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Guardiola ad portas

Guardiola ad portas

Escrito por: Antonio Valderrama25 febrero, 2020
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Después de la peor semana del equipo en un año, el Madrid recibe a sus dos némesis contemporáneas. Es la semana del pánico. La sucesión de los acontecimientos parece escrita por un guionista de TV3: se pierde el liderato y se rompe la estrella del equipo para lo que queda de temporada con Guardiola y Messi entrando por la T4 de Barajas. Guardiola y Messi, probablemente las dos cabezas del mismo tronco: el del gran miedo. Vienen por separado, pero en mi cabeza siguen siendo un extraño todo, un cuerpo único cuya carne y huesos están hechos con el material de mis peores recuerdos como madridista. El panorama es muy taurino. Otra vez, como tantas y tantas otras veces, el Real despliega el capote ante la boca negra de los toriles y se pone de rodillas, esperando a porta gayola. Puerta grande o enfermería, la historia más vieja del mundo, porque está visto que en el Madrid el punto medio es un imposible metafísico: 118 años de tradición avalan esta teoría de que aquí siempre se vive en un estado de tensión bélica perenne, de que no es posible la paz, nunca; sin ir más lejos el primer fin de semana de febrero nos creímos felices, invulnerables, campeones de Liga e ingoleables, y mira tú por dónde todo lo que ha pasado después en veinte días. Si antes parecía que no había nacido el que le metiera un gol al Madrid, ahora me da la sensación de que no ha nacido el que lo meta para el Madrid, así es la cosa cuando el equipo de los jerarcas afronta la prueba más dura desde 2018.

Y el Madrid, sin Hazard.

Guardiola vuelve a las puertas de Roma seis primaveras después de la última vez. No está en su mejor momento, aunque el Madrid tampoco. Su nombre continúa evocando humillaciones lacerantes. Pocas manifestaciones mejores de lo que significa alguien para la afición del rival que el nivel de mofa que su nombre suscita entre ella: Guardiola le viene al Madrid en el mejor peor momento. No hay antinomia. En la opinión pública y publicada, sobre todo fuera de España (en Europa, los tentáculos rouresianos pierden sus poderes mágicos) se le empieza a ver el cartón. Primero perdió sistemáticamente en la Copa de Europa y se empezó a sospechar de sus cualidades taumatúrgicas como líder revolucionario de las pizarras en el siglo XXI. Este año ni siquiera está ganando en Inglaterra, vapuleado por el Liverpool. El procés lo ha desgastado, se ha implicado mucho políticamente, es decir, se ha expuesto, porque en Guardiola todo fue política desde que asumió el cargo de entrenador del Barcelona en 2008. Pero no es lo mismo galopar encima de Messi alzando la estelada victoriosa anudada a un asa de la Copa de Europa que hacer el ridículo con un lazo amarillo después de que te elimine el Tottenham de Pocchetino gracias a la justicia instantánea del VAR.

Una digresión: ¿Se imaginan qué habría sido del movimiento independentista catalán si en las semifinales de la Copa de Europa de 2011 hubiera existido el VAR?

Todos están pudiendo ver al Pep de la derrota, al de la mirada atravesada, al de la falacia jesuítica, al que pierde los papeles; un Pep que multiplica sus mezquindades en las ruedas de prensa y al que el destino ha vuelto a poner, como sosteniendo un espejo, a su mejor antagonista. Todos lo pueden comparar también ahora, en las horas bajas, en la misma liga, con el divertidísimo Mourinho del declive. Incluso en el fango, uno conserva el carisma del loco genial y al otro se le pone cara de sevillano alérgico al albero.

