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¿A qué sabe la carne de gigante?

¿A qué sabe la carne de gigante?

Escrito por: Federico Garcia "Lurker"8 junio, 2019
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Digo yo que será por lo mal acostumbrados que estamos, otra explicación no tiene, pero el hecho es que entre los aficionados madridistas abunda una especie, raza o variedad que no se da en otros ecosistemas (sólo en unos pocos: creo que entre los azulgranas tampoco es raro encontrarlos) y que merece estudio. Sus características más destacadas son la impaciencia, la insaciabilidad, la voracidad, la pulsión incendiaria y un punto de desmemoria.

Es lástima que no pueda encargarse Félix Rodríguez de la Fuente de hacer un reportaje sobre esta interesante rama del tronco madridista, que podría llenar un capítulo de la serie “Fauna ibérica” o de “El hombre y la Tierra”. Lo imagino narrando con su voz peculiar y su entusiasmo contagioso las peculiaridades del homo matritensis insaciabilis: “Este hermoso ejemplar de nuestra fauna puede pasar inadvertido durante los años de bonanza e irrumpir súbitamente cuando las circunstancias favorecen su aparición; para ello basta con que el Real Madrid no cuaje una buena temporada o encadene varios resultados negativos junto con un juego pobre. Entonces se oyen sus aullidos lastimeros y amenazantes en las frías noches de luna clara. Su hábitat preferido son los blogs deportivos, las secciones de comentarios de la prensa y los espacios radiofónicos y televisuales, cuyas adictivas pócimas beben con avidez. Se alimentan de los despojos de sus propios jugadores, cuyos miembros no dudan en desgarrar violentamente, tratando en vano de calmar su ansiedad”.

Como el añorado doctor Rodríguez de la Fuente (que espero perdone desde el cielo mi pobre parodia) no está aquí para realizar esa tarea, me ocuparé yo de describir tan interesante subespecie y de analizar su conducta, para lo cual intentaré adoptar la postura del hombre de ciencia: sentado ante el ordenador y con las gafas puestas. Los especímenes a los que me refiero son verdaderos aficionados del Real Madrid, que han disfrutado genuinamente de los éxitos recientes o remotos, que han enronquecido gritando ¡gol!, jaleando al equipo o bebiendo hasta la embriaguez en las celebraciones por los triunfos; su amor a
los colores no es dudoso, y por ello no cabe considerarlos especie distinta del “homo matritensis”, sino como una raza que muestra unas características propias bien definidas.

La más destacada es la impaciencia. No importa cuántos campeonatos se hayan ganado ni cuáles sean las circunstancias, ellos están convencidos de que el Real Madrid tiene la obligación de ganar siempre, de dejarse siempre la piel en el campo, que no puede permitirse un desfallecimiento, ni pretextar disculpas (así sean verdaderas); el Real Madrid debe ocupar la cima permanentemente y ejercer una dictadura feroz sobre los demás equipos. Esta insaciabilidad suele ir acompañada de un espíritu ígneo (‘los Ignacios’ no sería un mal término para denominarlos) que les impulsa a querer acabar con todo y empezar de cero. Esta cualidad entronca con la antigua costumbre vikinga de embarcar al héroe caído en un drakar y quemarlo en el mar, lo que certifica la condición madridista de los Ignacios.

Movidos por el mismo espíritu apocalíptico, se suelen mostrar partidarios de desmembrar el equipo y sacrificar a la mayoría de sus miembros. Esa voracidad hace que unos muerdan en las carnes fofas de Marcelo o de Isco, otros en los huesos quebradizos de Bale o de Vallejo, éstos en el cerebro inestable de Asensio o de Ramos, aquéllos en la piel curtida de Casemiro y los de más allá en la tierna de Brahim, sin olvidar a quienes hincan sus dientes en el entrenador ni a los que lanzan sus dentelladas a la dirección. Como se expuso en el párrafo anterior, su amor al club no es cuestionable; si acaso es excesivo o mal encaminado, y encaja en el dicho “te quiero tanto que te comería a mordiscos” con que se pondera la intensidad del cariño (desgraciadamente, destructivo cuando se lleva hasta el extremo).

