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El antimadridista medio

El antimadridista medio

Escrito por: Van Cleef25 febrero, 2020
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Hay quien piensa que el antimadridista medio es una persona terca, intolerante, hipócrita, mentirosa. Con no demasiadas luces en cuanto a inteligencia se refiere. Pero nada más lejos de la realidad. Si, por ejemplo, de antimadridistas ilustrados hablamos, podríamos destacar a eruditos tales como Celestio Puerespín.

Celestio Puerespín, antimadridista declarado, escribió una interesantísima tesis doctoral en la que demostraba de manera concluyente que Abundio era una de las personas con mayor intelecto de España. Para ello, realizó un detallado razonamiento que abreviaremos aquí por cuestión de espacio:

Un gran porcentaje de la población española (alrededor del 99,4 %, según Celestio) ha asegurado alguna vez respecto a algún conocido suyo, que ese conocido suyo es más tonto que Abundio. Y teniendo en cuenta que, casi con toda seguridad, estaremos hablando de conocidos totalmente distintos, y que seguramente alguien habrá dicho de nosotros mismos que también somos más tontos que Abundio, la conclusión de Celestio fue que, por lo tanto, el 99,4 % de la población era más tonta que Abundio. Y de ahí se extraía que Abundio pertenecía a un privilegiado 0,6 % de la población con una capacidad intelectual superior al 99,4 % del resto de dicha población.

"Si casi todo el mundo es más tonto que Abundio manifestó Celestio en una conferencia ofrecida en la Universidad Complutense- está muy claro que deberíamos empezar a tratarle con una mayor consideración y respeto".

Además de su demostrado talento intelectual, como acabamos de ver, otro de los rasgos más característicos del antimadridista medio es su cinismo innato, que puede ser manifestado de muy diversas maneras. Pongamos como ejemplo el cinismo del antimadridista Candelario Fuertes.

La esposa de Candelario había encontrado recientemente un empleo como representante comercial de una marca de alarmas antirrobo. Recorría la ciudad de establecimiento en establecimiento con la intención de hacer la mayor cantidad de ventas. Una tarde, al pasar al lado de un llamativo disco-pub, pensó que sería un buen sitio para ser instalada una alarma de seguridad. Seguro que recaudaban mucho dinero a diario y querrían tenerlo a buen recaudo.

Apenas había entrado unos metros en el local, cuando divisó a su marido en un reservado dándose el lote con una rubia despampanante. No se lo podía creer. Se acercó hasta ellos con el semblante de un tigre a punto de atacar.

—¡Candelario! ¿Qué estás haciendo...?

La acaramelada pareja dirigió la vista hacia la recién llegada. La rubia despampanante hizo una mueca y dijo con sorna:

—¿Candelario...? Me dijiste que te llamabas Erik.

Cualquier hombre corriente, ante esa situación, se habría venido abajo de manera definitiva. Pero Candelario era antimadridista y, por lo tanto, muy cínico.

—Déjeme adivinar, señora. Usted debe de ser la esposa de Candelario, ¿verdad? Me ocurre a menudo que me confunden con él. Yo soy Erik, el hermano gemelo de Candelario.

—Pero ¿Qué estás diciendo? Tú solo tienes una hermana...

—Verá, señora, es que siempre fui la oveja negra de la familia. Me marché muy joven del hogar familiar y allí reniegan de mí. Nunca me nombran. Para ellos es como si nunca hubiera existido. Tranquilícese, señora. Seguro que, en estos momentos, Candelario está trabajando duro para sacar adelante a su familia. Dele recuerdos míos. Y ahora, si me disculpa...

La mujer, perpleja, se fue a casa y esperó hasta altas horas la llegada de su marido.

—Hola, cariño. Vengo agotado. Este trabajo me va a matar...

—¡Sé toda la verdad! Es mejor que lo confieses todo.

Candelario puso cara de oveja degollada mientras miraba a su mujer. Se le daba muy bien poner caras de ese estilo. Todo buen antimadridista ha de ponerlas a menudo cuando les pillan en algún renuncio.

