven La isla de las tentaciones, pero no por eso lo llamamos “El Clásico del amor verdadero”. La cantidad de espectadores no convierte una mentira en verdad. Un clásico no se mide en shares, sino en historia, en limpieza y en valores.
Así que este domingo, cuando la televisión abra con su musiquita épica y los comentaristas de siempre nos anuncien “El Clásico del fútbol español”, hagan el favor de sonreír, sonrían con esa ironía tranquila del que sabe más que el narrador, sonrían y digan: “No, hombre, no. El Clásico se jugó en abril en Chamartín. Esto es otra cosa, esto es un trámite entre el Real Madrid y el club que se creyó eterno y acabó en los juzgados”.
El miércoles tuvimos una noche europea de las de verdad: Real Madrid–Juventus, historia pura sin necesidad de maquillaje, dos clubes con más Copas de Europa que excusas, con rivales de verdad, sin victimismos ni sobres con membrete. Esto sí es un clásico, uno de esos que huele a fútbol antiguo, a respeto y a grandeza compartida.
Mientras algunos se aferran al “clásico” de los telediarios, Europa sigue recordándonos qué significa esa palabra cuando se pronuncia sin comillas. Lo demás —las ligas adulteradas, las pancartas lloronas y los himnos de autoayuda— son ruido de fondo. El clásico, amigos, como siempre, se juega en Europa. Y lo protagoniza el Real Madrid.
Porque los clásicos no se inventan: se merecen, y en eso, queridos, el Real Madrid sigue siendo el único club clásico de verdad.
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Excelente artículo. Esclarecedor de lo que debería ser el fútbol español, hoy en día manchado por el caso negreira, los árbitros que actúan generando sospechas de que siguen recibiendo pagos y una nube de pseudoperiodistas y pseudocomentadores evidentemente pagados para ser antimadridistas.
Muy buen articulo enhorabuena y la MLN sigue como si nada
Es verdad, antes de Di Stefano el equipo preferido de los españoles era el Athletic, sin dudas.
GRACIAS por esas CLASICAS PALABRAS...