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Un Real Madrid por correspondencia

Un Real Madrid por correspondencia

Escrito por: Athos Dumas13 noviembre, 2025
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Corría el año 1981. Tras un año perdido estudiando Ciencias Económicas en la facultad de Somosaguas, y todavía sin tener claro mi camino hacia el mundo laboral, decidí hacer el servicio militar, obligatorio por entonces, y, de paso, tomarme unos meses de reflexión para emprender el enfoque de mis años venideros.

Pude elegir entre hacer mi "mili" o bien en España o bien en Francia, ya que ambos países me reclamaban para rendir servicios a la patria. Siendo práctico, preferí servir bajo la bandera tricolor, ya que podía ventilar esta tarea en 11 meses en lugar de los 14 que me exigían en España. Elegí pragmatismo por delante de patriotismo.

El 1 de agosto de 1981 mis padres me llevaron en coche hasta la ciudad mediterránea de Sète, al norte de Béziers y muy cercana a Montpellier, a unos 200 kilómetros de la frontera española de La Junquera. En el 81º regimiento de infantería, en el cuartel Vauban, iban a transcurrir mis siguientes once meses de vida.

Mi preocupación máxima no era estar a mil kilómetros de mi hogar madrileño, de mis padres, de mis hermanos y de mis amigos. Ya para entonces había pasado largas temporadas viviendo en París o en el sur de Francia, en el País Vasco francés.

No. Mi máxima angustia era el alejarme durante tantos meses de mi lugar favorito, el estadio Santiago Bernabéu, y del club de mis amores. Repito que era el año 1981: para ponernos en contexto no había teléfonos móviles, ni tampoco televisión por cable, ni siquiera de pago, al menos en España, y, va de suyo, tampoco existía Internet. Claro que había radio y tenía un pequeño transistor, pero nunca hubo manera de sintonizar el Carrusel Deportivo de turno.

Ver por tanto los partidos era tarea imposible, jamás se retransmitía un partido de la liga española en las televisiones francesas. Quizás en las competiciones europeas, siempre y cuando el rival del Real Madrid fuese un equipo francés. Si se daba ese improbable caso, tenía además que coincidir que dicho día no hubiese que hacer guardias o instrucción fuera del cuartel.

Las soluciones para seguir las andanzas del equipo eran o bien llamar a casa por teléfono por medio de una conferencia internacional —cada llamada era carísima para un recluta que ganaba 200 francos al mes, al cambio unas 3200 pesetas—, o bien consultar L'Equipe de los lunes para poder apenas conocer el resultado de la jornada del domingo. Es decir, con mucha suerte, te podías enterar del resultado y de la clasificación ya el lunes por la tarde, si te dejaban salir del cuartel tras las tareas diarias y si encontrabas un ejemplar del cotidiano deportivo a esas horas —tampoco había un exceso de kioskos por la bella ciudad de Sète, cuna de poetas como Paul Valéry o como Georges Brassens—.

Porque lo de encontrar un periódico español, como mucho El País o el Marca, era tarea de Hércules. Alguna vez me hice con un ejemplar de dichos rotativos, ya manoseado, a mediados de la semana y a un precio tres o cuatro veces superior al de su precio en España.

De vez en cuando podía llamar a mi casa de Madrid a cobro revertido, y en muy breves minutos mi querido padre me narraba de forma casi telegráfica el partido anterior, con los goleadores blancos y una breve crónica.

Mi máxima angustia era el alejarme durante tantos meses de mi lugar favorito, el estadio Santiago Bernabéu, y del club de mis amores. Repito que era el año 1981: para ponernos en contexto no había teléfonos móviles, ni tampoco televisión por cable

Coincidió mi estancia como militar con la temporada 1981-1982, época post Pirri y Amancio, ya retirados. Un equipo liderado por Santillana y por Juanito, el cual unos pocos meses antes había caído en el Parque de los Príncipes ante el Liverpool, en la final de la Copa de Europa. Estaban los García, y bastantes jóvenes del glorioso Castilla de 1980, finalista de la Copa del Rey ante su equipo matriz. La quinta del Buitre se estaba gestando por entonces en las categorías inferiores del club.

