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América madridista: ínclitas razas ubérrimas

América madridista: ínclitas razas ubérrimas

Escrito por: Federico Garcia "Lurker"6 julio, 2019
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La tierra americana, la otra España, que cantaba Mocedades, ha nutrido al Real Madrid profusamente. Son docenas los jugadores procedentes del hemisferio occidental que han defendido la camiseta madridista, tanto sobre la hierba como en el parquet: mejicanos, portorriqueños, costarricenses, colombianos, brasileños, uruguayos, chilenos, argentinos, estadounidenses, dejaron (y siguen dejando) su acento particular, su estilo peculiar, su sello característico en el libro de actas del club. En conjunto, obedecieron el deseo que expresó Rubén Darío: “Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos; formen todos un solo haz de energía ecuménica”.

Ahí se abre una veta de mineral precioso, que no pretendo ni remotamente explotar; esa tarea requiere un conocimiento histórico y un trabajo que sólo podría abordar un Alberto Cosín, un Javier Vázquez o un Athos Dumas. En los párrafos que siguen me limitaré a evocar a algunos de los jugadores hispanoamericanos que lucieron en el Real Madrid, sin más criterio que mi capricho ni otro filtro que mi memoria, primando la época actual y los últimos decenios y con la excusa de la celebración mañana noche de la Final de la Copa América, que disputarán dos jugadores madridistas.

Tengo el gusto de empezar por la meta, tan bien guardada estos años por un costarricense con el que cuesta no encariñarse. Keylor Navas se ha ganado nuestro afecto con su desempeño en el campo y su forma de ser fuera de él; su compromiso con el club y su seriedad personal eliminan cualquier conato de animadversión hacia él.

Más dudas ha ofrecido un colombiano con un talento fuera de serie, pero de actitud algo controvertida: James Rodríguez, cuya cuestionada profesionalidad y la supuesta querencia por la vida nocturna le han alejado del equipo, pese a poseer la pierna izquierda más precisa y sutil que hayamos visto en Chamartín en muchos años (y eso que tenemos a Bale y a Asensio).

Es lástima que estos jugadores tengan unos nombres tan al gusto hortera de los últimos decenios; ese “Keylor” y ese “James” hieren el orgullo hispano, por lo que tienen de colonización anglófona.

Descendiendo la cordillera andina y remontando unos años, llegamos a Chile de donde vino Iván Zamorano, que marcó unos cuantos goles para nuestro equipo. Su nombre, de evidentes resonancias eslavas, acaso también encaje en la moda que llevó a imponer nombres exógenos, y particularmente los comenzados por “I”, como Íker, Iván o el inaceptable Izan. Cada vez que oigo (o leo, porque se atreven a escribirlo) el nombre de Izan se me revuelve algo por dentro; supongo que el nombre toma causa de Ethan Edwards, el personaje que interpretó John Wayne en “Centauros del desierto”, lo que añade sarcasmo al mal gusto. Yo imagino que unos padres capaces de bautizar a su hijo como Izan serían capaces incluso de acentuar la letra inicial (yo les imagino acentuando “exámen” y “resúmen”); creo que la revocación de la patria potestad sería defendible.

Saltando la gran cordillera, el espinazo de la América del sur, caemos en el país del que vinieron Santiago Hernán Solari y Jorge Alberto Valdano, cuyos nombres compuestos traen ecos de telenovela venezolana. También llegaron de Argentina Facundo Campazzo y Andrés Nocioni, junto con el gran Alfredo di Stéfano; los nombres de los dos jugadores de baloncesto transmiten seriedad, en tanto que el de la saeta tiene obvias resonancias operísticas, uno piensa en Alfredo Germont, y se pone a tararear “libiamo ne’lieti calici”. ¡Alfredo nos ha hecho alzar las alegres copas tantas veces!

Del vecino Uruguay hemos disfrutado a José Emilio Santamaría, que participó activamente en el logro de 4 copas de Europa, entre otros trofeos.

