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Miguel Muñoz, el mejor entrenador de la historia

Miguel Muñoz, el mejor entrenador de la historia

Escrito por: José María Faerna16 julio, 2021
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Aunque no sé bien cómo va esto, si pongo en la barra del buscador “Miguel Muñoz” la primera sugerencia que me devuelve el ingenio es el perfil de Transfermarkt de Miguel Muñoz Fernández, defensa central madrileño de veinticuatro años procedente del Real Murcia y recién fichado por el Piast Gliwice polaco. Y no crean, la segunda regurgitación corresponde a Miguel Ángel Muñoz, simpático guaperas de series televisivas. Sic transit gloria mundi. Incluso un Miguel Muñoz de profesión mago precede en la jerarquía de Google a don Miguel Muñoz Mozún (19 de enero de 1922-16 de julio de 1990), el hombre que levantó como capitán del Madrid la primera Copa de Europa, la segunda y la tercera; el hombre que dirigió al equipo que ganó la quinta en 1960 y la sexta en 1966; el hombre que se ha sentado más veces en el banquillo madridista (595); el que más años ha entrenado al club de fútbol más grande de la historia (1960-1974); el tercer entrenador con más partidos dirigidos en la liga española después de Luis Aragonés y Jabo Irureta. Y eso que él mismo decía que “a mí me echaron porque estaba muy visto”.

En efecto, tal día como hoy hace treinta y un años nos dejó Miguel Muñoz, que entonces nos parecía un hombre ya mayor, pero que solo tenía sesenta y ocho años, una edad que hoy tenemos felizmente por prematura para irnos al otro barrio. Cuando Jesús Bengoechea me pidió este texto para celebrar la efemérides se refirió a él como “el anhelado artículo que, ignominiosamente, La Galerna le ha negado hasta la fecha”. Aquí somos capaces de hacerle artículos hasta a un esforzado utillero, pero Miguel Muñoz, de puro visto, se nos había vuelto invisible. Yo no soy muy de rankings, ese género menor que tanto le gusta al periodismo recreativo, pero qué menos que colorear tan infame transparencia con un título a la altura de las circunstancias que estoy dispuesto a defender con uñas y dientes hasta la última línea. Vamos a ello.

Decía yo que Muñoz resumía su cese como entrenador del Madrid con ese olimpismo de andar por casa de que estaba ya muy visto. Ese elegante desapego castizo era su forma de estar en el mundo, en el fútbol y en el Madrid. Cuenta Alfredo Relaño que se fue de jugador un día que se vio en el Nodo: “Me vi viejo y culón, con ese pantalonazo blanco, en esa pantalla en blanco y negro tan grande… Pensé: estoy haciendo el ridículo”. Era 1958 y tenía treinta y seis años. Quizá por eso detectó con precisión la decadencia de Di Stéfano, al que admiraba por encima de cualquier jugador y que había sido tantos años su compañero de vestuario. Al parecer, a la Saeta, que tenía su pronto, no le gustó el planteamiento del entrenador para la final europea que se perdió con el Inter y discutieron a viva voz antes del partido. Tras la derrota, Muñoz lo dejó fuera de la convocatoria para el partido de vuelta de cuartos de la Copa con el Atlético, lo que aumentó la ira del argentino. Sobre su reunión unos días después con Bernabéu y Saporta corren diferentes versiones, pero lo cierto es que apoyaron férreamente a su entrenador y Di Stéfano solo jugó un amistoso más con la camiseta blanca.