Castilla final Copa del Rey

También estaba el correo postal, obviamente, y cada semana mi padre metía en aparatosos sobres los recortes más importantes y destacados del Marca y de La Hoja del Lunes, con las correspondientes crónicas, las alineaciones puntuadas entre el 0 y el 3 —la nota máxima—, y algunas fotografías con los lances de los goles o con las paradas espectaculares de Miguel Ángel o del joven Agustín.

El inconveniente es que dichos envíos llegaban a mi destino como mínimo con quince días de retraso, pero cada vez que el suboficial de turno me repartía el correo, ese era sin duda el mejor momento de toda la semana. En la intimidad podía revivir el pundonor de Camacho, las diabluras de Cunningham, la sociedad perfecta entre Juanito y Santillana, los primeros pasos de Ricardo Gallego o de García Hernández o el motor incansable de Uli Stielike, entrenados por Vujadin Boskov.

Aquella no fue una temporada sencilla, tras la decepción de la Copa de Europa. Era un equipo en transición y una temporada en la que ya faltaban valladares defensivos como Pirri. Fueron los últimos partidos de Goyo Benito, y hubo una plaga de lesiones, sobre todo en la delantera. El club sufría también en la parte económica, y la directiva de D. Luis de Carlos tenía que hacer malabarismos para ajustarse a un estricto y sobrio presupuesto, pese a los esfuerzos titánicos de directivos como el tesorero D. Luis Miguel Beneyto.

En los permisos que tenía, resultaba muy complicado, además de caro, ir a Madrid a pasar unos días. Apenas un par de veces en todo el año, teniendo que ir desde Sète a Barcelona en tren (casi cuatro horas) y luego desde El Prat hasta Barajas.

Más fácil era pasar de tanto en cuanto un fin de semana en Barcelona, ya que junto a mí había otros dos reclutas que, siendo también de nacionalidad francesa, residían en la Ciudad Condal y me invitaban a pasar algunos días en sus domicilios. Por supuesto que aprovechaba para asaltar los kioskos de las Ramblas y llevarme en la maleta los Marca, As, Mundo Deportivo y hasta el diario Dicen, desaparecido pocos años después.

También adquiría Don Balón, lo mismo que en Sète compraba semanalmente France Football. Recuerdo que en aquellos años no había tanta rivalidad como hoy en día entre Barça y Real Madrid,  y hasta se percibía bastante respeto por el club merengue: eran los años en los que el FC Barcelona salvaba su temporada venciendo al Madrid, como así fue poco antes de Navidad cuando los nuestros fueron derrotados por 3-1.

Paralelamente a la liga, el Madrid jugó aquella temporada la Copa de la UEFA, en la que fue pasando de rondas sin pena ni gloria y ante rivales de segundo nivel: el Tatabanya húngaro, el Carl Zeiss Jena de la RDA, el Rapid de Viena, con resultados cortos resueltos casi siempre en el Bernabéu. Uno de los pocos partidos que pude ver aquel año en Madrid precisamente fue el de la vuelta de los octavos de final ante los vieneses, en una fría noche de diciembre,  que terminó con un aburrido empate a cero que dio el pase a cuartos a los nuestros tras haber ganado en el Práter de Viena por 0-1, con gol del gran Carlos Santillana.

El gran rival en la liga fue la Real Sociedad de Ormaechea, que quería revalidar su título obtenido en 1981. Como así fue. La clave estuvo en el doble duelo ante los donostiarras, que dominaron 3-1 en el antiguo estadio de Atocha y que resistieron 1-1 en el Bernabéu, con una actuación prodigiosa de Arconada. De todo aquello yo, como siempre, me enteraba días o semanas después, lamentando no poder ayudar a los míos desde la grada de pie del fondo norte de Chamartín.

Sí que tuve la oportunidad de seguir más la liga francesa, muy menor en aquel tiempo, con una interesante batalla entre el Saint Étienne, el Sochaux (equipo de la Peugeot, hoy en día en divisiones inferiores) y el Mónaco, que se acabó imponiendo en las jornadas finales. La final de la copa de Francia la ganó el PSG, liderado por Rocheteau, tras imponerse por penaltis al Saint Etienne de Platini.

Ya se estaba configurando una gran selección gala que pocos meses después, en el Mundial 82 de Naranjito, maravilló a todos y fue claramente atracada en la semifinal de Sevilla ante los alemanes de Harald Schumacher.

