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Cosas de princesas

Cosas de princesas

Escrito por: Fred Gwynne9 febrero, 2016
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Mi sobrina tiene cuatro años y medio. Hasta los cuatro era medio macarra pero en estos seis últimos meses ha conseguido completar su exquisita formación (con excelentes notas, todo sea dicho) y ya puede presumir de ser una macarra entera. Eso sí, una macarra con clase. Fina. De las que después de rayar la televisión con una llave y aguantar estoicamente la bronca de sus padres, se va a la cama con la mirada retadora de Harry, el sucio diciendo aquello de “alégrame el día”.

Sus fechorías abarcan su mundo, es decir su altura. Hasta el metro todo peligra y si yo fuese su padre intentaría hacer una casa flotante, una casa que no estuviese a su alcance. Yo la quiero como uno quiere a los huracanes o a los terremotos: sabiendo que tienen una escala que marca la destrucción que producen. En la escala de mi sobrina (ríete tú de la de Richter) el metro de altura es más peligroso que un tornado fuerza cinco. Últimamente, e imagino que influenciada por una de esas películas de Disney que tantos divorcios han evitado, ha adquirido una coletilla para todos sus delitos:

-¿Has hecho tú esto, Elaia?

Entonces levanta un poco la cabeza, cierra los ojos como un avestruz y después de sacar un poco el morro contesta:

-No tengo ni idea. Soy una señorita…Y una princesa.

Y de ahí no la sacamos. Su condición de señorita y de princesa la alejan del mundanal ruido. Bastante tiene ella con su trabajo diario como para tener que preocuparse de nimiedades como una tele de 48 pulgadas o un móvil acuático. Digamos que la realeza tiene estas cosas. Ellos son así. Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir, pero devuélveme el rotulador que todavía me queda mucha pared por engalanar.

Por eso, porque la quiero y porque ella es dura como una roca y destructiva como un tornado, el otro día cuando fui a buscarla al colegio y vino corriendo hacía mí con lágrimas en los ojos y con los mocos pugnando por salir de su nariz. Me asusté.

Matilda

-¿Qué te pasa, cariño? -le dije con dulzura.

-¿Es... es... ver... verdad que... que Bale viaja en low-cost?

¡Malnacidos! Hay que ser muy malnacidos para publicar este tipo de cosas. ¿Qué culpa tiene mi tierna sobrina de sus desvaríos? ¿Qué ha hecho la infancia para sufrir gratuitamente tanta maldad? ¿Hasta dónde piensan llegar con sus infamias?

-¿Quién te ha dicho esa mentira?

-El aita, ha sido el aita.

Acabáramos. Lo que me faltaba. El cuñadismo atacando de nuevo.

-¡Noooo! Preciosa, no. Eso es mentira. Bale viaja en su jet privado y luego van a buscarle en Rolls. Como siempre ha sido y siempre será. Eso son cosas feas que dicen los antimadridistas.

-Pero... pero... el aita...

-El aita nada. Na-da. El aita es un antimadridista de cojo... cooorazón. No le hagas ni caso. Bale es rico, muy rico y viaja como quiere. En low-cost viajan los del equipo del pueblo y los que no tienen dinero para fotocopias. El Real Madrid viaja en carroza, en avión o en el Queen Mary.

-Y... y... dice que ya no van a ganar la Liga, y que no cuidan a la cantera, y que Florentino es un mafioso, y que...

-Ni caso, cariño. Ni caso. El Real Madrid va a ganar la Liga, la Champions y va a dejar la Copa para los pobres que viajan en segunda. Venga, olvídate de eso, y vamos a tomar unos calamares.

-Y aceitunas.

Poco a poco, y al calor del aperitivo y de mis explicaciones, mi sobrina fue recuperando la sonrisa. Ya me había costado lo mío conseguir que cada vez que escuchase la palabra Barça respondiese como un papagayo "caca", como para permitir que sufriese gratuitamente por las tendenciosas manipulaciones de mi cuñado. Tengo la impresión de que todos los cuñados del mundo (sin excepción) son del Barça, del Atleti o del equipo que se enfrenta al Madrid. Todos. Tengo ganas de ir a una boda en la que el cura ponga de una vez por todas las cartas sobre la mesa:

-Muy amados, nos hemos reunido aquí en presencia de Dios y de esta concurrencia para enlazar a este antimadridista y a esta mujer en santo matrimonio...

Y así todos contentos. Sin ambages y sin medias tintas. Que ya de novios se les ve venir y luego el que se casa con él para toda la vida soy yo.

-¿Tomas a este antimadridista para ser tu marido y para vivir juntos en sagrado matrimonio? ¿Le amarás, cuidarás, respetarás, en la enfermedad y en la salud, y te mantendrás fiel a sus fobias el resto de tu vida?

Así. Así quiero yo al cura. Llamando a las cosas por su nombre. Al pan, pan, al vino, vino y al antimadridista, cuñado. Y no, no os equivoquéis, que la culpa no solo es del cura, que muchos de vosotros habéis sufrido la misma lacra y ninguno ha levantado la voz cuando podía hacerlo.

-En este santo estado vienen ahora a unirse estas dos personas. Por lo cual, si hay alguien que sepa algún impedimento por el que no puedan ser unidas lícitamente, dígalo ahora, o de aquí en adelante guarde silencio

-¡YO! ¡YO! Yo tengo algo que decir. ¡Ese tipo es un antimadridista de cojones!

Y ya está. Fin del desatino. El cura paraliza esa aberración y cada uno en su casa y Dios en la de todos.

Después del aperitivo, y pensando que a partir de ahora todas mis bodas familiares las debería oficiar el Padre Suances, dejé a mi sobrina con su madre y me fui a caminar. No faltaba mucho para la hora de comer y sabía que mi cuñado no tardaría en llegar a su casa. Era (y es) un santo varón pero en la educación futbolera de sus hijos (mis sobrinos, que no lo olvide nadie) deja mucho que desear. Es más, soy el padrino de mi sobrina y esta condición me faculta para inculcarle unos hábitos acordes a la felicidad.

Cuando sonó el teléfono ya sabía que era él. El ciclón de mi sobrina siempre cumplía.

-¿Qué le has dicho a la niña?

-¿Yo?, nada. ¿Pues?

-Joder, acabo de llegar a casa y de recibimiento me ha soltado una patada, me ha llamado mentiroso y dice algo parecido a “me cago en el cuñao de los cojones”.

-¡Bah! Ni caso. Cosas de princesas...

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Soy un hombre hecho a mí mismo. El problema es que me sobraron algunas piezas. SOL O CONTIGO. Persigo playas.

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