Compartiendo ecosistema con los sanguíneos “Ignacios”, encontramos otra raza madridista, que podríamos denominar “homo matritensis gaudens” (‘los Gaudencios’, por abreviar), que no disfrutan menos de las victorias, pero sí sufren menos en las derrotas, asumidas como parte natural del ciclo de la vida. No exigen al equipo que esté siempre arriba, porque si ‘aliquando bonus dormitat Homerus’ no es mucho permitir que de cuando en cuando nuestra escuadra baje el pistón. Comprenden que el Real Madrid es un coloso, un guerrero gigantesco que viene de pelear por todo el mundo, de arrasar castillos y conquistar ciudades, y sestea agotado por el esfuerzo y las heridas.

Los Ignacios no consienten ese desfallecimiento, ese abandono temporal, esa aparente rendición y mordisquean al gigante, ora para espolearlo, ora para ingerir su cadáver. Los Gaudencios recuerdan las recientes victorias, las fortalezas arrasadas de Turín, Munich y París, las ciudades de Kiev, Milán y Ámsterdam en las que ondea nuestro estandarte, y aún mantienen la sonrisa beatífica y agradecida por las hazañas realizadas, y conceden gustosos un tiempo de reposo al héroe que las acabó.

Este torpe aprendiz de etólogo tiene más de Gaudencio que de Ignacio, aunque en su ADN haya alguna mezcla y pueda suscribir el verso “hay en mis venas gotas de sangre jacobina”. No se atreve a censurar a los fósforos más incendiarios, que al cabo uno no es siempre dueño de su carácter, y opina como Sancho Panza que ‘cada uno es como Dios le hizo y un poco peor’, así que allá se entienda cada cual con su manera de querer y animar al equipo. Pero con todo siente una punzada de lástima al ver cómo el gigante caído, dormido o agotado está siendo despedazado por quienes tienen razones sobradas para ponerle vino en las heridas y cuidarlo con cariño.

El gigante estuvo semialetargado varios decenios, y cuando se desperezó no hubo nadie capaz de resistir su empuje. Ahora que lleva varios años exhibiendo una hegemonía implacable, bien podemos concederle una tregua, una confianza que vaya más allá de un par de meses.

Yo, desde luego, no clavaré los colmillos en este Real Madrid fatigado; me quedaré sin conocer el sabor de la carne de gigante.

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Yo en el siglo me llamaba Dionisio, como todo el mundo. Fue al abrazar la fe madridista y profesar en la orden de los hermanos galernautas, cuando adopté el nombre de Federico García Lurker. Me gusta ver el fútbol en el bar. Sobre todo, los días de partido.

6 comentarios en: ¿A qué sabe la carne de gigante?

  1. “Este hermoso ejemplar de nuestra fauna puede pasar inadvertido durante los años de bonanza..." No amigos. Ni en los años de bonanza están contentos. No hay victoria lo suficientemente brillante ni logro lo suficientemente difícil. Ningún fichaje, ninguna decisión de la directiva o del entrenador está a la altura de lo que ellos consideran digno del Madrid.
    Qué harto me tienen.

    1. Totalmente de acuerdo. En palabras de un "Ignacio" hace un rato: no ve Real Madrid Tv porque no aguanta que "cuando el Madrid pierde, digan que ha jugado bien". Me consta que él disfruta viendo el resto de las televisiones que le dicen que cuando el Madrid gana, ha jugado mal.

  2. No entra en contradicción el exigir todos los días un desempeño máximo con ser feliz por ser del Real Madrid. Para los Ignacios, ser madridista es una insatisfacción constante, una infelicidad constante. Qué pena.

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