La vida en el cuartel era monótona pero muy cómoda: tuve la suerte, por saber escribir a máquina, de pasar los últimos meses como secretario del coronel del regimiento, un trabajo más que plácido que me permitió devorar como nunca decenas de novelas clásicas, y que me permitía escribir cartas a mis queridos amigos de Madrid, a los que tanto echaba de menos: a Eduardo, a Antonio, a Carlos, a Pierre.

Anecdóticamente, el coronel y algunos otros oficiales me prolongaban a menudo mis permisos de fin de semana, pudiendo regresar los lunes a mediodía al cuartel en lugar de los domingos por la noche, y cada vez que viajaba a Barcelona me pedían que les trajese de España alguna botella de pastís Ricard, que costaba mucho más barato en España que en Francia. Todavía no sé, más de cuarenta años después, qué hubiese pasado si en la frontera de Le Perthus los de las aduanas me hubieran abierto el equipaje con tres o cuatro botellas de pastís (en 1982 aún no formaba parte España de la Comunidad Económica Europea). Yo creo que se me habría caído el pelo (ya bien rapado en el cuartel cada tres semanas) de forma definitiva.

Pese a que la trayectoria en la liga fue de muchos altibajos merengues, en la Copa del Rey el Real Madrid pisó firme desde los octavos de final. Fueron cayendo el Málaga, el Atlético de Madrid en cuartos y la Real Sociedad en semifinales, resuelta la eliminatoria por penaltis en el Bernabéu. El Madrid pudo curar en parte las heridas producidas quince días en la Copa de la UEFA, cuando fue vapuleado 5-0 por el Kaiserslautern tras haber ganado en la ida por 3-1. Quien les escribe tardó varios días en conocer dicha debacle, aunque algo sospechaba al no poder hablar durante bastante tiempo con mi padre. No había noticias, por lo tanto, debían de ser malas noticias. Aquellos años 80 fueron terribles cada vez que los nuestros pisaban territorio teutón, las goleadas en contra fueron hasta tristemente rutinarias.

Obviamente, no pude ver la final de la Copa del Rey de aquel año. Se jugó en 13 de abril, posiblemente para no coincidir con el inicio del Mundial que se iba a celebrar en España. Fue en el estadio de Zorrilla, en Valladolid, conocido por ser el de la pulmonía, pese a haber sido enteramente remozado para la cita mundialista. Un martes y trece, nada menos, día extrañísimo para una final de copa. Por mi padre supe que él, junto a varios de mis hermanos mayores, fueron en coche hasta la capital pucelana, con lo que al día siguiente  tiré de mis ahorrillos, y pude pagar una conferencia internacional de unos diez minutos —tuve que hacer trueque con mis paquetes de Gauloises y de Gitanes para conseguir liquidez— para que mi padre me contase con todo detalle la victoria 2-1 contra el Sporting de Gijón de Maceda, de Mesa, de Joaquín y de Enzo Ferrero. Nunca llegué a ver ese partido, aunque conozco los detalles, los goleadores (Jiménez, en propia puerta y Ángel de los Santos), en un partido gris y muy igualado, ya dirigido por don Luis Molowny, que había sustituido al cesado Vujadin Boskov poco después del estrépito de Kaiserslautern y tras una nueva derrota en el Estadio Insular ante Las Palmas.

Quien les escribe tardó varios días en conocer dicha debacle, aunque algo sospechaba al no poder hablar durante bastante tiempo con mi padre. No había noticias, por lo tanto, debían de ser malas noticias

Por mi parte, ya había ganas de regresar a Madrid, y eso que mi servicio militar había sido muy placentero; mi coronel acabó ascendiéndome a cabo primero y me dejaba libertad para salir todas las tardes, además de exonerarme de marchas y de acampadas nocturnas. Sé que estaba haciendo la “mili” porque vestía cada día de uniforme y porque cada quince días iba a practicar tiro con mi fusil de asalto Famas F1. Incluso tenía el privilegio de almorzar en el comedor de suboficiales, por autorización expresa del coronel del regimiento.

Ya a finales de abril se consumó lo que parecía claro desde el mes de febrero: el Real Madrid no iba a ganar la liga, que cayó por segundo año consecutivo en las manos del equipo donostiarra, ya saben, el de los Arconada, Zamora, Perico Alonso, Idígoras, Satrústegui y López Ufarte. Un tercer puesto, a 3 puntos del campeón, y por detrás del Barcelona. Y el consuelo de haber logrado el título de Copa.

