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Don Francisco

Don Francisco

Escrito por: Antonio Valderrama20 enero, 2022
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Se ha muerto Paco Gento. Ya no queda casi nadie de los patriarcas que reescribieron las leyes del mundo. De las cosas que más me impresionaron cuando el Madrid fichó a Michael Owen fue lo que confesó tras elegir el número 11. Dijo que su padre se había puesto muy contento porque era el número que llevaba Gento. Yo tenía 15 años y me asombraba que un tío en Liverpool albergara semejante admiración por quien para mí era solamente un señor mayor de rostro entrañable e indistinguible del de cualquiera de los viejos que veía en mi pueblo. Gento era como uno de esos ancianos que miraban la vida pasar sentados en cualquier banco de la calle. Como cualquiera de los que acodados en las barras de las tascas, tocados con una boina oscura y vestidos con la misma camisa de cuadros, la misma rebeca gris, la misma chaqueta de cuero gastado, contemplaban el mundo desde un lugar muy lejano ya. Con Gento se va el mito fundacional del fútbol moderno y por supuesto el del Real Madrid, labrado sobre la chapa del viejo Trophée de la Coupe des Clubs Champions Européens. A Gento lo van a enterrar en Guarnizo, la aldea entre la montaña y el Cantábrico donde nació hace 88 años. De allí salió con 20 años para jugar en el Madrid y enrolarse en la tripulación del vellocino de oro.

Cogió una brocha y pintó en la pared la marca de hasta donde llegaron sus aguas: seis Copas de Europa. No ha habido otra riada igual, nada fue igual desde entonces

Se ha muerto Paco Gento. Con él se va casi todo lo que quedaba del siglo XX español. Fue un chaval que dejó el pueblo para encontrar una vida en la capital. Un emigrante, como el Manuel Alcázar de Baroja o como Manolo Escobar, contemporáneo y también símbolo de la España desarrollista que estaba a punto de despegar. Se construyó una vida lejos de las vacas y de los cántaros de leche de sus padres porque como el niño de Delibes en El Camino, Gento tenía algo, un don, un talento que podía sacarle de la vida dura y malpagada que le estaba predestinada por nacimiento. La velocidad ayudó a Gento a esquivar el sufrimiento físico de las infinitas generaciones de campesinos que lo precedieron. Tenía cuerpo de atleta y corría más que los demás. Corría tanto que le pusieron el nombre del viento del norte, Galerna. Combinó la pista con el campo de fútbol hasta que supo que en aquel juego que se estaba transformando en el ocio de las masas urbanas había más pan. Gozó siempre de esa fortaleza, de esa corpulencia mostrenca que viene del campo y de la batalla con el medio, con el prado y con la lluvia y con el frío y con la nieve. Eso le dio una carrera tan larga y productiva en un tiempo en el que los futbolistas comían, bebían y fumaban lo que querían, como cualquier paisano.

Gento es el español que encarna la gran visión de Bernabéu. Su carrera en el Madrid duró 18 años y en ese tiempo participó en la reconstrucción de un país arrasado por la guerra. La suya era una España aislada y herida que miraba al mundo con timidez cazurra y complejo de inferioridad. Su periplo es el de un español que cumple con su deber y pone sus ladrillos en la pared del edificio en el que vive. Gento llegó al cuarto equipo de España y se fue del mejor del mundo. Se estableció en el Madrid de Surcos, rompeolas de las provincias de España, ciudad pobre y en sepia, y fundó una familia en una ciudad europea, moderna, en marcha hacia el futuro. El Madrid de Bernabéu, de Di Stéfano y de Gento le dijo al español de la postguerra que alzara la mirada y que le hablase de tú al europeo demócrata, al europeo cosmopolita; lo levantó del cieno de la pobreza y del complejo, lo vistió de limpio, le puso una camisa impoluta de algodón blanco, lo llevó a los lujosos salones de fuera, obligó a que ingleses, alemanes, holandeses y franceses le hicieran un sitio en la mesa del mundo. Fue ésta la contribución nacional que elevó al Madrid por encima de sus propios triunfos y lo puso para siempre en una esfera olímpica inalcanzable para cualquier otra institución española, deportiva o no. Lo hicieron hombres como Gento y no pintaron nada ni Franco, ni las oligarquías, ni el Estado, más bien al contrario, pues esta empresa desafiaba la lógica estrecha de un régimen que se limitaba a sobrevivir. El Madrid, con sus Copas de Europa, con su constante búsqueda de los límites del fútbol como juego y espectáculo social, enganchó a España al tren del progreso y conectó a los españoles a todo lo que se estaba haciendo fuera, sentando las bases de la integración en los circuitos comerciales, políticos, culturales y económicos.

Di Stéfano, Puskas y Gento

Gento es un noble de igual rango que estrellas mundiales como Di Stéfano, Puskás y Kopa. Cuando se fue el primus inter pares, don Alfredo, y el equipo de la fábula se hizo viejo, Gento siguió corriendo por delante de todos. Corrió hasta Bruselas y ganó la Sexta bajo el Atomium. Cogió una brocha y pintó en la pared la marca de hasta donde llegaron sus aguas: seis Copas de Europa. No ha habido otra riada igual, nada fue igual desde entonces. El Madrid permaneció 32 años a la sombra allende los Pirineos y sólo el Milan, la institución más poderosa de la región más rica de la cuarta potencia mundial (y a quien Gento ya había derrotado una vez en una final) fue capaz de conseguir lo que él había conseguido. Estuvo jugando hasta los 70 y acumuló doce Ligas, otro hito todavía no igualado por nadie. Gento representa el gran salto adelante, el crecimiento salvaje y exponencial, de una organización preparada a lo largo de cuatro décadas para lanzarse al firmamento desde el trampolín de sus propios recursos. Eso que se dice siempre de el Madrid es el Madrid es una cosa que se entendía mirándole la cara a Gento: una seguridad vaga en que acabará llegando la caballería. Parecía que nunca se iba a morir porque formaba parte del decorado, como los abuelos, a los que suponemos eternos cuando el mundo se nos antoja un paisaje infinito y lineal, un presente continuo. No hacía ruido y no decía tonterías. No era un divo, no tenía extravagancias. Los patriarcas del Antiguo Testamento del fútbol eran todos seres de otro planeta, en todos había una adustez incomparable, una seriedad en los ademanes y en el rostro y una impasibilidad ante las emociones que ha desaparecido del todo. Ganaron y se fueron en silencio. En silencio mueren. Incluso los homenajes parecen algo indecoroso con esta gente, algo fuera de lugar. Gento pertenece a la última generación cuyo lenguaje son los objetos creados, los mundos conquistados, los templos erigidos. La piedra es su escritura. El legado es la casa que nos acoge todavía.

 

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Madridista de infantería. Practico el anarcomadridismo en mis horas de esparcimiento. Soy el central al que siempre mandan a rematar melones en los descuentos. En Twitter podrán encontrarme como @fantantonio

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Vía @lagalerna_

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