Homenaje a Di Stéfano

Todo acabó en un episodio trágico -en el sentido clásico y heroico del término- del que no se ha hablado mucho y del que no sé si hay testimonio audiovisual, porque el partido se dio en televisión: el mejor jugador de la historia, ya con treinta y ocho años, fichó por el Espanyol, al que le tocó recibir al Madrid en el primer partido de la Liga 64-65. El encuentro parecía condenado al empate a uno (goles de Ramírez y Puskas, de falta), cuando en el minuto 84 se señaló un córner por la derecha favorable al Madrid. Así lo cuenta Relaño en sus Memorias en blanco y negro: “Amancio va al saque. Puskas corre y le pide el balón donde confluyen la raya lateral del área y la línea de fondo. Amancio, obediente, se lo envía. Entonces, Puskas hace una jugada de funambulista: recorriendo la línea de fondo, sortea primero a Riera y luego a Di Stéfano, que había acudido al quite, y cuando Carmelo espera el centro le cuela el balón sin ángulo. Pega en el palo del fondo, y entra. 1-2. Ha sido una jugada genial de Puskas, que tiene pocos meses menos que Di Stéfano. Y estaba gordo. Pero jugaba en una baldosa, se limitaba a unos pocos esfuerzos, cortos, precisos y generalmente letales”. El rinconcito de Bezema en el Calderón prefigurado en Sarrià, con Puskas y Di Stéfano cara a cara.

El papel de Muñoz en esta breve secuencia épica es palmario respecto a en qué diablos consiste eso de ser entrenador: tener la capacidad de aplicar el sentido común para ver aquello que el común no ve. O sea, que por más que estar calvo parezca menos relevante para jugar al fútbol que estar gordo, hay veces en que hay que preferir al gordo y descartarse del calvo. La ejecutoria de Muñoz está llena de ese tipo de decisiones tan sencillas como comprometidas. Hace un par de años, Tomás González-Martín reunía en un artículo de Abc los testimonios de algunos de sus jugadores: a Pedro de Felipe que, en la línea del que esto escribe, tenía claro que Muñoz era el entrenador más listo que hayan visto los tiempos, lo amarraba al área como un galeote al remo. En algún sitio le oí contar alguna vez que le multaba si pasaba del centro del campo. Esto decía el viejo central: “Yo me quería comer el mundo a mis veinte años y subía al ataque, hasta que Don Miguel me cogió y me dijo bien claro: yo no le quiero a usted para que suba a meter goles, para eso ya tengo a Pirri, Amancio y Gento, yo le quiero a usted para que frene a los contrarios y si no le gusta, le quito y pongo a otro defensa”. A Amancio, en cambio, le dejaba a su aire: “A mí no me hacía defender, porque lo importante para él era que yo tuviera gasolina para estar en condiciones y que resolviera en ataque. Me dejaba hacer lo que yo intuía que era lo mejor para encontrar el gol”. Y todo de usted, con tranquilidad, sin darse pisto.

Esta sabiduría le venía de ser futbolista, claro. Y bueno. En esta intrincada trama de invisibilidades, nos hemos olvidado del Muñoz técnico, pero su figura como entrenador oscurece a su vez su magnífica trayectoria como jugador, que ya es el colmo. Empezó a jugar en la posguerra, se hizo un nombre en el Racing y, sobre todo, en el Celta, de donde lo trajo el Madrid en el 48 junto con Pahiño, aquel delantero que levantaba sospechas en la selección porque leía a Dostoievski, que a la burricie federativa de la época le debía de parecer un bolchevique con pintas. Era un centrocampista peleón, inteligente y con gol que asistió en primera línea a la construcción del equipo áureo de las cinco copas de Europa y formó parte destacada de él. Aguantar en aquel equipo hasta el 58 no estaba al alcance de cualquiera. De hecho, si no calculo mal, solo Di Stéfano, Puskas y Gento duraron tanto o más que él. Muñoz estaba predestinado y bendecido; iba acumulando señales, como el Niño Jesús en los Apócrifos. Fue él quien marcó el primer gol del Madrid en Copa de Europa contra el Servette suizo y, como se ha dicho, quien levantó las tres primeras.

Fue también el primero en ganarla como jugador y entrenador, el fundador de un club exclusivo al que andando el tiempo ingresaron por parte madridista Ancelotti y Zidane. Lo helvético debía tener algo de talismán para él, como lo austrohúngaro para Berlanga, porque debutó en la selección con victoria contra ellos (siete veces internacional en una época en que se jugaban muy pocos partidos, quién la pillara). Muchos años después, cuando fue seleccionador, recuerdo que en el periódico le decía al plumilla que le preguntaba por las expectativas ante un amistoso en Zúrich que, bueno, “a ver si esta tarde merendamos suizos”, así con media sonrisa y silabeando un poco. Y es que a Muñoz uno se lo imaginaba perfectamente merendando suizos apaciblemente en el café a la caída de la tarde. Muñoz vestía el chándal con el mismo aire con que habría podido enfundarse el guardapolvo gris de propietario del colmado al que te mandaba tu madre por un paquete de azúcar o una caja de galletas. El fútbol de entonces tenía un aire confortable, de rutina doméstica. Muñoz vivía en el Paseo de la Habana, a tiro de piedra del Bernabéu, como buena parte de los jugadores. Uno se lo podía encontrar por la calle de buena mañana, camino del entrenamiento, o a medio día, volviendo a comer a casa como hacía entonces casi todo el mundo incluso en una ciudad grande como Madrid.

