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Cherchez le nom!

Cherchez le nom!

Escrito por: John Falstaff17 julio, 2019
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Dicen que cuando el diablo se aburre con el rabo mata moscas, pero vayan ustedes a saber (o a preguntarle a Shakira). El caso es que estamos inmersos en la prescindible travesía de esta mar en calma que es el mes de julio y como ustedes, queridos lectores, ni son diablos ni tienen... como no son diablos, digo, han de buscar otra forma de entretenerse. Pero no se preocupen, que para eso está La Galerna. Así que les propongo una pequeña reflexión en torno a una cuestión que, si bien a primera vista puede parecer de escasa trascendencia, cuando uno penetra en sus misterios se revela como absolutamente irrelevante. Me refiero a la influencia del nombre propio en el devenir de nuestros amados jugadores blancos. Porque sí, señoras y señores, no es la alineación de los astros en el momento en que llegamos a este pícaro mundo lo que marca nuestro destino, sino el nombre con el que un oscuro funcionario del Registro Civil nos convierte en futuros contribuyentes. ¿Quieren saber si un nuevo fichaje de Florentino tendrá éxito? Cherchez le nom!

Reparen, si no, en el nombre de Leopoldo. Nadie llama a su hijo Leopoldo a menos que albergue la esperanza de que llegue a ministro; a ministro de los de antes, de cuando el tratamiento de Excmo. Sr. le caía a un ministro como un traje al Duque de Windsor y no como al paleto que se lo pone por primera vez en la boda de su primo.

 

A uno le cae el nombre de Leopoldo y con él le sobreviene una grave responsabilidad, y lo menos que puede hacer es conseguir una notaría o una abogacía del Estado, y aun así sus progenitores sufrirán una leve decepción, porque lo que para otros sería un gran logro para un Leopoldo no deja de ser un aprobado raspado en la asignatura de la vida, y ya se sabe que de un Leopoldo se esperan siempre matrículas. Desde ese punto de vista, un Leopoldo viene a ser un Real Madrid de la vida pero con peinado a raya trazada con tiralíneas.

Un Leopoldo, cuyo nombre exige el “don” como la playa exige el mar, ha de ser un hombre recto, formal y circunspecto, y a ello está obligado durante toda su existencia. No es casualidad que jamás haya habido un deportista de éxito llamado Leopoldo, porque nada repugna más a la sensibilidad que un Leopoldo luciendo sus piernas blanquecinas, flacas y peludas bajo un pantalón de deporte.

Lo más parecido que hemos tenido a un Leopoldo en el Real Madrid es Kroos, el Kroos de la primera temporada que se llamaba Leopoldo aunque no lo supiera, y a quien uno imaginaba yendo a su casa después de impartir la clase magistral de cada partido para que su amantísima madre le sirviera de merienda un vaso de cola-cao con galletas antes de ponerse a repasar el tema 27 de derecho registral. Por desgracia, después vendría el tatuaje en el brazo, y con él se esfumaría el sueño de ver a un Leopoldo triunfar en el Real Madrid.

 

Otro nombre que lleva la seriedad consigo es el de Eulogio, que como Leopoldo queda desnudo si no viene precedido por el “don". Podríamos decir que un Eulogio es un Leopoldo de menor cuantía, y si éste está llamado a graves responsabilidades en los altos negociados del universo burocrático, aquél está naturalmente destinado a convertirse en severo maestro de escuela, en una autoridad de la comunidad escolar cuya sola mención infunde el terror entre los desasnandos y el respeto entre los padres de alumnos, que no pueden evitar volver a sentirse niños ante su imponente presencia. Un Eulogio ha nacido para hacer cumplir las normas con justicia ciega y mano implacable, y para enseñar a las nuevas generaciones con severo rigor las bondades de llevar una vida ordenada y de esfuerzo. Gregorio Benito e Iván Campo fueron algunos de nuestros aspirantes a Eulogio, como lo fue Rafa Benítez desde el banquillo, pero les fallaba el nombre y contra esa deficiencia, amigos, es inútil luchar.

 

Pero si ni siquiera el Real Madrid ha podido obrar el milagro de convertir en Leopoldo o en Eulogio a quienes no lo eran, ha de sentirse orgulloso por haber conseguido liberar a algunos de nuestros más ilustres jugadores del estigma terrible de su nombre. Piensen, por ejemplo, en Raúl. Un Raúl, como un Rubén, tira naturalmente hacia lo zascandil y chisgarabís. Es imposible tomarse en serio a un Raúl, porque para él la vida es una larga travesura. Un Raúl ha nacido para hacer pellas en la escuela y fumarse un cigarrillo en el bar, para urdir mil y una maneras de hacerle la vida imposible al empollón de clase o para ingeniar las más variopintas industrias que han de permitirle ver las bragas de sus compañeras de aula.

...el Kroos de la primera temporada que se llamaba Leopoldo aunque no lo supiera...

Un Raúl es un espíritu libre, un alma nacida para volar e incapaz de permanecer encerrada entre cuatro paredes o concentrada en un libro; es por eso que un Raúl repele un sobresaliente como el aceite hirviendo repele el agua, y en las contadas ocasiones en que decide entrar al aula tarda poco en volver a la libertad tras ser sacado de ella por don Eulogio agarrándole de las orejas.