—¿A qué te refieres...?

—Háblame de Erik.

Ahora puso su cara de pollo de corral en víspera de alguna celebración culinaria.

—¿No me digas que has conocido a Erik? ¡Ese descarriado hermano mío...! Nunca he querido hablarte de él porque es una vergüenza para la familia. Para nosotros es como si no existiese. Nunca le nombramos. Siempre de aquí para allá, alternando con mujeres y malas compañías. ¡Y encima es del Madrid!

—¿Es cierto todo eso, Candelario...?

—Todo lo que digo es cierto. Recuerda que soy antimadridista.

—Oh, cariño, ¡qué alivio tan grande! Por un momento pensé que me estabas engañando.

—¿Yo? ¡Jamás!

—Anda, vamos a la cama.

—Sí, pero a dormir, que estoy molido de trabajar duro para sacar adelante a la familia.

 

El buen antimadridista es capaz de darle la vuelta a la tortilla a cualquier asunto farragoso que pueda dejarle en mal lugar. Es experto en desprenderse de cualquier culpa y endosársela al primero que pase por allí, especialmente si viste de blanco. Nicodemo Puig es un buen ejemplo de ese tipo de antimadridista.

La profesión de Nicodemo era la de la consecución de bienes materiales procedentes de cualquier persona física o jurídica distinta a la suya propia. Ganzúas, taladros, limas y todo tipo de llaves maestras formaban parte indispensable de su maletín de herramientas.

Aunque su ámbito laboral se desplegaba a lo largo y ancho de la gran ciudad, esa noche se mostraba bastante perezoso y había decidido desvalijar el bar que había justo debajo de su propio piso. Así, el desplazamiento sería muy breve. Y, además, no le caía nada bien el dueño de aquel bar, con todas aquellas fotos y bufandas del Real Madrid colgadas por las paredes.

Una vez dentro del local, que a esas horas estaba cerrado, lo primero que hizo Nicodemo fue dibujarle un bigote, una melena y unos cuernos al Zidane de la foto en la que aparecía sonriente al lado del propietario, de la que éste se sentía especialmente orgulloso. Satisfecho así su instinto gamberro (que había planeado con tanta meticulosidad como el propio golpe), centró la atención en sus objetivos prioritarios: la caja registradora y las máquinas tragaperras.

Una llamada anónima alertó a la policía de un posible robo en el bar. La policía consiguió ponerse en contacto telefónico con Vicente, el dueño, para asegurarse de que los ruidos no los estuviera provocando él mismo realizando alguna tarea nocturna. Vicente saltó de la cama con nervioso ímpetu, se vistió precipitadamente y llegó a la puerta del local al mismo tiempo que una patrulla policial. Saltaba a la vista que la puerta había sido forzada. Los dos agentes desenfundaron sus armas reglamentarias y se dispusieron a entrar.

—Usted permanezca detrás de nosotros, por seguridad —le dijeron a Vicente.

—Sí. Lo que ustedes digan.

Nicodemo Puig estaba bastante satisfecho con la recaudación que estaba llevando a cabo. Era una buena cantidad. Y con toda seguridad, sería principalmente dinero de madridistas. Un auténtico disfrute. Y en esas estaba, cuando de pronto oyó un estruendo a sus espaldas.

—¡Policía! ¡Manos arriba!

Cualquier ladronzuelo de tres al cuarto se habría desmoronado en ese momento ante la perspectiva de una larga temporada a la sombra por haber sido pillado in fraganti. Pero Nicodemo era antimadridista. Acostumbrado a salir airoso de este tipo de trances.

—Ah. Ya han llegado. Por un momento pensé que no iban a venir.

-—¡...! ¿...?

—Y veo que vienen con el malhechor ¿Ya le han detenido? Buen trabajo.

—Pero ¿Qué está diciendo? ¡Levante las manos!

