Hay fechas que no son casuales, aunque el mundo moderno se empeñe en tratarlas como una suma de horas intercambiables. El 14 de diciembre es una de ellas. Ese día, en 1947, Madrid inauguró algo más que un estadio. Inauguró un carácter. Y setenta y ocho años después, el mismo día, nació Hugo, mi segundo nieto. No es una coincidencia menor. Es una de esas alineaciones cósmicas que no figuran en los almanaques, pero que uno reconoce de inmediato cuando ocurren.
El Estadio Santiago Bernabéu cumplía 78 años. Hugo cumplía unas horas de vida. Uno con la historia escrita en hormigón, acero y memoria colectiva; el otro con todo por escribir. Pero ambos unidos por una fecha que no es neutra. Porque el Bernabéu no es un estadio cualquiera y Hugo, desde el mismo instante en que decidió llegar ese día, tampoco es un recién nacido cualquiera. Ha nacido el día del Bernabéu. Y eso, aunque suene exagerado para los espíritus prácticos, significa algo.
El Bernabéu no es solo un recinto deportivo. Es una catedral laica, un lugar donde se ha aprendido que ganar no es suficiente si no se hace con dignidad, que perder no es el final si se pierde de pie, y que la excelencia no se hereda: se exige. Allí se ha silbado al ídolo acomodado y se ha aplaudido al canterano valiente. Allí no se ha regalado nada nunca. Por eso sigue en pie. Por eso se ha reinventado sin traicionarse. Y por eso sigue siendo relevante.
El Estadio Santiago Bernabéu cumplía 78 años. Hugo cumplía unas horas de vida. Uno con la historia escrita en hormigón, acero y memoria colectiva; el otro con todo por escribir
Que Hugo haya nacido ese mismo día no lo convierte automáticamente en nada, pero sí lo inscribe en una tradición. El madridismo no es una fe que se predique, es una manera de mirar. Una forma de entender el esfuerzo, el éxito y el fracaso. No se aprende en manuales, se absorbe. Y hay nacimientos que llegan ya impregnados de algo difícil de definir, pero fácil de reconocer con el tiempo.
A Hugo no le han puesto aún una bufanda blanca (le quedan dos telediarios, pero dos, los de hoy, para tener el carné madridista) ni le han hablado de finales imposibles (ya se encargará su abuelo Javi de hacerlo). No sabe quién fue Bernabéu ni por qué Di Stéfano sigue siendo una referencia aunque el fútbol haya cambiado de idioma y de ritmo. No sabe que hubo un tiempo en que ganar cinco Copas de Europa seguidas parecía una extravagancia y que luego se convirtió en precedente. Pero lo sabrá, vive Dios que lo sabrá. No porque se lo contemos con solemnidad, sino porque la memoria madridista se filtra sola, como el carácter.
El Bernabéu ha visto pasar generaciones enteras. Padres llevando a hijos, hijos llevando a padres ya mayores, abuelos explicando por qué aquel gol fue más importante de lo que parece en los resúmenes. Ha sido refugio en tiempos difíciles y escenario de celebraciones que no cabían en las calles. Ha resistido modas tácticas, relatos interesados, arbitrajes creativos y ciclos de euforia ajena. Y sigue ahí. Ahora más moderno, más tecnológico, más espectacular, pero igual de exigente.
Setenta y ocho años no son pocos para un estadio. Pero el Bernabéu no envejece: acumula experiencia. Como los buenos jugadores, como las buenas personas. Por eso su aniversario no es una cifra más, es una reafirmación. Y que Hugo haya llegado ese día tiene algo de declaración silenciosa: la historia continúa.
Los nietos llegan para desordenarte el calendario emocional y para activar en tu receta electrónica una buena dosis de “consentidina forte” y de “malcriadex de 80 mg.”. De repente, fechas que eran importantes pasan a segundo plano y otras adquieren un brillo inesperado. El 14 de diciembre ya no será solo el cumpleaños del Bernabéu, será también el día en que Hugo decidió empezar. Y esa doble celebración dice mucho de cómo funciona el tiempo cuando se mezcla la memoria con la esperanza.