Camacho y López Urfarte en Atocha. 1982

Quedaban aún dos meses para acabar mi estancia cuartelera y, por lo tanto, el estrés de saber cuál iba a ser cada semana el resultado del equipo, ya que la temporada futbolera había llegado a su final.

Además, ya era todo un veterano en el cuartel, tras 9 meses allí, y con un puesto de trabajo privilegiado. Así que las semanas siguientes pude aprovecharme del buen tiempo que hacía al borde del Mediterráneo e ir quitando hojas en el calendario para poder regresar a Madrid, así como a esperar ya el comienzo del Mundial de fútbol que se iba a disputar en España, a mediados del mes de junio. Y me decía a mí mismo: el 1 de julio ya estaré en Madrid, y ya empezarán los rumores y los fichajes para la temporada siguiente. El martirio de estar tan desconectado de mi club iba por fin a llegar a su final.

 

Getty Images

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13 comentarios en: Un Real Madrid por correspondencia

  1. Querido Athos
    Yo tb tuve mis avatares en el transcurso de la milicia.
    Firmé 20 meses como voluntario en un batallón recomendado por Saporta.
    Tuve 8 meses de permisos para acudir a partidos del Real Madrid y el Equipo Nacional y el Comandante Mayor de mi batallón me descontó un mes de permiso al que tenía derecho y me hizo recuperar 7 meses.
    Total de mili de este humilde jugador del RM 27 meses.
    Para matarlos.

    1. Eres un crack y uno de mis ídolos junto con Rafa Rullan, Brabender, Luyk... Y lo que he disfrutado yo viendo os en la antigua ciudad deportiva, en familia, madre mía.

  2. Entretenida tu mili.
    Sólo comentarte que el estadio José Zorrilla, sede de la final de copa de ese año no fue remodelado, era completamente nuevo y situado a casi cuatro kilómetros del antiguo.
    El actual está a las afueras de la ciudad, junto a la autovía Burgos -Portugal (A62), y el viejo estaba junto al Paseo de Zorrilla, en lo que ahora casi es el centro geográfico de Valladolid. Ahora allí hay un Corte inglés y no queda resto del Viejo Zorrilla, más que una próxima Calle Estadio no muy lejos del Centro Comercial
    Un saludo

  3. Yo debería haber hecho el servicio militar en el 94 pero entré como Pofesional en mayo del 98.
    Me perdí la primera parte de la séptima (lo vi en el cine de la Base Aérea de Zaragoza) y cuando acabó tuve que llamar a casa, y mi padre nos ponía (estábamos mi hermano y yo juntos) el teléfono por la ventana para oír la fiesta montada!!

  4. A mí no me pilló la mili porque la quitaron en los últimos años del siglo XX, y me alegré, y después de unos años entré en el ejército profesional y estuve dos años, cosas de la vida, no era lo mío para hacer una carrera profesional pero contento por mí paso por el ejército, la recuerdo con cariño.

  5. Mi hermano Athos es un crack. Más madridista que don Santiago!!! Y escribe requetebién! Y sabe más del Real Madrid que nadie del mundo mundial. Yo sin embargo soy súper fan de baloncesto, sobre todo de la magnífica época de Vicente Ramos, Rullan, Brabender.... En la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid. Lo mejor de lo mejor!!

  6. La mili… los ochenta parecen hoy estar tan lejos. Los que los vivimos apenas damos crédito: las cartas, las fronteras, las conferencias telefónicas, los giros postales y los paquetes con salchichón y queso para los quintos… Parecen historias de Dickens. Gracias, Athos.

  7. Yo también quiero contar mi experiencia futbolera en el ejército, deseo no aburrir.
    Estando en estudio obligatorio en la Academia, jugaba el Real Madrid la vuelta con el Anderlecht, partido glorioso con Butragueño genial, tenía el auricular conectado a un aparatito de radio escondido en la chaquetilla cuando entró el capitán de servicio ( creo que llevaba el escudo del Madrid en los calzoncillos) que vigilaba nuestra aplicación en el estudio, me miró serio y dirigiéndose a mi me pregunto que cómo íbamos, le contesté 6 a 1, me pregunto que cuánto tiempo faltaba y se sentó en la mesa del profesor "ordenándome" que le indicara el final, así lo hice, su respuesta fue, ¡estudia!

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