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La yema de los dedos

La yema de los dedos

Escrito por: Rafael Gómez de Parada26 diciembre, 2022
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Por su calidad, hemos decidido publicar este cuento participante en nuestro III Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad.

 

Diciembre de 1995. El marido de Laura no entendía por qué ese empeño de su mujer en acudir a media tarde al Palacio de los Deportes de Madrid, a ver un partido entre las selecciones de Australia y de Cuba, cuando a él lo que de verdad le apetecía era ver a su Real Madrid del alma un par de horas más tarde.

—Es por el niño —contestó Laura.

—Pero si solo tiene seis años —replicó airado Javier.

—Le encantará este ambiente, como me gustaba a mí cuando era niña y mi padre me llevaba a los partidos.

El pequeño Javi miraba embobado a la cancha, el calentamiento de los jugadores, el movimiento acelerado, los estiramientos, los chicos recogepelotas. Luego se giraba hacia las gradas superiores y al poco público que había en aquellas horas previas al gran partido del día, el que enfrentaba al Real Madrid contra un equipo brasileño del que nadie sabía gran cosa. El niño fijó su atención en las banderas. Estaba en esa edad en la que su curiosidad lo llevaba a tratar de conocer “todas las banderas de todos los países del mundo”, como solía decir.

—Mis favoritas son las que tienen estrellas, como esas —dijo mientras señalaba las de Cuba y Australia, que colgaban de lo alto del pabellón.

—Bueno, nuestro escudo no tiene estrellas, pero el equipo está repleto de ellas —le contestó socarrón su padre.

Laura había puesto un empeño especial en comprar las localidades en la cuarta fila detrás del banquillo visitante. Su marido no lo sabía, pero el corazón de Laura palpitaba de modo acelerado. Miraba el calentamiento de los jugadores sin pronunciar palabra. Luego observó al equipo técnico del teórico visitante. El entrenador llevaba un traje elegante y junto a él había otros tres miembros ataviados con un chándal azul brillante con unas letras rojas ribeteadas de blanco: CUBA. El más alto de los tres se dio la vuelta con cierto disimulo, pero su vista no recorrió las gradas. Buscó directamente en la cuarta fila.

Era él. Era ella. Leonardo Quiroga clavó su mirada en los ojos de Laura, cuyo corazón casi se le escapa por la boca. Javier y Javi no advirtieron la mirada prolongada que mantuvieron ambos, pues estaban entretenidos con un animador que lanzaba peluches a la grada, pero de haberse girado a su izquierda habrían percibido cómo su mujer y madre había volado metafóricamente del asiento. A 1983.

LAURA: recuerdo aquel día como si fuera ayer. Era la Ciudad Deportiva y nuestros asientos estaban algo más elevados que ahora. No éramos más que unas adolescentes en busca del autógrafo de Fernando Martín.

Leonardo se quedó petrificado, pero trató de disimular mirando hacia el público, al techo, a las banderas, aunque cada pocos segundos volvía la vista a los ojos de Laura.

LEONARDO: recuerdo la primera vez que encontré tu mirada entre el público. Fue en un balón que salió por el lateral y que intenté alcanzar con un salto. Salió hacia tu sitio y trataste de esquivarlo. Sonreíste.

LAURA: yo ya me había fijado en ti durante el juego. Tu elegancia de movimientos, el brillo de tu piel, aquellas patillas de época que me resultaron tan encantadoras. Y un pelo fuerte y oscuro que desde el principio quise estrujar con fuerza entre mis dedos. Me miraste avergonzado tras el rebote del balón en nuestros asientos. Y te disculpaste con el público, pero cuando te girabas para regresar al juego, tus ojos volvieron a mí.

LEONARDO: al acabar el partido, tus amigas fueron al banquillo del Madrid. Me reí con sus gritos de “Fernando, Fernando”, como si fuera un cantante pop. Tú fuiste la única que se acercó a nuestro banquillo, donde no iba nadie, y me pediste una firma en tu carpeta de estudiante.

LAURA: tengo grabado tu mensaje palabra por palabra. “Para Laura, con cariño”. Y en la segunda hoja: “Te espero en Casa Rodri, enfrente del Hotel Continental. Me escaparé a las once y media”.

LEONARDO: arriesgué mucho al huir de la concentración del equipo. En aquellos años estábamos muy vigilados por el delegado del gobierno, que nos acompañaba en cada viaje al extranjero. Me descolgué por el patio interior de la lavandería. Fue una locura.