Imagino a Hugo dentro de unos años, andando de mi mano por la Castellana, caminando a Chamartín, con su hermana mayor, Candela de mi alma, yendo a disfrutar de un partido de nuestro Madrid o del Tour del Bernabéu, mirando de reojo esa mole que impone respeto incluso a quien no sabe muy bien por qué. Sentirá algo, una especie de familiaridad inexplicable. No sabrá que nació el mismo día que ese estadio, pero lo reconocerá como propio. Porque hay lugares que te pertenecen incluso antes de conocerlos.
El madridismo no es una obligación ni una consigna heredada a la fuerza. Es una educación sentimental. Enseña a no rendirse, a desconfiar de los relatos fáciles, a exigir siempre un poco más, empezando por uno mismo. Enseña que el aplauso hay que ganarlo y que la historia no se negocia. Todo eso está en el Bernabéu. Y, de alguna forma misteriosa, también está ya en Hugo.
Hay quien insiste en que el fútbol no importa. Suele ser gente que no ha entendido nada. El fútbol importa cuando se convierte en símbolo, cuando articula recuerdos, cuando acompaña a las personas en distintos momentos de su vida. El Bernabéu no es importante por los goles que se han marcado en él, sino por lo que ha representado para millones de personas durante décadas. Ha sido escenario, refugio y espejo.
Hugo no tendrá que cargar con ninguna épica. No tendrá que saber de memoria alineaciones ni discutir sobre sistemas de juego. No tendrá que justificar nada. Pero tendrá, si quiere, un relato al que agarrarse. Una historia previa que no le pesa, sino que le acompaña. Y eso, en los tiempos que corren, es un privilegio.
El 14 de diciembre de 1947 se inauguró un estadio que iba a marcar una época. El 14 de diciembre de 2025 nació un niño que empieza la suya. Entre ambos hay setenta y ocho años de distancia y una misma fecha como punto de unión. No es una metáfora forzada, es una realidad cargada de simbolismo. El Bernabéu representa la permanencia. Hugo, la renovación. Ambos, a su manera, hablan de futuro.
El Bernabéu no es importante por los goles que se han marcado en él, sino por lo que ha representado para millones de personas durante décadas. Ha sido escenario, refugio y espejo
Quizá dentro de muchos años alguien le cuente a Hugo que nació el mismo día que el estadio y que su abuelo Javi escribió este artículo. Sonreirá, le parecerá una anécdota curiosa. Pero algo quedará, porque hay coincidencias que no se olvidan del todo. Y porque el madridismo, cuando se instala, lo hace para siempre.
El Bernabéu sopló 78 velas invisibles. Hugo abrió los ojos por primera vez. Uno celebraba todo lo vivido. El otro empezaba a vivirlo todo. Y en esa superposición de tiempos hay algo profundamente hermoso. Algo que reconcilia con el paso de los años. Algo que recuerda que, pese a todo, la historia continúa.
Bienvenido, Hugo. Has elegido bien el día, has nacido cuando el Bernabéu celebraba su existencia. Y eso, sin necesidad de discursos ni proclamas, te convierte ya en parte de una historia mayor, una historia blanca, una historia exigente, una historia que, como tú, todavía tiene mucho por delante. Hugo, tu abuelo Javi te quiere más que a su vida.
Por cierto, el Real Madrid ganó en Vitoria, Valdepeñas debutó como el jugador nº 879 en vestir la camiseta del primer equipo en partido oficial y no, no vi el partido…
Me despido como siempre, ser del Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en esta vida… ¡Hala Madrid!
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Bienvenido a la vida, Hugo.
Precioso artículo amigo. Enhorabuena por el nacimiento de tu nieto. Espero que esa salud vaya mejorando. Un abrazo grande y Hala Madrid siempre!!!