Aquellas salidas suavemente irónicas de Muñoz eran muy celebradas por la prensa, como cuando Zidane terminaba las frases con ese “¿sabes?” interrogativo, sonriente y enigmático. Era de los que decían de un jugador veterano que ya solo estaba para tirar friqui, cuando friqui era una versión domesticada de free kick y no sinónimo de mamarracho. Era un tipo educado y simpático, pero si había que cargarse a Di Stéfano no le temblaba el pulso. Fue catorce años entrenador del Madrid como si nada, pero esa no había sido en absoluto la tónica habitual del club.

Hasta 1960, pese a los éxitos, Bernabéu no había aguantado con el mismo entrenador más de dos años. Lo interesante es que Muñoz consolidó su longevidad en circunstancias mucho menos favorables. Le tocó gestionar la decadencia de aquel gran equipo, con las dos finales perdidas frente a Benfica e Inter, e ir construyendo el reemplazo en época de vacas flacas, tirando de la cantera y de una buena explotación del mercado nacional, construyendo el Madrid yeyé con aplicación y sabiduría, reorientando la sed de victoria de la casa hacia los manantiales ligueros cuando la Copa de Europa dejó de estar al alcance, pero sin renunciar incansablemente a ella. Ahí está la Sexta de 1966, en la que se vengó de su némesis, Helenio Herrera, aparcado con su Inter de campanillas en semifinales. Herrera era el Guardiola del momento, el mago que sacaba conejos de la chistera y crecepelos del carromato, el entrenador divo que imantaba a la prensa con sandeces pseudodalinianas como lo de que mejor con diez que con once. Por alguna razón tan misteriosa como certera, mi padre se refería siempre a Herrera con mucha guasa como Don Uranio (hombre, ya está ahí Don Uranio, decía), y yo soy incapaz de evocarlo bajo otro nombre. Don Uranio anticipa el patrón del entrenador moderno y panenkita y yo creo que por eso no vemos a Muñoz. Es el fantasma de Don Uranio el que envenena la mente de esos pordioseros que llaman a Zidane alineador. Pero es que cuando nosotros llegamos al fútbol Muñoz ya estaba ahí, como la Cibeles o la estatua de Cascorro, y uno pensaba que lo lógico es que estuviera ahí siempre. Si uno vive en Madrid acaba por no ver ni a Cascorro ni a la Cibeles.

Pero la cuestión es que Muñoz ganó tres copas de Europa y dos ligas como jugador; y nueve ligas, dos copas de Europa, dos Copas de España y una Intercontinental como entrenador. Y a ver quién iguala eso, por muy visto que estuviera y por mucho que no se le vea. Luego están los intangibles, porque fue él quien construyó esa idea del Madrid que hoy nos parece idiosincrásica, quien imprimió una mentalidad de esfuerzo constante en unos tiempos en que regía el sagrado mandamiento del marcaje al hombre. Aquel fútbol era como la valla de Guantánamo, con cada marine pendiente de su espejo cubano y viceversa, y eso requería una disciplina férrea que Muñoz imponía con media sonrisa y el lápiz en la oreja, como el regente del colmado. Bien, está Alex Ferguson, doce ligas y dos Champions le contemplan, pero en veintisiete años; las nueve más dos de Don Miguel -haciendo abstracción de su gran palmarés como jugador- se dieron en catorce.

