Risas y palabras

Escrito por: Angel Faerna18 noviembre, 2017

He de confesar que hace pocos días leí aquí un artículo de Quillo Barrios, “Benzema y los intangibles”, que me hizo enfadar. Sé que con él no me conviene meterme porque es de los que califican por bajo (sus notas en La Galerna al final de los partidos son las de un “hueso” a la antigua usanza, a mí me da miedo mirarlas), pero hay causas que debes defender hasta el final así te aspen. Números Uno y Tres han defendido últimamente la causa de Benzema en La Galerna de los Faerna, aunque es obvio que no han convencido a Quillo Barrios, cuyo artículo es posterior y no sé si también una réplica, porque el muy ladino no identifica al destinatario. Hacia el final solo dice que “este no es un artículo en el que me mofo de Benzema, sino en el que me río, y mucho, de que la defensa a un jugador se base en cosas que algunos creen ver porque algunos creen que saben más que el resto”. Resumiendo al máximo el argumento del artículo: lo que todos ven serían los goles y las asistencias, lo que algunos creen ver serían los intangibles, y un jugador solo puede ser defendido seriamente por lo que se puede medir y contar, por sus tangibles.

A nadie que nos lea se le escapa que los Faerna no escribimos demasiado en serio y nos encanta provocar alguna risa, vaya esto por delante; tampoco se le escapará que, de los tres, solo uno sabe de verdad de fútbol, más que nada porque los otros dos no perdemos ocasión de recordarle a cada momento al lector nuestra supina ignorancia. Y, por cierto, es lo único que decimos completamente en serio, no como Quillo Barrios, que empieza su pieza con el viejo truco retórico de la palinodia: “la ventaja de no saber demasiado de fútbol es que puedo escribir un artículo como este...” También Shakespeare le hace decir a Marco Antonio eso de que “Brutus is an honourable man” y allí no hay romano que se lo trague. Pero basta de circunloquios. A mí que me toquen a Benzema no me hace ninguna gracia, pero transijo porque... no sé nada de fútbol. Ahora bien, a lo que no estoy dispuesto en modo alguno es a que me toquen los intangibles. Si fuera sexador de pollos quizá no me importaría tanto, pero uno se gana la vida con la filosofía y ahí no se puede jugar al toque (a no ser que te hagas filósofo positivista, que hace un siglo que no se lleva).

Si le quitas los intangibles al fútbol, todo lo que te queda son unos tipos haciendo cosas tan habilidosas como inútiles con un bulto que tampoco sirve para otra cosa. No tengo nada contra ello; es más, a juicio de mi filósofo de cabecera, al que no nombraré para hacerme el interesante, eso es ni más ni menos que arte “en crudo”. Pero si el fútbol fuera arte, o solo arte, no daría para lo que da, para esa inabarcable gama de efectos y reacciones que van desde el grito desgarrador en el sofá de tu casa a oscilaciones en los parqués y crisis en las cancillerías, desde la geometría de las pizarras y la aritmética de las estadísticas a duelos a primera sangre entre compañeros de pupitre refractarios a las “mates”, desde las refinadas evocaciones de un Mario de las Heras a las interjecciones y pintarrajos de las portadas de un Marca. ¿Es concebible algún parentesco entre Marca y, digamos, el catálogo de Sotheby’s, o entre alguno de esos dos iconos culturales y La Galerna misma? Cuando semejante barullo de consecuencias, reverberaciones y prolongaciones puede nacer de algo tan positivamente magro como lo de los veintidós tipos y el bulto, es que hay intangibles de por medio, y en cantidades industriales.

Lo que define a un intangible es que solo se puede tocar con palabras, y cuanto más numerosas y elaboradas tengan que ser las palabras que tratan de alcanzarlo, más altura tiene. Por eso, al final, si el fútbol se eleva sobre el suelo es solo por las palabras que puede hacernos decir. Se me replicará que de todo se puede hacer poesía. No lo voy a discutir, pero eso demostraría que todo tiene un lado intangible, que nada es completamente ramplón lo mires por donde lo mires, lo cual basta para refutar a Quillo Barrios. A él le dicen más los números de Cristiano que los intangibles de Benzema, pero creo que no se da cuenta de que los números de Cristiano tampoco le dirían nada si no pudiera envolverlos en las palabras que los declaran estratosféricos, titánicos, sobrehumanos, y otras intangibilidades (eso de que “los números hablan por sí solos” es precisamente un tropo literario, no una verdad literal). Los movimientos de Benzema a algunos nos traen a la mente palabras de puro arrobo y sus números nos traen al fresco. No es que creamos ver más porque creamos saber más; vemos otras cosas e intentamos describirlas. Bueno, yo no, porque ya lo han hecho otros tan elocuentemente que incluso veo alguna cosa que antes no percibía, y así el juego de Benzema se eleva aún más a mis ojos. Los jugadores deben saber leer los partidos, pero lo nuestro es aprender a leer a los jugadores. Y si tienen algo de indescifrable, como Benzema, mayor es el placer de su lectura.

Para mí es un misterio por qué las palabras tienen tan mala prensa. Cuando Polonio le pregunta al príncipe Hamlet qué está leyendo, este le responde hastiado: “words, words, words”, como si en un libro pudiera haber otra cosa y como si las palabras no pudieran curarle el alma, cuando el alma es el primer intangible y se nutre solo de ellas. Por eso mi cita favorita al respecto es otra. Cuentan que una vez Thomas Carlyle invitó a cenar a su casa a uno de esos ricachones que no reconocen más valor en las cosas que el contante y sonante. Estaban tomando el sherry en la biblioteca y el hombre, que evidentemente no tenía en mucho a su anfitrión, paseó una mirada aburrida por los abarrotados estantes, se sacó el habano de la boca y dijo con displicencia: “libros, libros, libros”. Entonces Carlyle se levantó pesadamente del chester, eligió un volumen y se lo tendió al sujeto: “mi querido amigo, esto es un libro. Se titula Emilio y lo escribió Jean-Jacques Rousseau. Para su conocimiento, la segunda edición se encuadernó con la piel de los que se rieron de la primera”. Los intangibles de Benzema quizá no alcancen para hacer estallar la Revolución Francesa, pero deseo con toda mi alma que Karim despelleje esta noche ante el Atleti, con otro regate inconsútil como aquel que hizo levitar al madridismo en el último derbi, a los que hoy se ríen de nuestras palabras. Y si hay que esperar más, se espera. El alma nunca debe tener prisa, que para eso es inmortal.

Número Dos

Ángel, el segundo de los Faerna, es profesor de universidad. Procura enseñar Filosofía sin hacer más daño del inevitable. Su especialidad, si acaso, es la epistemología y el pensamiento clásico norteamericano, extravagancia que compensa con una desmedida afición por los buenos arroces.

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