—Como quieran. Pero fíjense en todo esto —dijo Nicodemo señalando los ordenados montones de billetes y monedas esparcidos por el suelo— ¡Dinero muy negro, se lo aseguro! Me he tomado la molestia de agruparlo por cantidades para facilitarles el trabajo de contarlo. Hay que informar a Hacienda de esto cuanto antes. Ustedes lo harán, ¿verdad? Por supuesto que sí. Investiguen también la licencia y el seguro. Tienen todo el aspecto de no estar en regla. Aquí hay gato encerrado, se lo digo yo. ¡Y fíjense en las tapas del mostrador! ¡Qué asco! ¡Qué vergüenza! Yo que ustedes informaría también a Sanidad. Que vengan a hacer una buena inspección, porque en el rato que llevo aquí ya he visto al menos una docena de cucarachas saliendo de todos los rincones. Y colillas. He visto colillas. ¡En este bar se fuma! ¿Y qué me dicen del detector de incendios? Tiene toda la pinta de no haber funcionado nunca. Por no hablar de los licores. Fuentes fidedignas me han asegurado que este bribón se hace con licores robados y luego los vende aquí a los clientes. Investiguen las facturas, a ver si cuadra algo. Mucho me temo que no. ¿Y los ruidos? ¡Ay, los ruidos! Yo vivo justo arriba y les aseguro que es un infierno. Voces y cánticos madridistas hasta altas horas de la madrugada y fuera del horario permitido...

—Bueno, hombre, si los cánticos no son muy estruendosos... —dijo un policía— Yo soy del Madrid y eso no creo que...

—Yo también soy del Madrid —dijo el antimadridista— ¡Y fíjense qué manera de ofender a su propia clientela tiene este canalla! ¡Miren esa foto de Zidane!

—¡¡Ay!! —exclamó el pobre Vicente— ¡Mi foto con Zidane! ¿Qué le ha hecho?

—¡Y encima tiene la caradura de atribuirme a mí esa barbaridad! ¡Es tan repugnante que iría ahora mismo a vomitar al baño si no estuviera tan sucio como una pocilga!

—¿Qué tiene que decir a todas estas acusaciones? —le dijeron los policías a Vicente—. Será mejor que nos acompañe a comisaría. Tiene muchas cosas que aclarar.

—¡¿Qué?! ¿Yo? Pero... pero... ¿Y él...?

—¿Yo? —dijo Nicodemo poniendo su cara ensayada de Felipe IV— ¡Yo me pasaré mañana mismo por comisaría a poner una denuncia en toda regla! ¡Faltaría más!

—No cabe duda de que es usted un ciudadano colaborador y ejemplar —le dijeron a Nicodemo los policías mientras esposaban a Vicente— Haría falta más gente como usted en esta sociedad.

—Gracias, agentes. Y no se preocupen, ya cierro yo la puerta al salir.

—Pero... pero... —decía Vicente al ser introducido en el coche patrulla.

 

Acerca de los españoles, opinaba Jorge Luis Borges que el tema de la envidia siempre está muy presente en nosotros. Y probablemente no andaba muy desencaminado su parecer, que además ilustraba con un ejemplo: Los españoles, para decir que algo es bueno, dicen que es "envidiable".

No sabemos si Jorge Luis conoció a algún antimadridista, pero es muy probable que sí, pues una de las principales características de estos es precisamente su envidia. Envidia a todo lo que supone el Real Madrid. Y hay una frase de J.K. Rowling que parece expresamente diseñada para el antimadridista medio con respecto al club blanco:

"La grandeza inspira envidia, la envidia engendra rencor, el rencor produce mentiras".

Tal cual. Ojalá pudiéramos tener la varita mágica de Harry Potter y transformar con ella la envidia en simple admiración. Y así no existirían personajes como Agustino Ponzoñas. Porque Agustino, ya desde la más tierna infancia, siempre fue una persona terriblemente envidiosa.

Nada más nacer, le pusieron en una incubadora al lado de otro bebé de raza negra. Cuando Agustino le vio y luego se miró a sí mismo, comenzó a llorar desconsoladamente, porque él también quería ser negro. Tal vez ahí se engendró inconscientemente su posterior rechazo irracional a todo "lo blanco".