Muñoz gestionó la decadencia de un gran equipo con éxito y construyó con éxito su reemplazo, pero en los primeros setenta la cosa se torció un tanto y el madridismo, que ya sabemos cómo es, acuñó aquello de ¡Fuera Muñoz! Hubo un momento en que, de tanto verlo, dejamos de verlo. Mi padre, que era un poco pipero avant la lettre -y quizá por ello yo guardo cierta consideración por algunas variantes moderadas del fenómeno-, se metía mucho con él, pero jamás se lo tomó a cachondeo como a Don Uranio. Muñoz nunca en su vida hizo el ridículo, ni siquiera aquella tarde de cine en que se vio culón con el pantalonazo blanco. En realidad, se fue antes de que le echaran, si hay que creer a Don Santiago: “A mí no me gusta ver sufrir a la gente y Miguel Muñoz lleva sufriendo mucho tiempo; no hay más que ver su aspecto. No he tenido más remedio que aceptar su dimisión. Esto no podía prolongarse, pero deja entre nosotros un recuerdo imborrable”. Desde entonces, el madridismo, dejó de verlo de tan visto que lo tenía, pero lo que no deja de echar de menos es su enorme vacío histórico, y no hace falta mentar aquí a Zidane porque la cosa escuece sola.

Tuvo un epílogo meritorio como seleccionador en los ochenta que nos dejó los destellos de la final de la Eurocopa de Francia y el Mundial de México con la Quinta en su mejor momento. Fue entonces cuando Pablo Porta, presidente de la Federación, dijo aquella frase lapidaria: este hombre tiene una flor en el culo, que luego le han endilgado también a Zidane. Los números y las letras son clamorosos: el mejor entrenador de la historia. Pero France Football, cuando en 2019 hizo un ranking de los cincuenta mejores de todos los tiempos, lo situó en el puesto catorce. Seguro que Don Miguel se habría encogido de hombros y, con media sonrisa, silabeando un poco, habría dicho que es para mearse y no echar gota o algo así antes del paseo cotidiano entre el Paseo de la Habana y el Bernabéu.

Número Uno

El mayor de los Faerna es historiador del arte y editor, ocupaciones con las que inauguró la inclinación de esta generación de la familia por las actividades elegantes y poco productivas. Para cargar la suerte, también practica el periodismo especialista en diseño y arquitectura. Su verdadera vocación es la de lateral derecho box to box, que dicen los británicos, pero solo la ejerce en sueños.

9 comentarios en: Miguel Muñoz, el mejor entrenador de la historia

    1. Cierto, recuerdo con cariño acompañar, siendo muy niño, a mi abuelo a Sarriá. Era impresionante el olor a hierba , la del césped, que percibías a la que asomabas por las bocanas y veías/olías el campo. Existe una memoria olfativa, vaya si existe.

  1. El señor Faerna es un tanto enigmático cuando en su auto descripción informa que tiene vocación de lateral derecho box to box ... ; el corrector de texto puede inducir a la V...

    Bromas aparte. Excelente escrito. La Galerna, sin discusión , es el mejor sitio digital deportivo del panorama actual. Me gustaría que pudiera haber más atención al baloncesto blanco. Comprendo que el grueso tenga que ver con el primer equipo de fútbol , pero algo más de baloncesto estaría muy bien. Joe Llórente y Don Athos Dumas son unos escribientes de primera magnitud. Y artículos de Vicente Ramos , además de otros autores , a nivel similar de los anteriores.

    Por favor, señores de la Galerna... aunque sea un forero como yo el que lo pide, considérenlo. Gracias.

    1. Pues cogiendo el casco que has lanzado, Floquet, habría que hacer un artículo casi calcado para mi paisano alicantino Pedro Ferrándiz. Posiblemente, el mejor entrenador de la historia "out the NBA". Me gusta mucho este tipo de gente desconocida e infravalorada que ha sido quien ha ido construyendo ese sello típicamente madridista

  2. Miguel Muñoz me queda muy lejano pero el artículo me ha gustado muchísimo. Espero que se prodigue más aquí, don Número Uno.

  3. Yo recuerdo aquella frase castiza después del 9 a 1 a la Real Sociedad: ¨El nueve estaba oxidao¨ cuando le preguntaron por la goleada.Para los jóvenes, los marcadores se ponian manualmente en chapas metálicas de forma cuadrada con el número pintado y se situaban en el paseo lateral alto de Padre Damián.

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