Sin embargo, sigue siendo Guardiola el hombre que mejor conoce al Madrid en el mundo del fútbol, detrás Zidane y un poco por encima de Xavi Hernández. Ha salido en la prensa que para motivar a sus jugadores se ha llevado a Manchester al tío de Nadal y a un refugiado del Open Arms: me sorprendo a mí mismo reconociendo en estas guardioladas el sabor añejo y olvidado de la reyerta, de la guerra a muerte que el Pep nos declaró y que Mourinho nos hizo aceptar con algo más que gusto. Sigue siendo el mismo de siempre, sólo que no tiene a Messi, ni a Xavi, ni a Iniesta, y esta vez, a diferencia de lo que pasó en 2014, nosotros no tenemos a Cristiano Ronaldo. Sigue siendo el maquiavélico intelecto preclaro cuyo afán último es culminar la conversión del Barcelona en el Madrid del siglo en curso, aunque para eso tenga que disfrazarse de monje mendicante y llegar al Bernabéu con el mensaje del entrenador de Unionistas de Salamanca. Entrena a un club-Estado pero todo el petrodinero es poco: enfrente tiene al Real Madrid, y estoy convencido de que lleva sin dormir desde que en diciembre el sorteo le puso delante la bola con el nombre.

Guardiola sigue perteneciendo al marco mental del barcelonismo preMessi, un marco mental que es el de Xavi Hernández también: un universo que se parece al de la Teogonía de Hesíodo, y en el que el Madrid es el gran padre, el gran titán al que se teme y al que se admira, como sólo se puede admirar desde el odio profundo, íntimo, que está a un palmo de distancia del amor. Un titán al que hay que hacerle la guerra en todas partes y destruirlo, beberse luego su sangre y vestirse con su piel, todo para embeberse de su fuerza, como hacían en las tribus antiguas con los enemigos vencidos. Con semejante bagaje cultural y emocional, y con su talento, era evidente que utilizaría la bomba atómica que la providencia puso en sus manos para reinventarse el Barcelona a costa de demoler el cimiento más sólido del alma madridista: su fe ciega en la camiseta blanca, en el poder de su nombre, Real Madrid, y su convicción suicida de que siempre saldrá adelante.

Los mejores años de Messi fueron una labor metódica de derrumbe y aniquilación de esa fe ciega a la que, no obstante, el Madrid sobrevivió, puesto que, a veces, estoy tentado de reconocer que, en efecto, el Madrid es el Madrid. Lo que es Guardiola todavía en el imaginario colectivo madridista lo resumió Manuel Jabois en El Mundo cuando se fue del Barcelona en 2012: “Guardiola, efectivamente, nos convirtió a los madridistas en antibarcelonistas e inoculó algo impredecible: la barcelonitis. Llevamos cuatro años mirándolos a ellos con la misma obsesión con la que ellos llevan mirándonos cincuenta, alegrándonos de sus derrotas casi tanto como de nuestras victorias, en lo que constituye una especie de derrota final. Pep nos puso delante del espejo y nos ha transformado, de repente, en rapsodas de nuestra desgracia, que para colmo era el éxito ajeno. Hemos encontrado en la desazón el estímulo sexual de la metáfora, con lo que eso tiene de abominable. En ese artículo Jabois terminaba reconociendo que Guardiola volvería “para intentar follarnos otra vez en la cocina”.

El miércoles, el Madrid tendrá delante a once tíos por valor de un trillón de euros gastados, un céntimo detrás de otro, para que Guardiola, aun a costa de desestabilizar el mundo con el precio del petróleo, pueda salir más tarde a la rueda de prensa y proclamar que un pequeño pueblo amante de la libertad ha sido vengado en el santuario erigido a todos los males del mundo, el Santiago Bernabéu. Poco revitaliza más que levantar la vista y encontrarte a tu viejo demonio retándote de nuevo.

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Madridista de infantería. Practico el anarcomadridismo en mis horas de esparcimiento. Soy el central al que siempre mandan a rematar melones en los descuentos. En Twitter podrán encontrarme como @fantantonio

4 comentarios en: Guardiola ad portas

    1. Más vale que vayas pensando en la pastilla del día después...con tanta polÍtica de por medio; ellos son especialistas en moverse en los terrenos pantanosos. El Madrid cría la fama, el FARSA carda la lana. En ese sentido estoy tan harto, como fatigado, frustrado e indignado. No veré ni al City, ni al FARSA ni, por ende, al Real Madrid. Dije basta.

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