“En un partido que no debería sorprender que acabara con la trayectoria de Xabi Alonso (y quizá no sería mala cosa), el Madrid perdió ante el Celta dos puntos, a Militão y dos jugadores de campo. También perdió media Liga y el crédito que había ganado en Bilbao” (La Galerna). “El Madrid ha entrado en pérdida, el Bernabéu ha entrado en pánico y Xabi Alonso ha entrado en zona de peligro extremo” (AS). “Entre San Mamés y el City, el Madrid decidió tirar la Liga” (Marca). El Madrid volvió a entrar en crisis el domingo por la noche en el Bernabéu. Sin fútbol ni ideas, con escasa actitud, con errores y desesperado con el árbitro” (El Mundo). “Una hora en la inopia y media de juego muy vulgar expusieron todos los agujeros de un Madrid ramplón que se desploma en Liga”. (El País).
Los comienzos de las crónicas del desastre ante el Celta ya no elucubran ni presuponen, sino que describen y son una fotografía real y cruda del peligroso alambre en el que vive el Madrid. Los números, como las miradas, nunca engañan: de ganar 13 de sus primeros 14 encuentros, a hacerlo sólo en dos ocasiones de las últimas siete; de acumular cinco puntos de ventaja sobre el Barcelona en Liga, a ser perseguidor a cuatro de distancia. Pero es que las sensaciones tampoco arrojan ningún rayo de luz, sino al contrario: jugadores desconectados, el técnico abandonando su filosofía —primer paso para lo primero— y la rabia y el orgullo mostrados el día del Barça como excepción que confirma la debacle.
Llegados a este punto, y con el City a las puertas, sólo queda comenzar a tomar caminos rupturistas, acaso drásticos, y apelar a la conjura del Madrid de la Séptima si no se quiere tirar la temporada desde ya a la basura.
Aquel año, el equipo comenzó como este, con sensaciones positivas después de ganar la Supercopa de España al Barcelona en el Bernabéu (4-1 después de perder 2-1 en el Camp Nou). Sin embargo, por si les suena, el inquilino del banquillo, Jupp Heynckes, jamás logró hacerse con el mando de un vestuario infestado de estrellas (Illgner, Hierro, Roberto Carlos, Redondo, Seedorf, Raúl, Suker, Mijatovic) y egos. En Liga, sin continuidad ni empaque, se sostuvo hasta las Navidades. Terminaría cuarto a 11 puntos de los azulgranas. Pero, en Europa, la transformación apuntaba a lo paranormal, con una autogestión del vestuario que alcanzó su éxtasis en la previa de la final de la Champions.
Ya saben: Heynckes, superado, llegó a plantear su renuncia a un Lorenzo Sanz desbordado, mientras en las habitaciones de los jugadores se cocía la conjura, muy al estilo a los años de Molowny, cuando el canario permitía cierta autogestión a los Camacho, Santillana, Juanito y compañía (y a ver quién se oponía). Y la cosa salió histórica, con una copa que iluminó a toda una era.
La única duda es si la actual plantilla, además de pose en las redes sociales, tiene el suficiente cuajo para no haber olvidado el escudo que representa. Conjura o muerte. Me temo que no queda otra.













Pues con el espíritu de estos jugadores, va a ser muerte.