La infancia de Agustino estuvo plagada de episodios de envidia continuada. Siempre quería los juguetes de los demás niños. La ropa que usaban los demás niños. Los padres y los hermanos de los demás niños. Pero era un deseo muy transitorio, pues, en cuanto era consciente de que, por una razón u otra, todo eso no podía ser suyo, esos juguetes y esa ropa pasaban a ser una porquería. Y los padres y hermanos de los demás, unos tontos de tomo y lomo.

Su adolescencia se la pasó intentando ligar con las novias de los demás, que le parecían más guapas y mejores que las suyas. Aunque él, públicamente, siempre decía lo contrario. Por supuesto.

Nunca le había interesado el tema del fútbol. Y a pesar de su ya mayoría de edad, apenas sabía nada acerca de él. Pero una cierta tarde, mientras paseaba pensando en cómo comprarse un coche mejor y más caro que el de su primo Enrique, al pasar justo al lado de un bar escuchó un tremendo alboroto en su interior.

¡¡GOOOOOOOOOOL!! ¡¡GOOOOOOOOOOOL!! ¡¡GOOOOOOOOOOOL!!

Intrigado, decidió entrar a ver qué sucedía. Lo que vio le sorprendió muchísimo. Decenas de clientes saltaban, brincaban, reían, se abrazaban unos a otros. Era una locura de lo más fascinante y divertida. Les envidió a todos ellos. Quería estar tan contento y alegre como aquella gente. Y a ser posible más. Le preguntó a un individuo que estaba próximo a él.

—¿Qué pasa? ¿Qué es lo que ha ocurrido?

—¡Que el Barça acaba de ganar la Liga! ¡Barça! ¡Barça! ¡Barça!

—¡Yo también quiero ser del Barça! ¿Qué tengo que hacer?

Así fue como Agustino Ponzoñas se convirtió en un culé más. Estaba convencido de haber tomado una de las decisiones más acertadas de su vida. Le esperaban muchas alegrías como la que acababa de presenciar. Porque le aseguraron que el Barça era el mejor club del mundo. Era más que un club. Era la leche. Se sintió orgullosísimo de ser del Barça ya desde el primer instante. Empezó a leer el Mundo Deportivo y el Sport a diario. Páginas y páginas y más páginas, desde la primera a la última, hablando sin cesar del Barça. Y siempre muy bien. Siendo culé, ahora serían otros los que le envidiarían a él. Era feliz. Muy feliz.

Hasta que se enteró de la existencia del Real Madrid.

¿Cómo era posible? ¿Cómo era posible que aquellos tuvieran más Ligas y más Champions que el Barça? ¡No era justo! Algo tenía que estar mal. Seguro que eran robadas. Y cuantas más cosas conocía acerca del Madrid, más envidia sentía en su fuero interno. Goles, récords, millones de seguidores en todo el mundo (¡muchos más que el Barça!).

Unos años después, llegó el colmo de la envidia que sentía. El Madrid iba a jugar la final de la Champions en Lisboa contra el Atlético de Madrid. Sentía envidia de ambos. Pero sobre todo del Madrid. ¡Ojalá ganase el Atlético! Aunque reconocía (sin que nadie se enterase, claro) que los merenguess eran mucho mejor equipo que los rojiblancos.

El día del partido, sus niveles de envidia aumentaron de manera alarmante, por lo que decidió entrar en una farmacia con el fin de paliar esa molesta sensación.

—Buenas. ¿Tiene algo para combatir la envidia? —preguntó al farmacéutico.

—Vamos a ver... Tenemos "Envidiosina" en grageas y el "Envidosón" en formato de jarabe. Y, para casos muy severos, también tenemos el "Desenvidiol", en cajas de 20 supositorios cada una.

—Olvídese del "Desenvidiol". No estoy por esa labor. Creo que con el jarabe será suficiente. Me llevo un frasco.

