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29 de enero, día del azar blanco

29 de enero, día del azar blanco

Escrito por: Pablo Rivas29 enero, 2022
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Basta analizar cualquier cadena de acontecimientos para percatarse del peso decisivo que el azar posee en la vida. Decía Borges que el azar no era más que nuestra ignorancia acerca de la compleja maquinaria de la causalidad. La aseveración es tan sagaz como inaplicable: en tanto no se desentrañe el funcionamiento de dicha maquinaria –en el caso de que tan ambicioso propósito sea verdaderamente factible-, el ser humano se halla condenado a convivir con la aleatoriedad. Los más lúcidos se resignan humildemente a reducir sus efectos más nocivos, aspiración quizá menos grandilocuente pero infinitamente más útil, asumiendo con estoicismo cierta dosis de incertidumbre incontrolable. Por el contrario, la mayoría suele taparse los ojos ante esta prueba de la vulnerabilidad de la condición humana. Tampoco se les puede culpar en exceso: al fin y al cabo, no recuerdo quién dijo que la película de la vida solo puede rodarse bajo el falso convencimiento de que somos sus guionistas. Aunque esta ceguera voluntarista y naif permite, por ejemplo, que directores tan agudos como Woody Allen, perspicaces conocedores de los puntos oscuros del alma, tengan un arma fiable a la hora de conmover o perturbar el sosiego. Obras maestras como Match Point, cuyo planteamiento y escena principal –si no la han visto, dejen inmediatamente este texto- enfatizan la fundamental trascendencia de los detalles ingobernables.

Match point

Ninguna del resto de las artes se muestra ajena a lo estocástico. Ni el deporte, por supuesto; ni menos aún el fútbol, a menudo más parecido a la vida que al deporte o al arte. Uno puede repasar cualquier triunfo, por mínimo que sea, y comprobará aterrado la cantidad de ocasiones en que, por tal o cual motivo, todo estuvo en un tris de irse por el sumidero. De ahí que ni siquiera el Real Madrid, que atesora en su historia más triunfos que nadie, pueda negar la enorme dosis de fragilidad que oculta cada victoria. Cómo podría hacerlo, si hasta su participación en la competición que le otorgó la gloria dependió de una chamba inicial en forma de altanera renuncia del Barcelona, tras la que hubo de afrontar una serie de encrucijadas terribles cuya mera rememoración casi nos hace escondernos debajo de las sábanas, como esos goles que entran llorando y cuya repetición no nos atrevemos ni a mirar de reojo, por si el delantero acaba fallando. La leyenda del Madrid en Europa se construyó como todas: surfeando el caprichoso azar, mecido a veces y otras a pesar de él. Y un día como hoy, 29 de enero, se trata de una fecha especialmente adecuada para recordarlo.

Partizan Real Madrid

Era la vuelta de la eliminatoria de cuartos de final de la primera Copa de Europa. Los blancos, que habían tumbado al Servette suizo en la ronda previa, se habían encontrado con la primera dificultad a la que la fortuna les iba a enfrentar: su próximo rival, el Partizán de Belgrado, era el campeón de un país comunista, con lo que eso implicaba para el régimen franquista. Saporta tuvo que realizar gestiones de mucho tacto para evitar que el cruce se suspendiera. La ida se jugó a las tres de la tarde del día de Navidad de 1955, dejando un contundente 4–0 que hizo a los hinchas prometérselas muy felices. El segundo encuentro, un mes y cuatro días más tarde, iba a constituir poco menos que un trámite. Que los tuviesen horas para pasar la aduana era la nota de color emocionante que correspondía a la primera delegación española al otro lado del telón de acero. Incluso un registro de sus maletas cuando se hallaban ausentes del hotel podía convertirse en una anécdota de novela de espías con la que animar las sobremesas en el retorno a España. Sin embargo, los hados no iban a contentarse con esas nimiedades.