LAURA: no sé qué hacía en aquel bar a las once y media. Claro que fue una locura, lo sé. No sé qué buscaba, quizás una aventura, quizás me había enamorado.

LEONARDO: nunca te lo dije y jamás lo sabrás, pero al principio solo quería utilizarte. Ganarme tu confianza, que me invitaras a tu casa y cuando no te dieras cuenta, llevarme unas medicinas para mi madre. O dinero, o material escolar para mis sobrinos. Todo aquello que nos faltaba en La Habana.

LAURA: me empeñé en llevarte a un lugar de salsa, en que bailaras conmigo como si todos los cubanos fuerais unos artistas solo por el hecho de ser cubanos. Y tú, con tus dos metros de altura, te movías con una torpeza que acabó de lograr que cayera en tus brazos.

LEONARDO: recuerdo todo lo que hicimos aquella noche como si fuera ayer mismo.

LAURA: “te voy a enseñar el Madrid que no conoces”, te dije.

LEONARDO: jamás se me olvidará la cara de tu amiga cuando le pediste que nos dejara pasar la noche en su casa.

LAURA: y vaya noche, nunca la olvidaré.

LEONARDO: tuve que irme muy temprano, tenía que volver al hotel antes de que en la concentración advirtieran de mi escapada. Todos los integrantes del equipo estábamos avisados del castigo si alguno se fugaba.

LAURA: no quería que te fueras. Me miraste fijamente. Con ternura, con tristeza en la mirada. Nuestros dedos se rozaron por última vez, ¿puedes creer que aún tengo la sensación de tu tacto en la yema de los dedos?

LEONARDO: me costó mucho separarme de ti. Hallé tanta bondad en ti que me olvidé de mis intenciones iniciales. Aún lloro con la despedida.

LAURA: no volví a saber de ti. Te fuiste, tu equipo volvió y no supe nada más de ti. Escribí varias cartas a la Federación Cubana de Baloncesto, pero imagino que no te llegarían.

LEONARDO: ¿por qué no me buscaste? ¿Por qué no me pediste que me quedara? A la mañana siguiente, al volver al hotel antes de que amaneciera, me sorprendió el delegado del gobierno. Y al regresar a Cuba me retiraron el pasaporte y me prohibieron salir del país durante una década. ¿Por qué no volví a verte?

LAURA: no contestaste nunca a mis cartas, así que dos años después viajé a La Habana con unas amigas. Fue una pesadilla recorrer La Habana e imaginar tu rostro en cada esquina, en cada persona con la que me cruzaba, en cada cancha de baloncesto improvisada en las calles. No sé en qué pensaba, pero quería encontrarte, aunque no supiera muy bien con qué vana ilusión.

LEONARDO: si en aquel momento nuestras vidas se hubieran cruzado de nuevo, todo habría sido distinto. Pedí permiso a la Federación para fichar por un equipo belga que se había interesado por mí, pero me lo denegaron. Albergaba la esperanza de volver a Europa y comenzar una nueva vida. Te habría buscado sin dudarlo.

LAURA: pero mi vida tenía que seguir.

LEONARDO: tendría que permanecer en Cuba, así que traté de olvidarte. Me retiré del baloncesto, me casé, tuve dos niños y ahora entreno a los más jóvenes.

LAURA: lo habría dejado todo por ti. Me casé, tuve un niño maravilloso, pero nunca dejé de pensar en aquella noche.

LEONARDO: cuando me dijeron que volvíamos al Torneo de Navidad del Real Madrid, mi vida entera se trastocó, los recuerdos volvieron a mi mente, aquel ambiente mágico... Sé que era una locura pensar que volvería a verte.

LAURA: no volví a un torneo de Navidad hasta que supe que participaba la selección de Cuba. Fue una locura pensar que volvería a verte, pero…

Y aunque las yemas de sus dedos no volvieron a juntarse, Laura y Leonardo se lo dijeron todo sin cruzar una sola palabra.

Sonó el pitido que anunciaba los tres minutos para el inicio del encuentro.

Rafael Gómez de Parada
AFKAB. Artist Formerly Known As Barney. Dice que corre maratones, juega al fútbol y al baloncesto, pero todo con nivel medio, como en el inglés. Nivel alto solo para escribir y portanalizar en La Galerna. Autor de "Volver al asfalto".
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