Por supuesto, Agustino no tenía la menor intención de ver el partido. Era muy probable que ganara el Madrid y no podría soportarlo. Decidió encerrarse en casa y dedicar la tarde-noche a la lectura. Primero se tomó siete cucharadas de "Envidosón", para calmar los ánimos. Y luego se sentó en su sillón favorito dispuesto a leer un ejemplar que había adquirido en la Feria del Libro. Tenía buena pinta. Le gustaba mucho la Historia. El libro se titulaba "El Antimadridismo En La Baja Edad Media".

Llevaba ya un par de horas leyendo cuando sonó el móvil. Era Tonino, un amigo suyo tan antimadridista o más que él mismo.

—Hola, Tonino. ¿Qué quieres?

—¿Estás viendo el partido?

—Por supuesto que no.

—¡El Atlético está a punto de ganar!

—¡¿Qué?! ¡No fastidies! ¿En serio?

—¡Que sí! JAJAJAJA ¡No te lo pierdas!

Agustino colgó el teléfono y encendió la tele raudo y veloz. ¡Era cierto! El marcador era de 0-1 y ya estaban jugando el tiempo de prolongación.

¡JAJAJAJAJAJA!

Era divertidísimo y muy emocionante ver las prisas con que los blancos intentaban en vano empatar el partido para poder ir a la prórroga.

¡JAJAJAJAJAJA!

El otrora llamado "tiempo de descuento" estaba a punto de finalizar. El árbitro señaló un córner a favor del Madrid mientras miraba el reloj. Eso significaba que, en cuanto la defensa rojiblanca despejara de cabeza el balón, pitaría el final del partido. Y Agustino sacaría de un cajón unos petardos de los buenos para tirarlos por todo el vecindario.

¡JAJAJAJAJAJA!

Daba gusto ver las caras de angustia de los jugadores del Madrid en esa última jugada. Sabían que era imposible. El tapavergüenzas Modric se dio mucha prisa en colocar el balón para lanzar el saque de esquina. Muchos jugadores blancos en el área intentando rematar lo imposible. Hasta el defensa Ramos se había sumado al ataque pensando en rematar, el pobre.

¡JAJAJAJAJAJA!

El balón voló hacia el área y...

La puerta de la farmacia se abrió bruscamente, haciendo sonar la campanilla con violencia. El farmacéutico reconoció a Agustino mientras se dirigía hacia el mostrador.

—Ah, es usted otra vez. ¿En qué puedo ayudarle?

—¿Sigue teniendo el "Desenvidiol"?

—¿Los potentes supositorios en cajas de veinte unidades? Sí, claro.

—Deme cinco cajas.

—¡¡CINCO!!

—Sí. Y sin rimas. Se lo advierto.

 

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Madridista perdido y sin deseos de ser encontrado. Le gusta usar todos los sentidos, aunque carece por completo del común y el del humor.

16 comentarios en: El antimadridista medio

  1. Tremendo artículo; excelente lectura que me ha despabilado del todo.
    No sé si Van Cleef es pariente del Dr. Lawrence Peter o de Enrique Jardiel Poncela, pero me los ha recordado a ambos. O mínimo, tendrá influencias de ellos.

  2. Desternillante e inquietante a partes iguales por la realidad que refleja.
    Además tenemos la desgracia de tener como "madridistas" a multitud de "esposas de Candelario". A estos no hay medicina que los cure.

  3. Lo del Nicodemo y Vicente me trae a la memoria al periodista aquél cuyo nombre he afortunadamente olvidado, que la temporada pasada, tras el mordisco en la cabeza a Vinicius, lanzó un tuit quejándose de cómo tenían que sufrir los pobres equipos de segunda B, comenzando por el Atleti B, la repercusión mediática de que Vini jugara en esa división.

  4. Muy bueno, Van Cleef. El problema, como ha dicho otro compañero, es la cantidad de esposas de Candelario y policías crédulos que rondan. Un abrazo.

  5. Genial, señor Van Cleef. Genial.
    Lo bonito de vivir el madridismo es poder regodearnos durante años en esos momentos inolvidables y "envidiables". Para los demás, Desenvidiol en supositorios.

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