Brasil nos ha dado a Marcelo, cuyo nombre nos lleva a la antigua Roma, y a Vinicius, quien forzosamente nos hace pensar en Quo Vadis, en Ligia y en Ursus; confieso que no he visto la película, pero he leído el libro de Sienkiewicz: perversiones que tiene uno. Las conexiones mentales hacen que también pensemos en la fusa, en María Creuza y en Toquinho. Brasileño es Roberto Carlos, con nombre de cantante, y Ronaldo Nazario, que evoca los cantares de gesta franceses (chanson de Roland) y al Orlando furioso de Ariosto, mediante la equivalencia Ronaldo = Rolando = Orlando. Pronto nos llegará de allá Rodrygo, con nombre medieval de rey godo y de caballero de Vivar. El inmenso país que Tordesillas concedió a nuestros vecinos portugueses contribuye con excelentes futbolistas y con nombres rotundos a la gloria del Real Madrid.

A Méjico le debemos los goles de Hugo Sánchez y los rebotes de Gustavo Ayón, de nombres germánicos. A Puerto Rico, la aportación de José Rafael “Piculín” Ortiz, con quien recuperamos la sonoridad del folletín. Los Estados Unidos nos dieron el talento descomunal de Wayne Brabender, Clifford Luyk, Walter Szerbiak y otros cuyos nombres se resisten a pronunciar las gargantas hispanas.

Si nos fijamos en los apellidos, observamos que muchos declaran su origen peninsular: Navas, Rodríguez, Zamorano, Sánchez, Ortiz; los Nocioni y Campazzo remiten a otra península, al igual que Di Stéfano, bello apellido de tenor (me parece oírlo cantando “E lucevan le stelle”); mientras que Vieira es molusco de ruta jacobea, Rial suena a moneda y Nazario tiene resonancias hebreas. En conjunto, un caleidoscopio que refleja la fecundidad de la sangre ibérica que se desparramó por aquel continente. Sangre de Hispania fecunda.

Es posible que al llegar a este punto (o antes) piensen ustedes que esto que están leyendo es una masa amorfa de aire, que no tiene contenido y que les estoy haciendo perder el tiempo. No he dado un solo dato interesante de ninguno de los deportistas, sino que me he limitado a amontonarlos y decir vaguedades, a lanzarlos y recogerlos como un titiritero maneja sus señuelos en un semáforo. La verdad es que no tengo argumentos para defenderme de esa acusación, si es que lo ven ustedes así, pero déjenme decir dos cosas: la primera es que al menos no les cobro por ello; piensen que hay muchos restaurantes de campanillas donde hacen algo parecido, toman una cantidad infinitesimal de materia culinaria, la congelan a treinta grados bajo cero, la tuestan con un soplete, le dan una forma geométricamente inestable, la colocan en un rincón del plato (porque el plato no es circular, ¡qué vulgaridad!), lo decoran con ramitas, emulsiones y brillos, le dan un nombre exótico y les cobran más de cien euros.

La segunda es que aún hay quien eleva la osadía un peldaño más: pinta un cuadro blanco sobre blanco y lo denomina arte; o compone una obra musical consistente en estar más de cuatro minutos y medio en silencio y lo bautiza 4’33’’; supongo que el director de la orquesta llevará un reloj en vez de una batuta. Claro que para atreverse a hacer eso hay que llamarse Kazimir Malevich o John Cage. Si bien lo piensan, yo no he llegado a tanto, que uno puede ser un truhán, pero de talla doméstica, de la estirpe de los timadores callejeros que interpretaba Tony Leblanc. Y como no me queda ningún otro truco con el que seguirles entreteniendo, me despido, sin pretender recoger en mi sombrero agujereado otro óbolo que un saludo, una sonrisa, un guiño amable o un bocinazo de complicidad:

Espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!América

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Yo en el siglo me llamaba Dionisio, como todo el mundo. Fue al abrazar la fe madridista y profesar en la orden de los hermanos galernautas, cuando adopté el nombre de Federico García Lurker. Me gusta ver el fútbol en el bar. Sobre todo, los días de partido.

4 comentarios en: América madridista: ínclitas razas ubérrimas

  1. Magnífico, muy entretenido, reciba pues mi saludo, sonrisa y bocinazo de complicidad.
    Y una cosa más, por supuesto que secundo su moción de revocar la patria potestad a quienes osan poner esos nombres a sus vástagos.

    1. Ni Di María ni Oscar "Pinino" Mas. Tampoco Touriño vino de ese continente. Ni Robiño, Cicinho ni Didí aunque, éste, poco jugó. Y, seguro que me dejo más en el teclado

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