 

Y sin embargo, ahí tienen a Raúl González, honra y prez de todos los capitanes del Real Madrid que en el mundo han sido, profesional a carta cabal, de trayectoria intachable y ejemplar para las generaciones venideras. Que la Iglesia no haya elevado al Real Madrid a los altares por el milagro de haber reconvertido a un Raúl en el exponente más acabado de seriedad, profesionalidad, esfuerzo y compromiso, sólo se explica por el antimadridismo rampante de Francisco I, sobre lo que ya tuve ocasión de castigar a los lectores de La Galerna tiempo atrás.

Sin llegar a las cotas milagrosas de Raúl González, el Madrid también puede enorgullecerse de otros casos de redención prodigiosa. Estoy pensando en James. No nos engañemos: alguien que responde al nombre de James es altamente sospechoso. Un hombre con cierto sentido de la dignidad no puede llamarse James, salvo que concurra en él la atenuante -a estos solos efectos- de ser hijo legítimo o natural del Imperio Británico, o bien la eximente de apellidarse Stewart o Cagney. Pero si has nacido en un país de habla hispana y junto al agua bendita te cae encima el nombre de James, sabes que estás condenado a una vida a ritmo de hip hop, entreverando breves empleos de baja cualificación con atracos a gasolineras y con, qué sé yo, poner el buga a 200 kilómetros por hora en pleno Madrid. Si te llamas James, tu sino es frecuentar amistades peligrosas y enrollarte con una choni que masca chicle y cultiva unas curvas peraltadas que amenazan con reventar los shorts. O hacerte unos petas con los bróder, tumbado en un polígono de arrabal entre muros desvencijados y grafitis a juego con tus tatuajes, mientras el subwoofer del loro escupe los graves de algún genio del reggaeton que también tiende a llamarse James.

 

Y sin embargo, ahí tienen a nuestro James, pretendido por el Nápoles y por el Atleti, la mejor pierna izquierda que ha conocido el fútbol en la última década, un jugador a cuyo paso la hierba crece más verde y más fresca porque su fútbol es luz y es agua y es vida. James, a pesar de su nombre y a pesar de los pesares, todavía lleva consigo esa esperanza de fútbol redentor y vivificante, un fútbol apostólico y ecuménico, pimpante y metafísico, y ello se debe sin duda a que sigue portando consigo la marca indeleble del Real Madrid.

Ahora bien, James debería pensar muy bien si quiere seguir siendo un prodigio viviente o quiere pasar a llamarse Jacinto, porque todo traspaso al club colchonero conlleva una cirugía de cambio de nombre: si el Real Madrid es capaz de redimir a un Raúl, el Atleti convierte irremisiblemente a todos sus jugadores en un Jacinto. Un Jacinto siempre parece que acaba de llegar del pueblo, tiene ese aire martínezsorianesco, y puede ir por la vida con toda tranquilidad en sus zapatillas de felpa, sus pantalones grises de edad indefinida y su camisa a cuadros de hace diez temporadas. Un Jacinto es un hombre sencillo y tranquilo, en paz consigo mismo, y no tiene más ambiciones que un tranquilo subsistir alegrado por su carajillo diario con los amigos en el bar, por un segundo puesto en Liga cada diez o quince años y por algún que otro tiento a la santa, que en su caso es parienta, cuando ésta se deja. Un Jacinto es por definición del Atleti, del mismo modo que el Atleti es por definición un Jacinto. Eulogio Gárate (¡qué poco Eulogio era Gárate!) fue la excepción que confirma la regla.

Así que ya saben: si quieren saber lo que nos deparan los nuevos fichajes, fíjense en sus nombres de pila. Reconozco que yo no puedo ser más optimista; los nombres de Eden (¿acaso cabe un patronímico de resonancias más poéticas, una promesa más sugerente de delicias carnales, de placeres concupiscentes sobre el terreno de juego?), Luka (¡Luka!), Ferland, Eder o Takefusa arrastran consigo la promesa del césped del Bernabéu convertido en los campos elíseos, en el jardín de nuestro Edén, en un vergel de juego y goles. Hay mucha evocación de gloria, por mejor nombre madridismo, en esos nombres. Estamos de enhorabuena, amigos.

 

En el prosaico mundo real me llaman Eduardo Ruiz, pero comprenderán ustedes que con ese nombre no se va a ninguna parte, así que sigan llamándome Falstaff si tienen a bien. Por lo demás, soy un hombre recto, cabal y circunspecto. O sea, un coñazo. Y ahora, si me disculpan, tengo otras cosas que hacer.

5 comentarios en: Cherchez le nom!

  1. Más de dos meses sin prodigarse por esta página, Sr. Falstaff, pero merece la pena la espera. A su proverbial capacidad de penetración psicológica une ahora este prodigio expositivo, esta síntesis de la ciencia del "naming" aplicada al Real Madrid. Corren lágrimas de emoción por mis mejillas cuando leo la glosa que hace vd del helenístico "Eulogio" y cómo lo remite al recuerdo del inefable Gregorio Benito. El gran Goyo, que (lamento discrepar en este punto con vd) hacía honor a la etimología de ese nombre, Eulogio, porque no ha existido nunca nadie capaz de hablarles tan claro a los delanteros rivales, sin necesidad de pronunciar una sola palabra. La fotografía que ilustra su artículo lo dice todo. ¿Y qué decir del tatuaje de "Leopoldo" Kroos, inequívoco indicio de un "interruptus" triunfo social, como el que vd tan magistralmente describe? Lo que explica vd, en fin, del nombre "James" es sencillamente un prodigio de predicción, o de descripción, qué se yo. No puedo estar más de acuerdo, incluyendo lo de Stewart y Cagney (en gloria estén).
    Gracias por darnos esos minutos de talento y una sonrisa, Sr. Falstaff. Es vd. genial.

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