La leyenda del Madrid en Europa se construyó como todas: surfeando el caprichoso azar, mecido a veces y otras a pesar de él

La madrugada de la víspera del partido se produjo una de las mayores nevadas de aquel lustro de inviernos yugoslavos. El Estadio de la Armada se hallaba cubierto de un manto blanco que los directivos del Partizán ofrecieron quitar, si bien advirtiendo de que el hielo posterior suponía un peligro aún mayor. Los jugadores madridistas no dejaron entrever mucho entusiasmo por la disputa del partido, pero Bernabéu, muy comprometido con el normal desarrollo de un campeonato por el que había apostado mucho, convenció a la plantilla de que superarían las adversidades. Juanito Alonso, el guardameta, contaría después que “al inicio del choque estrellaron un balón en el larguero que me tiró sobre los hombros seis kilos de nieve”. Alonso era hombre poco contenido en sus historias, mas por una vez es posible que la fecundidad estuviese justificada. Los yugoslavos, con las botas empapadas en gasóleo para evitar los resbalones, pasaron por encima de los merengues, con tremendas dificultades para correr sin caer al suelo –Rial falló un penalti al escurrirse al lanzarlo- hasta que repararon en el ardid secreto. Para entonces el marcador reflejaba un peligroso dos a cero para el Partizán… Y, a falta de cinco minutos, el tercer tanto. Los instantes hasta el pitido final transcurrieron como si fueran siglos. Becerril aguantó sobre el terreno pese a una fractura en el pie derecho. Hubo entre ocho y doce disparos a los postes, que, junto a los dos goles anulados a los blancos, convirtieron la proeza en inverosímil. Pero acabó. El Madrid se clasificó para las semifinales y, acaso todo pareciese sencillo tras ese trauma, posteriormente se proclamaría campeón de Europa esa temporada y las cuatro siguientes.

Partizan Real Madrid

Entre las múltiples argucias con las que el antimadridismo intenta minusvalorar los logros blancos, tiene especial eco el latiguillo del azar. Una mítica flor que se supone debe minimizar el doloroso impacto que los triunfos producen en el ánimo de los contrarios. Inexplicablemente, hay madridistas que entran al trapo y se afanan en amontonar supuestos méritos en un vano intento de justificar no se sabe muy bien qué. Ambos no pueden estar más equivocados. La postura correcta implica la auténtica asunción del fundamental papel que lo aleatorio juega en la partida de la vida, y trabajar a partir de ello, tratando de superarlo y de gestionar sus consecuencias. “El Madrid gana por suerte”, se desgañita ridículamente, con dedito tembloroso, el pobre anti. Pues claro, hombre. Como si en el fondo hubiera, ay, otra manera.

 

Fotografías: Getty Images

5 comentarios en: 29 de enero, día del azar blanco

  1. Cierto que la suerte tiene más importancia de la que se le quiere dar. Ese partido de Belgrado fue el auténtico inicio de la copa de Europa. Los "what-if" son buenos como argumentos de best sellers, pero como teoría histórica están rechazados. Así que no corresponde pensar qué hubiese oasado si hubiesemos perdido ese partido. Simplemente no lo perdimos. Punto.

    Por otra parte, y volviendo a reconocer que la suerte tiene un papel más importante de lo que que queremos reconocer, no menos cierto es que el Real Madrid es, como decía Picasso, un ejemplo en el que la inspiración o la suerte, le pilla siempre trabajando.No fue suerte el gol en el 92:48, fue fruto de un asedio y al revés, tenemos que quejarnos de haber esperado tanto y haberlo pasado tan mal en aquel partido.

    Abrazos madridistas

  2. La -suerte-que tenemos los madridistas es que nuestro equipo lucha hasta el último minuto y no da por perdido ningún partido somos el mejor equipo del siglo veinte¿por suerte?

  3. “ AL SABER LE LLAMAN SUERTE “, decía mi madre, para explicar que un éxito no siempre es resultado de la suerte sino del trabajo,del estudio.Éxito que se quiere minimizar para no otorgarle el mérito que merece y atenuar el fracaso del otro.
    El azar compone nuestro universo y nos sitúa en unas condiciones determinadas ,a partir de ahí ,cada uno se construye su propia suerte.

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